martes, 7 de marzo de 2017

Tórtola de Henares-Ciruelas-Cañizar-Rebollosa de Hita.




Andando pocos días del mes de marzo, la II Etapa de la Ruta Alcarreña Oriental del Camino de Santiago supone nuestro esperado reencuentro con el grupo senderista dirigido por Félix, “Ande andarás”, al que teníamos un poco abandonado en las últimas semanas. Aparcamos en el Paseo de la Alameda de Tórtola de Henares, población en continuo crecimiento en la última década, llegando su población a sobrepasar el millar de tortoleños. Delante de la Casa de la Cultura se producen los afectuosos saludos de rigor y la obligada foto de inicio.

Salimos por la Calle Real, la carretera CM-1003, hasta la Antigua ermita humilladero (s. XIV, estilo toledano, ladrillo y tapial, rehabilitada), desde donde seguimos un camino paralelo a la carretera. Estamos en la Ruta de la Agricultura, una pista agrícola que constituye el Camino del Cid, rodeada de campos de cultivo, cereal principalmente que, ya nacido, verdea el paisaje en contraste con el marrón arcilloso de la tierra.

El cielo está muy nublado y las nubes, bajas, ocultan las cimas de las lomas como una niebla húmeda. No llueve y la temperatura es muy agradable para andar. La escasa luz apaga los colores, aunque las flores blancas y rosas de los almendros iluminan el paisaje, cubierto de un verde brillante y aterciopelado que tapiza las suaves lomas que lo ondulan. El camino se separa de la carretera y adopta un sentido en paralelo a la autovía del Nordeste, siguiendo el Arroyo de los Valles, que seguirá a nuestra derecha mientras algún que otro camino confluye al nuestro. El ligero viento no trae sonido alguno. El silencio, más poderoso que las palabras, se ha apoderado de la ruta.

El paisaje ha variado algo, se ha vuelto un poco más abrupto, con lomas más pronunciadas, y los colores han virado al verde mate oscuro y al marrón. Aparece más arbolado, olivos imperturbables y antiguos que ocupan algunas franjas entre las que se encaja el camino, que las separa de otras en las que hay cultivo de colza, según David. Hacia el Oeste, las multicolores lomas se inclinan, salpicadas de floridos almendros, hacia el valle del Henares, que se adivina más que se ve, mientras al fondo, difuminadas en la neblina, aparecen Fontanar y Yunquera de Henares. Al Este aparecen unos cerros más altos, abarrancados, con algunas carrascas y con zonas grisáceas donde aparece la caliza en roquedos verticales. Cruzamos el Arroyo de Pajares y un camino más ancho, mientras el fondo del valle sigue estando formado por campos de labor, algunos sin arar, y olivos.

Así llegamos a Ciruelas. Entramos por la calle Zuaznabar que presenta, en la esquina de la plaza, la casa-palacio de los Zuaznabar (el edificio civil más significativo, s. XVII, dos plantas, grandes vanos). En la plaza admiramos la imponente iglesia parroquial de San Pedro de Antioquía (1826, corte neoclásico, cúpula de pizarra, fachada en sillería de caliza blanca, torre campanario de planta cuadrada, cruz procesional gótica del s. XV en su interior), que representa una singularidad en la zona y que parece excesiva para los escasos cien ciruelenses que componen la población.

Aquí abandonamos el Camino del Cid y, por la calle Trashorno, dejamos atrás la imponente mole de la iglesia –maciza voluntad de piedra- que destaca sobre el caserío y salimos al camino a Cañizar, la carretera GU-191. Estamos entre la Alcarria y la Campiña, lo que se traduce en una vegetación en la que alternan los campos de cultivo de secano y las zonas de encinas y plantas aromáticas. En este trayecto nos adelantan Rosi y José, nuestra intendencia. Mientras a la derecha queda un fondo lejano, en el que una loma alargada moteada de olivos actúa de decorado, al otro lado aparece ya, surgiendo de una geometrización de colores marrón, verde y amarillo, la siguiente población. Salimos a otra carretera, la GU-190 y, tras dejar a la izquierda una ermita (planta cuadrada, doble puerta, columna central con capitel que presenta los símbolos de la pasión), llegamos a Cañizar.

Es más pequeña que la anterior, compuesta por unos setenta cañizareños, y tiene como más destacado una iglesia mudéjar y el palacio del cardenal Romo. Por la calle Veracruz llegamos a la alargada plaza del Ayuntamiento –en cuyo reloj está detenido el tiempo-, donde nos espera un espléndido desayuno consistente en chocolate con churros y bizcochos, gentileza de la amabilidad de la organización. El descanso y el refrigerio sientan muy bien, pero es hora de continuar.

Hemos pasado de los 736 m de altitud en Tórtola a los 819 en Ciruelas, y a los 799 en Cañizar, lo que da idea de la ondulación del terreno. El paisaje sigue igual. En algunos tramos, arcillosos, se pegan las botas debido al barro originado por las lluvias de los últimos días. Un tramo de subida nos deja en un llano ocupado por el olivar. Las aceitunas no están recogidas, lo que transmite sensación de abandono. A pesar de la belleza de la zona y de estar los campos cultivados, atravesando estas desiertas soledades se tiene la opresiva sensación de un mundo deshabitado. Al fondo ya se divisa Rebollosa de Hita, pero antes hay que bajar hasta el Arroyo del Olmar, llegar a la plaza de toros y ascender un último repecho hasta esta población, pedanía de Torija, a 882 m. de altitud.

Cruzamos el pueblo y ascendemos hasta la iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción. Tiene un ábside semicircular, quizá reminiscencia de un templo anterior, románico, pero es del s. XVI (en la cabecera hay una piedra con la inscripción 16--, ilegibles los dos últimos números). En el interior conserva un artesonado y el alfarje que cubre la capilla del Santo Cristo. Como está situada en lo alto, en un costado del pueblo, tiene una buena vista hacia los montes cercanos, punteados por variada vegetación, y hacia el camino por el que hemos llegado, rodeado de un olivar ralo, clareado, adehesado, que forma un paisaje con una rica paleta de colores a pesar de lo poco luminoso que está resultando el día. Es la geografía como la ciencia del paisaje, un paisaje natural, extenso, que se desenvuelve en el espacio, y, al mismo tiempo, un paisaje cultural, neutralizado por la tradición.

En el atrio porticado, sostenido por dos columnas con capiteles lisos y zapatas, el grupo forma disciplinadamente para la última foto. La mañana ha ido avanzando. Desandamos el camino volviendo sobre nuestros pasos y dejamos esta pequeña población -de donde era el padre de Manuel Criado de Val, creador del Festival Medieval de Hita en 1961- pasando delante de una bonita fuente que, a media voz, susurra su cantinela entre dos pilones, uno lavadero y otro abrevadero.


Recorremos el camino de vuelta con rítmico andar hasta concentrarnos en la ermita situada antes de Tórtola. Aquí nos despedimos. Ha sido otra día más disfrutando en compañía de todo el grupo de Félix, con su perfecta organización de la ruta y con la entrañable hospitalidad de siempre. Esperemos que no pase mucho tiempo hasta la próxima. 

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