martes, 3 de septiembre de 2024

Mérida visigoda (II/III)

Del periodo posterior al romano se sabe mucho menos y con grandes dudas. Las incursiones de los pueblos germánicos se fueron sucediendo iniciadas por los alanos (rey Atax), que conquistaron la ciudad en el año 412 y se establecieron en ella hasta que fueron derrotados por el rey visigodo Walia. Los supervivientes se acogieron bajo el rey vándalo Gunderico.

 

La península en el 455, momento de máxima expansión del reino suevo

En el 440, Recchila, rey de los suevos y llamado rey de Mérida, la convirtió en la capital del reino suevo y murió en ella sin haberse convertido al arrianismo. Le sucedió su hijo, el católico Recchilio. La influencia de la mártir santa Eulalia era patente en todas las manifestaciones de Mérida y al rey Teudorico, que quiso saquear la ciudad, se lo impidió la mártir con terribles visiones. Cuando el mismo rey venciera a Mergiano, señor de Galicia, fue al mismo altar de santa Eulalia a ofrecerle el botín por el desagravio.

 

Definitivamente el rey godo Eurico (466-488) ganó la ciudad sobre el año 469. Mérida era un enclave estratégico importante por su acceso a la Bética y por su puerto fluvial con acceso al mar, gracias al río Anas (Guadiana). La primera noticia que se tiene es una inscripción del año 483 que conmemora la restauración del puente (Vía de la Plata) y las murallas (núcleo estratégico), en la que han participado el dux (cargo delegado de la realeza goda con atribuciones militares) Salla y el obispo (jerarquía religiosa) Zenón. Es la organización que sucede a la romana. El rey que aparece en la inscripción es Eurico con la monarquía visigoda radicada aún en la Galia, ubicada la corte en Toulouse, no emigrando a Hispania hasta la derrota de Vouillé (507).

Imitación moderna de un tremís visigodo acuñado en Mérida durante el reinado de Liuva II

Agila tuvo que enfrentarse al noble Atanagildo (555-567), que lo derrotó en Córdoba (550), retirándose a Mérida. Atanagildo, con apoyo de la Bética y los bizantinos, lo volvió a derrotar en Sevilla, obligándole a refugiarse de nuevo en Mérida, donde fue asesinado (555). Atanagildo ascendió al trono y los bizantinos, a cambio de su ayuda, ocuparon una importante franja territorial en el sur, con Cartagena como capital, hasta la conquista por Suintila en el año 624. Esos hechos demostraron la importancia estratégica de Mérida para el control de la Bética occidental. En los días de la sublevación de Hermenegildo contra Leovigildo desde Sevilla, Mérida fue ocupada por los rebeldes y fue la primera que recuperó Leovigildo en el año 582 y quedó bajo el dominio del dux Claudio, que descendía de la nobleza romana y era experto militar (dirigió el ejército de Recaredo contra los francos en la Galia Narbonense, con éxito).

Ese siglo VI estuvo marcado por territorios con gran margen de autonomía: el reino suevo en el norte de Portugal y Galicia, los vascones independientes, el dominio bizantino en el sur y las grandes ciudades hispanorromanas significadas por sus sedes episcopales. Contra esta fragmentación se dio el proyecto de un estado unitario, con capital en Toledo, iniciado por Leovigildo y culminado por su hijo Recaredo (586-601). En el siglo VI, bajo el mandato de Agila I (549-555), sobresalieron las figuras de varios obispos, los Santos Padres de Mérida, y el cristianismo arraigó con fuerza, como lo demuestra la figura de la mártir Santa Eulalia.

En el tiempo visigodo pervivía una nobleza de raíz romana que no necesariamente estuvo ligada a la administración, pero que gozó de poder e influencia dado su respaldo patrimonial. Convivía con la nobleza visigoda y juntas nutrían la jerarquía del poder, tanto en el sector civil como en el eclesiástico. La administración iniciaría un proceso de transformación. Las ciudades dejarían de ser puntos de conexión en la red romana para controlar y estructurar el territorio con autonomía hasta que no se estructurase el estado visigodo, ya a finales del siglo VI. Una vez se llegó a una estabilidad militar, el papel religioso pasó a tomar un primer plano, relegando al poder civil a un papel secundario, toda la vida se ceñía a la influencia de la mártir santa Eulalia. La basílica en donde estaban enterrados sus restos se convirtió en un importante centro de peregrinación y su influencia llegó a lugares tan lejanos como Barcelona, donde es la titular de la catedral.

La iglesia católica tuvo su mayor apogeo. Hay noticia de varios obispos, como Zenón (483, restauración del puente y las murallas) o Félix (hasta el 492). En el siglo VI, Paulo (530-560), procedente del Mediterráneo oriental, que era médico, aunque no ejercía hasta que un día tuvo que atender el parto de una rica matrona de la clase senatorial y fue muy bien recompensado, mandando construir la catedral dedicada a Santa Ierusalén. Paulo fue mentor de su sobrino Fidel (560-571), que le sucedió. En su tiempo se reconstruyeron el atrio de la catedral y la basílica de Santa Eulalia, construida al final del siglo V.





Reconstrucción del alzado del edificio identificado como xenodochium.



 

El siguiente obispo fue Masona (571-605), que presidió y firmó, el primero después del rey Flavio Racaredo, las constituciones del Tercer Concilio de Toledo el 8 de mayo del 589. A él se deben la mayoría de las conversiones de visigodos arrianos al catolicismo. En este tiempo se fundaron monasterios, se edificaron basílicas y el Xenodoquium, hospital de peregrinos en edificio de dos plantas, con zona central donde se ubicaba una pequeña basílica. Pervivió hasta el siglo IX, cuando fue desmantelado por los musulmanes. Le sucedió Inocencio (605-610) y Renovato (612-antes del 632). Más tarde, Profio (665-671), en el Tercer Concilio Provincial en Mérida es designado arzobispo por primera vez en Hispania. También existió vida religiosa monacal.



