Donación Hans Rudolf Gerstenmaier.
Hans Rudolf Gerstenmaier, nacido en Alemania, realizó
allí estudios comerciales y estuvo vinculado a prestigiosas firmas relacionadas
con la ingeniería eléctrica y el desarrollo de motores. En representación de
esas firmas se trasladó a España, aunque posteriormente se independizó. Su
nueva situación económica favoreció el surgimiento de una incipiente actividad
coleccionista, comenzando a adquirir pintura española de los siglos XV y XVI y
pintura flamenca. Un tercer ámbito de su colección lo constituyó la pintura del
siglo XIX, atraído por la vivacidad sensorial de Joaquín Sorolla. Retirado de
los negocios, se concentró en su actividad coleccionista, en la difusión de su
obra y en colaborar con préstamos, como en la monográfica dedicada a Fortuny en
el Prado en 2017, y con donaciones
al mismo museo como estos cuadros.
·
Alrededores
de Bruselas, Darío de Regoyos.
Buen ejemplo de la primera etapa del artista, el más
cosmopolita de su generación. El pintor estuvo en Bruselas en 1879, donde entró
en contacto con un medio artístico de gran interés y modernidad. La
composición, centrada en una arquitectura cuyas líneas maestras muestran
irregularidad, sirve para mostrar los destellos de la luz en los cristales y en
el agua. El barril introduce la composición y la presencia de personas dan cierta
animación al conjunto. La ejecución es muy suelta, siendo de gran interés la
gradación de claridad en el cielo.
·
Paisaje,
Agustín de Riancho.
El escenario real de esta pintura todavía se desconoce a
pesar de que la institución pidió ayuda para su identificación. El misterio se
mantiene a pesar de la petición de los geólogos de descifrar ese paisaje,
aunque parece que los datos apuntan a que se está cerca de conocer sus
coordenadas.
·
El pino de
Béjar, Darío de Regoyos.
Obra de su madurez, en la que muestra su pleno dominio de
los recursos de la pintura impresionista. Sobre el fondo montañoso que
representa la sierra de Candelario (Salamanca), este estrecho y vertical cuadro
muestra la sombra del tronco y las ramas del pino proyectadas sobre un murete
dorado por el sol, en contraste cromático muy claro. La composición está
dividida en varias partes y en cada una se ha aplicado un tratamiento distinto:
pincelada en forma de motas, toques cortos y oblicuos, trazos de líneas
gruesas, etc. El trabajo al natural permitió estudiar los fuertes contrastes de
luz.
·
Ella J.
Seligman, Joaquín Sorolla.
El cuadro de la esposa de un gran marchante establecido
en París, es uno de los más sobrios y elegantes, con una visión más sintética
que en otros trabajos. Este cuadro forma pareja con otro que el pintor hizo al
marido. La belleza y elegancia quedan resaltadas por el vestido de noche y el
chal, sin necesidad de joyas ni aderezos, con sobriedad. En los fondos empleó
una técnica muy suelta, dado que la estancia parece secundaria, salvo el
asiento gótico, siglos XV o principios del XVI, quizá de la colección del
anticuario.
·
Una
manola, Ignacio Zuloaga.
Interpretación de la sensualidad femenina
característicamente española sobre fondo azul, derivado de su conocimiento de la
obra del Greco. Retrato de medio cuerpo ante un sintético paisaje, girada la
modelo hacia el frente en pose contundente y altanera, con un traje de tonos
coral, peineta, mantilla de blonda blanca y adornos de tela a juego con el
vestido. El pintor concentra el interés en la intensidad humana del gesto, que
refuerza la expresión de su mirada. La iluminación está dirigida a intensificar
los rasgos faciales.
·
Interior
de un café-concert, Hermenegildo Anglada-Camarasa.
Dominio del colorido aplicado a una personal visión de la
luz artificial. De su estancia en París extrajo uno de los temas favoritos, el
mundo de la noche, los interiores de cabarets, music-halls, teatros, etc. El
objeto es el complejo entramado del interior del café, con mayor protagonismo
debido a la ausencia de público, bailarines, músicos, etc. La atención recae
sobre la tribuna, cuyos elementos sustentantes destacan por la brillantez e
intensidad de los colores. Los efectos de las luces se subrayan por su reflejo
en los cristales.
·
Torre Solá.
Montornés, Joaquín Mir.
El mejor paisajista de su generación, ya en el ámbito
postmodernista, está representado por esta obra de su periodo en Mollet. En
este caso, a diferencia de otros, sí es identificable la arquitectura y el
paisaje, que pertenece a Montornés del Vallés. Al tener alta la línea del
horizonte, reduce la franja del cielo y puede desarrollar la vegetación, con
pincelada menuda, y otros elementos terrestres que animan con sus tonos
amarillos y anaranjados. La superposición de pinceladas en algunas zonas
consigue una gran densidad, casi relieve.
·
Bayaderas
indias, Eduardo Chicharro.
Particular deriva en la década de 1920 hacia el ámbito de
una pintura de sugestión exótica y sensual. Estas mujeres, que servían en los
templos, tenían gran fama como bailarinas y la literatura de viajes las
convirtió en figuras míticas. El pintor despliegue evidentes recursos
sensoriales como la sombra del magnolio y la fuente de fruta fresca. La alta temperatura
en la que se debió desarrollar la escena queda plasmada por el juego de luz, el
velo de gasa amarilla, la calidez del colorido. Esta sensorialidad está
heredada del modernismo.
·
Grindelwald,
Aureliano de Beruete.
La temática paisajística entronca con la atracción que el
donante sintió por el tema, como muestra es escena de los Alpes.
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