lunes, 11 de noviembre de 2024

Hayedo de la Pedrosa (Segovia)

El hayedo de la Pedrosa se sitúa en el municipio de Riofrío de Riaza, provincia de Segovia, en la vertiente norte del macizo de Ayllón (orogenia alpina, periodo Terciario), a 1430 m de altitud, extendido en 87 hectáreas de superficie. Es un indicador de lo que fue el Sistema Central en otras épocas. El haya no es el árbol más abundante, pero estos hayedos son los más meridionales de Europa y están protegidos: Tejera Negra (1.391 hectáreas), Montejo (250 has.) y La Pedrosa (87 has), el más pequeño y el único que cae hacia Castilla y León. 




La sierra tiene un cordal principal al que pertenecen el puerto de la Quesera, 1712 m, y el pico del Lobo, 2272 m. Los materiales geológicos que afloran son principalmente pizarras (pizarra arcillosa) y cuarcitas. Desde Riaza hacia el sur es zona granítica y se observan restos de actividad glaciar en las proximidades del Pico del Lobo. El río Riaza nace cerca del Puerto de la Quesera, recibiendo aguas de la sierra de Ayllón y perteneciendo a la cuenca del Duero. 


El hayedo se refugia en las laderas de umbría con un mayor grado de humedad, dentro de un clima mediterráneo oceánico, acogiendo al recién nacido río Riaza. La vegetación arbórea más madura corresponde a los rebollares, muy explotados años atrás como fuente de leña. Si hay mayor humedad aparecen los hayedos, con presencia de tejeras, acebedas, abedulares, etc. En zonas de mayor continentalidad hay pino albar. El pastoreo y la corta de leña debilitó el bosque y fomentó el matorral, principalmente de brezos en zonas más húmedas y elevadas y jarales en zonas más secas y basales. Según la altitud, la encina domina por debajo de los 1000 m (laderas sur), el roble y las hayas hasta los 2000 (laderas norte), y piornos, brezos, enebros, etc., y pastizales por encima. Las repoblaciones forestales se han realizado con pino silvestre y pino negro. 


Pese a la gran explotación por su madera, pastos y carboneo, el roble sigue siendo el árbol más extendido. El hayedo fue utilizado para hacer carbón y como materia prima para una fábrica de sillas que existió en el siglo XIX, por lo que puede apreciarse cómo han brotado ramas de los tocones de los árboles talados en una regeneración propiciada por el éxodo rural y el abandono de aquellas actividades. 



Este es el objetivo de la excursión otoñal de este año, por lo que nos dirigimos al puerto de la Quesera, inicio de la ruta. Se trata de un paso montañoso en el este del Sistema Central, en la sierra de Ayllón, que transcurre entre Riaza (Segovia) y Majaelrayo (Guadalajara). En su cima, a 1712 m de altitud, se encuentra el límite fronterizo de ambas provincias y de las comunidades autónomas de Castilla y León y Castilla-La Mancha, atravesado por las carreteras SG-112 desde Riaza y GU-186 desde Majaelrayo.

Como el aparcamiento es reducido, es conveniente llegar pronto. La previsión meteorológica es buena, pero hay una densa niebla que impide iniciar la marcha. A esta altura y a estas horas la temperatura es muy baja y hay que esperar a que se abra la niebla, que desde el sur salva la sierra y cae sobre el hayedo. En Internet hemos visto una ruta que comienza en el mismo aparcamiento, desciende hasta los 1389 m por el arroyo del Avellano y asciende por el río Riaza hasta la carretera (kilómetro 11,5), teniendo que terminar la ruta por ella hasta el aparcamiento, en una ruta circular en el sentido de las agujas del reloj. En este itinerario podemos ver el cuarto núcleo del hayedo, puesto que los otros tres están a mayor altitud, por encima de la carretera.


El sendero, estrecho y pedregoso, desciende rápidamente. Está muy marcado, con señales cada cierto tiempo, ya que se trata del Camino Viejo a Peñalba. En una zona sin arbolado, sólo con matorral, bordea una cresta rocosa en la que se abre una llamativa ventana que mira hacia el río Riaza. El rápido descenso nos lleva pronto al robledal que acoge el hayedo. El sendero, inundado en algún tramo, está tapizado de hojas mientras pasa al lado de árboles musgosos y cubiertos de líquenes, bioindicador de la calidad del aire. 


En el fondo del barranco aparece el arroyo del Avellano, ya en zona de hayas. El colorido ya es más apagado, tendríamos que haber venido la semana pasada. Los árboles han perdido gran parte de las hojas, aunque todavía se conservan algunos ejemplares con una tonalidad otoñal. El otoño da altura artística a la naturaleza y al paisaje. Aquí el descenso es más cómodo y favorece el que se pueda admirar el entorno tan maravilloso. Un ligerísimo viento, que casi no se nota en la profundidad del barranco, sigue desnudando el arbolado y provoca una lluvia que no sólo es amarilla, sino también naranja y todas las tonalidades del marrón. 



En este último tramo nos hemos desviado del arroyo, que queda a nuestra derecha, y terminamos el descenso al llegar al río Riaza, cruzado por un puentecillo de madera. Hasta aquí el sendero se ha visto muy bien, lo que no sucede en la continuación según algunas opiniones que incluso recomiendan volver por el mismo trayecto. 



