miércoles, 9 de noviembre de 2016

Zugarramurdi.



En el día en que se cumplen 406 años del inicio del Auto de Fe celebrado en Logroño contra la brujería del Pirineo navarro (7/8-11-1610), comienzo la redacción de esta crónica del viaje a Zugarramurdi con la agencia “Histórica”. Salimos a media mañana y paramos a comer en Ágreda, donde nos deleitamos con unos suculentos torreznos. El viaje es largo y llegamos ya de noche al reino de la lluvia. Tras la entrada en un hotel de Oronoz-Mugaire, todavía nos queda tiempo para dar un paseo bajo la lluvia por Elizondo, capital y centro comercial del Baztán -zona vascófona-, pueblo grande y bonito, con unas casonas imponentes desde que en el s. XIV el rey reconoció la hidalguía de sus vecinos. La noche, encajonada entre los montes, y la lluvia lo borran todo. Volvemos a cenar al hotel y probamos la cuajada ahumada y un estupendo pacharán hecho en la zona, al menos es lo que nos dicen.

Por la mañana, el río Baztán que, al entrar desde aquí, Oronoz, en el valle de Bertizarana toma el nombre de Bidasoa, nos va a enseñar el camino por el valle de Baztán. La carretera, con muchas curvas, está bien integrada en el paisaje. Pasamos por Elizondo y, más tarde, por Arizcun, lugar de nacimiento de Juan de Goyeneche y Gastón, promotor, siguiendo las ideas colbertistas, del complejo y fábricas de Nuevo Baztán, obra del arquitecto José de Churriguera y situado cerca de Alcalá de Henares. En un alto se cambia de vertiente hidrográfica y los arroyos de Urdax y Zugarramurdi desaguan en Francia. Descendemos por las vueltas de la ladera y la carretera, desvaída, como envuelta en nubes, va cobijada entre un espeso bosque. Pasamos por Urdax y, por una carretera peor todavía, llegamos a Zugarramurdi.

Ainara, guía local, nos hace bajo los paraguas una excursión urbana por el pueblo mientras jirones de nubes se agarran a los picachos de las cercanías o pasan muy bajos, impidiendo ver los colores otoñales del bosque. En un pequeño mirador nos cuenta que no estamos en Baztán sino en Xareta (“tierra arbolada”), valle formado por cuatro municipios, que comparten cultura e idioma, situados a ambos lados de la frontera: Zugarramurdi y Urdazubi-Urdax en Navarra y Sara –se ve desde aquí- y Ainhoa en Aquitania. Zona de riachuelos, prados y bosques con sendas de comerciantes, peregrinos y contrabandistas, dignos industriales. Estamos muy cerca de la frontera y a siete km, en línea recta, del mar. Nos habla de la etimología del nombre, como lugar de olmos, y dice que se han plantado olmos en recuerdo de los afectados por el proceso inquisitorial. Comenta lo que representó el Auto de Fe, el miedo de los vecinos, los aquelarres, etc. El día se funde en la niebla de las nubes bajas.

En una casona en el centro vemos el escudo con el ajedrezado baztanés, pero en otra casa más antigua, de 1725, vemos el escudo original, con una vara y una luna y timbrado por un capelo. En la iglesia de la Asunción, s. XVIII, además de refugiarnos de la lluvia vemos unos nombres en el suelo entarimado, colocados sobre las antiguas sepulturas. Los familiares se sientan encima de donde estuvieron sus antepasados. Salimos de nuevo a la lluvia y vemos casas relacionadas con el tema que nos ocupa, como Iriartea, preciosa casa rural, al lado de un cruce de caminos -lugares de brujas- cristianizado por una pequeña capilla como aconsejaron los inquisidores. La tipología de las casas es la misma: pintada en blanco, sillares rojizos en las esquinas, grandes piedras rojizas bordeando los vanos, contraventanas de madera, grandes balconadas y aleros de madera, escudos, tejados a dos aguas los antiguos y a cuatro los posteriores. En algunas, grandes lajas de pizarra rojiza hacen de valla. Pese a su compacto hermetismo tras sus puertas y ventanas, los aleros dan impresión de ligereza. 

