Eduardo Mendoza.
El Premio Cervantes 2017 ha recaído en el escritor
barcelonés Eduardo Mendoza, que, en su discurso, dijo que había leído El
Quijote cuatro veces a lo largo de su vida. El humor que detectó en su tercera
lectura está presente en la obra de este autor que, a la entrada de la
Universidad, dijo haber traído a la familia para que le criticasen y a los
amigos para que le hicieran la ola.
El encanto del estilo sencillo y claro de Cervantes admiró en su primera lectura a quien ya sabía
que quería escribir, aunque “las vocaciones tempranas son árboles con muchas
hojas, poco tronco y ninguna raíz”. La segunda le llevó a la identificación con
el Caballero de la Triste Figura, en cuanto ser de “idealismo desencaminado”
porque, según explicó, “un héroe épico se vuelve un pelma cuando ya ha hecho lo
suyo. En cambio, un héroe trágico nunca deja de ser un héroe, porque es un
héroe que se equivoca. Y en eso a don Quijote, como a mí, no nos ganaba nadie”.
Finalmente, en la cuarta lectura se preguntó por la
locura de don Quijote, respondiendo afirmativamente, lo mismo que por la suya,
aunque después de todo, después del premio, quiere seguir siendo el que siempre
ha sido: “Eduardo Mendoza, de profesión, sus labores”.
La Universidad de Alcalá de Henares ha homenajeado al
escritor con una exposición titulada “Eduardo Mendoza y la ciudad de los
prodigios”, que puede visitarse en el Museo Luis González Robles (Edificio del
Rectorado, primera planta) y que consta de una serie de textos entresacados de “La
ciudad de los prodigios” y algunos de “La verdad sobre el caso Savolta” - dos
de sus obras más importantes, con un amplio y detallado fondo histórico de la
ciudad- acompañados por magníficas fotografías antiguas pertenecientes al Arxiu
Fotogràfic de Barcelona.
Las dos Exposiciones Universales celebradas en la ciudad,
1888 y 1929, que demostraban su pujanza económica, enmarcan el periodo temporal
tratado en esta muestra, que comienza con los planos de la ciudad en ambas
fechas para poder observar las diferencias de su urbanismo. Tras la geografía
general del emplazamiento de la ciudad, se pasa a su ampliación con el derribo
de las murallas como sucedió en muchas otras ciudades. El trabajo proporcionado
por las obras origina una fuerte emigración rural y la aparición de zonas de
barracas, como el barrio de Pekín, que complementan las calles estrechas, con
charcos y basura, de los barrios viejos.
Las grandes obras modificaron la fisonomía de la ciudad
atendiendo al transporte -como en la Vía Laietana-, a su ampliación –urbanización
de la montaña de Montjuich por impulso de Primo de Rivera, que apartó a los que
se opusieron-, y a edificios emblemáticos –estadio de Montjuich, exaltación del
deporte; Palau Nacional de Montjuich; Palau de la Música; Pueblo Español,
etc.-. La culminación fue la inauguración de las dos Exposiciones.
El mundo del trabajo aparece en las obras de las
Exposiciones Universales, en empresas importantes como La Maquinaria Terrestre
y Marítima, y en situaciones conflictivas como la huelga del Mercado de San
Antonio. Los parones en las obras y su terminación suponían el paro para muchos
trabajadores.
No podía faltar el aspecto político, en el que se
muestran graves conflictos como la Semana Trágica y las barricadas, mítines,
atentados, la muerte de María Cristina –que había inaugurado la Exposición de
1888- poco antes de inaugurarse la de 1929, y un banquete homenaje a Francesc
Cambó, celebrado en el Parque Güell.
A pesar de todos los problemas y de las situaciones
penosas, también hay textos e imágenes más amables como el paseo por el bulevar
La Rambla, la generalización de la electricidad, el tranvía –que posibilita,
además, ir más fácilmente a la playa-, el tranvía descubierto, etc. La
existencia de clases sociales de nivel económico alto –aristocracia, burguesía-
se plasma en la visión de las uniformadas niñeras de paseo y de
entretenimientos como el cine –Borrás-, el Palau de la Música, el Hipódromo,
etc.
En unos momentos en los que algunos pretenden una
diferenciación explícita de Cataluña y lo catalán, bueno es leer –es bueno
siempre- las desmitificadoras palabras que Eduardo Mendoza dice, hablando de la
historia de la ciudad, en la primera página de “La ciudad de los prodigios”: “…
A los fenicios siguieron los griegos y los layetanos. Los primeros dejaron de
su paso residuos artesanales; a los segundos debemos dos rasgos distintivos de
la raza, según los etnólogos: la tendencia de los catalanes a ladear la cabeza
hacia la izquierda cuando hacen como que escuchan y la propensión de los
hombres a criar pelos largos en los orificios nasales … .”
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