martes, 29 de agosto de 2023

 A orillas del Henares.

1.- INTRODUCCIÓN.

1.2.- EL RÍO.

 

Nacimiento del río Henares

Hay muchas definiciones de río, pero todas llevan implícita la idea de vida. El río es vida. “La vida, ese río que nos lleva” (José Luis San Pedro). Desde siempre ha sido, como dijo Julio Caro Baroja, fuente de riqueza y civilización, ancha calzada de comunicación y cultura; desde siempre ha propiciado el ajuste al suelo de la huella humana, ha sido compañero del brote inicial del hombre. El río tiene el poder de atraer a todas las criaturas a sus orillas. El río, esfuerzo geológico creador, arquitecto de la naturaleza, elemento articulador del paisaje, revitalizador de los cuerpos y relajador y aclarador de las mentes, cuyo “sonido se inserta en el silencio en lugar de romperlo” (Marguerite Yourcenar).

El río, la más antigua canción de la tierra, caudal de vida, oasis de verdor, corriente viva, sangre de la tierra, camino de agua, líneas del corazón y de la vida de los valles, incesante pasar y mudanza. La fresca corriente, el juego del agua, la secreta sabiduría, la paciente cadencia del río, pueden constituir la mejor imagen de nuestra andadura renovada. Paradigma de la frescura y la pureza, símbolo de la eterna juventud, de renovación constante. La llamada del río nos da idea de regeneración. Recordemos, con Heráclito, que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Metáfora de la vida misma: no se puede mantener un relato lineal, la vida es curva y serpentea como el río.

Como no podía ser de otra forma, los poetas han cantado al río. Jorge Manrique elevó la vida a la categoría de río y unidos quedan los nombres de Gerardo Diego y Duero, Góngora y Guadalquivir, Zorrilla y Tajo, Verdaguer y Freser. Acaso sean ellos los que mejor han entendido su profundo sentido, como el que escribió “La felicidad es de aquel que no ha visto más río que el de su tierra”, al que tampoco le gustaba viajar.

José Saramago advierte que “Los ríos no necesitan a los hombres, son éstos los que necesitan a aquéllos”. Evitemos que esta necesidad impida lo que nos dice Jorge Guillén en un maravilloso verso, que “el río se da y perdura”.

  

MITOLOGÍA.

 

Río Salado

El río está presente en las mitologías de todos los pueblos, lo que constituye una muestra de su importancia. En muchos casos se humaniza en forma de dioses o diosas como Ea en Sumer o Anahita en Persia. En Grecia, Tetis se casó con Océano y le dio más de tres mil hijos, todos los ríos del mundo, y otras tantas hijas, las Oceánidas, que presiden las fuentes. Dioses-río intervienen en los ciclos heroicos, como Aqueloo -cuyas hijas son las sirenas-, que luchó contra Heracles. Io, amada por Zeus, era hija del dios-río Inaco; el hijo de ambos, Epafo, se crió en Egipto donde se casó con Menfis, hija del dios-río Nilo.

Los ríos chinos surgieron de las lágrimas de P´an-ku, que enlazaba el cielo, yang, y la tierra, yin. La Vía Láctea se consideraba un río, Hun, que se hace corresponder al río Amarillo. En Ghana y Costa de Marfil, Tano, dios fluvial, delimitó los ríos tras pasar de la sequía a la inundación. El dios Schango tenía tres mujeres: la primera, Oya, se convirtió en el Niger al desaparecer el dios; la segunda, Oschún, también es una divinidad fluvial; la tercera, Oba, se convirtió en río al ser repudiada.

Además de dioses o diosas de variada importancia, aparecen otros personajes menores, genios, como los nilos, que representaban entidades geográficas en Egipto, las Mami-Wata o sirenas que seducían a los marinos con sus cantos y sus promesas en el río Zaire, o espíritus, muy abundantes en las mitologías germana (ninfas del Rhin, tesoro de los Nibelungos), eslava, siberiana o de los indios de América del Norte. También las lamias o brujas del río vascas, la Mohana, que embrujaba a los pescadores, o el mito del hombre caimán en el Magdalena.

