Lo oculto.
Las obras de arte de las colecciones Thyssen-Bornemisza que se reúnen en esta exposición presentan algún rastro de lo oculto. En ellas se han rastreado los códigos de la tradición esotérica escondida en detalles que pasan inadvertidos y que sirven para proponer una lectura nueva y heterodoxa. Estos saberes ocultos han soportado siempre un entorno cultural hostil, dominado por la religión hegemónica primero y, más tarde, por el racionalismo y el positivismo. Si han logrado su supervivencia es gracias al camuflaje, encontrando un terreno ideal para sus mensajes cifrados en las artes visuales. Por lo oculto, o por “ciencias ocultas” se entienden las “prácticas y conocimientos misteriosos, como la magia, la alquimia, la astrología, etc., que, desde la antigüedad, pretenden penetrar y dominar los secretos de la naturaleza” (RAE).La exposición se organiza, siguiendo las principales corrientes y disciplinas incluidas en la tradición de lo oculto, en siete secciones: Alquimia, Astrología, Demonología, Espiritismo, Teosofía, Chamanismo, Sueños-Oráculos y Premoniciones.
1.ALQUIMIA.
Las rocas fantásticas en los
fondos de paisaje de la pintura renacentista -especialmente de la Escuela de
Ferrara- pueden aludir a explotaciones mineras, vinculadas en la época a las
investigaciones alquímicas. La alquimia reaparece con fuerza en el arte del
siglo XX, por ejemplo, en Max Ernst o en Lucio Fontana.
Marco Zoppo, San Jerónimo en el desierto, c. 1450-1455, técnica mixta sobre tabla, 39x29 cm
El santo (reconocible por el león, los libros y el capelo cardenalicio) está meditando ante la cruz. Se dibuja muy detenidamente la masa rocosa del fondo. La potencia del dibujo se suaviza por una gama cromática reducida a grises, azules y verdes, especialmente en el suave paisaje más alejado. Sólo destaca el rojo del capelo.
Max Ernst, Árbol solitario y árboles conyugales, 1940, óleo sobre lienzo, 81,5x100,5 cm.
Ernst utilizó, a finales de los años 30, la técnica de la decalcomanía, práctica semiautomática que distribuía los colores al azar, y que había sido usada por los surrealistas. Los árboles son cipreses que parecen formaciones volcánicas o estalagmitas, aunque cargadas de simbolismo complejo. Entre las formaciones pétreas pueden apreciarse imágenes como rostros, un desnudo femenino, una cabeza de caballo, etc. El resultado parece una doble visión, de paraíso y de apocalipsis.
Francesco del Cossa, Retrato de un hombre con una sortija, c. 1472-1477, óleo sobre tabla, 38,5x27,5 cm.
Roelandt Savery, Paisaje montañoso con un castillo, 1609, óleo sobre tabla, 45,6x63 cm
Cosmè Tura, San Juan Evangelista en Patmos, hacia 1470-1475
Max Ernst, Treinta y tres muchachas salen a cazar la mariposa blanca, 1958, óleo sobre lienzo
Lucio Fontana, Venecia era toda de oro, 1961, pintura alquídica sobre lienzo.
2.Astrología.
Las
obras de arte de distintas épocas contienen infinidad de huellas sobre el
interés por los cuerpos celestes y su influencia en la vida humana: un zodiaco
en una tabla religiosa, un horóscopo en un retrato, el mito del nacimiento en
una constelación, etc. Artistas como Miró, Cornell, Matta, etc., serán
apasionados de las estrellas y sus figuras virtuales.
Matthäus Schwarz, que había sido ennoblecido por Carlos V, aparece en un rincón cuyo fondo se divide entre una cortina y una ventana que da acceso a un paisaje de riscos bajo una fuerte tormenta. Viste moda española, de color negro que parece austero, pero que denotaba riqueza. Hay muchos símbolos. Además del negro, constancia, también aparece el verde, que significa suerte. La copa de vino es un indicio de la profesión de su padre. En el Renacimiento, los poderosos llevaban anillos en el dedo índice, como indicador de poder. Este personaje lleva tres piedras, berilos, la piedra del vidente, lo que recomendaban los astrólogos a principios del siglo XVI. Resulta un retrato doble, el cuerpo, lo visible, y el alma, lo invisible, gracias a los detalles. El voluminoso cuerpo ocupa toda la superficie. Aparecen unos libros a la derecha. En el alféizar de la ventana se ve la copa de vino y una hoja con datos astrológicos sobre el personaje, algo inusual. Un horóscopo, trazado en oro en el paisaje, completa el cuadro.
Joan Miró, Campesino catalán con guitarra, 1924, óleo sobre lienzo, 147x114 cm.
Tras su contacto con poetas y artistas dadaístas y surrealistas Miró simplificó sus obras, abandonando la realidad exterior y creando un personal lenguaje de signos. El payés esquematizado, de cuerpo entero y con barretina, se contrapone al intenso azul del fondo, que elimina cualquier referencia espacial.
