Maestras.
Hubo mujeres artistas que fueron célebres en su tiempo y después fueron borradas de la historia del arte. Hoy vuelven a ser reconocidas como maestras Artemisia Gentileschi, Angelica Kauffmann, Clara Peeters, Rosa Bonheur, Mary Cassatt, Berthe Morisot, María Blanchard, Natalia Goncharova, Sonia Delaunay o Maruja Mallo.Con casi un centenar de piezas, entre pinturas, esculturas, obras sobre papel y textiles, esta exposición en el Museo Thyssen, comisariada por Rocío de la Villa desde una perspectiva feminista y patrocinada por Carolina Herrera, presenta un recorrido desde finales del siglo XVI a las primeras décadas del siglo XX, a través de ocho escenas relevantes en el camino de las mujeres hacia su emancipación del sistema patriarcal. La conjunción de periodos históricos, géneros artísticos y temas es el eje principal sobre el que se vertebra la exposición, evidenciando cómo estas artistas abordaron cuestiones candentes en su época, tomaron posición y aportaron miradas alternativas.
Fede Galizia, Judit con la cabeza de Holofernes, hacia 1601-1610
La exposición se divide en ocho secciones:
SORORIDAD I. LA CAUSA DELLE DONNE. En el siglo XVII, en Italia, en plena Contrarreforma y en paralelo a los escritos de las autoras de la querella de las mujeres, como Modesta dal Pozzo (Il merito delle donne) y Arcangela Tarabotti (Tiranía paterna), artistas respaldadas por mecenas representan en pinturas de historia figuras mitológicas, heroínas bíblicas y personajes históricos como Judit, Yael, Susana y Porcia. A través de ellas evidencian el silencio impuesto y su exclusión por el discurso patriarcal, que degrada a estas heroínas en historias tergiversadas y pinturas eróticas ofensivas. Lavinia Fontana y Fede Galizia, Artemisia Gentileschi y Elisabetta Sirani conforman tres generaciones de artistas que triunfan con sus versiones castas e inauguran así una tradición alternativa.
Artemisia Gentileschi, Susana y los viejos, 1652
Artemisia Gentileschi, Yael y Sísara, 1620, Museum of Fine Arts, Budapest.
Inspirada en uno
de los pasajes del Libro de los Jueces del Antiguo Testamento, la historia es
muy semejante a la de Judit. Yael es la heroína virtuosa que asesina a Sísara
para salvar a Israel de las tropas de Jabín, rey de Canaán, atravesando sus
sienes. La contundencia de las herramientas utilizadas en el pasaje bíblico
(estaca y mazo), aunque aquí refinadas, se corresponde con la rotunda
composición, en ángulo recto. Yael, con gesto de resignación, parece perforarle
el oído para trepanar la misoginia de la mente de Sísara y ser escuchada.
Mary Beale, El joven Baco, hacia 1679
Giovanna Garzoni, Naturaleza muerta con melón en un plato, uvas y un caracol, hacia 1650.
Las acuarelas y temples de Garzoni fueron denominadas miniature, no por su formato, sino por haber sido realizadas con ayuda de lentes de aumento. De Garzoni se conservan más de medio centenar de bodegones de frutas y plantas a los que la historiadora del arte Mary Garrard no considera naturalezas muertas ni vanitas, sino imágenes sensuales, llenas de vitalidad y que invitan a un optimismo saludable en una época en la que las pandemias hacían estragos y las decoraciones con representaciones de la naturaleza, frutas y flores se creían incluso terapéuticas.
ILUSTRADAS Y ACADÉMICAS. La Ilustración es el tiempo del despertar de las mujeres como ciudadanas en la historia feminista. Ya antes de la caída del absolutismo en Francia, reinas, nobles y salonnières respaldan a las artistas, erigiéndolas como académicas. Pintoras como Élisabeth Vigée-Le Brun, Adélaïde Labille-Guiard, Angelica Kauffmann, y escultoras como Marie-Anne Collot y Anne Seymour Damer, destacan en el género del retrato, expresión de la afirmación del sujeto y de la individualidad en el origen de la Modernidad. Todas representan a mujeres cultas que buscan su identidad en escenarios teatralizados, como las ruinas arqueológicas al pie del Vesubio de Lady Hamilton.
Angelica Kauffmann,
Retrato de mujer en su aseo (Lady Hamilton), 1795
Amigas de María
Carolina de Austria, las pintoras Élisabeth Vigée-Le Brun y Angelica Kauffmann
conocerían a Emma Hamilton en Nápoles y quedarían fascinadas por su belleza y
la retratarían en estas obras de estilo prerromántico. Con sus attitudes,
posturas adoptadas en sus representaciones, mezcla de pose pictórica, danza y
teatro, Lady Hamilton daba vida a estatuas clásicas y cuadros famosos ante sus
invitados, amantes de las antigüedades recuperadas en las cercanas excavaciones
arqueológicas bajo el Vesubio. Envuelta en velos y chales, evocaba imágenes
populares de la mitología grecorromana. En ocasiones, tocaba la pandereta y
bailaba un ritmo ligado a la tarantela, una danza popular ancestral, muy libre
y sensual, que sus invitados creían ver representada en los frescos de Pompeya.
