martes, 22 de noviembre de 2016

Heras de Ayuso - 2.




A la convocatoria de Félix acudimos unos cuantos fieles a pesar del mal día, de la lluvia. Nos reunimos en Heras de Ayuso y, con un cielo muy cubierto que deja pasar muy poca luz, bajo la lluvia, el grupo multicolor se pone en marcha por la carretera Gu-169, hacia la dirección de Humanes. Capas y paraguas coloristas cruzan el Badiel, que deja correr sus aguas a poca distancia del pueblo, y enfilan por entre campos de distintos colores, unos verdes, otros marrones. A pesar de que los colores están muy apagados, mates, destaca la tonalidad anaranjada de los campos de espárragos.  

A la derecha, al fondo, se ve la población de Hita acostada sobre el cerro cónico que parece gravitar sobre su cabeza y cuya cima está escasamente bordeada por las escuetas ruinas del castillo. Predominan los campos de labor y hay poca vegetación, tanto arbustiva como arbórea. Unos cuantos olivos representan la excepción. Pasamos, bajo la caricia de la lluvia, por la finca Coto Nuevo y la carretera gira algo hacia el norte mientras por el cielo plomizo navegan nubes bajas. A la izquierda se ven unos cortados cerca de donde pasa el Henares, con Humanes en lo alto, y, de frente, la muela de Alarilla, cubierta su cima por nubes que se han agarrado a ella en actitud de proteger la morada de los dioses velándola a la vista de los humanos, como si de un nuevo Olimpo se tratara.

A la altura de Humanes, giramos a la derecha por un camino asfaltado. El paisaje sigue igual: campos de espárragos, rastrojos y campos arados, marrones. Pocos árboles y arbustos. A la izquierda nos van quedando La Muela y el Colmillo de Alarilla cuando llegamos a la carretera Gu-183. Aquí, en medio del campo, se siente la expresión del silencio. No hay más ruidos que los que llevamos en la memoria. De frente se ve el camino, que seguimos tras algunas dudas. No está muy embarrado. Continúa en subida y, desde lo alto, se ve muy bien Hita, pero bajamos hasta Taragudo. Vamos en primer lugar a la Iglesia parroquial de San Miguel, con su techo de artesonado y una pila bautismal hecha de partes diferentes. En el porche de la entrada posa el grupo junto con los del coche de apoyo.


Continuamos bajo la lluvia y el Alcalde, José del Molino, nos abre amablemente el Museo del Horno, totalmente restaurado y con elementos antiguos –pila, arcón, fuelle, yunque, etc.-, fotos, unos textos explicativos de su funcionamiento y otras mitologías rurales y, naturalmente, el horno, cuya bóveda se aprecia muy bien. Después, el Alcalde nos abre la Fragua, donde Félix y Rosi –que viene en el coche de apoyo con todo el material- nos ofrecen un desayuno a base de chocolate y churros. Se está muy bien, pero la parada se alarga más de lo conveniente, desde el punto de vista senderista, y abandonamos este pueblo que, como otros, se resiste a quedan envuelto en silencio de ruinas.

Desde el fondo de la mañana no llega ninguna mejoría del tiempo. Salimos siguiendo el Camino de Hita, que va quedando a la derecha primero y de frente después. El camino está bien. En este paisaje ondulado, de pequeños relieves, donde predomina el color marrón oscuro de los campos arados, pasamos al lado de un campo de espárragos que tiene un color verde, no anaranjado. Conforme nos acercamos a Hita, el camino asciende casi imperceptiblemente, aunque al final las rampas se endurecen.

Estamos en Hita, que, por su altura, semeja un balcón sobre el campo circundante. Pasamos por la Iglesia de San Juan (ss. XIV-XV, mudéjar excepto la torre herreriana en piedra, artesonado de principios del s. XVI), por la fuente de San Pedro (curioso pilón) y por las ruinas de la iglesia de San Pedro (s. XV-XVI, contenía los sepulcros de los hidalgos de la población), ruinas limpias, amplias, de arcos y lápidas seculares, ruinas envueltas en silencio, ruinas románticas que merecían el haber sido objeto de una leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer. Seguimos por la Casa del Arcipreste (Oficina de Turismo y salas de Arqueología, Etnografía, del Libro de Buen Amor y del Festival Medieval) y terminamos en la Plaza del Arcipreste (s. XV, mercado en la Edad Media, soportal de doble crujía y gran muro con pretil que soporta la plaza del Ayuntamiento).

En la plaza paramos bajo los soportales y la ya demostrada amabilidad de Félix y Rosi nos ofrece un bocadillo mientras la niebla se apodera de este pueblo, de esta villa medieval, plaza fuerte ligada –s. XIV- a Juan Ruiz, Arcipreste, por su Libro de Buen Amor y casi destruida en la Guerra Civil. De nuevo la parada se hace larga, antes de que prosigamos y salgamos de la población cruzando bajo la puerta de Santa María, donde hacemos una más de las fotos de grupo. La puerta de Santa María, es un ejemplo de arquitectura defensiva gótica. Era la entrada principal de la muralla que mandó construir, en 1441, el primer Marqués de Santillana. El escudo señorial de los Mendoza preside el arco apuntado, dos garitones y un matacán corrido con peto almenado.

Antes de abandonar Hita todavía pasamos por la Bodega de la Muralla pensando en las más de cien bodegas excavadas bajo las viviendas en la Edad Media, que conforman una extensa arquitectura subterránea contando además, en la parte superior, con los bodegos. El viñedo desapareció, debido a la plaga de filoxera, en la primera mitad del s. XX, por lo que las bodegas han perdido su primitiva función. A los pies de la muralla medieval hacemos la última parada en el palenque, que rememora el lugar donde se celebraban torneos de caballeros y que es uno de los escenarios del Festival Medieval que se celebra desde 1961. El tiempo se ha detenido en las ruinas y en el pueblo, cuya fama se debe a la reaparición de lo pasado. Debería ser una presencia, no un decorado.

Salimos por otro buen camino, la pista camino de Aledo, en bajada, hasta la carretera Gu-107 que va paralela al Badiel –río de curso lento, perezoso, pensativo-, dejando a la izquierda la urbanización Arcipreste. La niebla entierra el campo. El mal estado del camino nos obliga a seguir por esa carretera y por ella llegamos hasta otra, la CM 1003, que también seguimos. Ésta tiene más tráfico y no se va tan bien, pero llegamos sin novedad a la altura del Monasterio de Sopetrán y a Torre del Burgo. Desde aquí, un último esfuerzo por la Calle de la Ermita hasta Heras, donde, ya que estamos mojados por fuera, nos mojamos por dentro con una merecida cerveza en el bar, como final del lluvioso día senderista.


Hemos visto, con esa forma de nacionalismo que consiste en amar al país a través de la suela de las botas, como tratan de mantenerse estas aldeas menguantes. Aquí no hay neorruralismo, son gentes del pueblo que viven y trabajan cerca, que no fantasean con fundar una Arcadia y que merecen todo nuestro reconocimiento.

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