martes, 2 de enero de 2024

Hoz del Jarama.

 


Un buen día anticiclónico, una prometedora mañana, es un momento adecuado para cerrar el año, un fin de año senderista. El ruido social de todo tipo se apaga en el silencio del monte. En este día elegimos un paseo ya hecho en otras ocasiones y en otras estaciones del año, por lo que la ruta parece diferente. El objetivo son las hoces del Jarama, con inicio en Retiendas, pequeño pueblo (54 habs en 2023) situado a 898 m de altitud. La ruta es Retiendas – Puente de Valdesotos, marcha lineal, por lo que se vuelve por la misma senda. Los datos de la caminata son: 14 kms, 3 h 25´, altitud máxima 882 m, altitud mínima 804 m, desnivel 298 m.

Llegamos, desde el fondo de la mañana, a Retiendas, uno de los últimos reductos de la presencia humana, que va saliendo de su sueño, despertando con su tranquilo encanto. Es de origen medieval, ligado al monasterio de Bonaval, muy cercano, junto a la vega del río Jarama, fundado en 1164 por la Orden del Císter. El pueblo consiguió su independencia de la villa de Tamajón en 1818. Hablamos con un señor del pueblo que nos indica el actual aparcamiento, distinto de otras visitas. Alzando la mirada hacia el cielo limpio de la mañana, comenzamos. La salida es la misma, hacia el cementerio por la carretera que lleva al lado el arroyo del Buitar. Algo más adelante, un desvío nos adentra en un camino de tierra en muy buen estado por el que no circulan vehículos, pues está cerrado con una cadena. Nos entregamos dócilmente al camino en lo que va a ser un paseo contemplativo. El camino gira a la derecha, en dirección al monasterio de Bonaval, que aparece en el escudo del pueblo, pero el estrecho sendero por el que continuamos sigue a la izquierda.

El espacio se estrecha y vamos por la umbría, sobre el hueco profundo de sombra. La mañana es azul, fría y el suelo está helado. La naturaleza está dormida, el campo todavía no despierta al día. Corre el invierno. El sol blanquiazul de esta mañana apenas tiene fuerza. El aspecto es muy sombrío, con una pobre luz fría, grisácea, por lo que haremos las fotografías a la vuelta, unas fotografías de tan maravillosos paisajes que pueden quedar sintetizadas conceptualmente en un breve texto que quizá no les haga justicia. La mitad del camino se cumple en el puente de Valdesotos, la arquitectura del paisaje, al que se llega desde el final del sendero, cruzando el puente sobre el Jarama y haciendo un breve tramo por la carretera.

En un paraje maravilloso, en el entorno del bosque de ribera con pequeñas tierras de labor y olivares, salvando unos cortados calizos en los laterales, cruzando el cañón, en medio de una panorámica espectacular, se ubica el puente, al que se accede por una escalera desde la carretera de Valdesotos. Este emblema de la arquitectura rural no es romano, sino medieval, del siglo XII en adelante. Está construido en roca caliza y tiene tres ojos, uno central de mayor tamaño y arco apuntado, y dos laterales en arco de medio punto. Tiene buena sillería en los arcos y sillarejo en el resto y en el pretil. El perfil es de ligero lomo de asno y el suelo está empedrado. Lo cruza el viejo camino que sube entre las rocas y que va a Puebla de Valles.

El regreso es por el mismo camino. Después del puente se llega a una antigua zona de olivar, ahora abandonada y con otra vegetación adueñándose del espacio. En todo el camino hemos visto los árboles vestidos de líquenes, un bioindicador de la alta calidad del aire y los añosos olivos también tienen líquenes adheridos a sus ramas. El olivar se intercala en el robledal, que abraza con su desnudez la senda que está ahora a poca altura sobre el río, aunque va aumentando casi imperceptiblemente hasta un promontorio rocoso de alma caliza, con cuevas, un paisaje arquitectónico que permite un estrecho paso entre una breve vegetación y algo de musgo que ofrecen distintos tonos de verde, algunos frescos y llamativos. El sendero prosigue entre los espesos robles por una zona llana, acosado y, al mismo tiempo, protegido por el bosque. Sobre la marcada senda los árboles cruzan sus ramas, se entretejen formando una masa casi única que se aferra tenazmente a la ladera. El invierno ha desnudado sus ramas y las copas aparecen ateridas. Seguimos atravesando la penumbra del bosque silencioso, que oculta nuestra presencia, que se adueña de la tierra, que se traga toda la visión del mundo que nos rodea.


