Camino de Santiago 2024.
Frómista – Carrión de los
Condes
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Anoche estábamos más cansados porque en la etapa de ayer
resultó mayor el bocado que el hambre. Dimos una vuelta para cenar mientras la calma
se desplegaba sobre el pueblo en un atardecer lento, moroso, casi de verano, mientras
el día ya se escapaba, con la incipiente noche reptando en la llanura y un sol que
languidecía, agónico, arrastrándose igual que las sombras resbalan por el
suelo, y nos recogimos pronto, antes de que cerrase el horizonte, cuando apenas
quedaba día en el cielo de Frómista, sólo alguna claridad recortando los
tejados, cuando la noche se iba apoderando del pueblo rápidamente, mirando el
cielo, ya casi nocturno, y viendo, reluciente en su cara, el destello blanco de
la sonrisa de los que nos despedíamos al abrigo de las primeras estrellas. Desaparecíamos
hacia nuestra propia noche temprana, peregrina. Hoy nos hemos despertado
pronto, abriendo los ojos a una mañana de noche esperando a que, más tarde, le
dé en rayar el alba. Algunos remolonean en esta hora temprana, como si la
mañana no fuera con ellos. Ahora, mientras preparamos la mochila, miramos el
iniciar del día, en la penumbra de un alborear escondido todavía en las
ondulaciones del paisaje, cuando una luz grisácea va asentando el amanecer
mientras una franja violeta comienza a separar las manchas oscuras de cielo y
tierra, y las últimas sombras que quedan de la noche se tornan grises. Con la
primera luz del alba es el momento de la salida para esta cuarta y última etapa
en esta ocasión, en la que atravesaremos la Castilla monocolor, la monotonía,
la llanura.
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Tras cruzar las infraestructuras cercanas a Frómista nos
instalamos, con el amanecer avanzado, en un sendero organizado al lado de la
carretera, que ya no abandonaremos hasta Carrión, en una etapa más corta que la
de ayer. El andadero se dibuja en una recta infinita y gris que corta los
campos a ambos lados. Hay poco tráfico y el ruido no es molesto. El sol ya ha
nacido y cabalga sobre el horizonte iluminando el mundo, y nosotros nos
dirigimos hacia el confín claro de la mañana escoltados por otros peregrinos y
por el ligero y vivificante viento. Los campos, todavía verdes, exprimirán
pronto la paleta de toda la gama de amarillos y ocres.
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A nuestra izquierda, al otro lado de la carretera,
aparece la ermita de San Miguel, rodeada de área recreativa. Según un documento
de donación de 1227, estaba ya construida junto al edificio religioso de un
lazareto para leprosos. Tiene una nave con cabecera plana, pequeña espadaña con
campanillo y canecillos sencillos. La ermita nos indica la llegada a
Población
de Campos, la primera de la etapa, a sólo 3,5 km de la salida. Su nombre,
derivado del latino “Populatio” data de finales del siglo IX, aunque hubo
asentamientos humanos anteriores, un poblado vacceo y una villa romana (término
de Loncejares). Quizá tuvo murallas (puerta del Sol) y su barrio alto se llama
del “Castillo”. Desde el siglo X la cruzaron los peregrinos, a los que atendían
en dos hospitales. Alfonso VII de León, en un privilegio de 1140, dio la villa
en señorío a la Orden hospitalaria y militar de San Juan de Jerusalén o
Caballeros de Rodas y Malta, que la instituyó como cabeza de bailía. Está
situada a 768 m de altitud y en 2023 tenía 126 habitantes.
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En la parte alta está la iglesia de Santa María
Magdalena, citada en el siglo XIV, pero cuyo edificio actual es de los siglos
XVI y XVII, y de las reformas del siglo XVIII. El único vestigio tras casi
setecientos años de dominio sanjuanista es la ermita de Nuestra Señora del
Socorro, de los siglos XII-XIII, que fue una simple capilla aneja a la iglesia
de san Pedro, desaparecida. También tiene un Ayuntamiento con fachada
interesante.
A la salida del pueblo las indicaciones señalan en dos direcciones.
