domingo, 5 de mayo de 2024

Camino de Santiago 2024.

Hornillos del Camino – Castrojeriz. 




Esta noche ha helado y el campo está cubierto de escarcha. El viento sopla ligeramente y la sensación térmica es baja cuando empezamos nuestra segunda etapa, que terminará en Castrojeriz tras veinte kilómetros de recorrido. La primera parte del trayecto, hasta Hontanas, transcurre por el páramo amesetado, mientras la segunda parte es más baja.



 





La luz va creciendo mientras salimos de Hornillos y avanzamos por el monte en ligera subida hacia la meseta. Un tiempo después, el sol, que sale tras unos cerros, estiliza nuestras siluetas con sus rayos horizontales mientras caminamos sobre nuestras propias sombras.






En la parte alta se nota más el viento, lo que debe ser una constante en la zona puesto que en lontananza se ven muchos molinos.

 


La meseta está dividida en dos por un pequeño arroyo, de modo que descendemos hasta él y después tenemos que recuperar la altitud. Desde el arroyo parte un camino hacia el sur que lleva al albergue de San Bol, que queda a la vista. Fue una antigua casa de los antonianos dependiente del convento de San Antón, el monasterio de San Boal, San Baudilio. Este albergue depende de Iglesias, poco más allá, pero fuera de la vista.

 

De nuevo en lo alto del páramo, el camino llanea. Aparece a la derecha un albergue solitario que no estaba en otras ocasiones por las que hemos pasado por aquí. Seguimos adelante hasta llegar a Hontanas, pueblo que no es visible hasta no estar prácticamente encima de él. Está acurrucado contra la bajada de la meseta, protegido por los vientos. El clima riguroso fue puesto de manifiesto por el sacerdote boloñés y asiduo peregrino Domenico Laffi, quien relató que los pastores rodeaban sus cabañas con un muro para defenderse de los lobos. Aquí hubo un antiguo hospital de peregrinos en el “Mesón de los Franceses”. Hemos recorrido la mitad de la etapa, 10,5 km, cuando pasamos por la iglesia parroquial dedicada a la Inmaculada Concepción, gótica del siglo XIV.



Desde Hontanas sigue el descenso hasta el fondo del valle por el que discurre el arroyo Garbanzuelo. En el camino hay ruinas como la escueta de San Miguel, un trozo de pared convertido en monolito, una escena borrada del tiempo y la memoria de los vivos. En el arroyo quedan los restos del antiguo molino del Cubo. Hemos avanzado dos kilómetros más, con un andar muy fácil.

 

El momento culminante de la etapa es la vista del convento de San Antón, que fue preceptoría, la casa principal de la Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio en Castilla-León, fundada en 1146 por Alfonso VII. La orden de san Antón fue fundada en el siglo XI por la inesperada curación del hijo de un importante personaje afectado por la enfermedad del fuego de san Antón. La invocación resultó efectiva y la orden se extendió. Un peregrino francés recogió en su diario: “Cortan brazos o piernas y los cuelgan a las puertas del hospital”. En 1791, Carlos III la abolió.




Conservaban una reliquia de San Antonio, anacoreta egipcio del siglo III, y tuvo una presencia singular en el Camino. Se dedicó a la atención médica y se hizo famoso por curar la erisipela, enfermedad gangrenosa llamada “fuego de san Antón” o “fuego sagrado”, consistente en erupciones ardientes y enrojecimientos cutáneos. También curaban una variedad de peste porcina de similares características, el “mal rojo de los cerdos”. De estas actividades se originan dos de los símbolos que acompañan a san Antonio Abad, el fuego y el cerdo, y de ahí el que sea patrón de los animales. Salían al encuentro de los peregrinos animándolos con el canto del “Eultreia”, el gran himno de la marcha peregrinal.

 




El tercer símbolo de los antonianos era una cruz en forma de “tau” (la t del alfabeto griego) que llevaban bordada en sus hábitos y que se ve en los parteluces de las ventanas. Dejamos correr la imaginación tras el eco de los pensamientos y actividades de aquellos monjes.




 



Lo mejor conservado es un doble arco por debajo del que pasa el camino -pasa bajo su propia historia-, la portada de la iglesia y la alacena en la que dejaban comida para los peregrinos que llegaban tarde. Llevamos caminados dieciséis kilómetros y se acerca el final.





El monasterio estuvo bajo protección real, por lo que hay escudos reales en la portada de la iglesia y en las claves de las bóvedas. Lo fundó Alfonso VII en 1146. Las ruinas actuales son del siglo XIV. Eran famosas las ceremonias que hacían los monjes antonianos para bendecir diversos objetos: la Tau (usada por el fundador de la orden en memoria de la liberación de los primogénitos de los hebreos, los cuales tenían sus puertas marcadas con este símbolo; esta Tau libraba de pestilencias a todo el que la llevaba), el pan de san Antonio (elaborado contra enfermedades y peligros, se daba a los peregrinos, se signaba con la Tau), el vino santo (remedio del fuego), etc.

El camino hace un quiebro a la derecha y aparece al fondo Castrojeriz, típico pueblo-sirga trazado por el Camino. Su origen parece ser, como Burgos, el castillo del siglo VIII -Alfonso III-, aunque el nombre deriva de Castrum Sigerici, de reminiscencias visigóticas. En la Edad Media conoció momentos de esplendor, tenía varios hospitales y aquí se establecieron órdenes mendicantes como franciscanos y dominicos (iglesia de Santo Domingo). Entre los franceses se conocía como “castillo de los ratones” por el parecido fonético y los alemanes lo llamaban la ciudad larga.




El edificio que destaca por su tamaño es la Colegiata de la Virgen del Manzano, gótica, con una talla del siglo XIII cantada por Alfonso X en las Cantigas. También tiene un Santiago Peregrino.





Castrojeriz está situado a 804 m de altitud y, en 2023, tenía 763 habitantes. Desde la colegiata, la calle recorre la ladera del cerro en cuya cumbre están los restos del castillo. 






Al final de la larga calle se llega a la plaza Mayor, en el edificio donde estuvo la antigua iglesia de san Esteban, se encuentra el colorista albergue municipal, nuestro destino, al que llegamos con mucha mejor temperatura que a la salida. Como es habitual, en el albergue se entablan amistades efímeras de las que abundan en el Camino.





 

 

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