Arquitectura talayótica en la prehistoria de Menorca.
El M.A.R., Museo Arqueológico Regional, en Alcalá de
Henares, presenta esta exposición temporal sobre la arquitectura talayótica
menorquina, museo al aire libre, la piedra en el paisaje. Se caracteriza por
una arquitectura monumental construida con grandes bloques de piedra sin
argamasa, con tendencia a la horizontalidad. El paisaje de piedra es modelado
por dólmenes, navetas, talayots, recintos de taula o casas en círculo.
Sobre estas características generales hay dos
contraposiciones. Una es la diferencia arquitectónica entre la casa habitación
y los monumentos: en éstos se aprecia en su arquitectura ciclópea la expresión
simbólica de su monumentalidad. Otra es la diferencia entre la arquitectura
para la vida y la arquitectura para la muerte: al principio la muerte es más trascendente y, por tanto,
la arquitectura más monumental, pero se va invirtiendo la tendencia con el paso
del tiempo.
La exposición está organizada en cuatro grandes bloques
cronológicos. El primero es “Los primeros pobladores”, que abarca el
Calcolítico y el Bronce inicial, entre el 2200 y el 1600 a.C. Las gentes viven
en cabañas de materiales perecederos o en cuevas y son principalmente pastores.
Los recipientes de cerámica indican una clara sedentarización. El esfuerzo
colectivo para la construcción de estructuras monumentales donde enterrar a los
muertos y preservar su memoria se plasma en los dólmenes –construidos a base de
grandes losas de piedra- y paradólmenes –excavados en la roca-, ambos sepulturas
de inhumación colectivas con ajuares pobres.
El
segundo bloque es “Los primeros asentamientos” y comprende la Edad del Bronce,
los años 1700-1000 a.C. La población vive en pequeños núcleos autosuficientes,
sin patrón de ocupación y sin relaciones de jerarquía. Cultivaban, criaban
animales, pero no explotaban los recursos marinos. Vivían en cuevas naturales
en las paredes de los barrancos o en los acantilados sobre el mar, o en navetas
de habitación, de planta alargada y única estancia en torno a un hogar central.
Algunas cuevas, usadas como necrópolis, jugaron un importante papel en las
prácticas mágico-religiosas relacionadas
con creencias animistas en las que
tierra y naturaleza se consideraban generadoras de vida. Se han encontrado
contenedores de cerámica como ofrenda a la madre Tierra, algunos de los cuales
ejemplifican el carácter femenino del simbolismo religioso. Los objetos que
acompañaban en el más allá eran los utilizados en vida, como brazaletes,
cuentas de collar, etc. Casos nuevos de enterramientos son las protonavetas,
que siguen la estructura de los dólmenes pero de mayores dimensiones, y las
cuevas muradas, de inhumación colectiva. Las familias fabricaban los
útiles que necesitaban: recipientes cerámicos, grandes o pequeños, para
almacenar y cocinar alimentos, punzones o agujas. La presencia de objetos de
bronce evidencia que las Islas Baleares formaban parte de las rutas comerciales
que distribuían por el Mediterráneo el estaño atlántico, metal necesario para
la metalurgia del bronce.
El
siguiente periodo es “La ocupación y el dominio del paisaje”, el periodo
talayótico, 1200-500 a.C. Junto a la pervivencia de lo ancestral irrumpen
nuevos rituales y las construcciones funerarias monumentales y de arquitectura
visible. Continúan las cuevas muradas, pero aparecen las monumentales navetas –exclusivas
de Menorca-, tumbas colectivas de mayores dimensiones que las anteriores
llamadas así por su forma, que se abandonan a partir del 850 a.C. Los grupos se
establecen en poblados más grandes y aparecen las primeras construcciones de
carácter comunitario, que
expresan la fuerza de la colectividad, su cohesión y
el control del territorio, observado por la arquitectura. Así los talayots, torres troncocónicas cuyo
espacio útil se limita a una habitación en la cima y cuya función principal se
desconoce. Del mismo modo se desconoce el tipo de casas, desaparecidas bajo los
asentamientos posteriores. Los ajuares de los enterramientos son más abundantes
y diversos, apareciendo las armas. La consolidación de la agricultura se
refleja en los abundantes molinos de piedra y recipientes cerámicos de
almacenaje. Se generaliza el bronce para elaborar adornos y armas.
“Una extensa red de relaciones” es el último periodo, el
talayótico final, Edad del Hierro, 600 a 123 a.C. Si este periodo se
caracteriza por un mayor desarrollo de la arquitectura de las casas, también
son destacables los espacios para los muertos, que constituyen grandes
necrópolis con tumbas colectivas, aunque también se aprovecharon antiguos sepulcros
o hipogeos y cuevas que presentan columnas, hornacinas, etc. Coexisten la
inhumación y la cremación. La sociedad es más compleja y el poblado adquiere
dimensiones importantes, con voluntad de organización del espacio urbano. La
arquitectura evidencia la diversificación de las actividades económicas y las
relaciones con el exterior implicarán la llegada de
nuevos productos e ideas. Las casas, llamadas círculos
por su configuración a partir de varios recintos con planta de tendencia
circular, destacan por su monumentalidad, su división del espacio y su
estandarización. Disponen de estancias para vivir, pero también para trabajos
productivos o de almacenaje. Están construidas en torno a un patio central flanqueado por cinco grandes pilastras y un espacio de cocina. Los espacios religiosos de los poblados son los recintos de “Taula”, a cielo abierto, en los que se veneraba a un a deidad simbolizada por la “taula”, una piedra horizontal sobre otra vertical. A las diversas actividades económicas responde la variedad de objetos encontrados. Se incrementan los objetos de bronce y se introduce el hierro, mucho más resistente. Los ajuares
son más ricos y siguen incluyendo enseres de la vida cotidiana o de aprecio personal. Aparecen productos foráneos como cerámicas fabricadas a torno, armas, monedas, etc., y también divinidades foráneas, alguna egipcia. No conocemos su panteón de dioses, pero los toros y los guerreros tenían un papel importante.
Una selección de los más de 1500 yacimientos
arqueológicos de la prehistoria de Menorca es candidata a formar parte de la
lista del Patrimonio Mundial de la Unesco. Para descubrirlo hay un juego de luz
y sombra, y se puede rellenar un impreso para apoyar la iniciativa. Finalmente,
en una concesión a la moda, hay la posibilidad de hacerse un selfie talayótico
para inmortalizar la visita.
Otra
interesante exposición, como todas las que ofrece el M.A.R., basada
fundamentalmente en unas espléndidas fotografías, pero que también incluye
dibujos, planos, mapas, maquetas y objetos, y que, sin duda, merece ser
visitada.
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