martes, 15 de agosto de 2023

A orillas del Henares.

1.- INTRODUCCIÓN.

                1.1.-EL VIAJE.

El saboyano Xavier de Maistre, hermano pequeño del conde y filósofo Joseph de Maistre, siguió la carrera militar sirviendo en el ejército de Cerdeña. A consecuencia de un duelo quedó bajo arresto en la ciudad de Turín y escribió su obra maestra “Viaje alrededor de mi habitación”, en 1794, en la que narra su viaje de cuarenta y dos días, una nueva forma de viajar que no está sujeta a la envidia, que es independiente de la fortuna y que “sirve a los enfermos, cobardes, indolentes, hastiados y pobres”.

Durante el viaje, nunca en línea recta, se detiene en la butaca de la meditación, en la cama -el paisaje más agradable- y sus colores, en la entrada de rayos del sol, en las estrellas que ve por la ventana y que le ponen en conexión con el espacio universal. Descubre que el alma, liberada de la materia, puede viajar sola y, antes de la invención del psicoanálisis, antes del “Dr. Yekill and Mr. Hide” de Stephenson, que “el gran arte de un hombre de genio es saber educar bien a su bestia para que pueda ir sola, mientras que el alma liberada de esta penosa relación puede elevarse hasta el cielo”. Sus reflexiones estéticas y psicológicas son de absoluta modernidad. El protagonista es un verdadero cosmopolita a pesar de estar recluido, un ciudadano del mundo en sentido literal y su obra sería mencionada por el británico Alain de Botton en su famoso libro “El Arte de Viajar”.

Parece un viaje exclusivamente mental, pero existe la habitación donde, con la presencia de su criado y de su fiel perra Rosine, realizó el mítico (Borges, cuento El Aleph) viaje, siguiendo la estela del “Viaje sentimental” de Laurence Sterne, publicado 26 años antes.  Otro precursor sería Luciano de Samosata, que hace diecinueve siglos escribió que había llegado en barco a la luna y había sido testigo de una guerra espacial entre el emperador del sol y el de la luna.

Xavier de Maistre muestra la opinión de que “En mucho autor de mucha ciencia / he leído que mucho pierde / quien mucho recorre el mundo”. Anteriormente ya se había dicho que "Sin salir de la puerta se conoce el mundo / sin mirar por la ventana se ven los caminos del cielo /cuanto más lejos se sale, menos se aprende" (Tao Te Ching, Libro II, cap. 47. Lao Tse, Viaje Alrededor). Estas opiniones, claro está, son las de personas poco propensas al viaje. “Quienes cruzan el mar cambian de cielo, pero no de alma” (Horacio). Kant nunca se alejó más de 15 km de Königsberg en toda su vida. Darwin, después de dar la vuelta al mundo, se pasó el resto de su vida en su casa. Marx, después de incitar a unas cuantas revoluciones, decidió pasar el resto de sus días en el Museo Británico.


Por el contrario, otros autores eran fervientes partidarios. Autores trotamundos fueron Henry James, Graham Greene, Andersen, Evelyn Waugh, Dickens, D.H. Lawrence, Mark Twain, Nabokov, etc. Hans Christian Andersen explicaba así su afición: " La nostalgia del hogar es un sentimiento del que muchos saben y se quejan; yo, por el contrario, sufro de un dolor menos conocido, y su nombre es nostalgia del afuera. Cuando la nieve se derrite, las cigüeñas llegan y los primeros barcos de vapor zarpan, me asalta la punzante comezón de partir". 

"El que lee mucho y viaja mucho, sabe mucho y vive mucho" (Cervantes, en el Quijote). "El viajero es el que parte por partir" (Baudelaire). "Como todas las drogas, viajar requiere un aumento constante de las dosis" (John Dos Passos, Orient Express). "El sentido de la vida es cruzar fronteras" (Ryszard Kapuscinsky). “El sedentario sueña, el viajero vive” (Josep Pla). “Viajar es pasear un sueño” (Manuel Leguineche). “Si quieres ser libre, viaja” (Goethe, maestro de viajeros, patrón del invento turístico). “Donde hay un deseo hay siempre un camino” (dicho swahili).  Yo no viajo para llegar a ningún sitio. Lo hago tan sólo por el placer de ir” (Robert Louis Stevenson). “Tres cosas hacen a los hombres discretos: letras, edad y camino” (Cervantes). “Toda la tierra es patria” (Séneca desterrado en Córcega).

El viaje exige un sacrificio ya que un paisaje sólo se conquista con la suela de las botas. “Por buen camino no se llega muy lejos” (Proverbio chino). “Cuando uno viaja lejos también viaja en el tiempo” (Grahan Greene). No se trata de llegar, sino de ir; no de encontrar, sino de buscar. El tipo de ocio tranquilo y restaurador de los nervios se considera aburrido, por eso se abandonan los placeres tranquilos. La clase especial de aburrimiento que sufren las poblaciones urbanas modernas está íntimamente relacionada con su separación de la vida en la tierra. El otoño y el invierno son imprescindibles como la primavera y el verano, y, del mismo modo, el descanso es tan imprescindible como el movimiento.

