Ramón Gómez de la Serna.
En el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, Centro
Cultural Conde Duque, está el curioso y original “despacho” del escritor Ramón
Gómez de la Serna (Madrid, 1888 – Buenos Aires, 1963), perteneciente a la
generación de 1914 y figura central de la vanguardia literaria y artística de
los años veinte y treinta del siglo XX en Madrid. “Ramón”, como era conocido,
creó tempranamente este despacho con objetos adquiridos preferentemente en el
Rastro madrileño y en ciudades europeas que visitó. En el contexto de sus
múltiples realizaciones, fue cubriendo y tapizando paredes y mobiliario con
imágenes recortadas de libros y revistas, realizando una de las creaciones
artísticas más singulares de su tiempo.
Lo primordial para él fue el mundo de la imagen, que
ocupó un lugar muy importante en su vida. Coleccionaba estampas, fotografías,
caricaturas y objetos, con los que construía y reconstruía incesantemente un
entorno concebido como un taller que le motivaba para elaborar su obra. Corpus
Barga, en su artículo “Ramón en París”,
dice que “Ramón tiene imagen y se parece
a sí mismo”.
Para estas elaboraciones se valió de dos dispositivos
creados por el arte de las vanguardias de entreguerras: el collage y el
fotomontaje. Con ellos creó un fotocollage sorprendente que destaca en el arte
de la vanguardia española, una de cuyas características esenciales fue su
condición de portátil, según la fórmula de Baudelaire que definía la modernidad
como la exaltación de “lo transitorio, lo
fugitivo y lo contingente”.
Ramón se situó en el epicentro de las búsquedas asociadas
con el Cubismo, el Dadaísmo y el Surrealismo, que eran los motores de la
fascinante modernidad requerida en el campo de la creación, la escritura y el
arte del primer tercio del siglo XX, gracias a este museo portátil, que resultó
claro antecedente de la Boîte-en-valise de Marcel Duchamp y de los paseos
urbanos de los surrealistas.
Ramón, por Diego Rivera |
La modernidad conjugaba el deseo de nuevas emociones
artísticas y de búsquedas de nuevos modos de expresión y fue el motivo central
recurrente de la vida de Ramón. Por eso, cuando Ortega y Gasset visitó el
Torreón de la calle Velázquez, símbolo de los distintos despachos que creó en
su larga carrera, y el más querido por él, dijo que fue allí “donde vio claro el secreto del arte moderno.”
En su libro “Automoribundia”, explica: “Entonces tomo mi buhardilla de Velázquez 4,
la que se llamará pomposamente en adelante El Torreón … que ha sido mi
proveedor durante muchos años. … En mi techo resplandecen colgadas esas bolas
de cristal, mundos enjutos, lacrimatorios, peceras de uno mismo y de sus
objetos,… Frente a la cortina de entrada se erguía mi primera muñeca de cera,
magnífico maniquí que lució corsés durante sesenta años en La Hurúi de los
barrios bajos. …”. El Torreón era la historia de sus viajes por el Rastro,
principalmente.
Este entorno que se construyó le permitió estar rodeado
permanentemente de su mundo más querido, afianzar su propia imagen y reforzar
su psicología personal. Su contenido era muy variado, enciclopédico, abarcando
temas diversos como el erotismo, la muerte, lo cómico, los sucesos cotidianos,
las patologías, lo fantasmagórico, lo vulgar cotidiano, la iconografía de
escritores y artistas, así como multitud de imágenes de obras de arte desde la
antigüedad hasta los ismos de su tiempo, formando, junto con los numerosos
objetos que poblaban el espacio, una cámara de la modernidad.
Entre las imágenes ocupan un lugar importante sus
dibujos. Su interés por las artes plásticas en general lo prueban las
relaciones con numerosos artistas y la publicación, en 1930, de Ismos, donde
recoge su saber sobre las vanguardias de su tiempo; pero su faceta de dibujante
parece menos conocida y, sin embargo, le permitió ilustrar su obra, como, por
ejemplo, las greguerías, etc.
Se ha señalado la relación entre los despachos de Ramón y
los estudios de otros artistas como el del poeta Guillaume Apollinaire, al que
admiraba profundamente, André Bretón, pontífice del Surrealismo, los Merzbau
del dadaísta Kurt Schwitters, el Museo Imaginario de André Malraux o la casa de
Pablo Neruda en Isla Negra, el coleccionismo de objetos humildes de Pedro
Salinas, Joan Miró y Alberto o Benjamín Palencia.
José Gutiérrez Solana |
Lo importante es señalar que el despacho de Ramón, más
allá de las similitudes y diferencias con aquellos, sirve de ejemplo de la
fusión, muy querida por las vanguardias, de distintas disciplinas artísticas y
de la asimilación del arte con la vida. Con él contribuyó a la creación de su
propia imagen y a la proyección de sí mismo...
También hay que reseñar su creación, en el año 1915, en
el café y botillería de Pombo, calle Carretas, de una tertulia en un lugar
lleno de evocaciones románticas. Aunque más que una tertulia al uso, de las que
abundaban, fue un foco de agitación artística. Lo cuenta en dos de sus libros,
“Pombo”, 1918, y “La Sagrada Cripta de Pombo”, 1924. Esta tertulia, que se
celebraba los sábados, quedó inmortalizada en el célebre cuadro pintado a
instancias de Ramón por José Gutiérrez Solana, “La tertulia del café Pombo”,
1920. Fue un medio más para contribuir a expandir la modernidad literaria y
artística.
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