Giramos a la derecha y volvemos acompañados en todo momento por el rumoroso Riaza, que recorremos a contracorriente. Salva el desnivel con pequeños saltos que acentúan el arrullo de su sonido, convirtiendo el paseo en una delicia. Aquí el sendero se desdibuja con mucha facilidad, aunque no es difícil reencontrarlo puesto que no se aleja mucho del cauce. En algún punto el paso se complica con la estrechura de la vegetación. Pronto se llega a otro puentecillo, más rústico que el anterior, mientras seguimos pisando el rojo apagado de las hojas de haya que cubren toda la zona. La luz del sol enciende las copas de los árboles, pero todavía no llega al fondo del barranco. 



Grandes rocas cubiertas de musgo jalonan algún trozo del camino y algunos canchales desprendidos de las cimas abren un hueco en la densa vegetación. Los naranjas y ocres nos rodean, nos estrechan en un mundo otoñal de colores inflamados. Quizá no debiera describirse, sino sólo sentirse. Hay que venir a experimentarlo. 



El trayecto puede hacerse algo pesado para el que no esté acostumbrado a estas rutas, pero no es duro. No obstante, es muy agradable sentarse en una piedra a escuchar el canto incesante del Riaza, fiel compañero de caminata, que va adelgazando conforme avanzamos. Este canto fluvial llena el silencio estruendoso de la zona, sólo roto por el crujir de las hojas bajo nuestras pisadas. El sendero ha seguido casi la línea recta y termina sacándonos a la carretera. Se acaba el placer de andar sobre las hojas, pero, a cambio, se tiene una buena panorámica del bosque que no se percibe desde su interior. Se ve bien el valle del Riaza, con el embalse y la población de Riaza al fondo, bajo un cielo luminoso con escasas nubes. 



De vuelta en el aparcamiento, con buena temperatura y con el calor de la caminata, sorprende la cantidad de coches y personas. Muchos se dirigen hacia el pico del Lobo, sendero señalizado, otros hacen fotografías y algunos inician la marcha que nosotros hemos terminado. Echamos una mirada hacia el bosque de la zona sur, hacia Majaelrayo, ahora visible sin niebla, antes de volver.



En el regreso hacemos una parada en Riofrío de Riaza, pequeña población a la que pertenece el hayedo, con 39 habitantes (INE 2023). Es el de mayor altitud de la provincia, con sus 1312 m. Fue pueblo de carboneros y de producción de patatas de siembra, de gran calidad, hasta el punto de que a sus vecinos se les llamara “patateros”. También tuvo tornos para transformar la madera de las hayas y robles en sillas. 

El pueblo está muy cuidado, todas las casas son nuevas. En la bonita plaza, centro del pueblo, está el Ayuntamiento y una fuente con una dedicatoria: “Fuente de la vida. A Don Antonio García Sanz “El Trues”, por su disponibilidad con los vecinos de este pueblo, 2022.”




La iglesia de San Miguel Arcángel está situada en la parte baja, al contrario de lo usual. De su origen románico queda el ábside, con unos canecillos de la cornisa, parte del atrio, la pila bautismal y una talla de Ntra Sra de la Sierra. Tiene una gran torre, con sillares en esquinas y vanos y sillarejo tosco en el resto. Se accede desde el interior y consta de tres cuerpos. En el segundo se abren dos arcos rebajados, cegados, y en el superior, los arcos que albergan las campanas. En la cabecera, más antigua, se construyó sobre el ábside un cuerpo de planta circular que se asemeja a un palomar. Dispone de un gran contrafuerte a la mitad y ménsulas de piedra, como canecillos, que sustentaban una estructura perdida. 




El acceso a la iglesia, protegido por un atrio, es por el lado sur. El interior es de planta en cruz latina, aunque antes la nave fue rectangular. Se cubre con cubierta de madera. Sus paredes se adornan con elementos del antiguo retablo barroco. En la capilla del lado del Evangelio se encuentra la pila románica; en el de la Epístola un San Roque protector de epidemias y un Cristo gótico que formaba parte de un Calvario. La cabecera es original. El arco triunfal apuntado es de piedra reforzada con ladrillos, apoya en imposta sin decoración que recorre la cabecera. El tramo recto del presbiterio cubre con bóveda de medio cañón apuntado y el ábside semicircular con bóveda de horno, apuntada. La falta de decoración es propia de la zona del románico tardío, en transición al gótico. Se conserva una “silla del francés”, fabricada por Pedro Laval, que introdujo en el pueblo la industria del torneado y la simiente de la patata.


Terminamos la visita en Riaza, cuya Plaza Mayor, un bello ejemplo de plaza porticada, es el corazón tradicional de la vida social y comercial de esta villa serrana. Su aspecto actual responde a la gran remodelación de 1873. Originalmente tuvo forma de pera, con la iglesia parroquial de Ntra Sra del Manto cerrando la parte más estrecha y la picota presidiendo el conjunto, pero la construcción del Ayuntamiento, también cárcel, alteró la disposición. Las obras se terminaron en 1728 y la plaza quedó dividida en dos ámbitos, uno más espacioso, frente al nuevo consistorio, y otro más estrecho, frente a la parroquia.

Muchas casas son también del siglo XVIII. Responden al esquema de la casa típica riazana, excepto por el soportal que se forma al avanzar la primera planta sobre estructura de madera apoyada en pilares de piedra. Este espacio, a medio camino entre lo privado y lo público, acogió a comerciantes y mercaderes, protegidos de las inclemencias del tiempo.

En 1873 se transformó la zona frente al Ayuntamiento. Se creó un coso elíptico para facilitar su uso como lugar de festejos taurinos. Para salvar el desnivel en los lados sur y oeste se construyeron gradas de piedra cerradas con balaustradas. Unos agujeros distribuidos en torno al coso servían para afianzar la estructura de madera que se disponía durante las fiestas de septiembre. A mediados del siglo XIX se descartó la construcción de una fuente en el centro. 




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