viernes, 24 de mayo de 2024

Isabel Quintanilla


Francisco López, Retrato de Isabel, 1972, madera policromada.

La madrileña Isabel Quintanilla recibió formación en la Academia de Bellas Artes de San Fernando donde conoció a sus compañeros del grupo “realistas de Madrid”. Entre ellos estaba el escultor Francisco López, con el que casó y ambos fueron a Roma, donde López ocupaba plaza de pensionado en la Academia de España. A la vuelta, trabajó como profesora de dibujo y comenzó con exposiciones individuales en Madrid y en varias ciudades alemanas, a las que viajaba con frecuencia. Esta exposición en el Museo Thyssen de Madrid, dividida en varias secciones, es la primera retrospectiva que se dedica a la artista.

 

TEMPRANA DECLARACIÓN DE INTENCIONES.

Quintanilla se decanta por el realismo desde muy pronto. En sus primeras obras pueden ya rastrearse los temas que permanecerán a lo largo de toda su carrera: bodegones, interiores, el jardín y vistas urbanas. Se trata de obras realizadas durante sus años de formación y de su estancia en Italia. De entre las manifestaciones artísticas que descubre en aquel país, es la pintura mural de la antigua Roma lo que más calará en sus trabajos posteriores. Más tarde la artista recordará aquel periodo como un tiempo de descubrimiento y de aprendizaje.

 

Isabel Quintanilla, Bodegón ante la ventana, 1959, óleo sobre lienzo.



Isabel Quintanilla, Vaso con claveles, 1969, óleo sobre tabla.

Algo tan cotidiano como un vaso de agua se convierte en protagonista de gran número de dibujos y óleos de Quintanilla. Son en su mayoría vasos de la marca Duralex. La pintora pone el foco en muchos otros productos cotidianos (limpiador Ajax, Vicks VapoRub, aceite La Española, mermelada Helios) de marcas muy populares. Quintanilla sabe del auge que el arte pop está teniendo, cuya atención se centra en productos de consumo y en el estilo de vida americano, reflejo de lo que aparece en los medios de comunicación de masas.



 

Isabel Quintanilla, La lamparilla, 1956, óleo sobre lienzo.

Isabel Quintanilla, Roma (La casa roja), 1962, óleo sobre lienzo.

De 1960 a 1964, Isabel Quintanilla y su marido, el escultor Francisco López, residen en Roma, donde él tiene una plaza como becado en la Academia de España. Mientras Francisco trabaja en la Academia, Isabel completa su formación visitando la ciudad y sus monumentos. Son años de descubrimiento de otras manifestaciones artísticas y de relación con otros creadores, fraguándose amistad con el arquitecto Rafael Moneo y realizando viajes por otros países europeos. 

 

PINTURA DE PROXIMIDAD.

Para abordar sus pinturas, se va a fijar en su realidad más inmediata. La emoción que le provocan sus objetos más personales es lo que le interesa plasmar. El vaso de Duralex, por ejemplo, es un motivo recurrente a lo largo de toda su carrera, tanto en dibujos como en óleos, del mismo modo que lo son muchos productos cotidianos que nos hablan del estilo de vida de una época en España y que pueden resultar evocadores para el espectador. En todos estos ejercicios hay cierto eco del arte pop.

Sus naturalezas muertas presentan elementos habituales del género como frutas, verduras y otros alimentos, además de menaje de cocina, aunque muchas veces aparecen acompañados por otros objetos tan dispares como un martillo, un bolso, un mechero o un reloj. Por otra parte, la frecuente presencia de los utensilios propios de la costura es un homenaje velado que la pintora rinde a su madre, modista de profesión.

 

Isabel Quintanilla, Cocina I, 1970, Lápiz sobre papel. 

Isabel Quintanilla, Cuarto de baño, 1968, óleo sobre tabla. 


Isabel Quintanilla
, Homenaje a mi madre, 1971, óleo sobre tabla.

La madre de Isabel fue modista y gracias a su trabajo logró sacar a la familia adelante cuando falleció el padre. Quintanilla no pinta en ninguna ocasión a la madre, pero su evocación es constante. Encontramos referencias a la costura en muchas de sus obras en dedales, tijeras, la mesa de planchar y la máquina de coser Alfa, protagonista absoluta de este cuadro.


 

Isabel Quintanilla, La mesa azul, 1993, óleo sobre tabla. 

 

LA EMOCIÓN EN LA AUSENCIA.

A través de su obra podemos realizar un recorrido casi completo por sus talleres y viviendas. La artista comparte con el espectador sus espacios más íntimos y, si bien no vemos presencia humana, aporta información suficiente como para adivinar quiénes son los habitantes de esas estancias. El cambio de la luz con el transcurso del día y el efecto que eso provoca sobre la apariencia de objetos y espacios es algo que fascina a la pintora. El uso de la luz artificial enfatiza la intimidad que busca recrear en muchas de sus obras. 

