viernes, 7 de junio de 2024

Camino de Santiago 2024.

Frómista – Carrión de los Condes


Anoche estábamos más cansados porque en la etapa de ayer resultó mayor el bocado que el hambre. Dimos una vuelta para cenar mientras la calma se desplegaba sobre el pueblo en un atardecer lento, moroso, casi de verano, mientras el día ya se escapaba, con la incipiente noche reptando en la llanura y un sol que languidecía, agónico, arrastrándose igual que las sombras resbalan por el suelo, y nos recogimos pronto, antes de que cerrase el horizonte, cuando apenas quedaba día en el cielo de Frómista, sólo alguna claridad recortando los tejados, cuando la noche se iba apoderando del pueblo rápidamente, mirando el cielo, ya casi nocturno, y viendo, reluciente en su cara, el destello blanco de la sonrisa de los que nos despedíamos al abrigo de las primeras estrellas. Desaparecíamos hacia nuestra propia noche temprana, peregrina. Hoy nos hemos despertado pronto, abriendo los ojos a una mañana de noche esperando a que, más tarde, le dé en rayar el alba. Algunos remolonean en esta hora temprana, como si la mañana no fuera con ellos. Ahora, mientras preparamos la mochila, miramos el iniciar del día, en la penumbra de un alborear escondido todavía en las ondulaciones del paisaje, cuando una luz grisácea va asentando el amanecer mientras una franja violeta comienza a separar las manchas oscuras de cielo y tierra, y las últimas sombras que quedan de la noche se tornan grises. Con la primera luz del alba es el momento de la salida para esta cuarta y última etapa en esta ocasión, en la que atravesaremos la Castilla monocolor, la monotonía, la llanura.

Tras cruzar las infraestructuras cercanas a Frómista nos instalamos, con el amanecer avanzado, en un sendero organizado al lado de la carretera, que ya no abandonaremos hasta Carrión, en una etapa más corta que la de ayer. El andadero se dibuja en una recta infinita y gris que corta los campos a ambos lados. Hay poco tráfico y el ruido no es molesto. El sol ya ha nacido y cabalga sobre el horizonte iluminando el mundo, y nosotros nos dirigimos hacia el confín claro de la mañana escoltados por otros peregrinos y por el ligero y vivificante viento. Los campos, todavía verdes, exprimirán pronto la paleta de toda la gama de amarillos y ocres. 

A nuestra izquierda, al otro lado de la carretera, aparece la ermita de San Miguel, rodeada de área recreativa. Según un documento de donación de 1227, estaba ya construida junto al edificio religioso de un lazareto para leprosos. Tiene una nave con cabecera plana, pequeña espadaña con campanillo y canecillos sencillos. La ermita nos indica la llegada a Población de Campos, la primera de la etapa, a sólo 3,5 km de la salida. Su nombre, derivado del latino “Populatio” data de finales del siglo IX, aunque hubo asentamientos humanos anteriores, un poblado vacceo y una villa romana (término de Loncejares). Quizá tuvo murallas (puerta del Sol) y su barrio alto se llama del “Castillo”. Desde el siglo X la cruzaron los peregrinos, a los que atendían en dos hospitales. Alfonso VII de León, en un privilegio de 1140, dio la villa en señorío a la Orden hospitalaria y militar de San Juan de Jerusalén o Caballeros de Rodas y Malta, que la instituyó como cabeza de bailía. Está situada a 768 m de altitud y en 2023 tenía 126 habitantes.


En la parte alta está la iglesia de Santa María Magdalena, citada en el siglo XIV, pero cuyo edificio actual es de los siglos XVI y XVII, y de las reformas del siglo XVIII. El único vestigio tras casi setecientos años de dominio sanjuanista es la ermita de Nuestra Señora del Socorro, de los siglos XII-XIII, que fue una simple capilla aneja a la iglesia de san Pedro, desaparecida. También tiene un Ayuntamiento con fachada interesante.