Aún sin ser personificación de los dioses, los ríos son considerados sagrados por muchos pueblos. En la India, Aditi, está simbolizada por la Vaca de la que emanan los siete ríos. Buda pasó su vida y murió al lado del río, y el Ganges es especialmente sagrado. Los mongoles tenían un río mítico. En el Tibet, el Kyitchu, también es río sagrado, al igual que el nacimiento del Nilo Azul en Etiopía. Entre los celtas era frecuente la apelación “El Divino” a los ríos, numerosos galos de Bélgica ostentaban el nombre de Rhenogenus, “hijo del Rhin”. En Japón, un espíritu vital, el Kami, animaba a los ríos. Entre los aztecas, los ríos son serpiente, Quetzalcoatl. Los incas calificaban de huaca todo objeto en el que percibían una manifestación sobrenatural, como los ríos, y consideraban sagrado el río Colca. Es curiosa la interpretación que dieron los incas al río Apu Rimac: Apu, en quechua, significa “señor”, y así el río sería el Señor Oráculo, el Gran Hablador, el río-oráculo; fue el Apu Rimac el que predijo la llegada de los dioses blancos barbudos, los viracochas, que se harían con el mando en la nación inca.

En otros casos el río se toma como lugar emblemático, morada de dioses en general, como en los pueblos eslavos. La epopeya babilónica hace residir al héroe Gilgamesh a lo lejos, en la desembocadura de los ríos. Entre los semitas, el panteón de Ugarit está presidido por El, “el dios por excelencia”, que reside en un lugar misterioso y lejano, “en la fuente de los ríos”. En Grecia, a orillas del río Termodonte, vivían las Amazonas, pueblo de mujeres guerreras.

El curso del río es igualmente sentido como símbolo de travesía vital. En el sistema heliopolitano egipcio imaginaron el curso del sol como la travesía del océano del cielo por la barca de Ra. En Grecia, Jasón con su navío Argos, tras coger el vellocino, penetró por el Istros (Danubio), salió al Adriático, subió por el Eridan (Po) y llegó al Ródano, en un gran viaje fluvial. Rómulo y Remo, dejados en una cesta en las aguas desbordadas del río Tiber, encallaron al pie del Palatino, en Roma. En Perú hay una teoría sobre la aparición de los primeros hombres: Viracocha los envió, tallados en piedra, por caminos subterráneos a través del mundo y los hizo surgir de los ríos. Para los indios de América del Norte, cuando el mundo fue poblado por primera vez no había ríos puesto que estaban encerrados en una caverna; Nusmatliwaix, el cuervo, rompió la roca que actuaba de barrera y los ríos pudieron fluir y vivificar la tierra. El mitológico río Alfeo emergía en Siracusa tras fluir bajo el mar desde Olimpia.

Esta travesía tiene en algunas mitologías una connotación negativa, de final, de muerte. Así los germanos creían que los ríos, venidos del Sur, fluían hacia el país de los hielos donde morían. Lo mismo creían en Siberia, donde el Norte es desolación y muerte para los ugri-samoiedei, moradores de las orillas del Ob y Yenisei, que acaban sumergidos en abismo helados en los que reinan las divinidades devoradoras de almas. Los eslavos pensaban que la desembocadura de un río daba acceso al mundo subterráneo; por ese río descendían los muertos. En Japón, a la entrada de los Infiernos, cerca de la Montaña de la Muerte, está el río de las tres vías o pasos: tres caminos para las faltas ligeras, personas buenas y grandes pecadores, respectivamente. Un caso extraño es el representado por el río Leteo. No estaba situado en ningún lugar de la tierra, sino que era el río mitológico de los infiernos. Sus aguas atenían la propiedad de provocar el olvido cuando las sombras de los muertos las bebían.

Río Cañamares

En muchas mitologías se hace distinción entre aguas buenas y malas. Entre las primeras destacan los mitos agrarios como el de Egipto, donde Osiris muere y se sumerge en el Nilo para renacer en forma de espiga gracias al agua, elemento vivificante, o como el de Dilmun, en Sumer, que igualmente alude al agua fecundante. También deben citarse los casos de la India, donde el Ganges es elemento purificador, o de China, que considera al río como definidor del mundo. En Grecia estaba el río Estigia, al que invocaban los dioses, que tenía la virtud mágica de dar la inmortalidad; la diosa Tetis sumergió a su hijo Aquiles en este río, haciéndole invulnerable, excepto en el talón por donde le sujetaba.

