martes, 3 de septiembre de 2019


La Maragatería.

Siguiendo el Camino de Santiago se llega a Astorga, capital de la Maragatería, situada al SO de la provincia de León y no recogida en la toponimia de la zona. Es una comarca misteriosa en el origen de su nombre, de sus gentes y costumbres (endogamia hasta el s. XX), que causó gran extrañeza a viajeros extranjeros como Richard Ford o George Borrow.





Antes era llamada Somoza (quizá submontium), aunque los habitantes llaman a la región País de los Maragatos, nombre que aparece en el siglo XVII y que tiene, con más o menos fundamento, varias suposiciones para su origen: mauri capti, moros cautivos de origen bereber; relación con el rey Mauregato; visigodos; tiempos de la arrierías –traslado de pescado a Madrid, mar a gatos; mercator, transporte de mercancías hasta la llegada del ferrocarril.



Los restos hallados indican su antiguo poblamiento, como los más de 5.000 años de su megalitismo. La población perteneció al pueblo astur, gens de los amacos vinculados al monte sagrado del Teleno, que recibió culto durante el periodo romano como Mars Tilenus. La fundación de Asturica Augusta creó el Conventus Asturum a partir de un antiguo campamento militar romano. La economía se basó en explotaciones agrícolas organizadas, como la hallada en Santa Colomba de Somoza, o la explotación aurífera en las estribaciones de los Montes de León, con castros asociados.







La cultura se basa en la variedad maragatu de la lengua leonesa, la chifla o flauta –ligada al tamboril-, las artesanías textiles, la arquitectura popular con viviendas adaptadas al oficio de la arriería, la cecina y el famoso cocido maragato, que suponía una fuerte comida al día con elementos del campo –berza, garbanzos- y siete tipos de carnes, y con la característica principal de sus tres vuelcos, es decir, que se sirve al revés, finalizando por la sopa.

Su dedicación a la arriería y su modo de vida llamaron la atención de los viajeros extranjeros:

"Hay una clase de arrieros muy poco conocida de los viajeros europeos: los maragatos, cuyo centro está situado en San Román, cerca de Astorga; ellos, al igual que los judíos y los gitanos, viven exclusivamente entre los suyos, conservan sus trajes primitivos y nunca se casan fuera de su región. Son tan nómadas y errantes como los beduinos, sin más diferencia que llevan mulas en vez de camellos (…) cobran caro, pero su honradez compensa este defecto, pues puede confiárseles oro molido". Richard Ford, Cosas de España. El País de lo Imprevisto. Traducción de Enrique de Mesa. (1833-1836).



"Los maragatos son quizá la casta más singular de cuantas pueden encontrarse en la mezclada
población de España. Tienen costumbres y vestidos peculiares y nunca se casan con españoles (...) casi todo el comercio de una mitad de España está en manos de los maragatos, cuya fidelidad es tal, que cuantos han utilizado sus servicios no vacilarían en confiarles el transporte de un tesoro desde el Cantábrico a Madrid...". George Borrow. La Biblia en España. Traducción de Manuel Azaña, 1837.


El pueblo más conocido de la comarca, el pueblo de los tópicos, es Castrillo de los Polvazares, que viene a ser lo que Santillana del Mar a Cantabria o Pedraza a Segovia. Sus habitantes eran tradicionalmente arrieros que gozaron de gran poder e influencia en la zona entre los siglos XVI y XIX, y que transportaban al interior salazones de pescado traídos de la costa gallega y volvían con embutidos, vinos y productos de secano.

En Castrillo, cuyo nombre quizá procede de la cercanía de dos castros –Castro de San Martino y Teso de la Mesa-, están los apellidos maragatos como Botas o Salvadores, los Crespo en Santa Colomba, los Calvo en Santa Marina. En otros pueblos como Turienzo de los Caballeros y La Cepeda, trabajaban para los arrieros. Richard Ford describe con cierto detalle las bodas maragatas que se celebraban en la plaza, en el lugar enmarcado por unos poyetes y Concha Espina, que residió aquí un tiempo, dejó la novela La Esfinge Maragata, donde Castrillo era Valdecruces.



El pueblo original estaba en distinta ubicación, pero fue destruido por unas riadas y se reconstruyó en el siglo XVI en su emplazamiento actual. Sorprende la uniformidad de sus construcciones y de la red viaria con calles empedradas que conservan las esencias desde hace siglos. La piedra, la pizarra, colorea las calles del ocre y naranja del óxido de hierro, que cambian según la estación y la humedad. Del mismo modo destaca otro material de la tierra, la madera, utilizada en los aleros de los tejados, galerías, escaleras, etc., en verdes y azules.

Las casas, llamadas arrieras, están estructuradas en función de esta actividad, con grandes puertas de acceso que permitían el paso de carros y patios interiores, el verdadero centro de organización de la casa, con cuadras y bodegas. Las ricas fachadas son de piedra, con portadas adinteladas o de medio punto y algunas blasonadas. Toda esta riqueza etnográfica llevó a su declaración como Conjunto Histórico-Artístico de alto valor monumental en 1980.




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