Otoño
El equinoccio –que no es un evento de un día- de otoño,
cuando tenemos las mismas horas de día que de noche, marca el comienzo del
otoño. Las noches se alargan y los días se acortan hasta llegar a la noche más
larga, el solsticio de invierno. Es el periodo entre el 23-23 de septiembre y
el 21-22 de diciembre. Tanto los animales, algunos de los cuales recogen
alimento preparándose para el invierno, como las personas, respondemos al otoño,
estación ambivalente quizá como ninguna otra.
Después del verano, lleno de estímulos exteriores, la
disminución de luz diurna, los días más cortos y el frío influyen en el estado
de ánimo e invitan a quedarse en casa puesto que sentimos una necesidad de
recogimiento. Se dice que es la estación de los poetas y también puede ser un
momento de gran fertilidad en las personalidades creativas. Después del ajetreo
veraniego, en el otoño recobramos la calma, el centro del cosmos. Al igual que
los árboles, al caerse las hojas, regresan a su raíz, las personas regresamos a
nuestro ser. Mientras la vida parece enterrada, mientras hay un desmoronamiento
fuera, se enciende una luz interior, una hoguera dentro, con las semillas que
son promesas de vida.
Cuando los árboles se vuelven otoño, la vida es como el
silencio otoñal. Es la vida habitada por el silencio hasta la llegada de la
primavera. Por eso, cuando la vida se apaga, es evidencia de la muerte y será
evidencia de la vida siguiente del renacer. Las hojas de los árboles caen y el
bosque se vuelve transparente. Parece que se detienen los deseos y cesan las
expectativas. Las hojas caen para renovarse y extender la vida a través de las
semillas. Pero es una estación recatada, interior, oscuridad, mientras la
primavera es exterior, es un inmenso grito de la naturaleza.
La caída de la hoja es lo que caracteriza al otoño, pero
sólo de los árboles caducifolios. Las hojas adquieren un color amarillento o
marrón y caen al suelo al secarse. Los árboles caducifolios quedarán desnudos
en el invierno. Simbólicamente esto se asocia a la madurez, al reposo o al
ocaso de la vida, se habla del otoño de la edad o de la existencia. Pero en
este mundo marrón también hay algún otro color, pensemos en el crisantemo. Pero
todo esto, aun siendo verdad, no tiene que ver con nosotros. Este maravilloso
espectáculo de la naturaleza que es el otoño merece verse. No nos quedamos en
casa, sino que salimos a pisar las alfombras de hojas caídas que tapizan las
calles, o al campo. Si el año pasado fue Irati, este año es Ordesa.
Extasiados ante la variedad de colores que estimulan
nuestra retina no nos interesa especialmente la explicación científica, el
proceso físico-químico que los produce, la fotosíntesis. Las plantas utilizan
la energía solar para este proceso, mediante el que fabrican la clorofila, que
les da el color verde, y los alimentos que necesitan. Como en otoño e invierno
hay menos horas de luz solar y temperaturas más bajas, se detiene el proceso,
las hojas se vuelven amarillas y caen por falta de nutrientes. Los árboles
quedan en estado latente, sobreviven. Pero al desaparecer el color verde
aparecen otros que han estado allí sin verse, enmascarados, los amarillos,
anaranjados, rojos, etc.
Durante el año, el
color gris domina las cumbres calcáreas, y los tonos pardo-rojizos en las
areniscas calcáreas de Ordesa. El verde tapiza los fondos de valle y las
laderas boscosas hasta que la altura lo permite. En invierno domina el color
blanco, aunque queda algo de toque cobrizo del quejigar. Pero el otoño posee
una paleta de colores muy particular y distintiva: ocres, amarillos, rojos,
marrones, se mezclan en los paisajes. Las hojas de los árboles tienen tonos
amarillos y naranjas en su pigmentación, que se revelan durante esta época. El
despliegue de colores en el otoño que rinde al visitante: del amarillo al
marrón del abedul, los tonos cobrizos de los avellanos, del fuego al púrpura de
roble. Es el broche de oro de las estaciones, dependiendo de cada especie el
momento en el que los árboles comienzan a decolorarse, y en el campo es el
momento ideal para orientarse porque el sol sale precisamente por el Este y se
pone por el Oeste.
En un día lluvioso,
desde Torla se ve cómo el Mondarruego sale fantasmagóricamente de la niebla, de
las nubes bajas. En el Puente de los Navarros giramos a la izquierda y, tras
unos kilómetros de pista en no mal estado, se llega a San Nicolás de Bujaruelo
siguiendo el curso del río Ara. Quedan los restos ruinosos de la iglesia y el
puente, ambos románicos. Una buena pista nos conduce río arriba hasta el
desvío, a la izquierda, del valle de Otal. A la derecha, siguiendo siempre el
Ara, se va al valle de Ordiso, con el gigantesco macizo del Vignemale (3398 m)
a la derecha. Todo parece una belleza pasada, como si el otoño nos hablara de
las cosas que hemos perdido. “El otoño es
un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio
del invierno” (George Sand).
Recorremos la zona
admirando la impresionante belleza del coloreado paisaje en estas fechas, antes
de volver sobre nuestros pasos y, nuevamente en el Puente de los Navarros,
seguir hasta Ordesa, que también se ha vestido de otoño, situación que no dura
muchos días y que hay que aprovechar para guardar este gran cuadro en nuestras
retinas. La Pradera, inicio de todas las rutas, con el Tobacor de frente, y el
Tozal del Mallo y Punta Gallinero a la izquierda; a la derecha la Sierra de las
Cutas con la Faja de Pelay. Después de un tiempo de nubes muy bajas, aparece
entre las nubes el mirador de Calcilarruego, en la Senda de los Cazadores. El
cielo está muy nublado, muy gris, pero en esta estación se mira a la tierra, a
los árboles, en los que se ve el oro del otoño. El fuego del otoño quema el
bosque.
Todas estas
maravillosas peculiaridades cromáticas no dejan indiferente a nadie y menos a
los artistas, que han plasmado la fascinación por los tonos de esta estación,
colores cálidos, rojos, ocres, amarillos, con elementos concentrados y
calientes, en oposición a elementos fríos y ambientales: Claude Monet (Otoño en
Argentouil), Dimtrievich Polinov (Otoño de oro), Camille Pissarro (Otoño en el
boulevard de Montmartre), Connie Tom (Lago de la montaña), Vincent Van Gogh (Otoño),
etc.
“El otoño es una segunda primavera, donde
cada hoja es una flor” (Albert Camus).
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