Hundertwasser (Friedrich Stowasser), Sol y luna. Los Aztecas, 1966, técnica mixta, 79x115 cm
Charles Ephraim Burchfield, Orión en invierno, 1962, acuarela sobre papel, 122x137 cm
Joan Miró, El pájaro relámpago cegado por el fuego de la luna, 1955, óleo sobre cartón
Georgia O´Keeffe, Calle de Nueva York con luna, 1925, óleo sobre lienzo
Sebastiano Ricci,
Neptuno y Anfitrite, óleo sobre lienzo
3.Demonología.
La fascinación por las variedades
de lo demoníaco recorre toda la historia de la iconografía cristiana. Aparte de
los diablos etiquetados como tales, en la pintura del Renacimiento y el Barroco
hay una plétora de rostros grotescos, indicios de “mal de ojo” y otras
presencias inquietantes que encarnan las asechanzas del Maligno.
San Antonio Abad fue un santo popular durante la Edad Media, venerado popularmente por sus poderes sanadores vinculados a enfermedades contagiosas como la lepra, la peste, la sífilis o el llamado mal de los ardientes. San Antonio, a lo largo de su vida ascética en el desierto, fue tentado y atormentado por el demonio. En esta ocasión, Lucifer pone a prueba al santo con uno de los siete pecados capitales: la lujuria. San Antonio aparece arrodillado, en posición orante, vestido como monje. Las mujeres destacan por su luminosidad, llevan llamativas joyas y visten un fino velo que deja entrever sus cuerpos. En el paisaje hay animales irreconocibles, que recuerdan a El Bosco. El conjunto está dominado por tonos terrosos y grises.
George (Georg Ehrenfried Grosz) Grosz, Metrópolis, 1916-1917, óleo sobre lienzo, 100x102 cmLos artistas plasmaron, a principios del siglo XX, la transformación de las ciudades en grandes metrópolis. Era un tema apasionante y Grosz retrata los cambios de Berlín durante la I Guerra Mundial. El estilo es expresionista, con el rojo como color dominante. La escena parece usar los recursos del cubismo y futurismo, como una perspectiva muy forzada y la superposición de figuras, para mostrar la aceleración de la vida urbana, pero no con una visión triunfalista, sino inquietante y apocalíptica, evidenciando la alienación y el camino a la autodestrucción.
Peter Paul (taller de) Rubens, San Miguel expulsando a Lucifer y a los ángeles rebeldes, c. 1622, óleo sobre lienzo, 149x126 cm
José de (llamado “el Españoleto”) Ribera, La Piedad, 1633, óleo sobre lienzo, 157x210 cm
Hans Baldunggrien, Adán y Eva, 1531, óleo sobre tabla, 147,5x67,3 cm
Alberto Durero, Jesús entre los doctores, 1506, óleo sobre tabla, 64,3x80,3 cm
Lucas el Viejo Cranach, La ninfa de la fuente, c.
1530-1534, óleo sobre tabla, 75x120 cm
4. Espiritismo.
El ocultismo renació en el siglo
XIX bajo la forma de una obsesión por la comunicación con los espíritus de los
muertos. La pintura de fin de siglo, con sus figuras sonámbulas en ambientes
crepusculares o nocturnos, evoca a menudo la atmósfera de las sesiones
espiritistas.
Composición muy densa, con multitud de elementos (lámpara colgada, espejo, tren) sencillos y reales que dan un resultado irreal, como si fuera poesía. Todo en el cuadro está paralizado, inanimado, se nota la ausencia de vida. En las casas hay luz, pero no parece haber ningún ser humano. Parece una escena teatral, sin vida. Delvaux quizá quiere revelar el misterio, fundiendo el mundo natural y el onírico. No hay tiempo, sólo expresividad y evocación poética, el significado real de la obra.
Este cuadro es un ejemplo del estilo personal de Grimshaw, especializado en pintar avenidas iluminadas por la luz de la luna, calles en sombra, caminos mojados por la lluvia, etc., a menudo incorporando alguna figura solitaria, transmitiendo una sensación de aislamiento, pero también de libertad, en un planteamiento romántico. El desarrollo de las ciudades inglesas, a lo largo del siglo XIX, gracias a la industrialización creó barrios periféricos residenciales, con casas protegidas por altos muros. La seguridad de la casa y de los valores familiares (santidad del matrimonio, hijos, familia) era vital en la sociedad victoriana. Este tipo de cuadros no reflejaban el entorno de las fábricas donde se trabajaba en condiciones muy duras.
Edvard Munch, Encuentro en el espacio, 1899, Xilografía a tres colores sobre papel, 18,5x25,5 cm
Martin Johnson Heade, Pantanos en Rhode Island, 1866,
óleo sobre lienzo
5.Teosofía.
