Retorno a la belleza. Obras maestras del arte italiano de entreguerras.
Esta exposición de la Fundación Mapfre analiza cómo la
vanguardia radical, dentro de la gran complejidad del arte de la primera mitad
del siglo XX, quedó identificada, tras
la I Guerra Mundial, con la experiencia de desorden histórico, moral y
cultural, por lo que, en Italia, la gran tradición mediterránea, que seguía
fluyendo, quiso acallar esos años de vanguardias sumergiéndose en algunos
episodios memorables de su pasado histórico para volver a la seguridad y la
serenidad asociadas a la belleza y el clasicismo. Esa búsqueda de la belleza
como eje central, junto al equilibrio, el sosiego y la eternidad se hizo
retomando la temática y el sentido de la composición propio de la Antigüedad y
del Renacimiento –aunque convivieron la más rotunda abstracción junto al
realismo más minucioso- e incluyendo la solemnidad del gesto, el idilio con la
naturaleza, la atmósfera de misterio. La inspiración llegó de la estatuaria
grecorromana, de los siglos XIV y XV –Giotto, Masaccio, Mantegna y della
Francesca- e incluso del Picasso neoclásico de los primeros años veinte.
De esa admiración por el pasado, por el clasicismo, que
no fue simple mímesis, surgió una figuración renovada e imaginativa, con altas
dosis de modernidad, de la mano de pintores como Giorgio de Chirico, Carlo
Carrà, Giorgio Morandi, Felice Casorati, Antonio Donghi, etc., que veían en
esta “vuelta al orden”, el remedio para la devastación sufrida y la ausencia de
esperanza. Las corrientes fundamentales del período y la expresión más clara de
este clima europeo fueron la pintura metafísica, a través de la revista Valori Plastici, junto al grupo Novecento, y lo que se denominará
“realismo mágico”. La constante de sus obras es la búsqueda de la belleza
intemporal, el lenguaje de los valores sólidos; el fin, el bienestar del
espíritu, el confortarlo por la tragedia bélica.
Con la tradición volvieron los géneros –retrato, paisaje
–urbano o rural-, naturaleza muerta, desnudo,…-, que parecían abandonados,
junto con motivos de valor alegórico y simbólico –maternidad, infancia, edades
de la vida- aunque interpretados con un lenguaje a la vez atento a la lección
de los maestros del pasado e interpretados con un lenguaje moderno, con la
belleza como horizonte. Las composiciones son sencillas y equilibradas, con
formas limpias y concisas que pueden resultar inquietantes por su precisión y
claridad.
Metafísica del tiempo y del espacio.
Giorgio de Chirico anticipa el sentimiento de nostalgia
nacido de la mirada al pasado. Es el padre de la pintura metafísica –falta de
referencia espacial o temporal en sus composiciones- que llegó a su término en
los años veinte, cuando sus protagonistas se sintieron atraídos por un
clasicismo moderno y por la inspiración de los grandes maestros, de Giotto a
Paolo Uccello, de Piero della Francesca a Masaccio.
Evocaciones de lo antiguo.
En torno a la figura de la crítica de arte Margherita
Sarfatti, nace en 1922 el grupo de pintores, lombardos de residencia, conocido
como Novecento, cuyo reconocimiento le llegó en la Bienal de Venecia de 1924. Fueron Mario Sironi –sus lienzos nos llevan de
forma simbólica a un pasado eterno-, Achille Funi, Leonardo Dudreville, Anselmo
Bucci, Ubaldo Oppi, Piero Marussig y Gian Emilio Malerba. En la misma línea,
Gino Severini hace aparecer personajes de la Comedia del Arte, Arlequín y
Polichinela –queridos también por Picasso-, en una escena dominada por las
ruinas de un templo clásico, metáfora de un tiempo lejano que aún perdura.
El desnudo como modelo.
La Venus de Urbino de Tiziano fue la referencia obligada
de estos artistas italianos que querían volver a situar al hombre en el centro
del mundo, volver a hacer del cuerpo humano la medida del mundo. Se
caracterizan por la tensión entre el tiempo presente en que se pinta la obra y
el lenguaje clásico utilizado y el paradigma es Concerto, de Felice Casorati,
mientras que la obra de Cagnaccio di San Pietro tiene fuerte contenido social
aunque mantiene las mismas características formales.
Paisajes.
El género del paisaje también adquiere importancia
–aunque menor que la figura humana- y es central en artistas como Sironi, Carrà
o Morandi, que captan vistas de la ciudad o de paisajes rurales con valores
plásticos y pictóricos basados en la tradición. Las calles de ciudades, los
edificios, los peatones, los puentes, la naturaleza, etc., son los temas
preferidos en la nueva figuración. Lo real termina produciendo un sentimiento
de inquietud y melancolía, como en los paisajes urbanos de Sironi, en los que
su marcada geometría y su paleta de ocres y grises expresan soledad.
Regreso a la figura. El retrato.
El retrato es otro de los géneros tradicionales que se
recupera. Giorgio de Chirico dirigió su mirada a los antiguos maestros –Durero,
Miguel Ángel o Rafael- y en la misma dirección se sitúan los retratos que
Felice Casorati pinta de Antonio Veronesi y de su esposa, Teresa Madinelli. A
este gusto por el género en clave clásica se suman Antonio Donghi, Ubaldo Oppi
o Piero Marussig, pero lo que destaca es la herencia etrusca en esta mirada
moderna al pasado, llegado a reproducir incluso el tratamiento técnico de la materia
pictórica, como la de un fresco.
La poesía de los objetos.
El deseo de concentrar la atención en la naturaleza de
las cosas y transmitir la apariencia misma de los objetos se centró en otro de
los géneros tradicionales, el bodegón. Morandi hace de la naturaleza muerta el
eje de toda su pintura, siendo los objetos, que encierran en sí mismos todo su
significado, un pretexto para hablar del propio lenguaje pictórico. Las mesas
puestas de Severini remiten a la costumbre griega y romana de disponer ofrendas
en la mesa de la habitación del invitado. Las frutas de Donghi transmiten idea
de fijeza, de inmovilidad, de ausencia de vida, lo que conecta con la
denominación de naturaleza muerta.
Las edades de la vida.
La maternidad, la infancia o la senectud, vuelve a ser
motivos comunes de la pintura de estos años, siempre interpretados desde la
tradición. Casorati representa, en el retrato de Cesare Lionello, la alegría y
la dulzura del mundo infantil. Las obras de Cagnaccio di San Pietro o de
Achille Funi, con ecos de Mantegna, expresando las edades de la vida, generan
sensación de tristeza y melancolía, de tiempo detenido.
Este viaje, el recorrido por esta exposición en el que
guía la belleza, sirve para admirar la serenidad, el equilibrio y el sosiego
que marcan las obras, para bajar el ritmo y disfrutar respirando lentamente.
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