jueves, 10 de noviembre de 2016

Urdax.

(Sigue del artículo “Zugarramurdi”)

Durante la noche hemos escuchado el lamento de la lluvia en los cristales y sigue lloviendo cuando dejamos el hotel.  La primera parada es Arraioz, para ver el palacio más antiguo de la zona, Jaurega Irurita, como los que usaba la Inquisición para cárcel. Es un palacio tradicional baztanés de “Cabo de Armería”, ss. XIV-XV, compuesto por la primitiva torre defensiva y el pequeño palacio barroco anexo, s. XVIII, dos espacios integrados y mobiliario de distintas épocas. Vemos distintas estancias, capilla, dormitorios, biblioteca. En las salas, los butacones están enfrentados, en disposición de coloquio. También nos detenemos en algunos documentos que legitiman la posición de la casa.

El guía nos cuenta la evolución de la casa, los muebles antiguos, la decoración, la pobreza inicial y cómo los emigrados que se enriquecieron edificaron grandes casonas para borrar sus modestos orígenes, la deficiente alimentación y el peligro que significaban para la población las sequías, el exceso de lluvia, las epidemias, etc. En el s. XVIII se produjo una transformación social en toda la comarca y las ejecutorias de hidalguía y el capital llegado de América y del comercio posibilitaron la construcción y mejora de los edificios. Fue lo que el etnólogo Julio Caro Baroja llamó “la hora navarra”, debido a la presencia de navarros en la corte borbónica ocupando cargos en la economía, política, etc. Entre ellos se encontraba el citado Juan de Goyeneche.

Continuamos hasta Urdax-Urdazubi (Urdazubi en euskera: agua y puente), punto clave en el Camino de Santiago entre Baiona y Pamplona. Vemos el monasterio de San Salvador del s. XI, fundado como hospital de peregrinos al igual que los de Roncesvalles y Somport, quedando constancia de que los tres existían en el siglo XII. En el s. XIII llegaron los monjes premonstratenses –regla de San Agustín- y Roncesvalles y Urdax se consagraron como abadías y los abades usaron de atributos episcopales, símbolo de su poder eclesial, y ocuparon asiento en las Cortes del Reino, expresión de su poder político. De esta época es la obtención de su independencia y la compra del derecho de patronazgo sobre Zugarramurdi.

El monasterio tenía poder de cobro de derechos y rentas, por lo que acumuló riquezas y posesiones, acrecentadas por las numerosas donaciones. Tenía gran actividad agropecuaria, bosques, carboneros, canales, molino, etc. En el s. XIV el abad poseía la plena jurisdicción, tanto civil como criminal sobre la zona. A finales del s. XV se levantó una ferrería que sustentó al monasterio en momentos de decadencia. A mediados del s. XVI hubo otro periodo de crisis y se levantó una nueva ferrería. Esta tradición se ha conservado en el Día del hierro, que se celebra el primero o segundo sábado de agosto y en el que se conmemora la llegada del mineral de hierro desde Bizkaia para ser tratado en la ferrería del pueblo. Todo este poder es el que usó el abad fray León de Araníbar para desatar la persecución que culminó con el gigantesco proceso inquisitorial. El poder religioso quedó reafirmado, aunque en 1665 el monasterio perdió la jurisdicción criminal.

El monasterio sufrió varios incendios y asaltos por los franceses en 1793 y 1809 (Napoleón). Destrucción impaciente. De las sucesivas reconstrucciones queda la iglesia y el claustro, de dos pisos. Construcción paciente. En el superior está el museo que contiene paneles informativos, ejes cronológicos con la historia del monasterio, cuadros con su actividad económica, mobiliario, libros, etc. En el piso inferior hay una exposición permanente, “50 años de pintura y escultura vasca”, muestra abigarrada de los pintores y escultores vascos de nuestros tiempos.

La lluvia pone brillos en las piedras en un silencio rozado levemente por el susurro de las hojas.  Corderos y caballos pacen estoicamente, indolentemente, bajo la lluvia, en paisajes de ribera con algunos árboles ya dorados por el otoño, en lomas que descienden desde las nubes hasta el río y cuyas hierbas tienen la urbanidad del césped. Es la hora de ir a la cueva situada en el barrio rural de Alkerdi, donde se decía que todas las mujeres eran brujas. El riachuelo Urtxume, que cuando baja cargado inunda la cueva,
con la humildad y constancia de la gota de agua, ha labrado unos espacios, unos anchos y altos y otros estrechos, que fueron habitados por nuestros antepasados en diferentes periodos del Paleolítico y del Mesolítico. Al fondo del corredor, en una zona que no se visita por motivos de conservación, se han  encontrado unos grabados, unas pinturas rupestres, que representan un bisonte, un ciervo y un caballo, cuya datación puede corresponder al Magdaleniense superior, hace unos 13.000 años. La mano del hombre balbuceó su primera figuración sobre los trabajos de la caza y las fiestas a los astros en la profundidad de estas cavernas. También la habitaron, según la leyenda, las lamias, cuyas voces parecen escucharse a través de los ecos del arroyo.

La guía nos va explicando las distintas formaciones mientras entramos a las vísceras de la gruta, mientras pasamos de una sala a otra a través de estrechos pasillos, subiendo y bajando escaleras, y nos advierte de no pisar ni tocar unas formaciones nuevas. La iluminación es mínima durante el trayecto y aumenta cuando nos detenemos en una sala. En una de ellas, unas raíces de roble cuelgan del techo como si fueran sirgas. En otra sala, una colada en diagonal ha formado un charco debajo. Son instantes detenidos. Es como si el tiempo se hubiera congelado, como si el viejo río de los días se hubiera detenido bajo la caliza. Una proyección con sonido sirve de punto final a la visita.

Es la hora de la comida, en la que damos buena cuenta de un enorme y suculento chuletón. El final se apresura porque tenemos por delante el viaje de vuelta. Al abandonar Urdax pensamos en lo sucedido a principios del s. XVII: la actuación de Pierre de Lancre en el País Vasco francés, la delación que derrumbó a María de Jureteguía y a su tía María Chipia de Barrenechea y otros, que confesaron públicamente, se arrepintieron y fueron perdonados;  la ida a Logroño de un grupo formado por Graciana de Yriart (Barrenechea) y sus dos hijas, Estevanía y María; el proceso inquisitorial que culminó en el Auto de Fe de Logroño. Estas personas no se expresaban en una lengua babélica, no hablaban un lenguaje místico con fuerza alegórica, simplemente sabían leer el gran libro de la naturaleza y utilizaban el refugio que siempre proporcionan las costumbres. El miedo detuvo sus corazones. Este fue el caso más famoso de la historia de la brujería vasca y española, cuyo proceso y esos personajes cuyos nombres llenan la época serían muy criticados posteriormente por el escritor ilustrado Leandro Fernández de Moratín. Viendo los abismos a los que se asoma la condición humana, nosotros nos quedamos con el escepticismo sobre las grandes ideas universales y con el respeto por las cosas individuales.


La tarde se retrae rápidamente en silencio. Mientras el autobús atraviesa incansable los bosques hendidos por el trazo de la carretera, pensamos en lo que ha sido el viaje, breve pero intenso. Todo ha resultado muy bien y no ha habido ningún problema. Los guías han sido muy simpáticos. El conductor del autobús muy correcto. El grupo, pequeño, ha estado unido por un sincero compañerismo, iguales en la variedad y variados en la unidad. Y, finalmente, la simpatía y amabilidad de Anabel y Tito han estado siempre presentes. Un viaje para recordar. La vida está hecha de despedidas.

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