jueves, 8 de junio de 2017

Botánica.

El 1º de Ciencias de la Universidad de Mayores, Campus de Alcalá de Henares, ataca de nuevo. El 6 de junio de 2017, bajo la guía de los Profesores de Botánica Dres. Alberto Atlés y Gabriel Moreno, salimos, en un microbús contratado por el Departamento, a pasar una mañana botánica en los alrededores de Tamajón, a llenar de vida un día espléndido, con sol y unas pocas ingrávidas nubes, pero sin calor por algo de viento y por la altitud (Alcalá-588, Tamajón-1.033 m.)

La primera parada en esta mañana azul y radiante es pasado el pueblo de Retiendas. Aprendemos el uso de una lupa y nos lanzamos febrilmente a la contemplación -con mirada exploratoria- de las plantas de la zona, descubiertas por el ojo de águila de los Profesores, atrapados en su entusiasmo. Así, por orden de aparición, vemos el gordolobo (mata los peces), viborera, campanitas blancas, santolina (crecepelo, ¡A buenas horas me entero!), plantas de la seta de cardo y seta de caña, alfalfa, tomillo aceitunero o salsero, escaramujo, jara serrana, zarzamora, parra silvestre, rosal silvestre, hipérico o hierba de San Juan (nervios), mejorana, jara pringosa, altramuz o chocho (baja el colesterol), menta, romaza, enredaderas, etc. El despliegue floral nos ofrece una bienvenida optimista.

La amplia paleta de la naturaleza muestra el amarillo, violeta, blanco, rojo, rosa, además de la infinita gama de verdes, en brillo y en mate. El Profesor Atlés tiene las miradas puestas sobre él: armado con su navaja tranchete, nos revela las interioridades de las plantas. De los árboles hay buenos ejemplares de chopo negro o álamo, nogal, olmo, sauce, fresno de hoja estrecha, encina, etc. Las cumbres de los árboles, contra el cielo, ondean ligeramente. El murmullo del viento en los árboles forma parte del lugar como los mismos árboles o las rocas. Las leves ráfagas de viento palpan la tierra y continúan arroyo abajo dejando un sibilante susurrar de hojas. Este viento, ahora agradable, será puñal en el invierno.

En los montes cercanos hay zonas arboladas y otras colonizadas por la jara, claro indicio de que hubo un incendio. La falta de sujeción del terreno ocasiona zonas de erosión, con abarrancamientos. Nuestras sombras caminan juntas. Vamos, oyendo el eco de nuestros lentos pasos, siguiendo el Barranco del Bustar, formado por la unión de varios arroyos, como el del Pueblo, que cruza Retiendas.

Es un arroyo calmo, de desnutrido cauce, cuya soledad invadimos. Asomados al vacío, en el pretil del puente que traza su curva de piedra sobre él, contemplamos el paso remolón de sus –ahora- escasas aguas, que, sin embargo, han formado una umbría alameda, en la que el fulgor vegetal habla de la vida, mientras sigue su corto curso antes de que se cumpla su destino en el Jarama, en las inmediaciones del Monasterio de Bonaval.

El derruido monasterio, fue entregado por Alfonso VIII de Castilla, en 1164, a los monjes cistercienses; en el s. XIX, Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, lo citó en su Libro de buen amor; la desamortización de Mendizábal acabó con él. Queda visible, aunque en mal estado, la parte del s. XIII: el pórtico Sur, torre, parte de la cabecera con tres ábsides, etc.


Seguimos hasta Tamajón, donde realizamos una parada técnica. Esta población perteneció en el s. XV a los Mendoza, que mandaron construir, a mediados del s. XVI, un palacio plateresco de sobria fachada, en piedra caliza de la zona –como la de la fachada del Colegio Mayor de San Ildefonso en Alcalá de Henares-, sede actual del Ayuntamiento.

Salimos, dejando a nuestra derecha las ruinas de la antigua fábrica de vidrio -que funcionó hasta el s. XVIII- hecha una única ruina, y pasamos por delante de la iglesia de Ntra Sra de la Asunción -s. XIII, románica, s. XVI, renacentista, galería porticada en la fachada sur, s. XIII- para llegar, tras 1,8 kms en dirección a Majaelrayo, a la ermita de los Enebrales –ss. XVI-XVIII-, con su aguja apuntando al cielo.


