La Maragatería.
Siguiendo el Camino de Santiago se llega a Astorga,
capital de la Maragatería, situada al SO de la provincia de León y no recogida
en la toponimia de la zona. Es una comarca misteriosa en el origen de su
nombre, de sus gentes y costumbres (endogamia hasta el s. XX), que causó gran extrañeza
a viajeros extranjeros como Richard Ford o George Borrow.
Antes era llamada Somoza (quizá submontium), aunque los
habitantes llaman a la región País de los Maragatos, nombre que aparece en el
siglo XVII y que tiene, con más o menos fundamento, varias suposiciones para su
origen: mauri capti, moros cautivos de origen bereber; relación con el rey
Mauregato; visigodos; tiempos de la arrierías –traslado de pescado a Madrid,
mar a gatos; mercator, transporte de mercancías hasta la llegada del
ferrocarril.
Los restos hallados indican su antiguo poblamiento, como
los más de 5.000 años de su megalitismo. La población perteneció al pueblo
astur, gens de los amacos vinculados al monte sagrado del Teleno, que recibió
culto durante el periodo romano como Mars Tilenus. La fundación de Asturica
Augusta creó el Conventus Asturum a partir de un antiguo campamento militar
romano. La economía se basó en explotaciones agrícolas organizadas, como la
hallada en Santa Colomba de Somoza, o la explotación aurífera en las
estribaciones de los Montes de León, con castros asociados.
La cultura se basa en la variedad maragatu de la lengua
leonesa, la chifla o flauta –ligada al tamboril-, las artesanías textiles, la
arquitectura popular con viviendas adaptadas al oficio de la arriería, la
cecina y el famoso cocido maragato, que suponía una fuerte comida al día con
elementos del campo –berza, garbanzos- y siete tipos de carnes, y con la característica
principal de sus tres vuelcos, es decir, que se sirve al revés, finalizando por
la sopa.
Su dedicación a la arriería y su modo de vida llamaron la
atención de los viajeros extranjeros:
"Hay una clase de arrieros muy poco conocida
de los viajeros europeos: los maragatos, cuyo centro está situado en San Román,
cerca de Astorga; ellos, al igual que los judíos y los gitanos, viven
exclusivamente entre los suyos, conservan sus trajes primitivos y nunca se
casan fuera de su región. Son tan nómadas y errantes como los beduinos, sin más
diferencia que llevan mulas en vez de camellos (…) cobran caro, pero su
honradez compensa este defecto, pues puede confiárseles oro molido".
Richard Ford, Cosas de España. El País de lo Imprevisto. Traducción de Enrique de Mesa. (1833-1836).
"Los maragatos son quizá la casta más singular de cuantas pueden encontrarse en la mezclada
población de España. Tienen costumbres y vestidos peculiares y nunca se casan con españoles (...) casi todo el comercio de una mitad de España está en manos de los maragatos, cuya fidelidad es tal, que cuantos han utilizado sus servicios no vacilarían en confiarles el transporte de un tesoro desde el Cantábrico a Madrid...". George Borrow. La Biblia en España. Traducción de Manuel Azaña, 1837.
El pueblo más conocido de la comarca, el pueblo de los
tópicos, es Castrillo de los Polvazares,
que viene a ser lo que Santillana del Mar a Cantabria o Pedraza a Segovia. Sus
habitantes eran tradicionalmente arrieros que gozaron de gran poder e
influencia en la zona entre los siglos XVI y XIX, y que transportaban al
interior salazones de pescado traídos de la costa gallega y volvían con
embutidos, vinos y productos de secano.
En Castrillo, cuyo nombre quizá procede de la cercanía de
dos castros –Castro de San Martino y Teso de la Mesa-, están los apellidos
maragatos como Botas o Salvadores, los Crespo en Santa Colomba, los Calvo en
Santa Marina. En otros pueblos como Turienzo de los Caballeros y La Cepeda,
trabajaban para los arrieros. Richard Ford describe con cierto detalle las
bodas maragatas que se celebraban en la plaza, en el lugar enmarcado por unos
poyetes y Concha Espina, que residió aquí un tiempo, dejó la novela La Esfinge
Maragata, donde Castrillo era Valdecruces.
El pueblo original estaba en distinta ubicación, pero fue
destruido por unas riadas y se reconstruyó en el siglo XVI en su emplazamiento
actual. Sorprende la uniformidad de sus construcciones y de la red viaria con
calles empedradas que conservan las esencias desde hace siglos. La piedra, la
pizarra, colorea las calles del ocre y naranja del óxido de hierro, que cambian
según la estación y la humedad. Del mismo modo destaca otro material de la
tierra, la madera, utilizada en los aleros de los tejados, galerías, escaleras,
etc., en verdes y azules.
Las casas, llamadas arrieras, están estructuradas en
función de esta actividad, con grandes puertas de acceso que permitían el paso
de carros y patios interiores, el verdadero centro de organización de la casa,
con cuadras y bodegas. Las ricas fachadas son de piedra, con portadas
adinteladas o de medio punto y algunas blasonadas. Toda esta riqueza
etnográfica llevó a su declaración como Conjunto Histórico-Artístico de alto
valor monumental en 1980.
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