Del periodo visigodo queda una colección muy importante en el museo situado en la antigua iglesia de Santa Clara, inmueble barroco clasicista edificado en el siglo XVII, con planta de cruz latina y nave única con dos tramos, de gran diafanidad, cubierta por bóveda de cañón en las naves y cúpula sobre pechinas en el crucero. Al exterior destacan sus dos portadas de granito.

 



En 1838 se instaló en la iglesia, desamortizada, el Museo Arqueológico. En 1910, primer inventario, ya había 55 piezas visigodas. Las distintas campañas arqueológicas las ampliaron. Ahora hay 834 piezas, casi 450 de Mérida, de los siglos IV al VIII. En la nave central están las piezas más importantes y las vitrinas (vida cotidiana); adosadas a las paredes las lápidas, epígrafes funerarios y fragmentos de arquitectura decorativa. Todo forma un conjunto abigarrado, con piezas descontextualizadas expuestas “sin criterios museográficos”, aunque puede clasificarse en varios grupos.


 



Pilastra decorada en sus frentes con fronda vegetal rematada por capitel con dos filas de acantos, voluta espiraliforme y flor de ábaco esquematizada. Siglo VIII.

Uno estaría constituido por las piezas procedentes de la estructura arquitectónica de templos, como pilastras, cimacios, capiteles, frisos, etc. Destacan los pilares de forma prismática, que entroncan con modelos bizantinos por sus características decorativas. Se componen, aunque no siembre, de basa, fuste y capitel. Tienen función tectónica, preparados para recibir las cargas.  Los pilares estaban decorados en sus cuatro caras y las pilastras sólo en dos o tres, lo que indica que estaban adosadas a los muros y tenían función meramente ornamental. 






Pilastra con decoración de semi-columnas estriadas en relieve enmarcadas por motivos geométricos. Remate en capitel de pencas lisas. Siglo VII.



 





Pilar cuadrangular no ornamentado que arranca de una basa ática y remata en un capitel corintio esquematizado.





 






Friso con un roleo de flores heptapétalas. Segunda mitad del siglo VI.




 



Conducción de agua decorada con peces, aves acuáticas y serpiente.


 




Capitel esquematizado de una pilastra cuadrangular.

Los capiteles se dividen en dos grupos, los que entroncan con el clasicismo romano y los que derivan de influencias bizantinas, con motivos decorativos de formas mucho más geométricas. Destacan los corintios con decoración de hojas de acanto o de palmetas.



 





Capitel corintizante con motivo liriforme, trasunto de modelo romano.





 


Cimacio decorado con trifolias geométricas que arrancan de arquitos.

Los cimacios son piezas en forma de pirámide truncada invertida que cumplían una doble misión: superpuestos a los capiteles, ofrecían una superficie más extensa para equilibrar las cargas y la función ornamental.

 

Placa de cancel con venera agallonada delimitada por un motivo en espiga. La decoración se completa con flores. Segunda mitad del siglo VI.

Otro grupo queda formado por el mobiliario litúrgico, compuesto por mesas, pies y pilastrillas de altar, placas de cancel y una pila bautismal. Una de las series más numerosas son los canceles, placas que acotaban el espacio litúrgico en relación con la jerarquía de las ceremonias: obispo, clero y pueblo. Son placas rectangulares, con arcos separados por columnillas y veneras en su interior, motivos geométricos, un crismón en lugar de la venera, etc.



 



Pila bautismal con decoración de roleos. Siglo VI.





Nicho monumental con un arco con venera gallonada y, en el intercolumnio, un elegante crismón del que penden mediante cadenas el alfa y la omega; a ambos lados del pie del crismón, dos ramos vegetales y, limitando el conjunto, dos arbustos. Esta pieza está retallada sobre lo que fue un altar funerario romano con retrato del difunto en su interior. Siglo VI.

Los nichos y placas-nicho son de forma rectangular como los canceles y están caracterizados por su venera, sostenida por columnas y con algún elemento simbólico, como el crismón o el árbol de la vida. La más importante es la llamada Cátedra del Arzobispo, por identificarse quizá con el respaldo de una cátedra episcopal.

 




Placa nicho con arco de herradura que contiene la venera sostenida por dos columnistas lisas. En el intercolumnio, dos aves, simétricamente afrontadas, picotean dos palmas y una trifolia que germinan del seno de un vaso central. Siglo VII.




 




Lauda que contuvo dos epitafios, de los que se conserva únicamente íntegro el superior. Dentro de una láurea, el epígrafe menciona a Cantono, muerto el 22 de diciembre del año 517.

También hay varios ejemplares de inscripciones como laudas, epígrafes, etc.



 


Epígrafe con decoración de la iglesia de Santa María, grabado sobre bloque arquitectónico de época romana. La inscripción es importante porque contiene la primera mención del Apóstol Santiago en la Península Ibérica, y se constata la existencia de santos no atestiguados en el santoral hispano como Tirso, Ginés y Marcilla. Un 25 de enero de entre los años 601 y 648.
 



Jarritos con bocas trilobuladas y circulares.

En las vitrinas se exhiben piezas de la vida cotidiana de la época, de menor tamaño, pero interesantes. Hay lucernas, broches de cinturones, fíbulas, cerámicas (yacimiento de la basílica de Casa Herrera, a seis kilómetros de Mérida), etc.


 



La riqueza ornamental de estas piezas, aún descontextualizadas, indica la importancia de los edificios donde se encontraban y su abundancia, la importancia de la ciudad y sus alrededores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario