Botánica.
El 1º de Ciencias de la Universidad de Mayores, Campus de
Alcalá de Henares, ataca de nuevo. El 6 de junio de 2017, bajo la guía de los
Profesores de Botánica Dres. Alberto Atlés y Gabriel Moreno, salimos, en un
microbús contratado por el Departamento, a pasar una mañana botánica en los
alrededores de Tamajón, a llenar de vida un día espléndido, con sol y unas pocas
ingrávidas nubes, pero sin calor por algo de viento y por la altitud
(Alcalá-588, Tamajón-1.033 m.)
La primera parada en esta mañana azul y radiante es
pasado el pueblo de Retiendas. Aprendemos
el uso de una lupa y nos lanzamos febrilmente a la contemplación -con mirada
exploratoria- de las plantas de la zona, descubiertas por el ojo de águila de
los Profesores, atrapados en su entusiasmo. Así, por orden de aparición, vemos
el gordolobo (mata los peces), viborera, campanitas blancas, santolina
(crecepelo, ¡A buenas horas me entero!), plantas de la seta de cardo y seta de
caña, alfalfa, tomillo aceitunero o salsero, escaramujo, jara serrana,
zarzamora, parra silvestre, rosal silvestre, hipérico o hierba de San Juan
(nervios), mejorana, jara pringosa, altramuz o chocho (baja el colesterol),
menta, romaza, enredaderas, etc. El despliegue floral nos ofrece una bienvenida
optimista.
La amplia paleta de la naturaleza muestra el amarillo,
violeta, blanco, rojo, rosa, además de la infinita gama de verdes, en brillo y
en mate. El Profesor Atlés tiene las miradas puestas sobre él: armado con su
navaja tranchete, nos revela las interioridades de las plantas. De los árboles hay
buenos ejemplares de chopo negro o álamo, nogal, olmo, sauce, fresno de hoja
estrecha, encina, etc. Las cumbres de los árboles, contra el cielo, ondean
ligeramente. El murmullo del viento en los árboles forma parte del lugar como
los mismos árboles o las rocas. Las leves ráfagas de viento palpan la tierra y continúan
arroyo abajo dejando un sibilante susurrar de hojas. Este viento, ahora
agradable, será puñal en el invierno.
En los montes cercanos hay zonas arboladas y otras
colonizadas por la jara, claro indicio de que hubo un incendio. La falta de
sujeción del terreno ocasiona zonas de erosión, con abarrancamientos. Nuestras
sombras caminan juntas. Vamos, oyendo el eco de nuestros lentos pasos,
siguiendo el Barranco del Bustar, formado por la unión de varios arroyos, como el
del Pueblo, que cruza Retiendas.
Es un arroyo calmo, de desnutrido cauce, cuya soledad
invadimos. Asomados al vacío, en el pretil del puente que traza su curva de
piedra sobre él, contemplamos el paso remolón de sus –ahora- escasas aguas,
que, sin embargo, han formado una umbría alameda, en la que el fulgor vegetal
habla de la vida, mientras sigue su corto curso antes de que se cumpla su
destino en el Jarama, en las inmediaciones del Monasterio de Bonaval.
El derruido monasterio, fue entregado por Alfonso VIII de
Castilla, en 1164, a los monjes cistercienses; en el s. XIX, Juan Ruiz,
Arcipreste de Hita, lo citó en su Libro de buen amor; la desamortización de
Mendizábal acabó con él. Queda visible, aunque en mal estado, la parte del s.
XIII: el pórtico Sur, torre, parte de la cabecera con tres ábsides, etc.
Seguimos hasta Tamajón,
donde realizamos una parada técnica. Esta población perteneció en el s. XV a
los Mendoza, que mandaron construir, a mediados del s. XVI, un palacio
plateresco de sobria fachada, en piedra caliza de la zona –como la de la
fachada del Colegio Mayor de San Ildefonso en Alcalá de Henares-, sede actual
del Ayuntamiento.
Salimos, dejando a nuestra derecha las ruinas de la
antigua fábrica de vidrio -que funcionó hasta el s. XVIII- hecha una única
ruina, y pasamos por delante de la iglesia de Ntra Sra de la Asunción -s. XIII,
románica, s. XVI, renacentista, galería porticada en la fachada sur, s. XIII-
para llegar, tras 1,8 kms en dirección a Majaelrayo, a la ermita de los Enebrales –ss. XVI-XVIII-, con su aguja apuntando al
cielo.