Poco después el bosque se abre, los árboles ralean, y los que se encuentran solitarios, algunos magníficos, robles y encinas, presentan un mayor porte y un acabado más escultórico. Estos árboles tienen la fuerza de los grandes sueños. Algunos árboles aislados, como los enebros, mantienen intacto su verdor. La senda, aunque con un desnivel pequeño, está ahora a mayor altura hasta el río mientras sigue atravesando el robledal umbrío, con una gran perspectiva de troncos. El bosque de robles baja a beber hasta las aguas del río.

 


El bosque nos absorbe, desaparecemos en él rodeados por el silencio; engulle la pista y nos mantiene separados de la humanidad; se abre ante nosotros y se cierra a nuestra espalda. Monotonía de silencio y de bosque. Entre las ramas desnudas de los árboles se ven los riscos, con buitres vigilantes en la parte alta. Primero estaban en la margen derecha del Jarama, al sol, después han sobrevolado la zona y ahora se han pasado a los roquedos en alto de la margen izquierda. La mañana va avanzando, el sol sigue su lento ascenso en el cielo e ilumina tramos de la hoz que antes estaban en sombra produciendo un violento contraste. Como telón de fondo, a pesar de que el valle no se entrega abierto a la vista, una pared rocosa en lo alto, bien visible en su verticalidad al no tener vegetación, cierra la curva panorámica.


 

La temperatura ha ido aumentando, el suelo se va deshelando y, en algún punto, hay algo de barro. En otras zonas, en cambio, hay mucho musgo, aunque se ve todo muy seco porque hace tiempo que no ha llovido. Plantas resecas y humildes que resisten el paso de las estaciones. La altura desde la senda hasta el río va disminuyendo. En algún breve tramo del sendero todavía el suelo está forrado de las hojas caídas de los robles, que forman un tapiz, y cede mullido bajo las pisadas. Cuando tenemos el valle completamente de frente, se alcanza a entrever el Ocejón, el pico que señorea la zona, entre las ramas de los árboles. Los buitres siguen vigilando nuestro paso desde lo alto.

El río está cada vez más cerca y una pared, construida a modo de acueducto, lleva una acequia en su parte superior. Estamos en el desvío al monasterio y nos dirigimos a la izquierda, al río, rodeando una propiedad privada, con señales que lo avisan. Sobre el Jarama había una sencilla pasarela, construida con varios troncos y unas tablas por encima, que tenía una gran utilidad y permitía realizar caminatas circulares desde el puente de Valdesotos para salir en este punto. Un mastín llega al otro lado del río, desde una finca ganadera, y nos ladra amenazador. No somos bienvenidos y se comprende el destino de la pasarela. Inopinadamente, un gran jabalí sale de detrás de unos arbustos junto al río y emprende una rápida huida río arriba. Sólo nos da tiempo a ver que es de un color marrón algo claro, con aspecto de oso. La vida salvaje bulle en la zona.



Volvemos sobre nuestros pasos para ver las ruinas monásticas de Bonaval, cuyas puertas y ventanas están abiertas a todos los vientos y a toda la historia. Aunque el pasado parece que se ha echado a perder, esperemos que no definitivamente, da una gran sensación de equilibrio. Arte, historia y espiritualidad inundan estos espacios monumentales. Los esplendores medievales quedaron atrás, y su falta de función ha arruinado el complejo, a pesar de lo cual, los monumentos se conservan donde los hombres han perecido. Es la pervivencia de la Historia. Viejas sombras del pasado que permanecen.



 

Un plano del año 820 es el prototipo de un monasterio planteado de acuerdo con la Regla Benedictina. Contiene todo lo necesario para la vida del monje, de modo que no es necesario salir del mismo: edificios religiosos, claustro, talleres, zonas verdes, terrenos agrícolas, zona de huéspedes y peregrinos, bodega, zona para los legos, cocinas, refectorio, etc.