El camino principal va por la izquierda del río Ucieza, pero también se puede
ir por la derecha y pasar por Villovieco (topónimo típico, designación “villa”
más el nombre del fundador o poseedor). Vamos por la izquierda, a la orilla del
río, hasta la siguiente población,
Revenga de Campos, a los siete
kilómetros de recorrido. Está situada a 763 m de altitud, prácticamente igual
que el pueblo anterior, y en 2023 tenía 136 habitantes, población también
similar. Su iglesia de San Lorenzo es del siglo XIII, pero reformada en el
siglo XVI (Virgen del Peregrino, siglo XV). En una casa blasonada del siglo XVI
se dice que se alojó el emperador Carlos V en 1517.
El andadero al lado de la carretera nos sigue llevando
hacia adelante hasta el siguiente pueblo,
Villarmentero de Campos, de
igual topónimo que Villovieco, indicando que el fundador era uno de los
Armenteros o Armentales (“rico en ganados”). Este pequeño pueblo tenía 20
habitantes en 2023 y no ofrece servicios, no podemos ni siguiera tomar café.
Hemos ido subiendo imperceptiblemente y estamos a 831 m de altitud. En su
iglesia parroquial de San Martín de Tours hay un artesonado mudéjar octogonal,
en madera sin pintar y con piña en el centro, del siglo XV. Su fiesta no se
celebra el 11 de noviembre, ni el 11 de agosto, sino el 4 de julio (traslación
de reliquias), por influencia de los cluniacenses de Carrión, Frómista y
Sahagún, y su interés por sustituir el calendario hispano-mozárabe por el
romano.
El sol lleva dos horas en el cielo, llevamos caminados
nueve kilómetros y seguimos para tomar café en Villalcázar de Sirga. Al
suroeste queda la zona donde se desarrolló la
batalla de Golpejera,
señalado por un crucero en medio del cereal, y, algo más lejos, el pueblo de
Lomas, que es donde se celebra.
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El 11 de enero -fecha incierta- de 1072 se enfrentaron
los ejércitos del rey de Castilla, Sancho II, y de su hermano el rey de León,
Alfonso VI, aspirantes al trono conjunto de su padre Fernando I. La Crónica
Najerense sitúa el lugar cerca de Carrión de los Condes. Fue un episodio de las
guerras fratricidas tras dividir Fernando I sus reinos entre sus hijos a su
muerte. Hubo una primera batalla en Lantada, Palencia, en 1069, y tres años más
tarde en Golpejera. La batalla fue muy sangrienta y, al llegar la noche, se
suspendió ante la huida desordenada de los castellanos, que no fueron
perseguidos, por lo que su contraataque sorprendió a los leoneses. Alfonso VI
parece que huyó y se resguardó en la iglesia de la Santa Virgen de la villa de
Carrión de los Condes, donde fue capturado, llevado a Burgos y desterrado a
Toledo. Los primeros documentos sobre la batalla, escritos en la primera mitad
del siglo XII, son la Crónica de Pelayo de Oviedo y la Historia de Rodrigo el
Campeador. La localización se basa en que los avatares de la batalla quedan
reflejados en microtopónimos del territorio al sur del Camino: las Tiendas en
que acamparon los ejércitos, la Reyerta, la Matanza, la Mortera, Botijera
(corrupción actual del antiguo Golpejera) y la Senda del Obligado, por la que
se condujo al apresado en dirección a Burgos. Además de la disputa entre los
hermanos, el territorio entre los ríos Pisuerga y Carrión estaba en disputa
entre ambos reinos. A Sancho le quedaba tomar Zamora, propiedad de su hermana
Urraca y leal a Alfonso. Finalmente, la muerte (“alevosa” para los castellanos
y “en legítima defensa” para los leoneses) de Sancho II a manos de Vellido
Dolfos en esa ciudad, permitió la reunificación de los reinos bajo Alfonso.
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La carretera y el andadero van separándose del río
Ucieza, que se aleja por nuestra derecha. Al fondo aparece la mole de la ermita
de la Virgen del Río, por la que no pasamos y pronto queda a la vista, a
nuestro frente, otra mole, Santa María la Blanca en
Villalcázar de Sirga
o Villasirga, que levanta claramente sobre el escueto caserío (174 habitantes
en 2023) situado a 808 m de altitud. El nombre le viene del camino de sirga,
camino que los propietarios ribereños a ríos o canales debían dejar para uso
público. La visita comienza algo más tarde así que, por fin, podemos tomar
café, admirando la soberbia estampa de la iglesia desde nuestra mesa, cuando
llevamos poco más de trece kilómetros caminados.