A la salida del pueblo las indicaciones señalan en dos direcciones. El camino principal va por la izquierda del río Ucieza, pero también se puede ir por la derecha y pasar por Villovieco (topónimo típico, designación “villa” más el nombre del fundador o poseedor). Vamos por la izquierda, a la orilla del río, hasta la siguiente población, Revenga de Campos, a los siete kilómetros de recorrido. Está situada a 763 m de altitud, prácticamente igual que el pueblo anterior, y en 2023 tenía 136 habitantes, población también similar. Su iglesia de San Lorenzo es del siglo XIII, pero reformada en el siglo XVI (Virgen del Peregrino, siglo XV). En una casa blasonada del siglo XVI se dice que se alojó el emperador Carlos V en 1517.

El andadero al lado de la carretera nos sigue llevando hacia adelante hasta el siguiente pueblo, Villarmentero de Campos, de igual topónimo que Villovieco, indicando que el fundador era uno de los Armenteros o Armentales (“rico en ganados”). Este pequeño pueblo tenía 20 habitantes en 2023 y no ofrece servicios, no podemos ni siguiera tomar café. Hemos ido subiendo imperceptiblemente y estamos a 831 m de altitud. En su iglesia parroquial de San Martín de Tours hay un artesonado mudéjar octogonal, en madera sin pintar y con piña en el centro, del siglo XV. Su fiesta no se celebra el 11 de noviembre, ni el 11 de agosto, sino el 4 de julio (traslación de reliquias), por influencia de los cluniacenses de Carrión, Frómista y Sahagún, y su interés por sustituir el calendario hispano-mozárabe por el romano. 


El sol lleva dos horas en el cielo, llevamos caminados nueve kilómetros y seguimos para tomar café en Villalcázar de Sirga. Al suroeste queda la zona donde se desarrolló la batalla de Golpejera, señalado por un crucero en medio del cereal, y, algo más lejos, el pueblo de Lomas, que es donde se celebra.


 

El 11 de enero -fecha incierta- de 1072 se enfrentaron los ejércitos del rey de Castilla, Sancho II, y de su hermano el rey de León, Alfonso VI, aspirantes al trono conjunto de su padre Fernando I. La Crónica Najerense sitúa el lugar cerca de Carrión de los Condes. Fue un episodio de las guerras fratricidas tras dividir Fernando I sus reinos entre sus hijos a su muerte. Hubo una primera batalla en Lantada, Palencia, en 1069, y tres años más tarde en Golpejera. La batalla fue muy sangrienta y, al llegar la noche, se suspendió ante la huida desordenada de los castellanos, que no fueron perseguidos, por lo que su contraataque sorprendió a los leoneses. Alfonso VI parece que huyó y se resguardó en la iglesia de la Santa Virgen de la villa de Carrión de los Condes, donde fue capturado, llevado a Burgos y desterrado a Toledo. Los primeros documentos sobre la batalla, escritos en la primera mitad del siglo XII, son la Crónica de Pelayo de Oviedo y la Historia de Rodrigo el Campeador. La localización se basa en que los avatares de la batalla quedan reflejados en microtopónimos del territorio al sur del Camino: las Tiendas en que acamparon los ejércitos, la Reyerta, la Matanza, la Mortera, Botijera (corrupción actual del antiguo Golpejera) y la Senda del Obligado, por la que se condujo al apresado en dirección a Burgos. Además de la disputa entre los hermanos, el territorio entre los ríos Pisuerga y Carrión estaba en disputa entre ambos reinos. A Sancho le quedaba tomar Zamora, propiedad de su hermana Urraca y leal a Alfonso. Finalmente, la muerte (“alevosa” para los castellanos y “en legítima defensa” para los leoneses) de Sancho II a manos de Vellido Dolfos en esa ciudad, permitió la reunificación de los reinos bajo Alfonso.

La carretera y el andadero van separándose del río Ucieza, que se aleja por nuestra derecha. Al fondo aparece la mole de la ermita de la Virgen del Río, por la que no pasamos y pronto queda a la vista, a nuestro frente, otra mole, Santa María la Blanca en Villalcázar de Sirga o Villasirga, que levanta claramente sobre el escueto caserío (174 habitantes en 2023) situado a 808 m de altitud. El nombre le viene del camino de sirga, camino que los propietarios ribereños a ríos o canales debían dejar para uso público. La visita comienza algo más tarde así que, por fin, podemos tomar café, admirando la soberbia estampa de la iglesia desde nuestra mesa, cuando llevamos poco más de trece kilómetros caminados.