Ante la indiferencia del mundo natural por las construcciones del arte, la piedra, que carece de la fugaz fragilidad de la condición humana, ha dejado de ser un simple material para convertirse en algo inmortal. A pesar de la sencillez y sobriedad de la ermita, la pompa heráldica del blasón del atrio de entrada, desvanecido símbolo de otros tiempos, añade altanería a la arquitectura, aunque no se puede reconstruir el tiempo que late en sus piedras. La generación del vacío potencia el simbolismo de la materia en el bonito rosetón de la fachada oeste.  

Una ráfaga de viento serrano se aplasta contra su fachada cuando iniciamos el segundo recorrido botánico, por la Ciudad Encantada de Tamajón, que nos sumerge en un espléndido sabinar, con algunos enebros y menos encinas y olmos, que forma un austero paisaje al que dan color las plantas: espliego, genista, té de roca, siempreviva, jazmín silvestre, clavelitos silvestres, cabrahigo o higuera silvestre, orquídea silvestre, zapatitos de la Virgen –crecen incluso en la fachada de la ermita-, etc.

El color verde lo invade todo. El bosque va ganando en espesura, se traga la visión del mundo que nos rodea y llena de verde los ojos y de ilusión de frescor la mañana. En algún punto, el sol no llega a su interior. El bosque, silencioso, se abre ante nosotros y se cierra a nuestra espalda. Un mirlo, que no se asusta, es testigo de nuestras andanzas. Este recio universo de piedra y de invierno es un paisaje bello por solitario, de elegante austeridad, de perenne serenidad, y de, incluso, generosidad cromática. Paisaje y tiempo estáticos. Tiempo congelado.

Consideramos que es hora de darle al cuerpo lo que está pidiendo. Desandamos el camino y, en Tamajón, tomamos la carretera a Muriel y Cogolludo, pasando entre los restos de la fábrica de vidrio y el convento de San Francisco, testigos de un pasado más glorioso de la población, y paramos en la espejeante laguna grande de Tamajón, que tiene un espacio acondicionado, cerca del pueblo abandonado de Sacedoncillo.

El sol ha ido ascendiendo por la curva del cielo y está en lo alto cuando llegamos a este lugar donde los sentidos se solazan, de sublime contemplación, de maravilloso éxtasis, en un momento propenso al lirismo y a la descripción enfática y exuberante. El murmullo suave y apacible de la fuente deposita un bálsamo sobre la zona, caliente de sol, y el viento riza la superficie del agua.


Comida en grupo. Todo se comparte. Hay mucha comida y bebida, incluso un estimulante orujo. Es una pena que ahora que este curso ha acabado es cuando el grupo empieza a conocerse; para el próximo, habrá que hacer algo. Se está muy bien, pero, aunque no lo notamos mucho por el refrescante vientecillo, el sol nos está dando de lleno.



Nueva parada técnica en Tamajón para tomar café, aunque sea después del orujo. El orden de los factores… El regreso, con todo el sol que llevamos encima, tiende al sopor y a la ensoñación. Nos invade una dilatada pereza. Con el cuentakilómetros del cerebro en blanco, dejamos extinguirse el pensamiento. Ha resultado un día magnífico, uno de esos días al margen de los vaivenes del mundo, metidos en sí mismos. Al llegar, AGRADECIMIENTO INMENSO a los Profesores, y despedida y cierre con un tumulto de flores en la cabeza. ¡Buen verano a tod@s, y hasta el curso que viene! 










1 comentario:

  1. Gracias, José Luis, por tan bella crónica. Eres todo un poeta. Es una pena que en las pocas semanas que hemos compartido no haya tiempo para poder conocernos más que superficialmente. No obstante, sí me quedo con una grata impresión del grupo, siempre receptivo y entusiasta. Y en esta jornada de campo se demostró aún más.
    ¡A por el próximo curso!

    Alberto

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