jueves, 27 de abril de 2017

Los caciques.


La sencillez de Carlos Arniches –considerado de la Generación del 98- queda plasmada en el gesto de rechazar, al volver a España en 1940, su nombre en una calle del Barrio de Salamanca, como le proponía el alcalde Alberto Alcocer, y aceptarla en el Rastro, donde había sido acogido y donde aprendió el lenguaje costumbrista, castizo y chulesco, que recreó de forma magistral. Sin embargo, su
teatro, ahora anticuado y superado, tiene muchas más pretensiones y está vigente por su valor de denuncia, de crítica social y política.

Según los críticos, La Señorita de Trévelez (1916) y Los Caciques son sus obras de mayor denuncia social. Esta última es la que nos interesa ahora. Fue estrenada en 1920 en el teatro de la Comedia de Madrid, donde tuvieron lugar otros hechos importantes: 1914,
conferencia “Vieja y Nueva Política”, de José Ortega y Gasset; 1919, congreso de la CNT en que se adhirió a la Internacional comunista; 1933, Discurso de fundación de Falange Española, por José Antonio Primo de Rivera. Su historia, una versión de El Inspector de Nikolai Gogol, es la de un Ayuntamiento corrupto –
tema de absoluta actualidad- que se enfrenta a una inspección sorpresa, condimentada con una confusión de identidades.

Con la apariencia de una comedia de enredo, esconde una crítica feroz aunque a través del humor, usado como arma, como muy válido y poderoso instrumento. La corrupción parece sobrevivir a cualquier cosa, ejemplificándose en un alcalde con más de treinta
años en el poder, y el hecho de que ahora se refiera al pasado sirve para comprobar lo poco que se ha avanzado. Los personajes de una pequeña población, de acusado casticismo y paletismo, sufren –los más- o se benefician –los menos (D. Régulo cobra como matrona de consumos)- de la situación, pero, como se dice al final, “Los
españoles no seremos felices, hasta que no acabemos de una vez para siempre con los caciques”. 

Los Caciques, farsa cómica de costumbres de política rural en tres actos, ha sido representada por la Compañía de Teatro Alkalá Nahar de Alcalá de Henares, dirigida por Saturnino Niño Gutiérrez, en el Auditorio de la misma ciudad, lleno de público, con alguna modificación sobre el libreto original que anima más, si cabe, la obra.

Las características de los personajes y su caracterización son las que corresponden a los dos mundos enfrentados, el urbano y el rural, la ciudad y el pueblo. Al primero corresponden el médico, el secretario, el tío –que se carga de dignidad- y el delegado; el resto son del segundo. La diferencia se aprecia claramente en la vestimenta, trajeados los primeros más D. Régulo y el alcalde cuando quiere aparentar, y con atuendo rural los demás. Alguno lleva más lejos su apariencia haciéndose acompañar con un gran garrote o incluso algún arma blanca o de fuego, como Carlanca, metamorfoseado en antañón guerrillero trabucaire.

Las distintas caracterizaciones se reflejan también en la actitud, más refinada o ruda, respectivamente. Un personaje especial en este sentido es el secretario, que, aunque en el fondo es igual a los del pueblo, es más sibilino, más sutil, aunque termine adoptando medidas heroicas arrojando un petardo a la cara del tío. El nombre de los personajes ya anuncia su atributo: Acisclo Arrambla Pael, Perniles, Garibaldi, Morrones, etc. El antiguo representante se
llama Demetrio Sánchez Cunero, segundo apellido que corresponde al candidato de un partido político que se presenta por una circunscripción electoral a la que no pertenece. Y, naturalmente, las diferencias se notan del mismo modo en el lenguaje, más cuidado y ampuloso en los de ciudad, más costumbrista en los del pueblo, siendo antológica la floripóndica competición oratoria entre el tío y el secretario.

El lenguaje de la obra está lleno de equívocos, juegos de palabras, etc., con el objeto de provocar la risa en los espectadores, siendo bastante común a todos los personajes: “Se subió a un árbol. Pues ya no tiene edad para andarse por las ramas”, “Igualdá. Igual da, pero quítatelo”, etc. Estos giros graciosos del lenguaje también se refieren, lógicamente, a la situación política, eje central de la obra: “Cojan ustedes los taburetes que las sillas son para los amigos políticos”, “Que me ha tirao dos coces el macho, porque lo tienen
enseñao a cocear a los republicanos”, “Como yo sé que tú llevas los libros de una forma especial, como persona que sabe muy bien lo que se lleva”, etc. A pesar de esta apariencia alegre y desenfadada, el mensaje político está muy claro y el lenguaje se torna serio y profundo en algunas sustanciosas conversaciones: “Porque aquí, para que le dejen respirar a uno y no le quemen la cosecha y le maten el ganao, tie que votar lo que usté quiera y ser esclavo de usté”.

La antigüedad de la obra queda patente en algunos detalles como un mechero al que en vez de bencina le echan anís del Mono y en referencias a la actualidad (una realidad como un rascacielos), a los políticos de la época (Sánchez de Toca, La Cierva, Lerroux, Sagasta) o a los literatos (Azorín), que no es fácil que sean entendidas por el público y que podrían suprimirse sin perjuicio. Sin embargo, siempre son de actualidad los temas tratados, machismo, celos, violencia, y, por supuesto, la corrupción política.

El elenco de actores demuestra una capacitación técnica y una unidad interpretativa encomiables, fruto sin duda del trabajo conjunto con el director. Todos están muy metidos en su papel, tanto con texto como sin él, demostrando el arte de la totalidad de la teoría teatral como unificación de los distintos lenguajes, el texto y
la expresión corporal. La expresión gestual, dentro de su sencillez, revela claramente el pensamiento, parte de las ideas con las que concuerda y sincroniza. En algún caso hay gestos innecesarios, exagerados, propios de la pantomima, repetitivos, que no responden a la diversidad: los antiguos decían que las cosas dos veces repetidas agradan, sin embargo, más de dos veces pueden desagradar. No debe buscarse la risa fácil. No obstante, lo anterior queda compensado por la expresión de un teatro más moderno en
algunos momentos, en el que el silencio es más poderoso que las palabras, que se acercaría, salvando las distancias, a una de las formas teatrales más antiguas del mundo, el Kathakali, originario de la India, que incluye un complicado lenguaje de gestos y movimientos del cuerpo, o al teatro gestual, caracterizado por el uso del lenguaje corporal como elemento primero.

Con un decorado sencillo, funcional, efectivo, con pocos muebles bien colocados, con espacio suficiente para grupos, con un fondo en varios niveles como un diorama, la representación de esta obra marca un alto nivel y consigue que, a pesar de su excesiva duración –incluyendo cambio de decorado al final del Primer Acto- no se haga larga. Agradezcamos a Calíope la elocuencia de los actores y a Talía el buen resultado de la comedia.

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