Al final de la calle, que lleva a las cuevas, está el museo. Antes de entrar, Ainara nos refugia bajo un cobertizo preparado al efecto y nos anima con un brebaje, una pócima, que está caliente y agradable. Ella se sirve la última, eliminando la sospecha de que sólo bebiéramos nosotros. El edificio es centro de interpretación de la brujería, oficina de turismo y promoción cultural y ecológica de la zona y está situado en el antiguo hospital. Lo primero que vemos es un video muy interesante con el ilustrativo título de “La caza de brujas”. Julio Caro Baroja decía que “… a veces parece asimismo que hay miedo a la memoria…”, por lo que la mejor manera de rendir homenaje a todas aquellas personas zugarramurdiarras es contar su historia. El eslabón de conexión con el pasado no se ha perdido. Las salas son variadas. Desde las columnas con nombres de los implicados hasta los instrumentos de tortura para las confesiones forzadas, pasando por la Inquisición como institución –con un cuadro de Bernardo de Sandoval-, y por la comprensión del mundo de aquellas personas (Mari –diosa Madre-, Basajaun y su compañera Basandere –protectores de rebaños-, Aker –macho cabrío negro-, sorgiña –bruja-). Cuevas, bosques y montañas como territorio de los mitos.

La explicación del proceso inquisitorial ocupa la mayor parte del espacio. Comienza con el video, “Cómo empezó todo: la historia de María Ximildegui”, que ilustra sobre cómo varias personas admitieron públicamente pertenecer a una secta diabólica, se les impuso penitencia y los vecinos se reconciliaron, pero Fray León de Araníbar, abad del monasterio de Urdax, bajo cuya jurisdicción estaba Zugarramurdi, aprovechó la coyuntura para avisar a la Inquisición actuando como confidente. Así se llegó, en 1609, al Edicto de Fe que manifestaba la obligación de delatar. Continuando la  actuación del juez del parlement de Burdeos, Pierre de Lancre, y con la mentalidad del Versículo 18, Capítulo XXII del Éxodo, “A la hechicera no la dejarás que viva”, y del Malleus Maleficaron, siglo XV, los inquisidores Juan del Valle Alvarado y Alonso Becerra realizaron su trabajo, como si se tratara de cazar al lobo que ensangrentaba los rebaños, que culminó en el Auto de Fe de Logroño, en 1610, con la quema de once personas.

Tras la histeria colectiva que se desató en la zona, el Inquisidor General Bernardo de Sandoval y Rojas (Arzobispo de Toledo, fundador en Alcalá de Henares del convento cisterciense de San Bernardo –Bernardas-, que llevó a Alcalá los restos de San Félix) concluyó que se debía integrar a estas personas mediante un Edicto de Gracia que encargó al inquisidor Alonso de Salazar y Frías. Para éste las confesiones eran tan fantásticas y los comentarios tan contrarios a la razón que llegó a decir que “No hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se empezó a tratar y a escribir sobre ellos”. En 1614 se exigió mayor rigor en la presentación de pruebas, lo que significó el fin de las llamas. El museo está muy bien estructurado, con un adecuado recorrido, sinuoso, oscuro, y con una presentación muy didáctica basada en paneles, objetos, cuadros, proyecciones, etc. Salimos de este conjunto de histeria, alucinaciones, opresión, pecados, culpa, miedo, ignorancia, clamando por el respeto y la tolerancia como ha dicho antes Ainara.

Durante la visita nos hemos olvidado de la lluvia, pero ella no nos ha olvidado, nos está esperando a la salida. Es la hora de la comida, en la que probaremos la sidra local y otro licor, mandrágora. Por la tarde vamos a las cuevas. Hacemos caso a Ainara y no entramos directamente, sino que vamos primero a un mirador para apreciar la vegetación y bajamos unas escaleras hasta el riachuelo. En un rústico puentecillo disfrutamos de la paz del río. Sólo se oye el sonido del agua que lame la orilla. Ascendemos hasta la zona
“Contrabando” (trabajo de noche). Pasamos por el prado del aquelarre, “el prado del Cabrón”, (akelarrea, el prado del macho cabrío) y entramos en la cueva pequeña que desemboca en la grande. Vemos el arroyo Olabidea, el “arroyo del infierno”, que ha horadado la caliza formando este complejo kárstico superficial compuesto por una serie de cuevas. La grande es un gran túnel de 100 m de largo, una “verdadera catedral para un culto satánico o pagano” según Caro Baroja. La gruta convertida en escenario. Al lado hay otras cuevas pequeñas donde encontramos gente de Alcalá.

Al salir, pensando que ya no llegaremos de día a Elizondo, se decide dar un tiempo más aquí, que aprovechamos para echar otro vistazo al museo, para dar una vuelta por el pueblo y para refugiarnos en un bar porque llueve más fuerte. Después, regreso al hotel en Oronoz, donde algunos masocas volveremos a probar la cuajada ahumada.


(Continúa en el artículo “Urdax”)

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