Durón-Valdelagua-Budia.
La ruta prevista era la señalada en el mapa. Saliendo de
Durón, ascender el Barranco del Durón hasta la Travesía Amargura, girar a la
izquierda hasta la carretera, seguir por ella hasta Valdelagua, regresar por el
mismo camino y, desde la carretera, girar a la izquierda por un camino que baja
en línea recta hasta Budia. Desde aquí, siguiendo el arroyo de la Vega, hasta
Durón.
Tras la concentración en Guadalajara y el desayuno en
Horche, llegamos a Durón y seguimos la ruta tal como Carlos, el organizador, la
había planeado. Es un día malo, con mucha niebla. La visibilidad es escasa y hay amenaza de lluvia. Ascendemos
el barranco del Durón, que ha cortado unos estrechos pasos en la caliza. El
camino es ancho y bueno, pero las lluvias de los últimos días lo han convertido
en un barrizal, con grandes charcos. Zonas blanquecinas y anaranjadas iluminan
la parte gris oscuro de los verticales paredones calizos, cuyas partes altas se
desdibujan en la niebla.
Por un paisaje de vegetación muy tupida, más arbustiva
que arbórea, todo igualado por la niebla, avanzamos bajo unos riscos –restos de
la erosión kárstica- fantasmagóricos y amenazantes sobre el camino, que, de
pronto, queda cortado por una valla con la letra S. Las dos puertas están
cerradas con candado. Al inicio del camino hemos visto un cartel con el aviso
de “Acceso restringido temporalmente a senderismo, bicicletas y vehículos, del
1 de febrero al 1 de junio. Protección de fauna amenazada”, lo que está bien,
pero ha pasado un vehículo y es 29 de enero. Parece que es una finca particular
y no un camino público.
Carlos decide volver, así que desandamos el trayecto, por
el mismo camino, hasta Durón, que perteneció al alfoz de la villa de Atienza y
fue cabeza de uno de sus sexmos al que pertenecía Budia. El día se dispersa en
la niebla. No vemos este pueblo alcarreño -a 747 m de altitud, en la orilla
derecha del embalse de Entrepeñas, iglesia de Ntra. Sra. De la Cuesta, ss.
XVI-XVII, fuente barroca s. XVIII, casas blasonadas ss. XVI-XVIII- porque está
al otro lado del arroyo de la Vega. Lo que sí vemos, de lejos, es la picota
–dos escalones, basa, fuste cilíndrico liso, cuatro mensulones, s. XVI-.
Vamos en coche hasta Budia y comenzamos a andar otra
parte de la etapa prevista. Salimos por la ermita de la Soledad y por el
magnífico lavadero cubierto –dos pilas, una de lavado y otra de aclarado-. A la
izquierda queda un bucólico paisaje con un hilo rumoroso de agua en medio de
altos árboles y frondosa vegetación. Cruzamos el barranco y tomamos un ancho
camino a la izquierda en fuerte y continuada subida. El camino aquí está bien,
sin agua.
Casi en lo alto hay una explotación ganadera que tiene
cuatro bañeras en escalera como abrevadero. El apretado rebaño de ovejas
atónitas nos ve surgir de la niebla y nos mira asombrado. Saludamos al pastor y
seguimos, por una zona llana, entre campos de labor y bosquetes de pinos que
aparecen como espectros. Vamos vagando en la niebla gris y húmeda. Las botas
pesan más, el camino vuelve a estar embarrado. En la carretera giramos a la
derecha y pronto comenzamos a descender por un ameno vallecito en cuyo fondo se
ve Valdelagua, rodeado de mucha vegetación. La niebla queda en lo alto.
Tras cruzar el barranco de la Perdiz, entramos en el
pueblo por el conjunto de fuente, pilón y lavadero. Se ve casi todo abandonado,
la despoblación es casi total. De la iglesia, s. XVII, sólo quedan las paredes
y la espadaña –tres vanos, rematada de forma triangular-. El monte cercano
tiene arbustos, carrascas y olivos. Abandonamos este pueblo -902 m de altitud,
perteneció al sexmo de Durón- cuyo nombre alude al estrecho barranco por el que
discurre un arroyo alimentado por varias fuentes, algunas de las cuales parece
que estaban en el interior de casas y bodegas.
Subimos por la carretera hasta el llano, cerca de donde
pasaba la Cañada Real Soriana Oriental. Hay refranes que relacionan niebla y
lluvia: “Niebla húmeda suele traer la lluvia”, “Nieblas en alto, lluvias en
bajo”, “La neblina, del agua es vecina”, etc., y efectivamente empieza a
llover. Giramos a la izquierda por el mismo camino de la ida, con la niebla
alta, hasta Budia, ubicado en una hondonada que lo abriga de los vientos del
Norte, a 814 m de altitud, en un entorno de caliza, en cuesta sobre barrancos
con muchas fuentes. Del mismo modo que los pueblos cercanos perteneció a la
Comunidad de Villa y Tierra de Atienza y al Común de Jadraque, siendo después
señorío, villa en el s. XV y perteneció al duque del Infantado. A comienzos del
s. XVIII, durante la Guerra de Sucesión, fue saqueado.
Camilo José Cela dejó escrito que “… es un pueblo grande,
con casas antiguas, con un pasado probablemente esplendoroso. Las calles tienen
nombres nobles, sonoros…”. De ese pasado quedan restos como el Convento de los
Carmelitas, s. XVII, el santuario de Ntra. Sra. del Peral de Dulzura –s. XVII
en adelante, quizá hubo una población-, picota –cuatro gradas, fuste cilíndrico
acanalado, bloque cuadrado con cuatro cabezas de animales y remate piramidal-,
casas nobiliarias ss. XVII-XVIII –condes de Romanones, del Obispo Catalina, de
la Parra, etc.-.
Pasamos por la mole de la iglesia parroquial de San Pedro
Apóstol –s. XVI, portada plateresca, tres naves, dos tallas de Pedro de Mena- y
llegamos a la triangular plaza de España, de la que C.J. Cela, que durmió aquí
el 9 de Junio de 1946, dijo que “parece la de un pueblo moro”. En un costado
tiene el bello edificio del Ayuntamiento –s. XVI, pórtico, galería alta de
columnas, algunas de la época de los Reyes Católicos, capiteles de sencilla
traza renacentista, torre del reloj-, del que Cela dijo que su fachada “está
enjalbegada y tiene una galería con unos arcos graciosos en la parte alta”.
Adosada está la gran fuente, también del s. XVI. El término Budia parece venir
del árabe Wuad-ia –sitio de agua o paraje con muchas fuentes- y en el municipio
hay hasta doce. Y si antes eran el suministro de personas y animales, ahora su
suave sonido es el símbolo del tranquilo discurrir de la vida en las calles.
Parece que Cela se autocensuró y no contó lo que
realmente le pasó. Lo recordó años después: “Hubo lugares donde todo se
complicaba de repente. El alcalde de Budia, que era un animal, me metió en la
cárcel. Cuando abandoné la mazmorra me fui a despedir del gobernador, que era
gallego y teniente coronel de Veterinaria militar. Cuando supo lo que me había
ocurrido me dijo que si yo quería le daba el cese al hombre aquél, pero que no
le gustaría hacerlo porque era el menos burro del pueblo. De modo que así quedó
la cosa.”
Terminamos en el bar, entre la plaza y la iglesia, donde
comemos. Después, hablando con el dueño, comprobamos agradablemente que los
tiempos y las personas han cambiado desde la visita de Cela. Dejamos el pueblo
llevándonos como recuerdo la famosa miel de la Alcarria.
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