Ante la indiferencia del mundo natural por las
construcciones del arte, la piedra, que carece de la fugaz fragilidad de la
condición humana, ha dejado de ser un simple material para convertirse en algo
inmortal. A pesar de la sencillez y sobriedad de la ermita, la pompa heráldica
del blasón del atrio de entrada, desvanecido símbolo de otros tiempos, añade
altanería a la arquitectura, aunque no se puede reconstruir el tiempo que late
en sus piedras. La generación del vacío potencia el simbolismo de la materia en
el bonito rosetón de la fachada oeste.
Una ráfaga de viento serrano se aplasta contra su fachada
cuando iniciamos el segundo recorrido botánico, por la Ciudad Encantada de
Tamajón, que nos sumerge en un espléndido sabinar, con algunos enebros y menos
encinas y olmos, que forma un austero paisaje al que dan color las plantas: espliego,
genista, té de roca, siempreviva, jazmín silvestre, clavelitos silvestres,
cabrahigo o higuera silvestre, orquídea silvestre, zapatitos de la Virgen –crecen
incluso en la fachada de la ermita-, etc.
El color verde lo invade todo. El bosque va ganando en
espesura, se traga la visión del mundo que nos rodea y llena de verde los ojos
y de ilusión de frescor la mañana. En algún punto, el sol no llega a su
interior. El bosque, silencioso, se abre ante nosotros y se cierra a nuestra
espalda. Un mirlo, que no se asusta, es testigo de nuestras andanzas. Este
recio universo de piedra y de invierno es un paisaje bello por solitario, de
elegante austeridad, de perenne serenidad, y de, incluso, generosidad
cromática. Paisaje y tiempo estáticos. Tiempo congelado.
Consideramos que es hora de darle al cuerpo lo que está
pidiendo. Desandamos el camino y, en Tamajón, tomamos la carretera a Muriel y
Cogolludo, pasando entre los restos de la fábrica de vidrio y el convento de
San Francisco, testigos de un pasado más glorioso de la población, y paramos en
la espejeante laguna grande de Tamajón,
que tiene un espacio acondicionado, cerca del pueblo abandonado de
Sacedoncillo.
El sol ha ido ascendiendo por la curva del cielo y está
en lo alto cuando llegamos a este lugar donde los sentidos se solazan, de
sublime contemplación, de maravilloso éxtasis, en un momento propenso al
lirismo y a la descripción enfática y exuberante. El murmullo suave y apacible
de la fuente deposita un bálsamo sobre la zona, caliente de sol, y el viento riza
la superficie del agua.
Comida en grupo. Todo se comparte. Hay mucha comida y
bebida, incluso un estimulante orujo. Es una pena que ahora que este curso ha
acabado es cuando el grupo empieza a conocerse; para el próximo, habrá que
hacer algo. Se está muy bien, pero, aunque no lo notamos mucho por el
refrescante vientecillo, el sol nos está dando de lleno.
Nueva parada técnica en Tamajón para tomar café, aunque sea
después del orujo. El orden de los factores… El regreso, con todo el sol que
llevamos encima, tiende al sopor y a la ensoñación. Nos invade una dilatada
pereza. Con el cuentakilómetros del cerebro en blanco, dejamos extinguirse el
pensamiento. Ha resultado un día magnífico, uno de esos días al margen de los
vaivenes del mundo, metidos en sí mismos. Al llegar, AGRADECIMIENTO INMENSO a
los Profesores, y despedida y cierre con un tumulto de flores en la cabeza. ¡Buen
verano a tod@s, y hasta el curso que viene!
Gracias, José Luis, por tan bella crónica. Eres todo un poeta. Es una pena que en las pocas semanas que hemos compartido no haya tiempo para poder conocernos más que superficialmente. No obstante, sí me quedo con una grata impresión del grupo, siempre receptivo y entusiasta. Y en esta jornada de campo se demostró aún más.
ResponderEliminar¡A por el próximo curso!
Alberto