Alquézar.
Esta pequeña población, que en 2017 tenía unos 300
habitantes, está situada en la margen derecha del último cañón del río Vero, al
sudeste del Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara, a 660 m de
altitud, al pie de las sierras de Balcez y Olsón. El espléndido casco urbano es
Conjunto Histórico-Artístico desde 1982, mientras que la altiva y encumbrada Colegiata
es Monumento Histórico Artístico Nacional desde 1966.
El musulmán Jalaf ibn Rasid mandó construir el castillo
como principal punto de defensa de Barbastro (Barbitanya) frente a los
cristianos del Sobrarbe en el siglo IX. En el año 1067 se cita al rey Sancho
Ramírez de Aragón que concedió fueros a la población en 1069 y privilegios en
1075, “cuando se levantó el sitio de los
sarracenos”. Alfonso I el Batallador otorgó nuevos fueros en 1125,
confirmados en 1245 por Jaime I, que añadió los privilegios de feria y mercado. Fue de realengo hasta 1202, pasando después por manos
señoriales hasta 1290. En el siglo XIV fue un tiempo de señorío hasta volver al
rey Martín I en 1398. Las cercanas poblaciones de Asque, Colungo, Buera,
Radiquero y San Pelegrín, eran de Alquézar a principios del siglo XVII.
El entorno paisajístico es impresionante. En él se funden
la roca, el agua, la historia, el arte y la leyenda, formando un universo
sorprendente. El tiempo se ha detenido en sus estrechas callejuelas y en las
puertas de la muralla. Este patrimonio, natural y cultural al tiempo, ofrece
múltiples alternativas en sus mágicos rincones para todo tipo de excursiones:
barranquismo, espeleología, escalada, salidas a pie, a caballo o en bicicleta. Muy
famosa es la Ruta de las Pasarelas. Sobrecogen sus barrancos,
acantilados, cuevas y abrigos, habitados desde la prehistoria como lo prueba el
conjunto de arte rupestre prehistórico en el Parque Cultural del Río Vero que
comprende todos los estilos clásicos de la prehistoria europea: paleolítico,
levantino y esquemático. Por sus valores fue declarado Itinerario Cultural
Europeo por el Consejo de Europa.
Mientras por los altos riscos pueden verse
quebrantahuesos, buitres, alimoches, halcones, etc. (ZEPA), es un placer
recorrer el encanto medieval de sus calles y casas, incluyendo la parroquia
dedicada a San Miguel Arcángel o el Museo Etnológico Casa Fabián. A las calles
principales, relativamente amplias y rectas, confluyen en sentido perpendicular
otras, pequeñas y cubiertas. Son los “callizos”, de una fascinación especial,
que se aprovechaban para situar habitaciones voladas, ganando espacio para la
casa. Podían utilizarse como almacén, para guardar elementos largos como las
escaleras de madera de chopo para varear oliveras. La leyenda dice que se podía
cruzar toda la población sin poner el pie en la calle, pasando por encima. Un
ejemplo es el pasador de casa Lailla, conocido como “la eslizadera”, que se usó
como tobogán. Al final del recorrido está la joya, la Colegiata de Santa María
la Mayor, siglos XI al XVI, gótico tardío.
Su origen está en la fortaleza construida en el siglo IX
por Jalaf ibn Rasid, “Al Qasr”, la fortaleza. Conquistada hacia 1067 por Sancho
Ramírez, fue fortaleza cristiana (Castrum Alqueçaris), que fue perdiendo
importancia al desplazarse la frontera hacia el sur, convirtiéndose en
institución religiosa. La colegiata se construyó después de que en 1099 se dotó
de una comunidad de canónigos agustinos, románica de la que sólo se conservan
unos capiteles historiados, sustituida en el siglo XVI por otra tardogótica.
Obra de Juan de Segura, autor también de la Seo de Barbastro. Durante el siglo
XVII se añadieron algunas capillas y el retablo mayor, de madera policromada,
de transición entre el renacimiento y el barroco.
En el siglo XIV se construyó el claustro gótico, con
reminiscencias románicas. Es de planta cuadrangular irregular, trapezoidal para
adaptarse al espacio, con columnas pareadas y arcos de medio punto sin clave,
que enmarcan seis capiteles historiados románicos, de la primera mitad del
siglo XII, con temas como la creación de Adán, la tentación de Eva y Adán en el
Paraíso, Caín y Abel, el diluvio universal, Abraham, etc. Los muros fueron
decorados con pinturas al fresco, que relatan escenas del Nuevo Testamento, en
los siglos XV al XVIII.
El atrio que daba acceso al primitivo templo románico
está integrado en el claustro, del que una bonita portada gótica da acceso a la
iglesia, cuyas bóvedas de crucería estrellada concentran la riqueza decorativa
de la arquitectura interior del templo. El retablo mayor, renacentista del
siglo XVI, se concibió como un monumental sagrario puesto que estaba permanentemente
expuesto el Santísimo Sacramento tras el óculo central. También son de destacar
la capilla de los Lecina, barroco del siglo XVII, que alberga un espléndido
Cristo románico de tamaño casi natural, y el órgano barroco de los siglos
XVII-XVIII, que daba espectacularidad a los oficios.
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