viernes, 6 de diciembre de 2024

 Jaca.

La capital del Alto Aragón, Huesca, es una ciudad muy conocida. En sus imágenes es muy habitual la presencia de la peña Oroel, de 1769 m de altura y muy visible. Es montaña de leyendas (hogueras que indicaban el inicio de la lucha contra los musulmanes, nombre de Aureolo -primer conde franco según las crónicas-, coronación de Íñigo Arista) y considerada mágica (triángulo con San Juan de la Peña y San Adrián de Sásave). Está formada por rocas de conglomerado y separa la cuenca del río Aragón, al norte, de la del río Gállego, al sur. 

La vertiente norte es de fuerte pendiente, piedra rojiza cubierta de frondoso bosque de pinos en la parte inferior y abetos en la superior. En otra ocasión la ascendimos hasta la cruz, colocada a instancias del papa León XIII e inaugurada en 1902. Hubo una de madera, pero la actual es de hierro y tiene 8,40 m de altura. La vista es impresionante, quedando el terreno abierto como un mapa. Debajo queda la llanada de Jaca, al fondo se ve el valle por el que desciende el río Aragón, y al oeste queda la Canal de Berdún. La peña Oroel obliga al río Aragón, que viene con dirección sur, a desviarse hacia el oeste. 

Sus principales monumentos son la catedral y la ciudadela, pero hay otros puntos interesantes que reflejan la historia de estas tierras. Uno de ellos es el desaparecido monasterio de San Pedro, que fue un precedente de la catedral. Se situaba en el espacio abierto frente a la puerta principal de la catedral, la oeste. El lugar ya fue sagrado en épocas romana -cementerio- e hispano visigoda. En el siglo X, en tiempo del condado de Aragón, se tiene noticia del monasterio, vertebrador del territorio, edificado sobre las antiguas ruinas. A finales del siglo XI se construyó la catedral, también dedicada a san Pedro, por lo que pasó a llamarse san Pedro el Viejo, dejó de tener comunidad religiosa y se empleó como iglesia, al tiempo que su entorno siguió como cementerio hasta el s. XV. El Camino de Santiago entraba por la puerta de San Pedro, al norte, y avanzaba por la calle del mismo nombre, junto al cementerio. Los peregrinos encontraban refugio en San Pedro el Viejo. En 1837 se ordenó su demolición. 

Tras las excavaciones arqueológicas ha quedado la planta resaltada sobre el pavimento de la plaza. Se trataba de un edificio prerrománico, de una nave de planta rectangular, 22 x 7 m, ábside cuadrado -cabecera recta- orientado al este. Se distinguen dos ámbitos: la cabecera rectangular con muros de gran grosor y pequeño espacio interior, y la nave, de mayores dimensiones y muros más esbeltos. El acceso se realizaba por una puerta en la pared del mediodía de la nave. Había otra puerta en la pared norte que comunicaba con otras dependencias monásticas, de las que nada queda salvo el “pozo de San Pedro”.

En torno a la iglesia se enterró desde el s. X hasta el XV. Las tumbas se realizaron con grandes losas, colocadas tanto en los laterales como en las cubiertas. Los difuntos se colocaban con la cabeza hacia el este, hacia Tierra Santa. En las excavaciones se hallaron objetos como un anillo con entalle, ss. III-IV, en plata rodeando una pasta vítrea con la figura de Júpiter, y broches de cinturón, del periodo hispano visigodo, siglo VII o principios del siglo VIII. 



En el lado sur de la catedral se abre otra pequeña plaza. La puerta, protegida por un pórtico, tiene tallada -a la derecha- la unidad de longitud denominada vara jaquesa, equivalente a 77 cm, utilizada como referencia oficial en el mercado que se ubicaba en la plaza. 








Al lado opuesto a la catedral, la plaza con soportales tiene casas con interesantes fachadas.





En las ciudades de señorío del rey, los monarcas medievales poseían monopolios que tenían nombre regio. En Jaca hubo “huerta del Rey”, “viña del Rey”, etc., y también “pozo del Rey”. Se debió construir entre los siglos XI y XII al repoblar el barrio de Santiago y se usó hasta finales del siglo XIX. Tiene un metro de ancho y casi once de profundidad. Su revestimiento interno se hizo con sillares redondeados en la cara vista y muestra hiladas regulares con mechinales que revelan el sistema de construcción y limpieza. Todo con una calidad excepcional. 

En su parte superior tenía un brocal de grandes sillares curvos, rodeado por un pedestal para evitar encharcamientos, y una tapa para evitar la caída de objetos contaminantes o de personas. Con el tiempo se dotó de una fuente para facilitar la toma. Con la traída de agua corriente fue utilizado para verter la nieve. 