Fundado en 1875 por Helena
Blavatsky, el movimiento teosófico combinaba elementos de la tradición
esotérica occidental con religiones y filosofías orientales. A comienzos del
siglo XX disfrutó de una enorme influencia cultural e inspiró a los pioneros del
arte abstracto como Kandinsky y Kupka, Balla y Severini, Mondrian y Van
Doesburg.
Kandinsky quiso crear un equivalente de la música en la pintura a través de un estilo que fuese capaz de evocar emociones, alejado de la realidad exterior, expresión de la fuerza interior del artista. Así, desde 1910, llegó a la plena abstracción y fue pionero del arte no-objetivo. En este cuadro, tres grandes manchas ovoides ocupan el centro, compactas, en colores planos azul, verde y rojo, que enfatizan la simbología divina del número tres. A su alrededor, una serie de formas fluctuantes de intensos colores, superpuestas, ocupan el espacio. Todo transporta a un universo personal de aspiración espiritual y mística.
Kupka experimentó con la pintura abstracta de un modo muy personal, aunque coincidía con Kandinsky en la capacidad de expresarse a través de valores formales, sin necesidad de copiar la realidad exterior, que tenía la pintura, al igual que la música. La disposición dinámica de esta composición se equilibra por un eje vertical, quizá consecuencia de obras naturalistas más tempranas. Algunos elementos parecen converger en un punto focal.
Piet Mondrian, Composición de colores / Composición nº 1 con rojo y azul, 1931, óleo sobre lienzo, 50x50 cm
Oskar Schlemmer, Formación. Tripartición, 1926, acuarela y lápiz sobre papel, 55,7x35,2 cm
Giacomo Balla, Manifestación patriótica, 1915, óleo sobre lienzo
6.Chamanismo.
El artista de vanguardia se
identifica con la figura del chamán, mediador espiritual y sanador en muchas
culturas. Picasso, Chagall, Kandinsky o Pollock son casos notorios de
apropiación de objetos y rituales chamanísticos.
La figura femenina que abraza amorosamente al animal se suele identificar con un arlequín. Al fondo de la composición, otras dos parejas de amantes abrazados continúan el juego amoroso. El gallo tenía un significado simbólico por su papel en los ritos religiosos como personificación de las fuerzas del sol y del fuego. El colorido resplandeciente quizá está relacionado con su amistad con el matrimonio Delaunay.
Pablo (Pablo Ruiz Picasso) Picasso, Estudio para la cabeza de “Desnudo con paños”, 1907, acuarela y gouache sobre papel marrón, 31x24,5 cm
La influencia de la escultura africana se hace patente en la abstracción radical de las formas y en la manera de geometrizar las facciones del rostro, alargadas como las máscaras primitivas. Rayas paralelas en diferentes direcciones crean el volumen y los contornos se delimitan por una gruesa línea negra. El artista inicia el camino hacia el lenguaje cubista.
Wassily Kandinsky, En el óvalo claro, 1925, óleo sobre cartón, 73x59 cm
Los surrealistas se
apasionaron por el ocultismo y adoptaron sus prácticas, aunque no
necesariamente sus creencias. Investida de aparente rigor científico por el
psicoanálisis, la interpretación de los sueños ocupa un lugar central entre sus
obsesiones, especialmente vinculada a las premoniciones y los poderes de los
videntes. Las obras de Dalí, Ernst, Tanguy o Delvaux conviven en esta sección
con artistas difíciles de encasillar como Schad, Balthus o Bacon.
Un espacio vacío envuelve al modelo, que aparece aislado. Se trataría de George Dyer (1934-1971), un excriminal casi analfabeto que fue amante de Bacon durante varios años hasta que acabó suicidándose con una sobredosis de drogas. Aparece sentado en una silla giratoria frente a su propia imagen reflejada en un espejo extraño. Un halo de luz circular agudiza la violencia y brutalidad de la imagen, con la cara de la figura retorcida por un espasmo. Al contrario, la cara reflejada en el espejo no sufre esas distorsiones, aunque está dividida en dos por una franja que parece un reflejo en el cristal.
La composición, una figura femenina desnuda delante de un espejo, es habitual en el pintor. El espejo, su simbolismo, ha sido un frecuente recurso alegórico al ser fuente de conocimiento, el instrumento que nos descubre nuestra propia conciencia. Lo curioso es que la joven no mira al espejo, mientras que su imagen sí la mira a ella. Parecen dos mujeres reales, ya que tienen miradas independientes. El espejo será, para Delvaux, una forma de abrir la imaginación, de buscar un mundo más realista que la propia realidad.
Christrian Schad, Retrato del Dr. Haustein, 1928, óleo sobre lienzo, 80,5x55 cm.
Balthus, La partida de naipes, 1948-1950, óleo sobre
lienzo, 140x194 cm
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