Urdax.
(Sigue del artículo “Zugarramurdi”)
Durante la noche hemos escuchado el lamento de la lluvia
en los cristales y sigue lloviendo cuando dejamos el hotel. La primera parada es Arraioz, para ver el
palacio más antiguo de la zona, Jaurega Irurita, como los que usaba la
Inquisición para cárcel. Es un palacio tradicional baztanés de “Cabo de
Armería”, ss. XIV-XV, compuesto por la primitiva torre defensiva y el pequeño
palacio barroco anexo, s. XVIII, dos espacios integrados y mobiliario de
distintas épocas. Vemos distintas estancias, capilla, dormitorios, biblioteca.
En las salas, los butacones están enfrentados, en disposición de coloquio.
También nos detenemos en algunos documentos que legitiman la posición de la
casa.
El guía nos cuenta la evolución de la casa, los muebles
antiguos, la decoración, la pobreza inicial y cómo los emigrados que se
enriquecieron edificaron grandes casonas para borrar sus modestos orígenes, la
deficiente alimentación y el peligro que significaban para la población las sequías,
el exceso de lluvia, las epidemias, etc. En el s. XVIII se produjo una transformación
social en toda la comarca y las ejecutorias de hidalguía y el capital llegado
de América y del comercio posibilitaron la construcción y mejora de los
edificios. Fue lo que el etnólogo Julio Caro Baroja llamó “la hora navarra”,
debido a la presencia de navarros en la corte borbónica ocupando cargos en la
economía, política, etc. Entre ellos se encontraba el citado Juan de Goyeneche.
Continuamos hasta Urdax-Urdazubi (Urdazubi en euskera:
agua y puente), punto clave en el Camino de Santiago entre Baiona y Pamplona. Vemos
el monasterio de San Salvador del s. XI, fundado como hospital de peregrinos al
igual que los de Roncesvalles y Somport, quedando constancia de que los tres
existían en el siglo XII. En el s. XIII llegaron los monjes premonstratenses
–regla de San Agustín- y Roncesvalles y Urdax se consagraron como abadías y los
abades usaron de atributos episcopales, símbolo de su poder eclesial, y
ocuparon asiento en las Cortes del Reino, expresión de su poder político. De
esta época es la obtención de su independencia y la compra del derecho de
patronazgo sobre Zugarramurdi.
El monasterio tenía poder de cobro de derechos y rentas,
por lo que acumuló riquezas y posesiones, acrecentadas por las numerosas
donaciones. Tenía gran actividad agropecuaria, bosques, carboneros, canales, molino,
etc. En el s. XIV el abad poseía la plena jurisdicción, tanto civil como
criminal sobre la zona. A finales del s. XV se levantó una ferrería que sustentó
al monasterio en momentos de decadencia. A mediados del s. XVI hubo otro
periodo de crisis y se levantó una nueva ferrería. Esta tradición se ha
conservado en el Día del hierro, que se celebra el primero o segundo sábado de
agosto y en el que se conmemora la llegada del mineral de hierro desde Bizkaia
para ser tratado en la ferrería del pueblo. Todo este poder es el que usó el
abad fray León de Araníbar para desatar la persecución que culminó con el
gigantesco proceso inquisitorial. El poder religioso quedó reafirmado, aunque
en 1665 el monasterio perdió la jurisdicción criminal.
El monasterio sufrió varios incendios y asaltos por los
franceses en 1793 y 1809 (Napoleón). Destrucción impaciente. De las sucesivas
reconstrucciones queda la iglesia y el claustro, de dos pisos. Construcción
paciente. En el superior está el museo que contiene paneles informativos, ejes
cronológicos con la historia del monasterio, cuadros con su actividad
económica, mobiliario, libros, etc. En el piso inferior hay una exposición
permanente, “50 años de pintura y escultura vasca”, muestra abigarrada de los
pintores y escultores vascos de nuestros tiempos.
La lluvia pone brillos en las piedras en un silencio
rozado levemente por el susurro de las hojas.
Corderos y caballos pacen estoicamente, indolentemente, bajo la lluvia,
en paisajes de ribera con algunos árboles ya dorados por el otoño, en lomas que
descienden desde las nubes hasta el río y cuyas hierbas tienen la urbanidad del
césped. Es la hora de ir a la cueva situada en el barrio rural de Alkerdi,
donde se decía que todas las mujeres eran brujas. El riachuelo Urtxume, que
cuando baja cargado inunda la cueva,
La guía nos va explicando las distintas formaciones
mientras entramos a las vísceras de la gruta, mientras pasamos de una sala a
otra a través de estrechos pasillos, subiendo y bajando escaleras, y nos
advierte de no pisar ni tocar unas formaciones nuevas. La iluminación es mínima
durante el trayecto y aumenta cuando nos detenemos en una sala. En una de
ellas, unas raíces de roble cuelgan del techo como si fueran sirgas. En otra
sala, una colada en diagonal ha formado un charco debajo. Son instantes
detenidos. Es como si el tiempo se hubiera congelado, como si el viejo río de
los días se hubiera detenido bajo la caliza. Una proyección con sonido sirve de
punto final a la visita.
Es la hora de la comida, en la que damos buena cuenta de
un enorme y suculento chuletón. El final se apresura porque tenemos por delante
el viaje de vuelta. Al abandonar Urdax pensamos en lo sucedido a principios del
s. XVII: la actuación de Pierre de Lancre en el País Vasco francés, la delación
que derrumbó a María de Jureteguía y a su tía María Chipia de Barrenechea y
otros, que confesaron públicamente, se arrepintieron y fueron perdonados; la ida a Logroño de un grupo formado por
Graciana de Yriart (Barrenechea) y sus dos hijas, Estevanía y María; el proceso
inquisitorial que culminó en el Auto de Fe de Logroño. Estas personas no se
expresaban en una lengua babélica, no hablaban un lenguaje místico con fuerza
alegórica, simplemente sabían leer el gran libro de la naturaleza y utilizaban
el refugio que siempre proporcionan las costumbres. El miedo detuvo sus
corazones. Este fue el caso más famoso de la historia de la brujería vasca y
española, cuyo proceso y esos personajes cuyos nombres llenan la época serían
muy criticados posteriormente por el escritor ilustrado Leandro Fernández de
Moratín. Viendo los abismos a los que se asoma la condición humana, nosotros
nos quedamos con el escepticismo sobre las grandes ideas universales y con el
respeto por las cosas individuales.
La tarde se retrae rápidamente en silencio. Mientras el
autobús atraviesa incansable los bosques hendidos por el trazo de la carretera,
pensamos en lo que ha sido el viaje, breve pero intenso. Todo ha resultado muy
bien y no ha habido ningún problema. Los guías han sido muy simpáticos. El
conductor del autobús muy correcto. El grupo, pequeño, ha estado unido por un
sincero compañerismo, iguales en la variedad y variados en la unidad. Y,
finalmente, la simpatía y amabilidad de Anabel y Tito han estado siempre
presentes. Un viaje para recordar. La vida está hecha de despedidas.
que bonito!!
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