Isabel Quintanilla, Ventana con lluvia, 1970, óleo sobre lienzo.


Isabel Quintanilla
, Lavabo del Colegio Santa María, 1968, lápiz sobre papel.

A su regreso de Italia, el matrimonio López Quintanilla se gana la vida dando clases de dibujo en el Colegio Santa María, en Madrid. En la Academia de Bellas Artes de San Fernando Quintanilla había obtenido el título de profesora de Dibujo y Pintura, para quien ambas disciplinas estaban al mismo nivel y se servía de las dos para expresar su emoción ante un objeto o lugar.

 

Isabel Quintanilla, Atardecer en el estudio, 1975, óleo sobre tabla. 

Isabel Quintanilla, Interior de noche, 2003, óleo sobre lienzo pegado a tabla.

 

MÁS QUE COMPAÑERAS.

Durante toda su trayectoria, Isabel estuvo acompañada de otras artistas realistas como ella con las que compartió estudios, amistades, galeristas, proyectos… Esas compañeras fueron Amalia Avia, María Moreno y Esperanza Parada.

Aquí no se trata de analizarlas ni de compararlas estilísticamente, sino de hablar de ellas como artistas que coincidieron en un contexto histórico y social complejo para el desarrollo profesional de las mujeres; estas pintoras supieron encontrar el equilibrio entre lo personal y lo profesional y sacar adelante sus carreras. El grupo de los realistas de Madrid fue el primero en España en el que las mujeres, además de superar en número a los hombres, ocuparon un lugar igual de relevante que sus compañeros varones.

 

Esperanza Parada, Bodegón sobre mesa negra, 1959, óleo sobre lienzo.

 

Esperanza Parada, Bodegón con periódico y espejo, 1959, temple y óleo sobre tabla.

 

María Moreno, Bodegón, 1996, óleo sobre lienzo. 

Amalia Avia, La casa de Cristina, 1983, óleo sobre tabla. 

 

PAISAJES QUERIDOS.

Quintanilla sale a la naturaleza para pintar parajes con los que tiene algún vínculo afectivo como son los paisajes castellanos y extremeños en los que la orografía es suave, el horizonte se pierde en la distancia y la luz es cálida y homogénea. Lo mismo le ocurre al abordar las vistas urbanas de Madrid y Roma. Pinta la ciudad siempre desde la lejanía, sin entrar en sus calles, alejada del bullicio y del ajetreo cotidiano. 

Isabel Quintanilla, Roma, 1998-1999, óleo sobre lienzo pegado a tabla.

Isabel Quintanilla, El Jarama, 1966, óleo sobre tabla.

El Jarama (1956) de Rafael Sánchez Ferlosio fue una novela de referencia para todo el grupo de los realistas de Madrid. El tema, la época, el lugar y la forma de relatar un momento concreto coincidía con su forma de entender lo que para ellos era el realismo. Sánchez Ferlosio dijo de su obra que era lo que sucede en un tiempo y espacio acotado, ¿y no es eso lo que ocurre en la pintura de Quintanilla? Isabel pintó este meandro del río Jarama como homenaje al libro, y en la exposición hay numerosas citas del mismo.

 

Isabel Quintanilla, Sierra de Guadarrama, 1990-1991, óleo sobre lienzo pegado a tabla. 

Isabel Quintanilla, Sierra de Santa Cruz, 1998-1999, óleo sobre lienzo.

 

HORTUS CONCLUSUS. NATURALEZA DOMÉSTICA.

El espacio del patio o jardín de su casa y de su estudio es un lugar habitual de trabajo e inspiración para ella. La pintora cultiva especies de árboles y flores que luego va a pintar, como lo hicieron antes grandes artistas como Claude Monet o Gustave Caillebotte. En ese espacio, que es una extensión de la casa, se siente protegida del mundo exterior. Tampoco aquí encontramos presencia humana. Sus primeros patios se remontan a la época de Italia y en ellos se refleja un eco de los frescos de las villas romanas y pompeyanas que tanto le entusiasmaron.

 

Isabel Quintanilla, Jardín, 1966, óleo sobre tabla.


Isabel Quintanilla
, El jardín de la Academia, 1963, óleo y temple sobre lienzo.

Durante los cuatro años que Francisco López disfrutó de la beca en la Academia de España en Roma, Isabel acudía a diario a la sede de la institución para trabajar junto a su marido y aprender del resto de residentes. Los bellos patios de la academia llaman su atención y los pinta a la manera de los frescos que ha podido contemplar en Pompeya y en las villas romanas clásicas, como en Villa Livia en Prima Porta. A Quintanilla siempre le entusiasmaron los rojos vibrantes de esos frescos.

 

Isabel Quintanilla, La higuera, 1995, óleo sobre lienzo. 

Isabel Quintanilla, Entrada de casa, 1987, óleo sobre lienzo.

 

Un audiovisual sobre su vida pone fin a la visita a la magnífica exposición.

 

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