miércoles, 17 de julio de 2019


El País de la Plata.

La llegada a Hiendelaencina es sorprendente. Un breve callejeo lleva a la extraordinaria plaza donde se puede aparcar. Llama poderosamente la atención una plaza de estas dimensiones, tan desusada en estos pequeños pueblos. Si damos un paseo podemos comprobar cómo la Calle Mayor está muy apartada, orillada con respecto al actual casco urbano, y lleva a otras callejas con edificios de tipología antigua, hechos con piedra de gneis y pizarra, con pocos vanos –el acceso y algún ventanuco como el único ojo abierto-, que dibujan su forma irregular. Por estas calles discurre la memoria viva de un pueblo con el tiempo detenido en ellas. Hacia el norte, los edificios son diferentes y encontramos otra plaza, la del Dr. D. Nicolás Martín Virseda, con el Ayuntamiento, separada por la iglesia parroquial de Santa Cecilia de la Plaza Mayor. Se aprecia un cambio brusco en la morfología urbana de la población.

Desde las afueras podemos ver la enarcadura suave de las lomas que ondulan la línea del horizonte cortándola y explican las características geomorfológicas de este abrupto territorio, con vegetación de roble melojo, encina y arbustos (tomillos, jara, rosal silvestre), bien adaptada al riguroso clima, junto a la vegetación de ribera –sauces, chopos, etc.- en ríos y arroyos. De la vida antigua pueden verse las paredes de piedra, con las hincaderas, grandes lajas de piedra clavadas en el suelo, o las tainas o parideras para refugio del ganado.

Una región tan mísera, cubierta de jarales y estepares y escondida entre las fragosidades de la sierra; sin otros caminos que verdaderas sendas de perdices, no podía menos de pasar desapercibida para el resto del mundo. Sus habitantes, encerrados en míseras viviendas de piedra amasada con barro y techadas de pizarra, apenas si sabían más que cultivar con excesiva penuria sus escasas tierras laborables y los huertecillos o arreñales en que cosechaban un puñado de legumbres …“ (Bibiano Contreras, El País de la Plata, p. 6).

Ya antes de llegar a la Plaza Mayor se pasa junto a un monumento a la minería, y en el centro se alza un monolito que nos indica el origen de estos cambios ocurridos en el pueblo. De la nueva actividad pueden verse las ruinas de algunas minas, corroídas por el tiempo y el abandono, como la cercana Santa Teresa, o las escombreras que cubren parte del suelo, antiguo terreno de cultivo, como zona que la prosperidad ha dejado de lado. El paso de uno a otro momento necesita una explicación.

“Ni codiciados ni codiciosos, vivían aquella existencia ignorada, bien ajenos de que bajo la costra de tierra que arañaban para tender la semilla, se ocultaban tesoros abundantes, que solo esperaban la mano del hombre para mostrarse a la luz del día, y convertir aquel desierto en una riquísima comarca” (Bibiano Contreras, El País de la Plata, p. 6).

 “Desde ese momento la situación de los habitantes de Hiendelaencina cambió. La rápida localización de las siguientes menas favoreció en poco tiempo la instalación de una gran cantidad de minas, así como el significativo contenido  de plata de la mena favoreció la instalación de una magnífica fábrica de amalgamación en el valle del Bornova. Algunos accionistas, como Órfila se asentaron en Hiendelaencina, y como las míseras chozas del pueblo no ofrecían un espacio habitable ni para ellos ni para los empleados de la mina, se construyeron nuevos edificios. De esta forma no sólo los habitantes de Hiendelaencina sino también los de los pueblos vecinos encontraron una ocupación duradera y remunerada, unos como mineros u obreros siderúrgicos, otros como braceros en la construcción, o como arrieros para el transporte del material de construcción, de los aperos, los minerales y de los alimentos. Junto  a las míseras chozas de gneis se levantaron pronto edificios espléndidos…” (Heinrich Moritzs Willkomm, científico austriaco).



Una explicación detallada de todo el proceso puede encontrarse en el Centro de Interpretación “El País de la Plata”, situado a la entrada, cerca de la ermita de la Soledad, topónimo (hagiónimo) muy repetido en multitud de pueblos. Antes de venir es conveniente haber visto la buena página web del Centro (http://www.elpaisdelaplata.es/ ), que cuenta con varias e interesantes secciones: una Bienvenida que es una declaración de intenciones (recuperar el patrimonio, la memoria); una completa Historia, que desde la escasez de datos de épocas antiguas se pasa a la Allende la Encina de las Relaciones Topográficas de Felipe II, siglo XVI, a la Yendelaencina del Catastro del Marqués de la Ensenada, s. XVIII, y al siglo XIX con el aumento vertiginoso de la población debido a la “fiebre de la plata”, a la diversificación de las ocupaciones, al nuevo urbanismo, etc., y al final de todo esto; otra sección contiene una amplísima bibliografía y, en el futuro, habrá otra con una serie de rutas.

El Centro recibe con la amabilidad y competencia de Julia y Pepa, que me cuentan sus esfuerzos para sacar adelante este proyecto, sus dificultades financieras para mejorarlo y sus ilusiones para ampliarlo en un futuro cercano. La visita comienza en la planta baja con un video antiguo, pero entrañable, y continúa en la primera planta con la exposición, muy bien ordenada en varias secciones. A la entrada, un fondo de mina, una vagoneta con mineral y unas herramientas nos ponen en situación.



En un recorrido circular, en el sentido de las agujas del reloj, se pasa por las distintas divisiones o departamentos: el descubridor (Pedro Esteban Górriz Artázcoz), la situación (geografía, geología, minerales de plata), los filones (búsqueda del metal, testigos, réplicas), del mineral al lingote (procesos: amalgamación, cianuración, flotación), instalaciones hidráulicas de suministro de energía y otras construcciones asociadas a la minería (maqueta de un molino), La Constante (primera fábrica de beneficio, lingotera).


Después de estos apartados más técnicos se pasa a los humanos: los que aportaron el capital (títulos,
acciones), los que arriesgaron su vida (inmigrantes, duras condiciones de trabajo, muertes por accidentes de trabajo, útiles), la producción y la población, fiestas. Al ir rodeando, hemos dejado en medio una gran maqueta, con parte móvil, de un castillete. Es el final de una exposición sencilla pero moderna a la vez (tiene información en el sistema del código QR).



Al terminar, resuenan en los oídos nombres tan sonoros como Suerte, Fortuna, Malanoche, Nochebuena, Caridad, etc., poetizados en la imaginación, nostalgias líricas, viejas sombras del pasado que permanecen. Si en principio era difícil hacerse una idea de este cercano pasado, ahora todo está bastante más claro. Es la memoria viva congelada en un instante, viejas imágenes de nuevo devueltas al presente que, poco a poco, hacen surgir una cultura que el río Bornova alimentó con sus aguas. Después de un viaje por los rincones del fondo de la memoria buscando el aroma del pasado, buscando incluso cosas poco tangibles como las emociones, el recuerdo tiene la intensidad de una ausencia.

Aquel pasado es ciertamente un país lejano. Vivimos sobre los recuerdos y las tradiciones, ocultas por la maleza y el olvido. Parte de la vida yace enterrada en ese olvido del que quiere rescatarla la nostalgia industrial, la curiosidad arqueológica. Se ha fluctuado desde el desinterés y el olvido hasta la sublimación y la leyenda. En estos lugares nos dejamos envolver por los recuerdos pensando que la memoria no es el territorio de la nostalgia sino de la esperanza en el futuro, una esperanza que relampaguea como el oro, o como la plata.

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