viernes, 19 de enero de 2024

Maestras.

Hubo mujeres artistas que fueron célebres en su tiempo y después fueron borradas de la historia del arte. Hoy vuelven a ser reconocidas como maestras Artemisia Gentileschi, Angelica Kauffmann, Clara Peeters, Rosa Bonheur, Mary Cassatt, Berthe Morisot, María Blanchard, Natalia Goncharova, Sonia Delaunay o Maruja Mallo.

Con casi un centenar de piezas, entre pinturas, esculturas, obras sobre papel y textiles, esta exposición en el Museo Thyssen, comisariada por Rocío de la Villa desde una perspectiva feminista y patrocinada por Carolina Herrera, presenta un recorrido desde finales del siglo XVI a las primeras décadas del siglo XX, a través de ocho escenas relevantes en el camino de las mujeres hacia su emancipación del sistema patriarcal. La conjunción de periodos históricos, géneros artísticos y temas es el eje principal sobre el que se vertebra la exposición, evidenciando cómo estas artistas abordaron cuestiones candentes en su época, tomaron posición y aportaron miradas alternativas.
 

                         Fede Galizia, Judit con la cabeza de Holofernes, hacia 1601-1610 

La exposición se divide en ocho secciones: 

SORORIDAD I. LA CAUSA DELLE DONNEEn el siglo XVII, en Italia, en plena Contrarreforma y en paralelo a los escritos de las autoras de la querella de las mujeres, como Modesta dal Pozzo (Il merito delle donne) y Arcangela Tarabotti (Tiranía paterna), artistas respaldadas por mecenas representan en pinturas de historia figuras mitológicas, heroínas bíblicas y personajes históricos como Judit, Yael, Susana y Porcia. A través de ellas evidencian el silencio impuesto y su exclusión por el discurso patriarcal, que degrada a estas heroínas en historias tergiversadas y pinturas eróticas ofensivas. Lavinia Fontana y Fede Galizia, Artemisia Gentileschi y Elisabetta Sirani conforman tres generaciones de artistas que triunfan con sus versiones castas e inauguran así una tradición alternativa. 

Artemisia Gentileschi, Susana y los viejos, 1652 

Artemisia Gentileschi, Yael y Sísara, 1620, Museum of Fine Arts, Budapest. 

Inspirada en uno de los pasajes del Libro de los Jueces del Antiguo Testamento, la historia es muy semejante a la de Judit. Yael es la heroína virtuosa que asesina a Sísara para salvar a Israel de las tropas de Jabín, rey de Canaán, atravesando sus sienes. La contundencia de las herramientas utilizadas en el pasaje bíblico (estaca y mazo), aunque aquí refinadas, se corresponde con la rotunda composición, en ángulo recto. Yael, con gesto de resignación, parece perforarle el oído para trepanar la misoginia de la mente de Sísara y ser escuchada.



BOTÁNICAS, CONOCEDORAS DE MARAVILLAS.  Durante la época racionalista, cuando se produce la escisión del hombre y la naturaleza tras la revolución científica, comienza un periodo de esplendor artístico para las pioneras del bodegón y de la ilustración botánica, quienes fueron apoyadas por mecenas mujeres; precisamente en el momento en que empezaron a ser expulsadas del conocimiento ancestral de las plantas y sus beneficios, cuando se persigue a las denominadas brujas. Son pintoras e ilustradoras formadas junto a científicos que empiezan a utilizar el microscopio, e interesadas por la entomología, como Fede Galizia y Giovanna Garzoni en Italia y las hermanas Rachel y Anna Ruysch en Holanda, para quienes la vida ejerce poder de fascinación a cualquier escala, refutando el simbolismo religioso de la naturaleza muerta. En torno a la mecenas Agnes Block en su jardín en Vijverhof, al suroeste de Ámsterdam, se reúnen las principales artistas botánicas: Maria Moninckx, Maria Sibylla Merian y su hija Johanna Helena Herolt.

Mary Beale, El joven Baco, hacia 1679 

Giovanna Garzoni, Naturaleza muerta con melón en un plato, uvas y un caracol, hacia 1650. 

Las acuarelas y temples de Garzoni fueron denominadas miniature, no por su formato, sino por haber sido realizadas con ayuda de lentes de aumento. De Garzoni se conservan más de medio centenar de bodegones de frutas y plantas a los que la historiadora del arte Mary Garrard no considera naturalezas muertas ni vanitas, sino imágenes sensuales, llenas de vitalidad y que invitan a un optimismo saludable en una época en la que las pandemias hacían estragos y las decoraciones con representaciones de la naturaleza, frutas y flores se creían incluso terapéuticas. 


