La Yecla.
El Desfiladero de La Yecla (palabra de origen ibero) y
los Sabinares del Arlanza es una de las zonas más atractivas de la provincia de
Burgos, situada en la vertiente suroeste de la Sierra de la Demanda. Comprende
más de 26.000 hectáreas que abarcan el desfiladero, la Meseta de Carazo, el
Monte Gayubar y la Sierra de las Mamblas. La joya son las sabinas, especie
relíctica que dominó el paisaje vegetal de hace milenios.
La sabina albar procede incluso del Cretácico (145-66
millones de años). Su nombre, juniperus thurifera, procede del nombre del
enebro y del epíteto que significa “productora de incienso”, por su olor
agradable, resinoso, que al quemarse ahuyenta a los insectos. Su madera, muy
resistente a la putrefacción, se utiliza para postes y vigas y es apreciada por
los ebanistas. Algunas de las existentes en la zona se dice que superan los dos
mil años de vida y se complementan con bosques de encinas, quejigos y rebollos.
En este Espacio Natural, el desfiladero de La Yecla está
situado entre Santo Domingo de Silos y Caleruega, en las Peñas de Cervera,
alargado anticlinal calizo, muy erosionado, del que el desfiladero es una de
sus cluses. Su origen es debido a la existencia de una galería kárstica
preexistente en el macizo calcáreo, condicionada por una fractura cuya línea de
debilidad ha favorecido la circulación del agua, por lo que es producto de la
disolución del carbonato cálcico. La ampliación del conducto originó desplomes,
cuyos restos son visibles en el fondo.
En el breve recorrido pueden apreciarse importantes
detalles morfológicos. En el fondo hay sumideros y formas erosivas menores como
las “Marmitas de Gigante”, hoyos provocados por disolución y abrasión mecánica
de los cantos en remolinos; también cascadas, rápidos y bloques encajados. En
las paredes hay concreciones calcáreas, superficies pulidas y extraplomos, que
indican niveles de circulación estables en el pasado.
El resultado de esta acción erosiva en los abruptos
escarpes de las peñas calizas es una estrecha garganta, un angosto cañón de
paredes verticales de hasta 100 metros de altura, por donde discurre el arroyo
del Helechal, tributario del río Mataviejas, con una dirección S-N, en
perpendicular a las estructuras geológicas del sector noroccidental de la
Cordillera Ibérica, lo que genera cañones de corto desarrollo y muy estrechos.
En este caso, hay momentos en que se pueden tocar las dos paredes a la vez.
El recorrido, indicado, comienza en la propia carretera
donde hay un aparcamiento al lado del túnel. Se bajan unas escaleras hasta el
cauce, escondido entre espléndidos sauces, álamos y otra vegetación de ribera,
y se inicia el trayecto caminando por pasarelas y pequeños puentes. En total es
un kilómetro escaso.
La estrechez del paso y los dibujos que hacen las paredes,
obligan a la pasarela y a nosotros a contorsionarnos en esta angostura en la
que prácticamente no entra el sol. El color blanquecino grisáceo de la caliza
lo invade todo, no hay vegetación, aunque en un momento dado, una rama verde
que cuelga de más alto pone una nota de color.
La música del agua y el agradable frescor convierten este
breve paseo en una delicia, en un tiempo agrandado. Será más espectacular
cuando baje más agua, pero perderá encanto romántico. Al final del recorrido
nos esperan otras escaleras, como las que hemos bajado al inicio, para llegar a
la carretera. Podemos volver por el mismo camino o atravesando el túnel, que
cuenta con seguras aceras.
Mientras ascendemos los cómodos peldaños, nos sobrevuelan
infinidad de rapaces, buitres leonados especialmente, que tienen su lugar de
nidificación, su hábitat, en los espectaculares escarpes que se elevan hacia el
cielo, en los que la fuerte luz hace destacar unos tonos anaranjados además del
blanco.
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