sábado, 3 de diciembre de 2016

Salado3: El Atance-Baides.




Última etapa en el río Salado, primer afluente de importancia del río Henares por su margen derecha. Comienzo la etapa en la presa de El Atance, donde terminé en la etapa anterior. El valle tiene un fondo plano y el río va escondido entre carrizos. En este punto hay poca vegetación de ribera. Una pequeña caseta blanca es estación de aforo para la poquísima agua que baja. Mientras como y bebo tranquilamente llega un coche de la Confederación, quizá para tomar la medida.

Río abajo el valle se ensancha y aparece, impresionante, la otoñal vegetación de ribera que clarea el paisaje, contrastando con el verde muy oscuro de las encinas y carrascas de los montes que cierran el horizonte. Al fondo se ve la serrezuela que ha cortado el río para poder seguir. Al sol se está muy bien, hace buena temperatura, con el añadido de un día despejado completamente y un cielo azul, sin nubes.

A la izquierda aparecen unos grandes paredones calizos, verticales, trepados por arbustos  y llenos de hendiduras, dientes, escarpaduras, etc., la caliza erosionada en mil formas diferentes. Es el lado oscuro, frío, desolado, estático, que hace comprender cómo en el inicio el caos indiferenciado y acromático era representado por un mundo grisáceo. En algún pequeño barranco aparece alguna frondosa amarilla entre el verde oscuro, pero la explosión de amarillo se produce poco más abajo en el cauce. Es la luminosidad frente a la oscuridad. La luz es vida y movimiento, es un poder que ordena y vivifica, por eso el sol, fuente de luz y vida, era adorado por los pueblos primitivos. En medio hay otra estación de aforo, cruzada por un pequeño puente, en la que el agua no parece haber aumentado.

En el puente se ve, hacia atrás, los riscos y peñascos grises moteados de arbustos verdes y, abajo, el amarillo de los chopos. Hacia adelante, río abajo, mucha vegetación de ribera, una gran pantalla de chopos amarillos, algo anaranjados y ocres. En el camino, a la izquierda, hay un letrero indicando el albergue rural El Molino. El río nos ha abierto paso entre grandes rocas, especialmente en la margen derecha. A la izquierda queda El Molino, área de acampada y esparcimiento, en medio de una gran chopera. Aunque en el letrero ponía que estaba abierto todo el año, ahora parece cerrado, no se ve a nadie.

La aparición de una plaza de toros, solitaria en un llano, a la derecha, nos anuncia la llegada a Huérmeces del Cerro. El valle se ha abierto y el paisaje es llano hasta las lomas de la izquierda, con poca vegetación y las ruinas de dos ermitas. Aquí estuvo la torre del Lutuero, destruida por las tropas del rey Fernando I en la misma incursión en la que en 1059 conquistaron Santiuste y Santamera a la taifa de Toledo, aunque el acuerdo con Al-Mamún de Toledo hizo que las devolviera. Deben quedar vestigios, pero no encuentro a nadie a quien preguntar.

Atravieso el pueblo y paro a la salida al ver la iglesia barroca con airosa espadaña de dos vanos y con el cementerio al lado. Antes hay un curioso monumento, “Homenaje a la agricultura y albañilería” compuesto por varias figuras. El valle sigue ancho y el río se ha ido a la izquierda, pudiéndose advertir su curso por la hilera de chopos que lo señala. En el monte ha aumentado la vegetación. Un poco más adelante, al lado de la carretera, hay una fuente romana y un cartel dice que fue el primer asentamiento del pueblo y que fue reconstruida por los vecinos en el año 2008.

La carretera cruza el río por un pequeño puente. Hacia el Norte hay una gran mampara de chopos amarillentos, estando más abierto el cauce hacia el Sur, aunque el agua no se ve bajo los carrizos. El Salado está resultando un río invisible en casi todo su trayecto.

Salgo de la carretera y tomo el camino a la derecha, donde hay una explotación ganadera.  Las ovejas están a la izquierda, al fondo, en el monte. Hablo con Celestino, uno del pueblo, y con Francisco Javier, ganadero, que están con muchos perros, algunos grandes y otros cachorros juguetones. Me cuentan, mientras los perros se acercan a olerme, que antes el río llevaba más agua. Les digo que me han contado que no hicieron la presa en los cantiles antes del pueblo porque la cota hubiera podido ser más alta y hubiera inundado más pueblos. Ellos dicen que no lo hicieron aquí porque la sierra está hueca, con muchas cuevas por las que se saldría el agua. Sobre el río, el pastor me dice que habría que limpiarlo porque cuando se caen corderos se quedan atrapados, pero él limpió un trozo de carrizos y los guardas le echaron la bronca.

La conversación es agradable pero debo seguir mi pedaleo. Valle abajo aumentan los chopos al lado del río y se aprecian unos tonos cobre muy bonitos que no había visto hasta ahora. El colorido es amplio, marrones claro y oscuro, verdes claro y oscuro, amarillos, ocres, cobre, gris, etc. La luminosidad del día los realza y diferencia. El camino se va a la derecha, hacia el monte, donde hay dos tramos arados. Este abuso está posibilitado por el abandono de la zona, por la poca gente que pasará por aquí, pero no está bien.

Más adelante encuentro un gran rebaño. Las ovejas que ocupan el camino se apartan a mi paso. Poco después viene el pastor con muchos perros, blancos, grandes, preciosos, cariñosos, que se acercan para que les acaricie. El pastor es Javier y me cuenta que esto del ganado, de hacer de pastor, es muy esclavo y que se va ganando la vida pero sin más, pero que si no hiciera esto no sabría a dónde ir; que en España no tira el cordero, que ellos se salvan vendiéndolo a países árabes. Hablamos de los caminos cercanos -secos totalmente, sólo con algún charco en las hondonadas-, del tiempo y de la necesidad de la lluvia.

Otra conversación muy agradable, pero tengo que seguir. Avanzo poco pero las gentes que encuentro son muy entrañables. A la izquierda, detrás de una cortina de chopos de tonos cobre, está Viana de Jadraque, donde estuve en otra ocasión para recorrer el valle del Arroyo del Prado, el Barranco de la Hoz. Quería acercarme para ver los cangrejos de los caños de la fuente, pero, con todo lo que me he entretenido hablando, se me está haciendo tarde.

El camino gira a la derecha y se interna más en el monte. Unas encinas solitarias, restos del primitivo bosque, están en medio de un campo, como un monumento vegetal. El camino asciende y, conforme se gana altura, se ve mejor cómo el otoño adorna el llano valle, que poco a poco se va cerrando entre lomas de poca altura, boscosas, con mucho matorral. A la izquierda, al fondo, se ve Baides, detrás de los amarillos chopos, y de frente se ve la Estación. Encuentro el paso a nivel cerrado y espero. Pasan dos trenes, uno en cada sentido, los dos de mercancías, y se cruzan precisamente aquí.

Llego a la desembocadura del Salado en el Henares, poco debajo de la Estación, pero no se ve, enterrada en una zona de altas hierbas y muchos árboles. Si se ve el Salado al salir del barrio de la Estación y en Baides se ve el cercano Henares. 


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