La fuerza del río es aprovechada muchas veces como castigo, como aparece en La Iliada. Además, aparecen otros elementos de aguas perniciosas como el Estigio o Estigia, fuente de Arcadia, en Grecia, que rompía los metales que se sumergían en ella y que era considerada como brote del río infernal. En Siberia diferenciaban entre aguas corrientes y durmientes; estas últimas eran peligrosas porque comunican con el mundo subterráneo y por ellas emergen criaturas demoniacas. Otros ríos tenían connotaciones negativas como el Aquerón, río del dolor, el Cocito, río de las quejas, el Piriflegethon, arroyo de fuego, el Leteo, río del olvido.

El Leteo o río del olvido era uno de los que atravesaban el Hades, la tierra de los muertos, desembocando en la laguna Estigia. El que bebía de sus aguas perdía la memoria. Tenía un gemelo, el río Mnemosine o río de la memoria, que otorgaba un conocimiento digno de un inmortal; pero era imposible diferenciarlos. Los romanos relacionaron el río Limia (Ourense) con el Leteo, por lo quedó sin explotar hasta que el cónsul Decio Junio Bruto, 138 a.C., desafió la creencia.

Leteo, “olvido”, era una divinidad abstracta nacida del Éride (Discordia), hermana de Hipno (Sueño) y Tánato (Muerte). Las doctrinas que postulaban la reencarnación aceptaban que las almas ya purificadas después de una estancia en el Hades, bebían sus aguas para perder los recuerdos del mundo subterráneo antes de entrar en un nuevo cuerpo. En La divina comedia, el Leteo nace en el Paraíso Terrenal, en la cima de la montaña del Purgatorio, y fluye al centro de la tierra desde su superficie. En la mitología griega, el mito de Orfeo cuenta que Dionisos dijo a Orfeo que pare encontrar el reino de Hades debería ser capaz de cruzar el Leteo.

El Menemósine permitía recordar todo lo que el Leteo había eliminado de la memoria. Fue perdiendo su naturaleza fluvial y se transformó en Mnemosina, “la memoriosa”, madre de las Musas, que personificaba la memoria. Hesíodo sostiene que la inspiración se produce gracias a la memoria y no a la imaginación.

Como parece inevitable, los ríos han servido para la limpieza de la sociedad humana como en la actualidad. En Grecia, Heracles consiguió limpiar de estiércol los establos del palacio de Augias, que no habían sido tocados desde hacía 30 años y que contenían 3.000 bueyes, desviando hasta él las aguas de dos ríos, Alfeo y Peneo. En la India, antaño el Ganges no bañaba más que el Cielo; un día la tierra se halló tan estorbada por las cenizas de los hombres muertos que no se sabía cómo limpiarla: el sabio Bhagirata aconsejó que el Ganges bajara a la Tierra, lo que se consiguió por intercesión de Shiva.

Finalmente, el río aparece en la vida cotidiana de formas diferentes. En China, por ejemplo, la travesía del río, juego amoroso y ritual, se encuentra como tema de las canciones populares. Júpiter vio desnuda a Leda en las riberas del Eurotas.

  

HISTORIA.

Los hombres primitivos vivían cerca del agua, en forma de ríos o lagos, para abastecerse y para cazar y pescar. Las primeras civilizaciones aparecieron en torno a los valles fluviales como consecuencia de las últimas transformaciones de la “revolución neolítica”. La base de los imperios fue la agricultura irrigada, en estrecha dependencia de los ríos. Las grandes civilizaciones de la antigüedad nacieron junto a los grandes ríos y las grandes ciudades actuales han crecido a partir de los asentamientos originales en las riberas fluviales. La historia se mece en las riberas de los ríos. La primera civilización en China surgió cerca del río Amarillo. En la India, el río Indo atrajo a las gentes por la fertilidad de sus campos, y el Ganges, el río de la muerte, es uno de los que tiene más vida. En África, ciudades comerciales como Tombuctú se situaron a orillas de ríos como el Níger. En el Próximo Oriente los ríos fertilizaban gran parte de las tierras al desbordarse periódicamente, de ahí el nombre de “creciente fértil”. En el Neolítico se navegó con botes por los grandes ríos como el Danubio y hubo comunidades lacustres en muchos lugares.