El viaje es una de las más antiguas ocupaciones humanas. Tras el viaje se oculta el nomadismo, en combate con el deseo de lo sedentario. Tras la afición a la geografía, a la que se le toma el pulso en largas caminatas, se disimula un instinto de vagabundo. En el atractivo místico del viaje, el desafío del horizonte resulta ineludible y se deserta de la lectura para buscar la acción. En el viaje, el cosmopolita busca la diferencia, quiere saber; pero la sola información no basta: Heráclito, hace ya 2.500 años, dijo que no proporciona la comprensión. Se puede viajar mucho sin llegar a conocer nada, tener acceso a gran cantidad de información, pero permanecer desinformado.

En el viaje se acumulan sensaciones y conocimientos, pero también se va cambiando conforme se cubre el trayecto; al menos eso se decía que pasaba en los largos viajes de antaño, aunque ahora el viaje se ha transformado en puro transporte y el destino se desmenuza en convencionales visitas, simples excusas para hacer la foto. Multitud en mero tránsito, más ansiosa de abandonar su residencia habitual por hastío que de descubrir por curiosidad una nueva geografía.

 


Porque no hay duda: el prosaico rasero de la civilización va igualándolo todo. Un irresistible y misterioso impulso tiende a unificar los pueblos con los pueblos, las provincias con las provincias, las naciones con las naciones, y quién sabe si las razas con las razas. A medida que la palabra vuela por los hilos telegráficos, que el ferrocarril se extiende, la industria se acrecienta y el espíritu cosmopolita de la civilización invade nuestro país, van desapareciendo de él sus rasgos característicos, sus costumbres inmemorables, sus trajes pintorescos y sus rancias ideas …  Todo lo que no es nuevo se menosprecia. (Carta cuarta)   Épocas que, si en efecto no lo fueron, sólo por no existir ya nos parecen mejores. …

“Es preciso salir de los caminos trillados, vagar al acaso de un lugar en otro, dormir medianamente y no comer mejor; es preciso fe y verdadero entusiasmo por la idea que se persigue para ir a buscar los tipos originales, las costumbres primitivas y los puntos verdaderamente artísticos a los rincones donde su oscuridad les sirve de salvaguardia, y de donde poco a poco los van desalojando la invasora corriente de la novedad y los adelantos de la civilización” (Gustavo Adolfo Bécquer).

Estos comentarios de Bécquer, siglo XIX, tienen plena vigencia. Él ya lo vaticinó viendo los cambios que se desarrollaban en los transportes, en la vida. Lo que se deduce es que hay que viajar, o algo parecido, que es todo lo contrario a que nos lleven de viaje. Un camino a recorrer, ésa es la forja del hombre, la esencia de la aventura. También Unamuno, que salía a “restregar su cara en verdura”, opinó sobre este tema: “Entonces, cuando era más lento el viajar, se viajaba más de verdad, se recorría más de veras el camino. Hoy el camino es puro medio y se va a devorarlo o suprimirlo en lo posible”.

El provinciano global quiere acumular mientras, a la vez, elimina las diferencias. El turismo actual de masas es pandémico, a pesar de que en sus inicios se consideró liberador. Los centros de las urbes son idénticos, como los resorts o centros vacacionales. La diferencia ha sido aplastada en el turismo masivo, enfermo de velocidad y cuantificación.


Pensando que cualquiera no puede ser un buen viajero, Melville explicó los requisitos que se deben reunir: “Para ser un buen viajero y obtener del viaje verdadero placer son necesarias varias condiciones. La primera consiste en ser joven y despreocupado, dotado de talento e imaginación: si se carece de estas virtudes, es mejor quedarse en casa”. Además de poderse matizar alguna de esas afirmaciones, debe añadirse otra: “El buen viajero debe viajar solo”.

Al terminar el viaje iniciamos el retorno a nuestra Ítaca porque ya llevamos una buena odisea encima. A partir de ahora se inicia una aceleración en el tiempo mientras un viento de nostalgia llega del cercano pasado. Hemos pasado unos días persiguiendo una idea que era sólo una excusa para moverse. Hemos vivido unas etapas que tienen valor por sí mismas, y así lo tiene todo el conjunto. Al llegar a casa nuestro cuerpo, sólo falta que nuestra mente se reúna con él. No te verán mis ojos; mi corazón te guarda. Cada uno recordará un viaje distinto, cada viaje es personal.

Cristina Peri Rossi explicó que “Se viaja para contar. La condición imprescindible del viaje es –mucho más que el lugar al que se llega- el regreso. Por eso el viaje sin regreso es símbolo de muerte”. Siguiendo el consejo de esta autora, va a quedar contado este viaje por la cuenca del río Henares, que reúne muchas ventajas como proximidad, accesibilidad, pervivencia de una cultura antigua, restos, etc., lo que lo hacen muy atractivo. Pero todo esto no impide pensar que el final es una vuelta al principio, que el viaje más bonito y deseado es el no realizado todavía, el imaginado, que “el mejor de los viajes es el próximo”. La historia se acumula sobre sí misma.



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