“Velázquez, Rembrandt, Vermeer. Miradas afines”
Esta exposición, dedicada a la pintura holandesa y
española de finales del siglo XVI y del siglo XVII y en colaboración con el
Rijksmuseum de Ámsterdam, se enmarca en la celebración del Bicentenario del
Museo del Prado. Se compone de 72 obras que suponen una reflexión sobre las
tradiciones pictóricas de España y los Países Bajos, consideradas como
divergentes, señalando los numerosos rasgos que las unen. No se trata sólo de
disfrutar de unas obras muy relevantes, de los pintores más admirados, sino de
establecer puntos de comparación entre ellas.
El geógrafo, Johannes Vermeer, 1669
El nacionalismo de los siglos XIX y XX incidió en la
forma de entender el arte y en conceder importancia a lo que cada nación tenía
de diferente, minimizando los rasgos comunes que compartían los artistas
europeos. En el caso de España y Holanda, separadas por una guerra, esto se
acentuó, a pesar de que, por ejemplo, se interpretase en los dos países de
forma similar el legado de la pintura flamenca e italiana, en una estética
alejada del idealismo e interesada por la apariencia real.
El sitio de Breda, Jacques Callot, 1626-1628
Las obras de esta exposición no expresan ideas
nacionales, sino ideas y planteamientos que compartían una comunidad
supranacional de creadores, lo que hizo pensar a José Ortega y Gasset que “La unidad de la pintura de Occidente es uno
de los grandes hechos que hacen manifiesta la unidad de la cultura europea”.
Retrato de un médico, El Greco, 1582-1585
El contexto histórico en el que trabajaron los pintores
aquí reunidos es el de la confrontación entre España y los Baíses Bajos, en
rebelión dirigida por Guillermo de Orange que dio origen a la Guerra de los
Ochenta Años (1568-1648), de la que surgieron dos territorios, dos países,
Bélgica y los Países Bajos u Holanda, el presente en la exposición. Este
conflicto quedó tratado en cuadros como “La rendición de Breda” de Velázquez o “La
ronda de noche” de Rembrandt.
Nicolás Omazur, Bartolomé Esteban Murillo, 1672
La aparición de un nuevo país no significa que fuese
excepcional y diferente, ni que eso se pudiera manifestar en su pintura.
Aceptando, naturalmente, sus peculiaridades, la pintura holandesa comparte
rasgos fundamentales con la realizada en otros territorios de la Monarquía
española.
Mujer bañándose en un arroyo, Rembrandt, 1654
Autorretrato, Carel Fabritius, 1645
Jerónimo de Cevallos, El Greco, 1613
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Ámbito 1. Imagen, moda y pintura en España y los Países
Bajos.
Igualdad en la vestimenta de las élites de ambos países,
con el color negro, herencia del gusto de la casa ducal de Borgoña (Felipe el
Hermoso, Carlos V, Felipe II), como color preferente, que perduró más que en
otros países. Además de la ropa, en los retratos de los dos países son
similares las posiciones de las figuras, los gestos y los complementos, debido
a que se basaban en modelos comunes creados en los siglos XV y XVI en Italia y
en Flandes (Bélgica).
Demócrito, Hendrick ter Brugghen, 1628 Demócrito, José de Ribera, 1630 |
Ámbito 2. Ficciones realistas.
La humanización de los asuntos, tanto de los pintores
españoles como holandeses del siglo XVII, llevó a que los dioses, santos,
sabios, etc., que aparecen son personas de rasgos comunes, que visten con
humildad y habitan en espacios cotidianos. Como alternativa al idealismo
renacentista había surgido esta corriente realista a finales del siglo XVI, y,
mientras en otros países cedió pronto, en España y Holanda pervivió más tiempo,
siendo uno de los motivos de la afinidad entre pintores de ambos países. Hay
que advertir que el término realismo es equívoco, puesto que las pinturas no
son una transcripción de la realidad sino una transformación, que no representa
sencillamente lo que los artistas veían.
Bodegón con cardo, francolín, uvas y lirios
Felipe Ramírez, 1628
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Ámbito 3. Pintura de naturalezas muertas.
Las naturalezas muertas o bodegones de, por ejemplo,
Zurbarán, causaron admiración en teóricos de este género pictórico que surgió a
finales del siglo XVI a partir de un sustrato común a toda Europa y se
desarrolló simultáneamente en muchos países. Aunque hay características
locales, no es el origen geográfico sino el interés por diferentes corrientes
estéticas lo que las diferencia, existiendo elementos comunes como la
austeridad y el cuidado en la ejecución que caracteriza a las holandesas, pero
también a otras.
Juan van der Hamen y León, 1627
Ámbito 4. Contactos directos entre artistas y mecenas.
Además de la cultura artística que compartieron los
pintores holandeses y españoles del siglo XVII, también hubo casos de contactos
directos entre artistas y coleccionistas. Gerard Ter Borch viajó a España y
retrató a Felipe IV. Bartolomé Esteban Murillo pintó jóvenes humildes y
traviesos influido por cuadros holandeses que conoció gracias a comerciantes de
ese origen que residían en Sevilla. El rey Felipe IV encargó un conjunto de
paisajes para decorar el palacio del Buen Retiro de Madrid a artistas que
trabajaban en Roma, entre ellos varios holandeses.
La salida al campo con el ganado, Jan Both, 1639-41
Retrato de un hombre, Frans Hals, 1635 El bufón el Primo, Diego Velázquez, 1644 |
Ámbito 5. “Pintar a golpes de pincel groseros”.
La técnica de pincelada suelta y aspecto abocetado, que
deja a la vista las huellas de su creación, es compartida por muchos artistas
de ambos países. Es una forma de trabajar heredera de Tiziano y otros
venecianos del siglo XVI y se sobrepone a la técnica anterior, de aspecto más
suave y pulido. Esta influencia veneciana
perduró en España y Holanda mucho más que en otros centros artísticos,
lo que supone una más de las afinidades.
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