El Acebo. Los Montes de León (IV/V).
Otro punto emblemático cargado de simbolismo, a escasos
dos kilómetros de la Cruz de Ferro, es Manjarín,
cuya campana repica en ocasiones por mano de Tomás para guiar a los peregrinos.
Tomás Martínez, hospitalero y antiguo peregrino, abandonó su trabajo y vida
personales y se dedicó a ayudar a los peregrinos del Camino. En 1993 rehabilitó
la antigua escuela y abrió un albergue, aunque sin comodidades, puesto que no
tiene agua corriente, duchas ni aseos. Vestido con túnica blanca y cruz roja, y
dándose a conocer por su costumbre de tocar una campana, ha visto pasar miles
de peregrinos por su puerta y se ha convertido en un personaje absolutamente
popular.
En la zona hay restos de explotaciones mineras, quizá de
época romana, pero el origen de Manjarín parece ligado a la repoblación
realizada por el Conde Gatón en el s. IX, aunque la primera prueba documental
es del año 1180. Su desarrollo ha ido unido al Camino y ya en el s. XI contó
con albergue para peregrinos levantado por Gaucelmo, el que construyó el de
Foncebadón. Con este último pueblo también compartían la exención de impuestos
desde el medievo a cambio de señalizar el camino, especialmente en invierno. Formó
parte desde muy antiguo del Arciprestazgo de la Somoza. A mediados del s. XIX
todavía sobrevivían unas treinta casas, todas con el techo de paja
característico de la zona, pero quedó totalmente deshabitado en 1964. Cerca del
cementerio hay una piedra, a la que acudían las gentes, de la que se decía que
quitaba el dolor de espalda si se reposaba pegado a ella, debido a que un curso
de agua pasa por debajo formando con la piedra una cruz, lo que hace que se
descarguen las malas energías.
Siguiendo por el hombro cimero de la montaña, al
abandonar Manjarín es donde realmente acaba la Maragatería y comienza El
Bierzo. Con la fragancia de los pinos –pino silvestre- de repoblación, los
olores densos y dulzones, aunque ahora amortiguados, de las escobas, brezos y
otros matorrales y arbustos que hay al borde de la senda, y los trinos
mañaneros de pinzones, totovías, carboneros garrapinos, etc., continuamos para
comenzar el fuerte descenso de los montes de León hacia El Bierzo.
El declive del monte, por una senda pedregosa, nos deja
en un privilegiado balcón desde el que admirar la hondonada que se extiende
como un mapa ante nuestros ojos y, justo debajo, en primer lugar, El Acebo, a unos seis kilómetros de
Manjarín, ya en la comarca de El Bierzo y perteneciente al municipio de
Molinaseca. Este típico pueblo-calle, pueblo-camino, tiene incierto origen.
Cerca hay castros que nos hablan de asentamientos celtas y zona minera de época
romana, hubo una gran afluencia de eremitas a esta zona por los siglos V-VIII y
después llegó el apogeo de la peregrinación con el Camino. Está documentado por
primera vez en el s. XIII, hubo hospital y albergue para peregrinos en el s. XV
y su funcionamiento se prolongó hasta el s. XVI. Los Reyes Católicos, al igual
que a otras poblaciones, le exoneraron de pagar tributos y del servicio de
armas a condición de mantener el hospital para peregrinos y de situar 400 pares
de estacas en la nieve para señalizar el Camino, enlazando con Manjarín y
Foncebadón.
Este pequeño pueblo, de cuidado aspecto, levanta sus
casas a ambos lados de la calle principal iniciada en la Fuente de la Trucha.
Hay algunos buenos ejemplos de arquitectura popular, como las Escuelas, con
balcones de madera y tejados de pizarra. La iglesia parroquial de San Miguel
tiene origen románico, s. XII, y contiene una escultura en piedra policromada
con una túnica con flores, un tanto enigmática, que representa a un hombre con
barbas, descalzo y con un libro. Como no tiene los clásicos detalles jacobeos
no se sabe si representa a Santiago. La espadaña tiene dos campanas, una de
ellas es la de Santa Bárbara, llamada así porque cuando amenazaba tormenta era
volteada por una persona devota y el temporal se alejaba de la zona sin causar
daños a personas, animales o cosechas.
La abundancia de albergues y negocios de restauración hacen
de este pueblo una parada ideal para los que vienen de Rabanal del Camino. Los
que venimos de Foncebadón paramos para tomar un café y descansar un poco
pensando que a la izquierda, cruzando el Arroyo Grande, está Compludo, cuyo origen se remonta al s. VII
cuando Fructuoso de Braga fundó su primer monasterio en las inmediaciones bajo
la advocación de los santos niños Justo y Pastor, y su nombre derivaría de
Complutum (Alcalá de Henares), ciudad donde ambos fueron martirizados. Fue el
principio de un movimiento espiritual de carácter eremítico que dio paso a los
monasterios, hasta entonces desconocidos. El valle de Compludo, de gran belleza
paisajística con una exuberante vegetación de bosques de castaños, robles y
encinas, está en el origen de la Tebaida Berciana, que después se extendería al
valle de Oza, etc. La actual iglesia es del s. XVI.
Su herrería, excelentemente restaurada, es monumento
nacional desde 1968. Está antes del pueblo, en la confluencia de los arroyos
Miera y Miruelos, siguiendo un sendero a la orilla de éste último cuyas aguas
alimentan el espíritu y los mecanismos de la fragua. Es la única de la Comarca
que se mantiene en funcionamiento, mostrando la actividad siderúrgica medieval
asociada a las fundaciones monásticas que repoblaron la zona durante el
afianzamiento de la línea de frontera. Las instalaciones son únicas en España
por el funcionamiento del martillo pilón usando el “efecto Venturi” o “tromba
romana”.
El sistema de aprovechamiento hidráulico para realizar
las actividades de la forja es rudimentario pero ingenioso, el más primitivo
que se conoce. El mecanismo está preparado para que el mazo, de hierro y
madera, golpee rítmicamente el metal incandescente puesto en el yunque,
produciendo un sonido característico que no ha cambiado en generaciones de
herreros. Unas aspas impulsadas por el agua giran alrededor de un eje de levas
junto a una gran viga de nogal, dentada en su extremo, que hace de palanca para
el largo martillo pilón que golpea sobre el yunque donde se trabaja el material
a la velocidad deseada, según la regulación del caudal.
El sistema hidráulico para la inyección de aire en el
hogar coincide con el que utilizan las forjas catalanas, procedimiento que pudo
ser introducido en España por los romanos. Las aguas son canalizadas para
lubricar el mecanismo impulsor y para que con su fuerza provoquen una corriente
de aire que, por efecto “venturi”, avive el fuego de la fragua. Es especial el
aprovechamiento del agua: canalizada hacia el interior de la herrería por una
rústica obra de mampostería, crea una corriente de aire que aviva el fuego y,
una vez dentro, sirve como motor para mover las aspas.
"La fragua de Compludo" Primitivo Álvarez Armesto, 1892-1895 Museo del Bierzo, Ponferrada |
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