Santo Domingo de Silos
Puerta de la Cadena |
Esta famosa abadía benedictina está situada en el valle
de Tabladillo, cerca del río Arlanza y a orillas de uno de sus afluentes, el
río Ura o Mataviejas, en la provincia de Burgos. En época visigoda, siglo VII,
existía un cenobio dedicado a San Sebastián, desaparecido en época musulmana.
En el siglo X fue restaurado por el conde Fernán González para ser nuevamente
destruido por Almanzor. A mediados del siglo XI, Fernando I encomendó al abad
Domingo Manso –procedente de San Millán de la Cogolla- restituir la vida
monacal a este cenobio, y, gracias al impulso de Domingo, llegado en 1041, se
convirtió en muy influyente.
Domingo Manso,
nacido en Cañas, fue maestro de los niños en San Millán de la Cogolla y prior
en Santa María de Cañas. De aquí fue desterrado por oponerse a darle dinero,
como derechos reales, al rey de Navarra, García, hijo de Sancho III el Mayor.
En Castilla fue acogido por Fernando I y marchó a Silos. Impulsó la elaboración
de códices en su scriptorium e hizo construir una iglesia de tres naves
-consagrada en 1088 por el abad Fortunio-, el claustro y el resto de
dependencias. Murió en el año 1073 en olor de santidad por la fama de sus
milagros, cantados por Gonzalo de Berceo, lo que provocó la llegada de
peregrinos y de donaciones económicas, y el monasterio pasó a llamarse Santo
Domingo de Silos. La Baja Edad Media coincide con una etapa menos brillante,
pero en 1512 se adhirió a la Congregación Benedictina de Valladolid y se formó
el monasterio moderno al lado del medieval. Con la desamortización se
interrumpió la vida monástica durante 45 años, hasta que unos benedictinos
franceses se refugiaron aquí en 1880.
Exteriormente está conformado por dos monasterios yuxtapuestos, en torno a dos claustros, el medieval
y el moderno o clásico-barroco, con una gran zona habitacional, con las celdas
de los monjes, que sufrió un gran incendio en 1970, siendo restaurado
posteriormente. La iglesia románica era de tres naves, transepto, cimborrio en
el crucero y cabecera triabsidal y desapareció hacia 1751 debido a su
sustitución por un templo neoclásico, construido por Pedro Machuca sobre planos
de Ventura Rodríguez. Subsiste la Puerta de las Vírgenes, que da acceso al
claustro, salvado también, al parecer, por falta de recursos económicos para
cambiarlo.
Lo más importante es el claustro románico, de doble planta, más antigua la inferior y la de
mayor mérito. La planta es un cuadrilátero ligeramente desigual, de 30 x 33 m.,
con 16 arcos en unos lados y 14 en otros. Los arcos de medio punto descansan
sobre capiteles, y éstos sobre columnas de doble fuste monolítico, excepto los
soportes centrales que están formados por fustes quíntuples a excepción del
lado norte, que es cuádruple y torsado. La arquería se apoya en un podio
corrido con una abertura para acceder al jardín interior.
La planta inferior debió construirse entre la segunda
mitad del siglo XI y la primera del XII, y la superior, que no se visita, a
finales de ese mismo siglo. En la inferior hay dos fases de ejecución, que corresponden
a los años de los dos siglos referidos: en el XI se ejecutaron las galerías sur
y oeste, y el resto en el XII. Las diferencias indican dos maestros distintos y
como rasgos diferenciadores pueden destacarse los fustes de las columnas, más
separados y curvos en la primera etapa, y la talla, de poco relieve y escaso
movimiento en la primera, y más realistas y de mayor volumen la segunda.
Destacan los 64 capiteles y los relieves de las caras interiores de las cuatro pilastras de los
ángulos de la galería. Al primer maestro corresponden La ascensión y
Pentecostés, El sepulcro y El descendimiento y Los discípulos de Emaús y La
duda de Santo Tomás. Al segundo, La anunciación a María y El árbol de Jessé.
Este segundo maestro trata ciertos temas, como la abundancia de plegados y la
forma de los cabellos, al igual que el árbol de Jessé, al modo que aparece en
Santiago de Compostela, por lo que pudo proceder de esa zona.
Los capiteles
del segundo artista son obras maestras de la iconografía románica, tratando
temas muy variados, desde escenas bíblicas o evangélicas, hasta animales
quiméricos y elementos vegetales.
También deben destacarse, por ser vestigios del primitivo
templo románico, la Puerta de las Vírgenes, que comunica el claustro con la
iglesia, y la fachada de la desaparecida sala capitular. Muy interesantes son
el alfarje mudéjar, decorado con figuras y escenas profanas costumbristas de la
Castilla del siglo XIV, la lauda del
sepulcro de Santo Domingo, apoyada sobre pies esculpidos con figuras de leones,
del siglo XIII, y la estatua de la Virgen de Marzo, mezcla del románico, por el
hieratismo de María, y del gótico por el giro del cuerpo de Jesús.
Dejamos el claustro, con su famoso ciprés, y la visita
termina con la botica, creada a
principios del siglo XVIII, que tenía jardín botánico, laboratorio y
biblioteca, y conserva muchos volúmenes y centenares de tarros de loza usados
como recipientes, y el museo, con
una importante colección que incluye el cáliz que utilizaba Santo Domingo,
siglo XI, el tímpano de una de las puertas de la primitiva iglesia románica,
etc.
La importancia del cenobio queda reflejada en la literatura. El personaje de Pelayo
exclama “Santo Domingo de Silos” al darse cuenta de la presencia rey en “El
mejor alcalde, el rey”, de Lope de Vega. En “El nombre de la rosa”, de Umberto
Eco, se afirma que la copia del segundo libro de la Poética de Aristóteles fue
tomada de este monasterio.
Nos vamos, sin haber escuchado gregoriano en directo,
recordando el soneto “El ciprés de Silos”,
de Gerardo Diego:
“Enhiesto surtidor
de sombra y sueño
que acongojas al
cielo con tu lanza.
Chorro que a las
estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo
en loco empeño.
Mástil de soledad,
prodigio isleño,
flecha de fe, saeta
de esperanza.
Hoy llegó a ti,
riberas del Arlanza,
peregrina al azar,
mi alma sin dueño.
Cuando te vi
señero, dulce, firme,
qué ansiedades
sentí de diluirme
y ascender como tú,
vuelto en cristales,
como tú, negra
torre de arduos filos,
ejemplo de delirios
verticales,
mudo ciprés en el
fervor de Silos”.
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