viernes, 20 de septiembre de 2019


El Acebo. Los Montes de León (IV/V).

Otro punto emblemático cargado de simbolismo, a escasos dos kilómetros de la Cruz de Ferro, es Manjarín, cuya campana repica en ocasiones por mano de Tomás para guiar a los peregrinos. Tomás Martínez, hospitalero y antiguo peregrino, abandonó su trabajo y vida personales y se dedicó a ayudar a los peregrinos del Camino. En 1993 rehabilitó la antigua escuela y abrió un albergue, aunque sin comodidades, puesto que no tiene agua corriente, duchas ni aseos. Vestido con túnica blanca y cruz roja, y dándose a conocer por su costumbre de tocar una campana, ha visto pasar miles de peregrinos por su puerta y se ha convertido en un personaje absolutamente popular.



En la zona hay restos de explotaciones mineras, quizá de época romana, pero el origen de Manjarín parece ligado a la repoblación realizada por el Conde Gatón en el s. IX, aunque la primera prueba documental es del año 1180. Su desarrollo ha ido unido al Camino y ya en el s. XI contó con albergue para peregrinos levantado por Gaucelmo, el que construyó el de Foncebadón. Con este último pueblo también compartían la exención de impuestos desde el medievo a cambio de señalizar el camino, especialmente en invierno. Formó parte desde muy antiguo del Arciprestazgo de la Somoza. A mediados del s. XIX todavía sobrevivían unas treinta casas, todas con el techo de paja característico de la zona, pero quedó totalmente deshabitado en 1964. Cerca del cementerio hay una piedra, a la que acudían las gentes, de la que se decía que quitaba el dolor de espalda si se reposaba pegado a ella, debido a que un curso de agua pasa por debajo formando con la piedra una cruz, lo que hace que se descarguen las malas energías.



Siguiendo por el hombro cimero de la montaña, al abandonar Manjarín es donde realmente acaba la Maragatería y comienza El Bierzo. Con la fragancia de los pinos –pino silvestre- de repoblación, los olores densos y dulzones, aunque ahora amortiguados, de las escobas, brezos y otros matorrales y arbustos que hay al borde de la senda, y los trinos mañaneros de pinzones, totovías, carboneros garrapinos, etc., continuamos para comenzar el fuerte descenso de los montes de León hacia El Bierzo.



El declive del monte, por una senda pedregosa, nos deja en un privilegiado balcón desde el que admirar la hondonada que se extiende como un mapa ante nuestros ojos y, justo debajo, en primer lugar, El Acebo, a unos seis kilómetros de Manjarín, ya en la comarca de El Bierzo y perteneciente al municipio de Molinaseca. Este típico pueblo-calle, pueblo-camino, tiene incierto origen. Cerca hay castros que nos hablan de asentamientos celtas y zona minera de época romana, hubo una gran afluencia de eremitas a esta zona por los siglos V-VIII y después llegó el apogeo de la peregrinación con el Camino. Está documentado por primera vez en el s. XIII, hubo hospital y albergue para peregrinos en el s. XV y su funcionamiento se prolongó hasta el s. XVI. Los Reyes Católicos, al igual que a otras poblaciones, le exoneraron de pagar tributos y del servicio de armas a condición de mantener el hospital para peregrinos y de situar 400 pares de estacas en la nieve para señalizar el Camino, enlazando con Manjarín y Foncebadón.



Este pequeño pueblo, de cuidado aspecto, levanta sus casas a ambos lados de la calle principal iniciada en la Fuente de la Trucha. Hay algunos buenos ejemplos de arquitectura popular, como las Escuelas, con balcones de madera y tejados de pizarra. La iglesia parroquial de San Miguel tiene origen románico, s. XII, y contiene una escultura en piedra policromada con una túnica con flores, un tanto enigmática, que representa a un hombre con barbas, descalzo y con un libro. Como no tiene los clásicos detalles jacobeos no se sabe si representa a Santiago. La espadaña tiene dos campanas, una de ellas es la de Santa Bárbara, llamada así porque cuando amenazaba tormenta era volteada por una persona devota y el temporal se alejaba de la zona sin causar daños a personas, animales o cosechas.



La abundancia de albergues y negocios de restauración hacen de este pueblo una parada ideal para los que vienen de Rabanal del Camino. Los que venimos de Foncebadón paramos para tomar un café y descansar un poco pensando que a la izquierda, cruzando el Arroyo Grande, está Compludo, cuyo origen se remonta al s. VII cuando Fructuoso de Braga fundó su primer monasterio en las inmediaciones bajo la advocación de los santos niños Justo y Pastor, y su nombre derivaría de Complutum (Alcalá de Henares), ciudad donde ambos fueron martirizados. Fue el principio de un movimiento espiritual de carácter eremítico que dio paso a los monasterios, hasta entonces desconocidos. El valle de Compludo, de gran belleza paisajística con una exuberante vegetación de bosques de castaños, robles y encinas, está en el origen de la Tebaida Berciana, que después se extendería al valle de Oza, etc. La actual iglesia es del s. XVI.



Su herrería, excelentemente restaurada, es monumento nacional desde 1968. Está antes del pueblo, en la confluencia de los arroyos Miera y Miruelos, siguiendo un sendero a la orilla de éste último cuyas aguas alimentan el espíritu y los mecanismos de la fragua. Es la única de la Comarca que se mantiene en funcionamiento, mostrando la actividad siderúrgica medieval asociada a las fundaciones monásticas que repoblaron la zona durante el afianzamiento de la línea de frontera. Las instalaciones son únicas en España por el funcionamiento del martillo pilón usando el “efecto Venturi” o “tromba romana”.



El sistema de aprovechamiento hidráulico para realizar las actividades de la forja es rudimentario pero ingenioso, el más primitivo que se conoce. El mecanismo está preparado para que el mazo, de hierro y madera, golpee rítmicamente el metal incandescente puesto en el yunque, produciendo un sonido característico que no ha cambiado en generaciones de herreros. Unas aspas impulsadas por el agua giran alrededor de un eje de levas junto a una gran viga de nogal, dentada en su extremo, que hace de palanca para el largo martillo pilón que golpea sobre el yunque donde se trabaja el material a la velocidad deseada, según la regulación del caudal.



El sistema hidráulico para la inyección de aire en el hogar coincide con el que utilizan las forjas catalanas, procedimiento que pudo ser introducido en España por los romanos. Las aguas son canalizadas para lubricar el mecanismo impulsor y para que con su fuerza provoquen una corriente de aire que, por efecto “venturi”, avive el fuego de la fragua. Es especial el aprovechamiento del agua: canalizada hacia el interior de la herrería por una rústica obra de mampostería, crea una corriente de aire que aviva el fuego y, una vez dentro, sirve como motor para mover las aspas.
"La fragua de Compludo"
Primitivo Álvarez Armesto, 1892-1895
Museo del Bierzo, Ponferrada


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