viernes, 3 de febrero de 2017

Durón-Valdelagua-Budia.




La ruta prevista era la señalada en el mapa. Saliendo de Durón, ascender el Barranco del Durón hasta la Travesía Amargura, girar a la izquierda hasta la carretera, seguir por ella hasta Valdelagua, regresar por el mismo camino y, desde la carretera, girar a la izquierda por un camino que baja en línea recta hasta Budia. Desde aquí, siguiendo el arroyo de la Vega, hasta Durón.

Tras la concentración en Guadalajara y el desayuno en Horche, llegamos a Durón y seguimos la ruta tal como Carlos, el organizador, la había planeado. Es un día malo, con mucha niebla. La visibilidad  es escasa y hay amenaza de lluvia. Ascendemos el barranco del Durón, que ha cortado unos estrechos pasos en la caliza. El camino es ancho y bueno, pero las lluvias de los últimos días lo han convertido en un barrizal, con grandes charcos. Zonas blanquecinas y anaranjadas iluminan la parte gris oscuro de los verticales paredones calizos, cuyas partes altas se desdibujan en la niebla.

Por un paisaje de vegetación muy tupida, más arbustiva que arbórea, todo igualado por la niebla, avanzamos bajo unos riscos –restos de la erosión kárstica- fantasmagóricos y amenazantes sobre el camino, que, de pronto, queda cortado por una valla con la letra S. Las dos puertas están cerradas con candado. Al inicio del camino hemos visto un cartel con el aviso de “Acceso restringido temporalmente a senderismo, bicicletas y vehículos, del 1 de febrero al 1 de junio. Protección de fauna amenazada”, lo que está bien, pero ha pasado un vehículo y es 29 de enero. Parece que es una finca particular y no un camino público.

Carlos decide volver, así que desandamos el trayecto, por el mismo camino, hasta Durón, que perteneció al alfoz de la villa de Atienza y fue cabeza de uno de sus sexmos al que pertenecía Budia. El día se dispersa en la niebla. No vemos este pueblo alcarreño -a 747 m de altitud, en la orilla derecha del embalse de Entrepeñas, iglesia de Ntra. Sra. De la Cuesta, ss. XVI-XVII, fuente barroca s. XVIII, casas blasonadas ss. XVI-XVIII- porque está al otro lado del arroyo de la Vega. Lo que sí vemos, de lejos, es la picota –dos escalones, basa, fuste cilíndrico liso, cuatro mensulones, s. XVI-.

Vamos en coche hasta Budia y comenzamos a andar otra parte de la etapa prevista. Salimos por la ermita de la Soledad y por el magnífico lavadero cubierto –dos pilas, una de lavado y otra de aclarado-. A la izquierda queda un bucólico paisaje con un hilo rumoroso de agua en medio de altos árboles y frondosa vegetación. Cruzamos el barranco y tomamos un ancho camino a la izquierda en fuerte y continuada subida. El camino aquí está bien, sin agua.

Casi en lo alto hay una explotación ganadera que tiene cuatro bañeras en escalera como abrevadero. El apretado rebaño de ovejas atónitas nos ve surgir de la niebla y nos mira asombrado. Saludamos al pastor y seguimos, por una zona llana, entre campos de labor y bosquetes de pinos que aparecen como espectros. Vamos vagando en la niebla gris y húmeda. Las botas pesan más, el camino vuelve a estar embarrado. En la carretera giramos a la derecha y pronto comenzamos a descender por un ameno vallecito en cuyo fondo se ve Valdelagua, rodeado de mucha vegetación. La niebla queda en lo alto.

Tras cruzar el barranco de la Perdiz, entramos en el pueblo por el conjunto de fuente, pilón y lavadero. Se ve casi todo abandonado, la despoblación es casi total. De la iglesia, s. XVII, sólo quedan las paredes y la espadaña –tres vanos, rematada de forma triangular-. El monte cercano tiene arbustos, carrascas y olivos. Abandonamos este pueblo -902 m de altitud, perteneció al sexmo de Durón- cuyo nombre alude al estrecho barranco por el que discurre un arroyo alimentado por varias fuentes, algunas de las cuales parece que estaban en el interior de casas y bodegas.

Subimos por la carretera hasta el llano, cerca de donde pasaba la Cañada Real Soriana Oriental. Hay refranes que relacionan niebla y lluvia: “Niebla húmeda suele traer la lluvia”, “Nieblas en alto, lluvias en bajo”, “La neblina, del agua es vecina”, etc., y efectivamente empieza a llover. Giramos a la izquierda por el mismo camino de la ida, con la niebla alta, hasta Budia, ubicado en una hondonada que lo abriga de los vientos del Norte, a 814 m de altitud, en un entorno de caliza, en cuesta sobre barrancos con muchas fuentes. Del mismo modo que los pueblos cercanos perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Atienza y al Común de Jadraque, siendo después señorío, villa en el s. XV y perteneció al duque del Infantado. A comienzos del s. XVIII, durante la Guerra de Sucesión, fue saqueado.

Camilo José Cela dejó escrito que “… es un pueblo grande, con casas antiguas, con un pasado probablemente esplendoroso. Las calles tienen nombres nobles, sonoros…”. De ese pasado quedan restos como el Convento de los Carmelitas, s. XVII, el santuario de Ntra. Sra. del Peral de Dulzura –s. XVII en adelante, quizá hubo una población-, picota –cuatro gradas, fuste cilíndrico acanalado, bloque cuadrado con cuatro cabezas de animales y remate piramidal-, casas nobiliarias ss. XVII-XVIII –condes de Romanones, del Obispo Catalina, de la Parra, etc.-.

Pasamos por la mole de la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol –s. XVI, portada plateresca, tres naves, dos tallas de Pedro de Mena- y llegamos a la triangular plaza de España, de la que C.J. Cela, que durmió aquí el 9 de Junio de 1946, dijo que “parece la de un pueblo moro”. En un costado tiene el bello edificio del Ayuntamiento –s. XVI, pórtico, galería alta de columnas, algunas de la época de los Reyes Católicos, capiteles de sencilla traza renacentista, torre del reloj-, del que Cela dijo que su fachada “está enjalbegada y tiene una galería con unos arcos graciosos en la parte alta”. Adosada está la gran fuente, también del s. XVI. El término Budia parece venir del árabe Wuad-ia –sitio de agua o paraje con muchas fuentes- y en el municipio hay hasta doce. Y si antes eran el suministro de personas y animales, ahora su suave sonido es el símbolo del tranquilo discurrir de la vida en las calles.

Parece que Cela se autocensuró y no contó lo que realmente le pasó. Lo recordó años después: “Hubo lugares donde todo se complicaba de repente. El alcalde de Budia, que era un animal, me metió en la cárcel. Cuando abandoné la mazmorra me fui a despedir del gobernador, que era gallego y teniente coronel de Veterinaria militar. Cuando supo lo que me había ocurrido me dijo que si yo quería le daba el cese al hombre aquél, pero que no le gustaría hacerlo porque era el menos burro del pueblo. De modo que así quedó la cosa.”


Terminamos en el bar, entre la plaza y la iglesia, donde comemos. Después, hablando con el dueño, comprobamos agradablemente que los tiempos y las personas han cambiado desde la visita de Cela. Dejamos el pueblo llevándonos como recuerdo la famosa miel de la Alcarria.

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