Rosa Bonheur, Pastor de los Pirineos, 1888
Mary Cassatt, Muchacha española apoyada en un alféizar, 1872
Entre 1872 y
1873, Mary Cassatt pasó seis meses en Sevilla, en el palacio de los duques de
Medinaceli, quienes solían alojar amigos, viajeros extranjeros y pintores. A
Cassatt, que trabajaba mucho y salía poco de su estudio, se la llegó a conocer
en la ciudad como “la señora de la Casa Pilatos”. La artista, que admiraba a
Velázquez, Murillo y Goya, parece estar más cerca aquí de la relectura de estos
maestros a través de Manet.
Henriette Browne, Las hermanas de la caridad, 1859
Elizabeth Sparhawk-Jones, La zapatería, hacia 1911
En las últimas
décadas del siglo XIX, los grandes almacenes se convirtieron en territorio
femenino en las principales ciudades, e incluso fueron reflejo y apoyo del
movimiento sufragista, que les amenazó con huelgas de consumo, que éstos
contrarrestaron diseñando accesorios con los colores violeta, blanco y verde,
como bandas conmemorativas, insignias y bolsas para sus manifestaciones
masivas. Sparhawk-Jones se sirvió de los almacenes Wanamaker´s en Filadelfia
para plasmar el doble rol de las mujeres, como trabajadoras y consumidoras, en
un espacio que proporcionaba la ilusión de movilidad social.
Helene Schjerfbeck,
Maternidad, 1886
Valadon retrata en esta obra a su sobrina Marie con su
hija. A pesar de la cercanía de los dos personajes, tanto el desnivel de las
figuras en el espacio como las diagonales en cruz que dibujan las posturas de
sus cuerpos (que, en este caso, se rematan en la muñeca de Gilberte, como si se
tratara de un juego de matrioshka) son aún más elocuentes que la expresión de
sus rostros, de absoluta distancia y separación. Al fondo, dos floreros indican
discretamente las diferentes etapas de la vida, mientras el pequeño cuadro
esbozado junto a Marie recuerda a Degas, maestro de Valadon, de quien aprende
la acentuada perspectiva en contrapicado que plasma en la inclinación del plano
del suelo entarimado. La expresión de aburrimiento y abstracción de la madre
“enjaulada” en la “prisión camuflada” que representa la opresiva sala, es un
alegado explícito contra el concepto del “ángel del hogar”.
Marie Petiet, Las lavanderas, 1882, óleo sobre lienzo, 113 x 170 cm, Limoux, Musée Petiet.
Mary Cassatt, Desayuno en la cama, 1897, óleo sobre lienzo, 58,4 x 73,7 cm, The Huntington Library, Art Museum and Botanical Gardens. Gift of the Virginia Steele Scott Foundation.
EMANCIPADAS. En el siglo XX, al hilo del logro sucesivo del sufragio femenino en los países occidentales, las artistas vanguardistas siguen mostrando la sororidad con nuevos lenguajes artísticos. En el palco de Helene Funke, con guiño a Mary Cassatt, confirma la consciencia de una tradición artística femenina, que continúa mostrando la sororidad en versiones de Jacqueline Marval, Camille Claudel, Marie Laurencin, María Blanchard y Natalia Goncharova. Las modernas Sonia Delaunay y Alice Bailly, entre otras, proponen a través de la pintura-tejido-moda una nueva concepción del arte y su inserción en la vida cotidiana. Y escenas populares, como las Verbenas de Maruja Mallo, reflejan la alegría de las ciudadanas tras la conquista del espacio público.
Helene Funke, En el palco, 1904-07, óleo sobre lienzo, 99 x 90 cm, Lentos Kunstmuseum Linz.
Jacqueline Marval, Las odaliscas, 1902-1903.
Esta gran tela causó un fuerte impacto en su momento. El
enigma que encierra la escena está a la vista: las cinco mujeres representadas
son en realidad autorretratos de la pintora. Guillaume Apollinaire la elogió en
la Chronique des Arts: “la señora Marval ha dado la medida de su talento y ha
logrado una obra de importancia para la pintura moderna”. Con estas odaliscas
occidentales y modernas, Marval subvierte el tradicional erotismo orientalista
de El baño turco de Ingres convirtiendo el tema en una escena de intimidad
entre mujeres al tiempo que se apropia de la estratégica mirada directa al
espectador de una de las protagonistas ensayada ya por Manet en El almuerzo
campestre. ¿Dirige quizá esa mirada femenina a otra mujer como podía ser su
galerista Berthe Weill? Una manera de integrar una mirada en el cuadro que,
después de Marval, adoptaría el joven Picasso, quien también expondrá con
Weill, en Las señoritas de Aviñón.
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