La iglesia de Santiago dio nombre, desde el siglo XI, a uno de los burgos más antiguos de la ciudad, que acogió a comerciantes y artesanos que atendían a los peregrinos. Gracias al Libro de la Cadena del Concejo de Jaca sabemos que en el año 1088 el Obispo ordenó reconstruir la antigua iglesia de Santiago que se encontraba en ruinas por una invasión musulmana. Así, las ruinas del edificio previo, quizá del siglo IX, sirvieron de base para levantar esta iglesia románica con planta de tres naves abovedadas, rematadas con tres ábsides semicirculares orientados al este y una torre campanario adosada a los pies, en el muro oeste, sobre el atrio de entrada.





La iglesia también se llamó de Santo Domingo ya que, entre 1614 y 1835, funcionó como iglesia del convento de los dominicos, que introdujeron modificaciones en el edificio, la más importante cambiar la cabecera al oeste -cortando los ábsides románicos-, en el espacio del antiguo atrio, para dirigirla hacia la tumba del apóstol en Santiago. Su interior alberga pinturas, retablos, una pila bautismal hispano árabe de estilo califal del siglo X y un bello capitel románico del Maestro Esteban, del siglo XII, procedente del claustro de la catedral. Tiene sus cuatro caras labradas con personajes vestidos a la manera clásica y cabezas de leones en los ángulos. Su interpretación más fácil es la de un ángel expulsando a Adán y Eva del Paraíso y sus hijos, Caín y Abel, enfrentados como el Bien y el Mal.  

En el pavimento de alguna calle pueden verse unas placas doradas, grandes, que representan una moneda, el sueldo jaqués, que tiene su origen en el siglo XI. En esos años el sistema monetario estaba basado en el sueldo y la libra, comunes a toda la Europa como recuerdo del sistema carolingio. En el reino de Aragón se usaba como moneda de cuenta la libra, y una subunidad fue el sueldo, que tuvo su origen en la primera capital aragonesa, Jaca, bajo el reinado de Sancho Ramírez. La moneda de cuenta o de cambio no se acuñaba, pero servía como referencia del valor de las acuñaciones y para facilitar las transacciones. Aunque nació en el siglo XI siguió usándose, al igual que la libra, hasta el siglo XIX.


La libra equivalía a 20 sueldos jaqueses, y cada sueldo equivalía a 12 dineros, ya que el sueldo era una moneda del oro del mismo peso que el dinero de plata que mantenía -hasta la época moderna- una paridad 12:1. La importancia de Jaca como ciudad de paso para comerciantes y peregrinos que realizaban el Camino de Santiago ayudó a consolidar este sistema monetario. 

La muralla medieval. Con el renacimiento urbano acontecido durante el reinado de Sancho Ramírez (1063-1094), la ciudad se vio en la necesidad de acotar el espacio donde se aplicarían los beneficios jurídicos y fiscales que otorgaba el Fuero de Jaca (1077), y de construir un nuevo sistema defensivo. Es probable que en el último cuarto del siglo XI comenzara la construcción de la muralla. Una defensa que, tras el fuerte impulso dado por Ramiro II (1134-1157), terminó de cerrarse a mediados del siglo XII. A su construcción y mantenimiento contribuyeron reyes y ciudadanos de toda condición y clase social, tanto de la ciudad como de los pueblos de los alrededores, pero la responsabilidad fue del Concejo de la ciudad, pendiente en todo momento de recaudar fondos. 

A la par que aumentaba el número de casas, calles y habitantes, aumentaba el número de puertas de la muralla, que fueron cambiando su nombre o añadiendo al tradicional otro que se relacionaba con algún nuevo uso o edificio. Tradicionalmente se conocieron seis puertas, siendo cuatro las más importantes (San Ginés o Portal de las Monjas, los Baños o del Viernes de Mayo, los Molinos o de San Francisco, y San Pedro o de Francia) que se abrieron entre los últimos años del siglo XI y los primeros del XII. La de San Jaime o de los Estudios, a finales del siglo XII y la definitiva Puerta Nueva, a finales del siglo XIII o principios del XIV. Con posterioridad se añadieron el Portal del Castillo o puerta de Santa Orosia, a principios del siglo XVII, y la Puerta de Felipe III en 1891. 

El recinto murado que, con escasas variaciones llegó hasta el siglo XX, tenía una longitud de 1828 m y acogía una superficie de 243.001 m2. Los muros, bastante bien conservados hasta el reinado de Carlos I, medían 8-9 m de altura y 1,5 m de grosor. De sus lienzos almenados sobresalían cubos y torreones. El último torreón, el de las Monjas, fue derribado en 1935. La muralla fue muy eficaz y no fueron conquistadas a pesar de sufrir ataques de Navarra y del conde de Armagnac, ya a finales del siglo XV. Mermado su papel por la construcción, en 1592, de la Ciudadela, continuó prestando servicio hasta el 7 de enero de 1915 en que se desmanteló. Los únicos restos son los que flanquean la entrada de la calle Mayor, especialmente los que cierran el Convento de las monjas benedictinas.



La torre del reloj se construyó tras el incendio que asoló la ciudad hacia 1440 como solución provisional a la destrucción de la catedral y de sus dependencias carcelarias eclesiásticas. Reconstruida la cárcel de la catedral, la torre gótica perdió sus funciones y se convirtió en la Torre del Merino después de pasar por manos de varias familias nobles jacetanas. El merino era el representante del rey encargado de recaudar los impuestos y administrar las rentas de la ciudad y la utilizó como residencia. 






