jueves, 19 de diciembre de 2019


Ramón Gómez de la Serna.




En el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, Centro Cultural Conde Duque, está el curioso y original “despacho” del escritor Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888 – Buenos Aires, 1963), perteneciente a la generación de 1914 y figura central de la vanguardia literaria y artística de los años veinte y treinta del siglo XX en Madrid. “Ramón”, como era conocido, creó tempranamente este despacho con objetos adquiridos preferentemente en el Rastro madrileño y en ciudades europeas que visitó. En el contexto de sus múltiples realizaciones, fue cubriendo y tapizando paredes y mobiliario con imágenes recortadas de libros y revistas, realizando una de las creaciones artísticas más singulares de su tiempo.



Lo primordial para él fue el mundo de la imagen, que ocupó un lugar muy importante en su vida. Coleccionaba estampas, fotografías, caricaturas y objetos, con los que construía y reconstruía incesantemente un entorno concebido como un taller que le motivaba para elaborar su obra. Corpus Barga, en su artículo “Ramón en París”, dice que “Ramón tiene imagen y se parece a sí mismo”.



Para estas elaboraciones se valió de dos dispositivos creados por el arte de las vanguardias de entreguerras: el collage y el fotomontaje. Con ellos creó un fotocollage sorprendente que destaca en el arte de la vanguardia española, una de cuyas características esenciales fue su condición de portátil, según la fórmula de Baudelaire que definía la modernidad como la exaltación de “lo transitorio, lo fugitivo y lo contingente”.



Ramón se situó en el epicentro de las búsquedas asociadas con el Cubismo, el Dadaísmo y el Surrealismo, que eran los motores de la fascinante modernidad requerida en el campo de la creación, la escritura y el arte del primer tercio del siglo XX, gracias a este museo portátil, que resultó claro antecedente de la Boîte-en-valise de Marcel Duchamp y de los paseos urbanos de los surrealistas.



Ramón, por Diego Rivera


La modernidad conjugaba el deseo de nuevas emociones artísticas y de búsquedas de nuevos modos de expresión y fue el motivo central recurrente de la vida de Ramón. Por eso, cuando Ortega y Gasset visitó el Torreón de la calle Velázquez, símbolo de los distintos despachos que creó en su larga carrera, y el más querido por él, dijo que fue allí “donde vio claro el secreto del arte moderno.”




En su libro “Automoribundia”, explica: “Entonces tomo mi buhardilla de Velázquez 4, la que se llamará pomposamente en adelante El Torreón … que ha sido mi proveedor durante muchos años. … En mi techo resplandecen colgadas esas bolas de cristal, mundos enjutos, lacrimatorios, peceras de uno mismo y de sus objetos,… Frente a la cortina de entrada se erguía mi primera muñeca de cera, magnífico maniquí que lució corsés durante sesenta años en La Hurúi de los barrios bajos. …”. El Torreón era la historia de sus viajes por el Rastro, principalmente.



Este entorno que se construyó le permitió estar rodeado permanentemente de su mundo más querido, afianzar su propia imagen y reforzar su psicología personal. Su contenido era muy variado, enciclopédico, abarcando temas diversos como el erotismo, la muerte, lo cómico, los sucesos cotidianos, las patologías, lo fantasmagórico, lo vulgar cotidiano, la iconografía de escritores y artistas, así como multitud de imágenes de obras de arte desde la antigüedad hasta los ismos de su tiempo, formando, junto con los numerosos objetos que poblaban el espacio, una cámara de la modernidad.



Entre las imágenes ocupan un lugar importante sus dibujos. Su interés por las artes plásticas en general lo prueban las relaciones con numerosos artistas y la publicación, en 1930, de Ismos, donde recoge su saber sobre las vanguardias de su tiempo; pero su faceta de dibujante parece menos conocida y, sin embargo, le permitió ilustrar su obra, como, por ejemplo, las greguerías, etc.

Se ha señalado la relación entre los despachos de Ramón y los estudios de otros artistas como el del poeta Guillaume Apollinaire, al que admiraba profundamente, André Bretón, pontífice del Surrealismo, los Merzbau del dadaísta Kurt Schwitters, el Museo Imaginario de André Malraux o la casa de Pablo Neruda en Isla Negra, el coleccionismo de objetos humildes de Pedro Salinas, Joan Miró y Alberto o Benjamín Palencia.

José Gutiérrez Solana

Lo importante es señalar que el despacho de Ramón, más allá de las similitudes y diferencias con aquellos, sirve de ejemplo de la fusión, muy querida por las vanguardias, de distintas disciplinas artísticas y de la asimilación del arte con la vida. Con él contribuyó a la creación de su propia imagen y a la proyección de sí mismo...







También hay que reseñar su creación, en el año 1915, en el café y botillería de Pombo, calle Carretas, de una tertulia en un lugar lleno de evocaciones románticas. Aunque más que una tertulia al uso, de las que abundaban, fue un foco de agitación artística. Lo cuenta en dos de sus libros, “Pombo”, 1918, y “La Sagrada Cripta de Pombo”, 1924. Esta tertulia, que se celebraba los sábados, quedó inmortalizada en el célebre cuadro pintado a instancias de Ramón por José Gutiérrez Solana, “La tertulia del café Pombo”, 1920. Fue un medio más para contribuir a expandir la modernidad literaria y artística.

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