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Fue casa-fortaleza de los Caballeros Templarios, orden
presente especialmente en Tierra de Campos y desde Astorga hasta Galicia, para
protección de los peregrinos. Es un edificio románico de transición, siglo
XIII, de tres naves abovedadas y doble crucero. Al exterior destacan el rosetón
y el conjunto escultórico de la fachada porticada. Alberga una talla gótica de
la Virgen Blanca en el gran retablo y en la capilla de Santiago están los
sepulcros del infante don Felipe (quinto hijo de Fernando III el Santo, hermano
de Alfonso X, perteneciente al Temple, lo que explica su presencia) y su esposa
doña Leonor Ruíz de Castro, y una talla de Santiago del siglo XVI. Alfonso X el
Sabio le dedicó varias de sus Cantigas aludiendo a las curaciones de
peregrinos.
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Al ser más corta la etapa podemos recrearnos
tranquilamente en la visita a la magnífica iglesia, animada por los graciosos
comentarios de la guía. Hay bastantes personas, pero la grandiosidad del templo
permite una visita agradable, sin apreturas, sintiendo el rumor del pasado, que
cotiza más que el presente. Hay pasado en todas partes, está posado sobre
nosotros. Fuera se aprecian los arañazos propinados por el tiempo y el peso
lento de los años a la enorme iglesia. Después, reconfortados por el café y la visita,
salimos del pueblo por el Mesón, con la escultura al Mesonero Mayor del Camino
de Santiago.
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La temperatura ha subido, pero no es alta, ideal para
caminar en esta mañana azul, para seguir recorriendo el andadero al lado de la
carretera que nos lleva hasta Carrión de los Condes, final de la etapa. Pasan
pocos coches, hasta el punto de que un pájaro picotea en el asfalto y, cuando
aparece alguno, con admirable flema, se cambia de carril sin echar a volar. El
trayecto se hace corto y pronto estamos a la vista de
Carrión de los Condes,
aunque la distancia al aire libre engaña y todavía nos cuesta llegar.
Se entra al pueblo por el monasterio de Santa Clara. Aquí
nos detenemos porque los compañeros de etapa se quedan en este albergue.
Nosotros sellamos la credencial, aunque no nos quedamos, y compramos unas
galletas. Damos la última vuelta por el pueblo antes de comer y por la tarde
volvemos a casa, dando por terminado el Camino por este año y guardando las
sensaciones al fondo de la cueva de nuestros recuerdos. Los que no seguimos los
caminos que llevan a Roma, disfrutamos de esta experiencia como de un cuento
del que sabemos el desenlace, pero ignoramos el argumento.
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Han sido unos pocos días agradables, sin sombra, navegando
con la mirada en la llanura castellana, preguntando la ruta al viento, poniendo
los pies en la propia huella, atravesando la topografía recordada, con las
imágenes del paisaje que nos ha visto pasar sucediéndose en la memoria -no
miramos con la persiana de la memoria bajada-, caminando detrás de nuestra
sombra sin alcanzarla en el silencio de las mañanas de cielos despejados por el
viento, aspirando el olor vegetal del campo con las galas de una primavera
llena de lozanía, admirando edificios de muros cansados por el tiempo, pasando
entretenidos las mañanas con los kilómetros recorridos. El pulso late todavía a
buen ritmo en las viejas arterias, pero es una ingenua batalla con las hojas
del calendario, camino del desguace irremediable. Es el relato de un
crepúsculo. No hay otra carrera posible que la carrera de resistencia. Han sido
días de albergue -una ventana abierta al paisaje del Camino- en esta especie de
enfrentamiento entre tradición y modernidad, de convivir con gentes muy
diversas, de españoles venidos de razas antiguas y de una mayoría de extranjeros,
mientras el mundo, que se estrecha quizá demasiado, giraba afuera muy olvidado
de nosotros. Y aquí queda escrito, porque se escribe de lo que se ha perdido.
Pero no ha sido el final del camino.
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