domingo, 1 de diciembre de 2019


Donación Hans Rudolf Gerstenmaier.
 

Hans Rudolf Gerstenmaier, nacido en Alemania, realizó allí estudios comerciales y estuvo vinculado a prestigiosas firmas relacionadas con la ingeniería eléctrica y el desarrollo de motores. En representación de esas firmas se trasladó a España, aunque posteriormente se independizó. Su nueva situación económica favoreció el surgimiento de una incipiente actividad coleccionista, comenzando a adquirir pintura española de los siglos XV y XVI y pintura flamenca. Un tercer ámbito de su colección lo constituyó la pintura del siglo XIX, atraído por la vivacidad sensorial de Joaquín Sorolla. Retirado de los negocios, se concentró en su actividad coleccionista, en la difusión de su obra y en colaborar con préstamos, como en la monográfica dedicada a Fortuny en el Prado en 2017, y con donaciones al mismo museo como estos cuadros.


·         Alrededores de Bruselas, Darío de Regoyos.
Buen ejemplo de la primera etapa del artista, el más cosmopolita de su generación. El pintor estuvo en Bruselas en 1879, donde entró en contacto con un medio artístico de gran interés y modernidad. La composición, centrada en una arquitectura cuyas líneas maestras muestran irregularidad, sirve para mostrar los destellos de la luz en los cristales y en el agua. El barril introduce la composición y la presencia de personas dan cierta animación al conjunto. La ejecución es muy suelta, siendo de gran interés la gradación de claridad en el cielo.



·         Paisaje, Agustín de Riancho.
El escenario real de esta pintura todavía se desconoce a pesar de que la institución pidió ayuda para su identificación. El misterio se mantiene a pesar de la petición de los geólogos de descifrar ese paisaje, aunque parece que los datos apuntan a que se está cerca de conocer sus coordenadas.



·         El pino de Béjar, Darío de Regoyos.
Obra de su madurez, en la que muestra su pleno dominio de los recursos de la pintura impresionista. Sobre el fondo montañoso que representa la sierra de Candelario (Salamanca), este estrecho y vertical cuadro muestra la sombra del tronco y las ramas del pino proyectadas sobre un murete dorado por el sol, en contraste cromático muy claro. La composición está dividida en varias partes y en cada una se ha aplicado un tratamiento distinto: pincelada en forma de motas, toques cortos y oblicuos, trazos de líneas gruesas, etc. El trabajo al natural permitió estudiar los fuertes contrastes de luz.



·         Ella J. Seligman, Joaquín Sorolla.
El cuadro de la esposa de un gran marchante establecido en París, es uno de los más sobrios y elegantes, con una visión más sintética que en otros trabajos. Este cuadro forma pareja con otro que el pintor hizo al marido. La belleza y elegancia quedan resaltadas por el vestido de noche y el chal, sin necesidad de joyas ni aderezos, con sobriedad. En los fondos empleó una técnica muy suelta, dado que la estancia parece secundaria, salvo el asiento gótico, siglos XV o principios del XVI, quizá de la colección del anticuario.



·         Una manola, Ignacio Zuloaga.
Interpretación de la sensualidad femenina característicamente española sobre fondo azul, derivado de su conocimiento de la obra del Greco. Retrato de medio cuerpo ante un sintético paisaje, girada la modelo hacia el frente en pose contundente y altanera, con un traje de tonos coral, peineta, mantilla de blonda blanca y adornos de tela a juego con el vestido. El pintor concentra el interés en la intensidad humana del gesto, que refuerza la expresión de su mirada. La iluminación está dirigida a intensificar los rasgos faciales.



·         Interior de un café-concert, Hermenegildo Anglada-Camarasa.
Dominio del colorido aplicado a una personal visión de la luz artificial. De su estancia en París extrajo uno de los temas favoritos, el mundo de la noche, los interiores de cabarets, music-halls, teatros, etc. El objeto es el complejo entramado del interior del café, con mayor protagonismo debido a la ausencia de público, bailarines, músicos, etc. La atención recae sobre la tribuna, cuyos elementos sustentantes destacan por la brillantez e intensidad de los colores. Los efectos de las luces se subrayan por su reflejo en los cristales.



·         Torre Solá. Montornés, Joaquín Mir.
El mejor paisajista de su generación, ya en el ámbito postmodernista, está representado por esta obra de su periodo en Mollet. En este caso, a diferencia de otros, sí es identificable la arquitectura y el paisaje, que pertenece a Montornés del Vallés. Al tener alta la línea del horizonte, reduce la franja del cielo y puede desarrollar la vegetación, con pincelada menuda, y otros elementos terrestres que animan con sus tonos amarillos y anaranjados. La superposición de pinceladas en algunas zonas consigue una gran densidad, casi relieve.



·         Bayaderas indias, Eduardo Chicharro.
Particular deriva en la década de 1920 hacia el ámbito de una pintura de sugestión exótica y sensual. Estas mujeres, que servían en los templos, tenían gran fama como bailarinas y la literatura de viajes las convirtió en figuras míticas. El pintor despliegue evidentes recursos sensoriales como la sombra del magnolio y la fuente de fruta fresca. La alta temperatura en la que se debió desarrollar la escena queda plasmada por el juego de luz, el velo de gasa amarilla, la calidez del colorido. Esta sensorialidad está heredada del modernismo.



·         Grindelwald, Aureliano de Beruete.
La temática paisajística entronca con la atracción que el donante sintió por el tema, como muestra es escena de los Alpes.


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