lunes, 30 de septiembre de 2019


Alquézar.

Esta pequeña población, que en 2017 tenía unos 300 habitantes, está situada en la margen derecha del último cañón del río Vero, al sudeste del Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara, a 660 m de altitud, al pie de las sierras de Balcez y Olsón. El espléndido casco urbano es Conjunto Histórico-Artístico desde 1982, mientras que la altiva y encumbrada Colegiata es Monumento Histórico Artístico Nacional desde 1966.


El musulmán Jalaf ibn Rasid mandó construir el castillo como principal punto de defensa de Barbastro (Barbitanya) frente a los cristianos del Sobrarbe en el siglo IX. En el año 1067 se cita al rey Sancho Ramírez de Aragón que concedió fueros a la población en 1069 y privilegios en 1075, “cuando se levantó el sitio de los sarracenos”. Alfonso I el Batallador otorgó nuevos fueros en 1125, confirmados en 1245 por Jaime I, que añadió los privilegios de feria y mercado. Fue de realengo hasta 1202, pasando después por manos señoriales hasta 1290. En el siglo XIV fue un tiempo de señorío hasta volver al rey Martín I en 1398. Las cercanas poblaciones de Asque, Colungo, Buera, Radiquero y San Pelegrín, eran de Alquézar a principios del siglo XVII.



El entorno paisajístico es impresionante. En él se funden la roca, el agua, la historia, el arte y la leyenda, formando un universo sorprendente. El tiempo se ha detenido en sus estrechas callejuelas y en las puertas de la muralla. Este patrimonio, natural y cultural al tiempo, ofrece múltiples alternativas en sus mágicos rincones para todo tipo de excursiones: barranquismo, espeleología, escalada, salidas a pie, a caballo o en bicicleta. Muy famosa es la Ruta de las Pasarelas. Sobrecogen sus barrancos, acantilados, cuevas y abrigos, habitados desde la prehistoria como lo prueba el conjunto de arte rupestre prehistórico en el Parque Cultural del Río Vero que comprende todos los estilos clásicos de la prehistoria europea: paleolítico, levantino y esquemático. Por sus valores fue declarado Itinerario Cultural Europeo por el Consejo de Europa.



Mientras por los altos riscos pueden verse quebrantahuesos, buitres, alimoches, halcones, etc. (ZEPA), es un placer recorrer el encanto medieval de sus calles y casas, incluyendo la parroquia dedicada a San Miguel Arcángel o el Museo Etnológico Casa Fabián. A las calles principales, relativamente amplias y rectas, confluyen en sentido perpendicular otras, pequeñas y cubiertas. Son los “callizos”, de una fascinación especial, que se aprovechaban para situar habitaciones voladas, ganando espacio para la casa. Podían utilizarse como almacén, para guardar elementos largos como las escaleras de madera de chopo para varear oliveras. La leyenda dice que se podía cruzar toda la población sin poner el pie en la calle, pasando por encima. Un ejemplo es el pasador de casa Lailla, conocido como “la eslizadera”, que se usó como tobogán. Al final del recorrido está la joya, la Colegiata de Santa María la Mayor, siglos XI al XVI, gótico tardío.



Su origen está en la fortaleza construida en el siglo IX por Jalaf ibn Rasid, “Al Qasr”, la fortaleza. Conquistada hacia 1067 por Sancho Ramírez, fue fortaleza cristiana (Castrum Alqueçaris), que fue perdiendo importancia al desplazarse la frontera hacia el sur, convirtiéndose en institución religiosa. La colegiata se construyó después de que en 1099 se dotó de una comunidad de canónigos agustinos, románica de la que sólo se conservan unos capiteles historiados, sustituida en el siglo XVI por otra tardogótica. Obra de Juan de Segura, autor también de la Seo de Barbastro. Durante el siglo XVII se añadieron algunas capillas y el retablo mayor, de madera policromada, de transición entre el renacimiento y el barroco.



En el siglo XIV se construyó el claustro gótico, con reminiscencias románicas. Es de planta cuadrangular irregular, trapezoidal para adaptarse al espacio, con columnas pareadas y arcos de medio punto sin clave, que enmarcan seis capiteles historiados románicos, de la primera mitad del siglo XII, con temas como la creación de Adán, la tentación de Eva y Adán en el Paraíso, Caín y Abel, el diluvio universal, Abraham, etc. Los muros fueron decorados con pinturas al fresco, que relatan escenas del Nuevo Testamento, en los siglos XV al XVIII.



El atrio que daba acceso al primitivo templo románico está integrado en el claustro, del que una bonita portada gótica da acceso a la iglesia, cuyas bóvedas de crucería estrellada concentran la riqueza decorativa de la arquitectura interior del templo. El retablo mayor, renacentista del siglo XVI, se concibió como un monumental sagrario puesto que estaba permanentemente expuesto el Santísimo Sacramento tras el óculo central. También son de destacar la capilla de los Lecina, barroco del siglo XVII, que alberga un espléndido Cristo románico de tamaño casi natural, y el órgano barroco de los siglos XVII-XVIII, que daba espectacularidad a los oficios.



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