jueves, 21 de noviembre de 2019


Almazán.

Situada a 960 m de altitud, “Allá, en las tierras altas, / por donde traza el Duero / su curva de ballesta…” (Antonio Machado), la villa soriana de Almazán es una importante población que se mantiene en torno a los 6.000 habitantes en el centro de una zona muy despoblada. Su nombre significa “el fortificado”, topónimo árabe, y, como estuvo situada en la calzada que iba a Numancia, se llamó Adnumantia y su gentilicio es adnamantino.

Con el asentamiento celtíbero de la edad del hierro en el monte Cinto comienza la historia conocida, que prosigue con el campamento romano del cónsul Nobilior. Alfonso I el Batallador la repobló definitivamente en 1128, pero después pasó a manos castellanas aunque fue plaza fronteriza y objeto de pugnas y paces entre ambos reinos. En 1158 Sancho III de Castilla creó desde aquí la Orden de Caballería de Calatrava. En el s. XIV Enrique IV hizo señor de la villa a Juan Hurtado de Mendoza. Fue visitada por los Reyes Católicos, en ella murió Tirso de Molina en 1648 y sufrió en todas las guerras.

Un cómodo viaje en tren nos deja en la población y desde la estación nos dirigimos al centro. Almazán fue plaza fuerte y lo primero que llama la atención es su recinto amurallado compuesto de paños poligonales con quiebros pero sin torres, salvo en las puertas. Entre el rollo de las Monjas y la puerta del Mercado queda un poco de la muralla árabe, pero la mayoría es toda cristiana, de los siglos XII-XIII. Tuvo siete puertas, de las que se conservan tres y dos postigos.


Las puertas son las de Herreros, al sureste, y la de la Villa, con torreones cilíndricos flanqueándolas (conservan los huecos para encajar las trancas de cierre), y la del Mercado, la más próxima al castillo, de torres prismáticas almenadas de tradición árabe (hueco entre dos arcos ojivales para alojar el rastrillo). Las marcas de cantero indican que son coetáneas, ss. XII-XIII. El Rollo de las Monjas es un refuerzo en el noroeste, un torreón cilíndrico rematado por matacanes que se añadieron posteriormente.


Los postigos son el de San Miguel, al lado de la iglesia de su nombre, con un mirador sobre el Duero y el de Santa María, cerca de la puerta de Herreros, donde se ha instalado una monumental maqueta de la población.



Por la puerta de la Villa, de la misma disposición de la de Herreros aunque con el añadido de la torre del reloj en 1886, se llega a la espaciosa Plaza Mayor. Más abajo queda la capilla del Cristo. La Plaza es el centro de la población y sede de todos los poderes: nobiliario-palacio, religioso-San Miguel, ciudadano-ayuntamiento. En la renacentista fachada, s. XVI, del palacio está el Centro de Interpretación donde nos proyectan unos videos.

Al lado de la puerta advertimos la presencia de "El Zarrón", que hace referencia a las fiestas de San Pascual, antes de ver la curiosa iglesia de San Miguel, de mediados del s. XII, en un cortado dominando el Duero. Es de orientación E y de la época románica conserva la cabecera, el primer tramo de las naves y parte de la torre. Características: Planta basilical, tres naves (la central más grande, las laterales muy estrechas) separadas por arcos torales muy apuntados, ábside semicircular, presbiterio. Bóveda de crucería s. XV en el segundo tramo de las naves. Primer tramo de la nave central cubierto por cúpula. Cabecera inclinada respecto al eje de la nave. Buena piedra sillar. Detalles importantes son la maravillosa cúpula junto con el frontal de altar que explica el asesinato de Santo Tomás Beckett.


Desde la Plaza ascendemos hasta donde estuvo el castillo pasando por la iglesia de Santa María del Campanario, de las pocas sorianas con cabecera de tres ábsides semicirculares, en el mismo ascenso que hace la procesión que lleva Jesús Nazareno desde su ermita a finales de agosto, y que recorrerá en sentido inverso a principios de septiembre en las Fiestas de la Bajada de Jesús, fiestas patronales. La cima del monte Cinto está cristianizada por las Tres Cruces y por la imagen de Cristo.




Por la puerta del Mercado pasa la Cañada Real Soriana Oriental y lo confirma el paso de un rebaño que recuerda los años de la Mesta. El Rollo de las Monjas, haciendo esquina, nos devuelve al paseo contiguo a la muralla cristiana, ss. XII-XIII. La románica iglesia de San Vicente, de la que perdura la cabecera, está convertida en centro cultural y de exposiciones. Bajando hasta la carretera vemos el palacio de los Hurtado de Mendoza en su parte más antigua, gótica, junto al mirador donde hemos estado antes.

Cruzamos el Duero por una ondulante pasarela junto al antiguo puente para dirigirnos a tomar un
aperitivo en forma de enorme, exquisito y colesteroloso torrezno. Una vez que hemos empezado a salivar, cruzando el Museo de Escultura al Aire Libre de La Arboleda vamos a comer, tranquilamente, sin prisas. Ya tenemos el trabajo hecho. Después del café, salimos a la tremenda "nevada" del parque, para desandar el camino hasta la estación y esperar el tren.



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