El Concejo la adquirió en 1599 para convertirla en cárcel e instalar el reloj municipal, dejando de depender del reloj de la catedral. Para adecuar la torre y sostener las nuevas campanas se elevó la altura con un chapitel. 

Hubo reformas en 1853 y años siguientes, instalándose un nuevo chapitel en 1900 y un nuevo reloj en 1932. La cárcel se clausuró en 1955 y se sustituyó el chapitel por la actual techumbre a cuatro vertientes en 1968.







Tiene planta cuadrangular y un alzado compuesto por un sótano abovedado sobre el que se disponen cuatro pisos cubiertos con techumbre de madera y cuyos muros se abren en ventanas geminadas, además de una falsa que corona el edificio. 

Las campanas del antiguo reloj eran tres: la relojera, la más grande, decorada con las armas de Jaca, además de dos más pequeñas para marcar las medias horas y los cuartos. Están expuestas en el patio del Ayuntamiento. 






La calle Mayor siempre ha sido la arteria principal de la ciudad. En 1486 se edificó el primer ayuntamiento, donde se conserva hoy en día el Archivo Histórico Municipal, con documentos desde el siglo XI. En 1544 se amplió la vieja sede con el edificio actual, muy proporcionado, compuesto por tres cuerpos en altura y un patio renacentista. 




En el cuerpo inferior abre la magnífica portada plateresca con el escudo de la ciudad. En el segundo cuerpo, la planta noble, abren cinco ventanas cuyos frontones contienen las barras de Aragón. Una de las salas de esta planta, el Consejo de Ciento, recuerda a los que ayudaban a gobernar la ciudad desde 1238. El tercer cuerpo, que se añadió a principios del siglo XX, cuando se derribó el antiguo alero, conforma una galería de ventanas típicamente aragonesa.

El Ayuntamiento custodia un importante patrimonio cultural: el tímpano de la ermita románica de Sarsa del siglo XII, el Libro de la Cadena del siglo XIII, las campanas de la torre del Reloj y unas mazas de desfile de plata maciza del siglo XVI. 


La ermita de Sarsa fue la iglesia parroquial de este pueblo, Villar de Sarsa, situado en las faldas de la peña Oroel, hasta que quedó abandonado hacia 1970. Para conservarlo, en 1972 se trasladó a Jaca, tomándose algunas licencias para adaptarla a su nuevo espacio. Pertenece al modelo de las pequeñas iglesias del románico rural, datándose en los años finales del siglo XII. Su planta presenta nave única rectangular, cubierta con techumbre de madera a dos vertientes que no se ha conservado. La cabecera se compone de presbiterio poco resaltado, cubierto con bóveda de cañón y ábside semicircular cubierto con bóveda de cuarto de esfera. En el centro del ábside abre una pequeña ventana de arco de medio punto y doble derrame. Los muros están construidos en sillería, con piedra arenisca de la zona, y apenas presentan decoración, salvo una imposta biselada que recorre el interior.


La puerta de acceso abre a los pies de la iglesia, en pequeño cuerpo adelantado coronado por modillones figurados sobre los que apoyaba un tejaroz no conservado. Presenta tres arquivoltas de medio punto, de las cuales la exterior y la interior son lisas y la central está decorada con tres filas de bolas jaquesas que denotan la influencia de la catedral en todos los templos de la Jacetania. Las arquivoltas apean por medio de imposta corrida en jambas en las que todavía se aprecian varias figurillas y palmetas.


Fuera de la ciudad, aunque cerca, sobre el río Aragón se encuentra el puente de San Miguel, que debe su nombre a una ermita desaparecida que estaba en la orilla derecha, sobre la actual carretera. Se acepta que, por su aspecto y estructura, es de época bajomedieval, siglo XV. Las impetuosas avenidas del río obligaron a restaurarlo en 1608 y 1816. Fue restaurado en la década de 1950 por el arquitecto Miguel Fisac -iglesia de Canfranc Estación-. Los distintos aparejos de su fábrica dan idea de las varias intervenciones en él. 


Mide 96 m de longitud y presenta un alzado asimétrico, pues apoya directamente en la orilla derecha, más alta y sólida, mientras descansa directamente en la propia terraza fluvial en la izquierda. Muestra perfil a doble vertiente, propio de los puentes medievales, y un arco central apuntado de 17 m de altura, con rosca de sillería, que salva el cauce principal. Otros dos arcos más pequeños funcionan como aliviaderos. Su estructura se refuerza con dos tajamares. 






Esta obra facilitó durante siglos la comunicación entre Jaca y los valles occidentales del Pirineo aragonés. Por aquí pasaba el camino, que enseguida se bifurcaba, hacia los valles de Aísa, Hecho y Ansó. Otro desvío por Abay conducía hacia Berdún y Navarra, como un camino jacobeo complementario del principal, que discurre por la orilla izquierda del valle.









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