Fue casa-fortaleza de los Caballeros Templarios, orden presente especialmente en Tierra de Campos y desde Astorga hasta Galicia, para protección de los peregrinos. Es un edificio románico de transición, siglo XIII, de tres naves abovedadas y doble crucero. Al exterior destacan el rosetón y el conjunto escultórico de la fachada porticada. Alberga una talla gótica de la Virgen Blanca en el gran retablo y en la capilla de Santiago están los sepulcros del infante don Felipe (quinto hijo de Fernando III el Santo, hermano de Alfonso X, perteneciente al Temple, lo que explica su presencia) y su esposa doña Leonor Ruíz de Castro, y una talla de Santiago del siglo XVI. Alfonso X el Sabio le dedicó varias de sus Cantigas aludiendo a las curaciones de peregrinos.

Al ser más corta la etapa podemos recrearnos tranquilamente en la visita a la magnífica iglesia, animada por los graciosos comentarios de la guía. Hay bastantes personas, pero la grandiosidad del templo permite una visita agradable, sin apreturas, sintiendo el rumor del pasado, que cotiza más que el presente. Hay pasado en todas partes, está posado sobre nosotros. Fuera se aprecian los arañazos propinados por el tiempo y el peso lento de los años a la enorme iglesia. Después, reconfortados por el café y la visita, salimos del pueblo por el Mesón, con la escultura al Mesonero Mayor del Camino de Santiago.


La temperatura ha subido, pero no es alta, ideal para caminar en esta mañana azul, para seguir recorriendo el andadero al lado de la carretera que nos lleva hasta Carrión de los Condes, final de la etapa. Pasan pocos coches, hasta el punto de que un pájaro picotea en el asfalto y, cuando aparece alguno, con admirable flema, se cambia de carril sin echar a volar. El trayecto se hace corto y pronto estamos a la vista de Carrión de los Condes, aunque la distancia al aire libre engaña y todavía nos cuesta llegar. 

Se entra al pueblo por el monasterio de Santa Clara. Aquí nos detenemos porque los compañeros de etapa se quedan en este albergue. Nosotros sellamos la credencial, aunque no nos quedamos, y compramos unas galletas. Damos la última vuelta por el pueblo antes de comer y por la tarde volvemos a casa, dando por terminado el Camino por este año y guardando las sensaciones al fondo de la cueva de nuestros recuerdos. Los que no seguimos los caminos que llevan a Roma, disfrutamos de esta experiencia como de un cuento del que sabemos el desenlace, pero ignoramos el argumento.

Han sido unos pocos días agradables, sin sombra, navegando con la mirada en la llanura castellana, preguntando la ruta al viento, poniendo los pies en la propia huella, atravesando la topografía recordada, con las imágenes del paisaje que nos ha visto pasar sucediéndose en la memoria -no miramos con la persiana de la memoria bajada-, caminando detrás de nuestra sombra sin alcanzarla en el silencio de las mañanas de cielos despejados por el viento, aspirando el olor vegetal del campo con las galas de una primavera llena de lozanía, admirando edificios de muros cansados por el tiempo, pasando entretenidos las mañanas con los kilómetros recorridos. El pulso late todavía a buen ritmo en las viejas arterias, pero es una ingenua batalla con las hojas del calendario, camino del desguace irremediable. Es el relato de un crepúsculo. No hay otra carrera posible que la carrera de resistencia. Han sido días de albergue -una ventana abierta al paisaje del Camino- en esta especie de enfrentamiento entre tradición y modernidad, de convivir con gentes muy diversas, de españoles venidos de razas antiguas y de una mayoría de extranjeros, mientras el mundo, que se estrecha quizá demasiado, giraba afuera muy olvidado de nosotros. Y aquí queda escrito, porque se escribe de lo que se ha perdido. Pero no ha sido el final del camino.

 

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