El movimiento monástico Cisterciense tomó gran impulso en Francia en 1098, cuando un grupo de monjes del monasterio Cluniacense de Molesmes, abandonó su comunidad para formar una nueva en la localidad de Citeaux (Cister). Se consideró que era necesaria una vuelta al rigor de los primeros tiempos. La nueva orden se basó en los principios del abandono de todo signo externo de riqueza y en el propio trabajo para conseguir su subsistencia. Será el famoso “ora et labora” que distinguirá a los monjes. Su arquitectura se regirá por el denominado “Cuadrado Monástico” y las indicaciones de Bernardo de Claravall (sobre todo a imagen de Fontenay, considerado como el más puro tipo cisterciense). El estilo gótico cisterciense es un arte de formas elevadas, desnudas, en la búsqueda de la expresión de un ideal de belleza, apropiado para la contemplación (los monjes vestían de blanco).

Los monasterios del Císter se situaban en zonas poco acogedoras, pero con abundancia de agua. Normalmente el sitio elegido era un lugar boscoso y aislado por montañas. Las ruinas del viejo monasterio de Bonaval se encuentran en el corazón de un valle profundo y escondido entre robles y encinas, atravesado por las aguas del Jarama. El río traza una hoz impresionante y sinuosa, hogar del buitre. El monasterio se establecía en unas tierras compuestas por un valle fértil regado por el río Jarama con abundantes bosques y pastos para proporcionar madera, carbón y alimento para el ganado, además de canteras de piedra cercanas -Tamajón- para construir el monasterio.

Fue fundado en 1164 y Alfonso VIII ratificó sus privilegios en 1175. Fue el primer monasterio cisterciense fundado por este monarca y la sexta fundación de la Orden en Castilla después de Sacramenia (1141), Valbuena (1143), Huerta (1144), La Espina (1147), Rioseco (1148). Se trataba de extender la Orden por las tierras al sur del Sistema Central. Se hicieron reformas en el siglo XVII y, gracias al aislamiento del lugar, el monasterio sobrevivió a la guerra de Sucesión. José Bonaparte suspendió las Órdenes sometidas a regla, por lo que fue abandonado en 1808, aunque la comunidad regresó en 1814 para ver el monasterio expoliado y saqueado. Durante el Trienio Liberal fue de nuevo abandonado en 1821 y desde 1825, desamortización de Mendizábal, se puso fin a la vida monástica. Después pasó a propiedad privada. 

 

En la actualidad está declarado Bien de Interés Cultural y en proceso de restauración. Las obras no han superado la Fase O, de emergencia, limitándose a asegurar las estructuras para impedir nuevos derrumbes, a detener la ruina. Los restos que subsisten datan del siglo XIII: ábside, sacristía, crucero, nave meridional de la iglesia, algunos muros de otras dependencias.




La Iglesia. Construida sobre una primitiva capilla levantada probablemente en el último cuarto del S. XII, a ésta se le adosaron otras dos, la capilla central y la capilla del Evangelio. Los muros de la iglesia son de sillería con cubiertas de crucería en las naves y de cañón en el crucero.



 




Ábside de la Iglesia. En su momento tuvo tres ábsides, los laterales cuadrangulares y el central hexagonal con bóveda nervada, y contrafuertes escalonados en los vértices que delimitan tres paños. En cada uno de ellos se abren largos ventanales con arcos apuntados que apoyan sobre columnas esbeltas y capiteles vegetales con decoración exterior de puntas de diamante.


 



Portada de la Iglesia. Se abre en el brazo sur del crucero y está compuesta de cuatro arquivoltas de bandas paralelas y guardapolvos decorado con puntas de diamante, muy abocinadas, que apoyaban sobre cuatro columnas y capiteles con decoración vegetal. Sobre la puerta se abre un gran ventanal descentrado, de arco apuntado con el exterior decorado con arquillos ciegos y en su interior dos arcos apuntados, posiblemente con un óculo en el centro.


 





Cuerpo saliente a modo de torre. Situado junto a la portada, acoge la escalera de caracol, iluminada por tres saeteras que da paso al piso superior.




 





Sacristía. Planta rectangular, orientada al este y adosada al ábside del norte con cubierta con bóveda de cañón.






                                                         Reloj de sol sobre el pórtico sur



De vuelta al pueblo, unas cárcavas destacan con su color anaranjado sobre el verde oscuro de la vegetación. Como el monasterio, hemos estado al otro lado del tiempo y de la historia, pero ahora volvemos al siglo. Hemos atravesado el paisaje como un trozo de río. Hay que recuperar fuerzas y el sitio más cercano para comer es Tamajón. Después, cuando la adusta tarde invernal se nos echa encima, volvemos a casa.

 

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