ILUSTRADAS Y ACADÉMICAS. La Ilustración es el tiempo del despertar de las mujeres como ciudadanas en la historia feminista. Ya antes de la caída del absolutismo en Francia, reinas, nobles y salonnières respaldan a las artistas, erigiéndolas como académicas. Pintoras como Élisabeth Vigée-Le Brun, Adélaïde Labille-Guiard, Angelica Kauffmann, y escultoras como Marie-Anne Collot y Anne Seymour Damer, destacan en el género del retrato, expresión de la afirmación del sujeto y de la individualidad en el origen de la Modernidad. Todas representan a mujeres cultas que buscan su identidad en escenarios teatralizados, como las ruinas arqueológicas al pie del Vesubio de Lady Hamilton.

 

Angelica Kauffmann, Retrato de mujer en su aseo (Lady Hamilton), 1795


Louise-Élisabeth Vigée-Le Brun, Lady Hamilton como una bacante, hacia 1790-1792. 

Amigas de María Carolina de Austria, las pintoras Élisabeth Vigée-Le Brun y Angelica Kauffmann conocerían a Emma Hamilton en Nápoles y quedarían fascinadas por su belleza y la retratarían en estas obras de estilo prerromántico. Con sus attitudes, posturas adoptadas en sus representaciones, mezcla de pose pictórica, danza y teatro, Lady Hamilton daba vida a estatuas clásicas y cuadros famosos ante sus invitados, amantes de las antigüedades recuperadas en las cercanas excavaciones arqueológicas bajo el Vesubio. Envuelta en velos y chales, evocaba imágenes populares de la mitología grecorromana. En ocasiones, tocaba la pandereta y bailaba un ritmo ligado a la tarantela, una danza popular ancestral, muy libre y sensual, que sus invitados creían ver representada en los frescos de Pompeya.



ORIENTALISMO/COSTUMBRISMO. En pleno periodo colonial, las artistas emprenden viajes y observan con respeto a los no occidentales, en oposición a la sexualización degradante de sus modelos por parte de sus colegas masculinos orientalistas. De camino al norte de África, la cultura española ejerce especial fascinación por su exotismo. A partir de las escenas del paso de los Pirineos realizadas por Rosa Bonheur, pastores, gitanas y campesinos habituales en la pintura costumbrista española serán reinterpretados en clave orientalista en París. Pero a diferencia de los artistas, pintoras como Henriette Browne y Alejandrina Gessler pueden entrar en los harenes, deshaciendo los tópicos eróticos asentados en los salones parisinos.

Rosa Bonheur, Pastor de los Pirineos, 1888 



Mary Cassatt, Muchacha española apoyada en un alféizar, 1872 

Entre 1872 y 1873, Mary Cassatt pasó seis meses en Sevilla, en el palacio de los duques de Medinaceli, quienes solían alojar amigos, viajeros extranjeros y pintores. A Cassatt, que trabajaba mucho y salía poco de su estudio, se la llegó a conocer en la ciudad como “la señora de la Casa Pilatos”. La artista, que admiraba a Velázquez, Murillo y Goya, parece estar más cerca aquí de la relectura de estos maestros a través de Manet.





TRABAJOS Y CUIDADOS. Frente al icono de la campesina o la planchadora solitaria de los pintores, durante el siglo XIX las artistas representan grupos de mujeres trabajando en el campo como Alice Havers y Eloísa Garnelo, o durante su jornada laboral en la ciudad, como Las lavanderas de Marie Petiet. Cuando las propias artistas luchan por su inserción en el sistema artístico, su repertorio abarca desde las mujeres en el papel de amas de casa de Lluïsa Vidal y las cuidadoras de enfermos de Henriette Browne, hasta otras escenas en las que ellas desempeñan oficios diversos, como las pescadoras de Victoria Malinowska. En la ciudad moderna las mujeres reclaman sus espacios, también como consumidoras en los grandes almacenes, como refleja Elizabeth Sparhawk-Jones.

Henriette Browne, Las hermanas de la caridad, 1859 

Elizabeth Sparhawk-Jones, La zapatería, hacia 1911 

En las últimas décadas del siglo XIX, los grandes almacenes se convirtieron en territorio femenino en las principales ciudades, e incluso fueron reflejo y apoyo del movimiento sufragista, que les amenazó con huelgas de consumo, que éstos contrarrestaron diseñando accesorios con los colores violeta, blanco y verde, como bandas conmemorativas, insignias y bolsas para sus manifestaciones masivas. Sparhawk-Jones se sirvió de los almacenes Wanamaker´s en Filadelfia para plasmar el doble rol de las mujeres, como trabajadoras y consumidoras, en un espacio que proporcionaba la ilusión de movilidad social.