África posee grandes ríos. En Egipto, lo único dinámico del paisaje es el río. El Nilo ha forjado Egipto, es su fuerza, su espina dorsal, su vida. Herodoto dijo que Egipto era un don del Nilo y Tolomeo lo llamó el Padre de los Ríos. El Níger, término procedente de la palabra n´ ger, que en la lengua de los nómadas del desierto significaba sencillamente río, y el Congo, “el río que se bebe todos los ríos”.

Río Bornova

Hace unos 7.000 años unos agricultores se asentaron entre los ríos Tigris y Éufrates y construyeron canales de irrigación. Posteriormente los griegos llamaron a esta región “Mesopotamia”, que quiere decir “tierra entre ríos”. Asur, capital de Asiria, fue construida a orillas del Tigris para que los barcos pudieran descargar. Lo mismo podríamos decir de los ríos de la India y de otros ejemplos como el Mississippi (en algonquino, “gran río”). Todas las civilizaciones antiguas se desarrollaron junto a las riberas de los ríos, y en sus cercanías se construyeron las más importantes ciudades. No se comprendería una ciudad como Budapest sin el río Danubio, que parte en dos su deslumbrante belleza.

Los ríos han significado provisión de agua dulce, principal ruta de transporte, fuente de energía, frontera natural (Río Bravo o río Grande, entre EEUU y México; Danubio, límite Norte del Imperio Romano; Éufrates, frontera oriental del Imperio Romano; Rubicón, entre Italia y la provincia gala cisalpina, marcaba la frontera que ningún general podía atravesar con sus ejércitos; Don, considerado límite entre Europa y Asia por los geógrafos griegos que lo llamaban Tanais; el Zambeze es frontera entre seis países), significado religioso (bautizo en ríos en el cristianismo, baños en el Ganges, etc.), inspiración artística, esparcimiento, etc.

 El río también ha tenido aspectos negativos como las riadas (al Hwang Ho o río Amarillo le llamaban “el luto de China”) o el de servir de alcantarilla. La contaminación ha hecho que pierdan su fauna y su atractivo para el ocio.

  

LITERATURA.

 

Río Dulce

Era inevitable que numerosos escritores plasmaran en bellas palabras la belleza del río, los sentimientos y emociones que origina. Unidos quedan personajes y ríos como Tom Sawyer y el Mississippi o Lázaro y el Tormes.

Desde el momento de su nacimiento se nota el aprecio de los poetas por el río: “¡Oh, Guadalquivir / Te vi en Cazorla nacer; / hoy en Sanlúcar morir. / Un borbollón de agua clara, / debajo de un pino verde. / Eras tú: ¡qué bien sonabas!”. (Antonio Machado, Proverbios y cantares, LXXXVII.).

El misterio del origen es un recurso literario muy usual: “Para todos los habitantes de la región, el origen del río era un misterio. El manantial de su nacimiento brotaba en la espesura norte, allí donde nadie se adentraba. Solamente su nombre -llegado a ellos no sabían cómo- les estremecía igual que la palabra de un libro prohibido …” (Ana Mª Matute, Olvidado rey Gudú).

Se canta también su curso: “… en una estrecha cañada que se extendía entre dos cerros formando declive. Iba saltando por él un arroyuelo, y sonando al chocar en las piedras. El arroyuelo, al llegar a sitio llano y más hondo, se dilataba en remanso circundado de espadaña y de verdes juncos…” (Juan Valera, Juanita la Larga). Pero la parte más cercana a su nacimiento, la montaña, queda identificada con la belleza por antonomasia: “Los ríos, en las llanuras, pueden ser elegantes, pueden crear una mitología de amplias curvas. Pero los ríos llegan a ser realmente bellos, naturales, frescos, entre los paisajes de alta montaña. Ante el silencio y la gravedad de la geología, los ríos saltan y torrentean, se encantan con un candor que parece tener algo vagamente humano, una ternura viva” (Josep Pla, Guía de Catalunya).

