Río Henares. 3ª etapa: Baides-Matillas.
Llego a Baides, pueblo con una irregular estructura,
dividido en varias partes, y aparco al lado del Henares, junto a las vías.
Quiero retroceder río arriba porque en la segunda etapa no pude pasar de
Cutamilla, pero sólo puedo subir unos cuatro kilómetros. Los caminos han
desaparecido en medio de un paisaje enriscado como la parte anterior que
recorrí, con abundancia de encinas y con paredones calizos. El estrecho valle
contiene al río, con mucha vegetación de ribera puesto que no hay cultivos al
lado, y a las vías,
cobijados bajo lomas de no mucha altura, con encinas y
chaparros trepando hasta lo alto de la caliza superior que asoma en cantiles.
Río abajo el valle comienza a abrirse entre colinas cónicas arboladas. Los
chopos del río empiezan a amarillear y su verde claro brillante se destaca del
oscuro y opaco de las encinas. También veo enebros y sabinas mientras las
colinas se hacen más bajas, el valle se abre más y aparecen los campos de
cultivo, los amarillos y los ocres.
Vuelvo a Baides. Paro en la sencilla ermita, y, al lado, cerca
de donde estaba la casa de los pobres, veo un pequeño monumento a la
destilación del espliego para obtener su esencia, compuesto por tablilla
informativa, romana, caldera, serpentín y vaso florentino. Enfrente está el
amarillo rastrojo de una gran explanada cultivada en la que el tren describe una
amplia curva que le lleva a seguir el curso del Salado, señalizado por una
hilera de árboles. Los montes, más lejanos, siguen con bastante vegetación.
Paso bajo la vía y vuelvo al pueblo. Hablo con un señor que
me dice que río arriba se ha perdido todo, que no se puede ir, y que el camino
a Matillas está muy bien, que bajan incluso coches. El río está limpio, con las
riberas segadas, e integrado en el pueblo, canalizado, con un parque infantil
al lado, aunque quizá no haya niños para disfrutarlo. Unos pequeños desniveles
hacia abajo ponen una línea blanca de espuma sobre el verde del agua.
Quiero ver la unión de Henares y Salado, así que sigo hacia
el barrio de la estación por el gran paseo arbolado, con árboles viejos que
debieron ser plantados cuando se construyó el tren y la estación, con material
ferroviario en desuso como museo, dedicado al periodista y escritor Ángel María
de Lera, oriundo de este pueblo. Cruzo el Salado, también limpio, y unos patos
se acercan mientras veo los cerrados chalets de alrededor. Bordeo para ir a la
desembocadura, pero al alta hierba impide la visión. Continúo
camino abajo en
medio de un valle más ancho, con campos de cultivo entre montes más bajos
moteados de chaparros. El Henares, zigzagueante, se ha ido a la izquierda y las
vías van por la derecha; el camino queda en medio, cercano a las vías, donde
una casilla abierta a todos los vientos es un símbolo de otra época, como los
añosos árboles del paseo. Al pasar al lado de un gran rebaño de ovejas esquiladas
que pasta en el rastrojo, saludo al pastor y recuerdo que este pueblo está
situado en la Ruta de la Lana. El camino cruza las vías y se encuentra con una
puerta cerrada.
Vuelvo por el mismo camino y en el pueblo tengo una
agradable conversación con el señor Adolfo López López, nacido aquí, que vive
en Madrid y que viene en el buen tiempo. Me cuenta que los árboles del paseo
son chopos, aunque por el tronco quizá no lo parezcan. Son muy viejos porque,
cuando él se acuerda de niño, ya eran grandes. Había tres hileras de árboles,
dejando dos pasos, uno para las personas y otro para las caballerías, y cuando
empezó a haber coches se quitó la hilera central. Muchos del pueblo emigraron,
casi todos a Madrid. Él trabajó en la fábrica El León, en Matillas, donde se
conservan las chimeneas. Tuvo suerte. Eso le cambió la vida. En el monte tienen
abundante leña, pero ahora no todos la recogen y el monte se espesa. Cuando
hace frío se va porque en el bar se ven tres nada más. Del camino a Matillas me
dice que está bien. De buena gana me hubiese quedado charlando con este señor
de amena conversación, pero, aunque no se le ve agobiado por las tareas, no
quiero entretenerle más. Le digo que pondré su nombre en el artículo y un hijo
suyo, economista, se lo buscará. Estos momentos son lo mejor del viaje
ciclista.
Hasta ahora he pedaleado poco, no me he ganado la cerveza
del mediodía, así que sigo hacia Matillas por la calle Petril que me saca al
camino, ancho, llano, en bastante buen estado. El Henares se ha ido al lado derecho
a recoger al Salado, pero vuelve al izquierdo y cambia de sentido en múltiples
meandros. La hilera de frondosas se retuerce en el fondo del valle. Después de
engrosar sus aguas con las del Salado, permite el nacimiento del Canal de
Baides –no pude acceder al de Cutamilla, así que éste es el primero que veo-
que queda a la derecha del camino. Debajo de un paredón calizo, a la izquierda,
un manantial llena abrevadero y lavadero. Al otro lado del valle, el talud del
ferrocarril provoca otro contraste cromático entre el blanco de yeso y la
tierra rojiza, como he visto en otros lugares.
El paisaje continúa igual, aunque el valle se va estrechando
y el canal pasa a la izquierda del camino a más o menos distancia, cruzando los
arroyos que bajan de las lomas. En la zona más estrecha se ve bien el contraste
entre la vegetación de ribera y la del monte. Después el valle vuelve a abrirse
y se llega a una pequeña central hidroeléctrica alimentada ya por el Canal de
Mandayona, en el que más al este, muere el de Baides. Estamos ya en territorio
del río Dulce, que cruzo poco antes de que se una al Henares por mínimo puente.
Poco después el camino está asfaltado, es una carreterita
que lleva a Matillas. Llego hasta la carretera, desde donde veo la antigua
fábrica y las chimeneas y no sigo. Otro día lo veré más despacio; ahora desando
el mismo camino. Al final del tramo asfaltado paro un momento en un antiguo
molino, ahora colmatado su cauce, y veo que esto es el Camino del Cid. Antes me
habían salido muchas perdices y ahora saltan dos corzos que se internan en la
espesura.
Llego a Baides y paro en el puente peatonal. La calle está muy
bien acondicionada: puente, antiguo lavadero -vacío, cubierto- y monumento a la
agricultura con un arado y unos collerones. Llego al coche y salgo por la alargada
calle Real, nexo entre las dos zonas, y paro en la plaza, con bonita fuente
abrevadero. Continúo y, tras un tramo sin casas, llego al otro barrio, con la
iglesia de espadaña en sillería con dos vanos para campanas. Los poderes
religioso y civil separados, uno en cada barrio, puesto que el Ayuntamiento
queda atrás.
La etapa no ha resultado como estaba prevista, pero ha
estado bien. No he podido ver el tramo hacia Cutamilla, pero he intuido más que
visto la unión de dos ríos con el Henares y, finalmente, me he ganado la
cerveza –sin alcohol, que tengo que conducir- con mi amigo Martín en Sigüenza.
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