NUEVAS MATERNIDADES. La maternidad es uno de los temas más antiguos de la historia del arte. En el siglo XIX, surge el arquetipo de la mujer como “ángel del hogar” para frenar su emancipación, tema al que se oponen pintoras y escultoras de diferentes generaciones, estados civiles y estilos artísticos, innovando e invirtiendo los viejos modelos. Frente a la mistificación de la maternidad y la abnegación de la madre ante el hijo varón, las pintoras Mary Cassatt, Elizabeth Nourse, Paula Modersohn-Becker y Tamara de Lempicka crean nuevas iconografías que muestran con ternura la dependencia absoluta del bebé. Pero también los tediosos cuidados, las cargas domésticas, en definitiva, la dureza anímica y material de la crianza son reflejados por Suzanne Valadon, las finlandesas Helene Schjerfbeck y Elin Danielson-Gambogi, la danesa Anna Ancher y la sevillana María Luisa Puiggener. Incluso aparece la madre como una protectora animal, conectada con la madre tierra, como la representa Käthe Kollwitz en su espléndida escultura Madre con dos niños.

Helene Schjerfbeck, Maternidad, 1886

Suzanne Valadon, Retrato de Marie Coca y su hija Gilberte, 1913 

Valadon retrata en esta obra a su sobrina Marie con su hija. A pesar de la cercanía de los dos personajes, tanto el desnivel de las figuras en el espacio como las diagonales en cruz que dibujan las posturas de sus cuerpos (que, en este caso, se rematan en la muñeca de Gilberte, como si se tratara de un juego de matrioshka) son aún más elocuentes que la expresión de sus rostros, de absoluta distancia y separación. Al fondo, dos floreros indican discretamente las diferentes etapas de la vida, mientras el pequeño cuadro esbozado junto a Marie recuerda a Degas, maestro de Valadon, de quien aprende la acentuada perspectiva en contrapicado que plasma en la inclinación del plano del suelo entarimado. La expresión de aburrimiento y abstracción de la madre “enjaulada” en la “prisión camuflada” que representa la opresiva sala, es un alegado explícito contra el concepto del “ángel del hogar”.



SORORIDAD II. COMPLICIDADES.  Las impresionistas Berthe Morisot, Marie Bracquemond, Louise Breslau y Cecilia Beaux crean nuevas iconografías de la complicidad, la confianza y la amistad entre mujeres, expresada en clave melancólica por la escultora simbolista Marie Cazin. Un mundo privado al margen de la mirada masculina en el que germina el anhelo de libertad. 

Marie Petiet, Las lavanderas, 1882, óleo sobre lienzo, 113 x 170 cm, Limoux, Musée Petiet. 



Mary Cassatt, Desayuno en la cama, 1897, óleo sobre lienzo, 58,4 x 73,7 cm, The Huntington Library, Art Museum and Botanical Gardens. Gift of the Virginia Steele Scott Foundation. 






EMANCIPADAS. En el siglo XX, al hilo del logro sucesivo del sufragio femenino en los países occidentales, las artistas vanguardistas siguen mostrando la sororidad con nuevos lenguajes artísticos. En el palco de Helene Funke, con guiño a Mary Cassatt, confirma la consciencia de una tradición artística femenina, que continúa mostrando la sororidad en versiones de Jacqueline Marval, Camille Claudel, Marie Laurencin, María Blanchard y Natalia Goncharova. Las modernas Sonia Delaunay y Alice Bailly, entre otras, proponen a través de la pintura-tejido-moda una nueva concepción del arte y su inserción en la vida cotidiana. Y escenas populares, como las Verbenas de Maruja Mallo, reflejan la alegría de las ciudadanas tras la conquista del espacio público. 

Helene Funke, En el palco, 1904-07, óleo sobre lienzo, 99 x 90 cm, Lentos Kunstmuseum Linz. 

Jacqueline Marval, Las odaliscas, 1902-1903. 

Esta gran tela causó un fuerte impacto en su momento. El enigma que encierra la escena está a la vista: las cinco mujeres representadas son en realidad autorretratos de la pintora. Guillaume Apollinaire la elogió en la Chronique des Arts: “la señora Marval ha dado la medida de su talento y ha logrado una obra de importancia para la pintura moderna”. Con estas odaliscas occidentales y modernas, Marval subvierte el tradicional erotismo orientalista de El baño turco de Ingres convirtiendo el tema en una escena de intimidad entre mujeres al tiempo que se apropia de la estratégica mirada directa al espectador de una de las protagonistas ensayada ya por Manet en El almuerzo campestre. ¿Dirige quizá esa mirada femenina a otra mujer como podía ser su galerista Berthe Weill? Una manera de integrar una mirada en el cuadro que, después de Marval, adoptaría el joven Picasso, quien también expondrá con Weill, en Las señoritas de Aviñón.

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