En el trayecto, el río se identifica con distintos lugares: “Zamora la bien cercada / de una parte la cerca el Duero / de otra peña tajada …” (Anónimo, Canciones de Romances).  “El Darro clama sus llantos antiguos lamiendo parajes de leyendas morunas … El. Albaicín se amontona sobre la colina” (Federico García Lorca, Impresiones).  “… las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero / para formar la corva ballesta de un arquero / en torno a Soria …” (Antonio Machado, Campos de Castilla, XCVIII).

La atracción del río queda reflejada sin importar el tamaño, y así se describe el encanto de los pequeños o el poderío de los grandes: “Corre sumiso y humilde el Sar, casi un arroyo, escondiéndose entre dos filas de árboles, recatándose a miradas indiscretas y como huyendo de toda ostentación” (Rosalía de Castro, En las orillas del Sar).  “El poderoso río parecía un océano en reposo … A este río sin ley no se le puede domar, no se le puede desviar ni encauzar…” (Mark Twain. Las aventuras de Tom Sawyer, refiriéndose al Mississippi).

Del río se cantan, en primer lugar, sus claras aguas,

“… el viajero se para en un regato, a lavarse un poco. El agua está fresca, muy limpia.

-          Es un agua muy cristalina, ¿verdad?

-          Si, hijo; la mar de cristalina.” (Camilo José Cela, Viaje a la Alcarria).

Río Sorbe

Sobre la calidad de las aguas, también hay diferentes versiones; unas optimistas: Mark Twain decía que las del Mississippi eran tan ricas que el maíz podía crecer en los estómagos de los que las beben, y, aludiendo a sus virtudes fertilizantes, que los árboles del cementerio de Saint Louis crecen más que los demás por el agua que bebieron de por vida los que allí reposan; y otras menos: “el agua del Tajo hincha la tripa y afloja el badajo” (José Luis Sampedro, El río que nos lleva).

El río sugiere una gran variedad de sensaciones. “El río que arrastra continuamente la pena de los sauces” (Miguel Ángel Asturias, Leyendas de Guatemala). “… El río parecía dormido … El río le invitaba a alejarse de aquel mundo de incesante trabajo, hacia una región oscura e inexplorada, situada a orillas de aguas desconocidas en la que los árboles daban maravillosas flores …” (Rabindranath Tagore, Gora).

Al lado del río es posible evocar recuerdos y sueños: “Bajé por la orilla del río adelante hasta una alquería, adonde iba yo en otro tiempo muy a menudo: es un paraje reducido, donde los muchachos nos divertíamos en tirar piedras a la superficie del agua para ver quien las hacía singlar mejor. Recordé vivamente que me detenía algunas veces a ver correr el agua …” (Goethe, Werther).

Para algunos escritores, el curso del río indica poéticamente el destino: “¿Acaso como tú y por siempre Duero, /irá corriendo hacia la mar Castilla?” (Antonio Machado, Campos de Castilla, CII).

Aunque no sea tan poético, del río también se alaba su trabajo y su productividad: “El Llobregat es curvilíneo y, más que un río de la época de la geología es un río de la época de la cultura… Llobregat infatigable, río trabajador tan importante en la historia de la industria catalana, es en sus inicios bucólico, idílico …” (Josep Pla, Guía de Catalunya).

Los distintos aprovechamientos del río hacen que se deteriore la calidad de sus aguas: “¡Aguas límpidas! ¡He aquí algo que vamos perdiendo en mi Vizcaya, que van perdiendo en Asturias! El Nervión, el río de Bilbao, tan hermoso tierra adentro, antes que comiencen las fábricas y antes, sobre todo, que los pretiles lo aprisionen, se ve sucio del rojo de la vena de hierro, y el Nalón, hermoso río asturiano, llega negro de hulla al mar”. (Miguel de Unamuno, Andanzas y visiones españolas).

Por último, suscita nostalgia: “Yo tuve patria donde corre el Duero”, “Como yo, cerca del mar, / Río de barro salobre, / ¿sueñas con tu manantial?” (Antonio Machado, Proverbios y cantares, LXXXVII).

Río Henares


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