viernes, 7 de octubre de 2016

Río Henares. 3ª etapa: Baides-Matillas.

Llego a Baides, pueblo con una irregular estructura, dividido en varias partes, y aparco al lado del Henares, junto a las vías. Quiero retroceder río arriba porque en la segunda etapa no pude pasar de Cutamilla, pero sólo puedo subir unos cuatro kilómetros. Los caminos han desaparecido en medio de un paisaje enriscado como la parte anterior que recorrí, con abundancia de encinas y con paredones calizos. El estrecho valle contiene al río, con mucha vegetación de ribera puesto que no hay cultivos al lado, y a las vías,
cobijados bajo lomas de no mucha altura, con encinas y chaparros trepando hasta lo alto de la caliza superior que asoma en cantiles. Río abajo el valle comienza a abrirse entre colinas cónicas arboladas. Los chopos del río empiezan a amarillear y su verde claro brillante se destaca del oscuro y opaco de las encinas. También veo enebros y sabinas mientras las colinas se hacen más bajas, el valle se abre más y aparecen los campos de cultivo, los amarillos y los ocres.

Vuelvo a Baides. Paro en la sencilla ermita, y, al lado, cerca de donde estaba la casa de los pobres, veo un pequeño monumento a la destilación del espliego para obtener su esencia, compuesto por tablilla informativa, romana, caldera, serpentín y vaso florentino. Enfrente está el amarillo rastrojo de una gran explanada cultivada en la que el tren describe una amplia curva que le lleva a seguir el curso del Salado, señalizado por una hilera de árboles. Los montes, más lejanos, siguen con bastante vegetación.  

Paso bajo la vía y vuelvo al pueblo. Hablo con un señor que me dice que río arriba se ha perdido todo, que no se puede ir, y que el camino a Matillas está muy bien, que bajan incluso coches. El río está limpio, con las riberas segadas, e integrado en el pueblo, canalizado, con un parque infantil al lado, aunque quizá no haya niños para disfrutarlo. Unos pequeños desniveles hacia abajo ponen una línea blanca de espuma sobre el verde del agua.

Quiero ver la unión de Henares y Salado, así que sigo hacia el barrio de la estación por el gran paseo arbolado, con árboles viejos que debieron ser plantados cuando se construyó el tren y la estación, con material ferroviario en desuso como museo, dedicado al periodista y escritor Ángel María de Lera, oriundo de este pueblo. Cruzo el Salado, también limpio, y unos patos se acercan mientras veo los cerrados chalets de alrededor. Bordeo para ir a la desembocadura, pero al alta hierba impide la visión. Continúo
camino abajo en medio de un valle más ancho, con campos de cultivo entre montes más bajos moteados de chaparros. El Henares, zigzagueante, se ha ido a la izquierda y las vías van por la derecha; el camino queda en medio, cercano a las vías, donde una casilla abierta a todos los vientos es un símbolo de otra época, como los añosos árboles del paseo. Al pasar al lado de un gran rebaño de ovejas esquiladas que pasta en el rastrojo, saludo al pastor y recuerdo que este pueblo está situado en la Ruta de la Lana. El camino cruza las vías y se encuentra con una puerta cerrada.

Vuelvo por el mismo camino y en el pueblo tengo una agradable conversación con el señor Adolfo López López, nacido aquí, que vive en Madrid y que viene en el buen tiempo. Me cuenta que los árboles del paseo son chopos, aunque por el tronco quizá no lo parezcan. Son muy viejos porque, cuando él se acuerda de niño, ya eran grandes. Había tres hileras de árboles, dejando dos pasos, uno para las personas y otro para las caballerías, y cuando empezó a haber coches se quitó la hilera central. Muchos del pueblo emigraron, casi todos a Madrid. Él trabajó en la fábrica El León, en Matillas, donde se conservan las chimeneas. Tuvo suerte. Eso le cambió la vida. En el monte tienen abundante leña, pero ahora no todos la recogen y el monte se espesa. Cuando hace frío se va porque en el bar se ven tres nada más. Del camino a Matillas me dice que está bien. De buena gana me hubiese quedado charlando con este señor de amena conversación, pero, aunque no se le ve agobiado por las tareas, no quiero entretenerle más. Le digo que pondré su nombre en el artículo y un hijo suyo, economista, se lo buscará. Estos momentos son lo mejor del viaje ciclista.

Hasta ahora he pedaleado poco, no me he ganado la cerveza del mediodía, así que sigo hacia Matillas por la calle Petril que me saca al camino, ancho, llano, en bastante buen estado. El Henares se ha ido al lado derecho a recoger al Salado, pero vuelve al izquierdo y cambia de sentido en múltiples meandros. La hilera de frondosas se retuerce en el fondo del valle. Después de engrosar sus aguas con las del Salado, permite el nacimiento del Canal de Baides –no pude acceder al de Cutamilla, así que éste es el primero que veo- que queda a la derecha del camino. Debajo de un paredón calizo, a la izquierda, un manantial llena abrevadero y lavadero. Al otro lado del valle, el talud del ferrocarril provoca otro contraste cromático entre el blanco de yeso y la tierra rojiza, como he visto en otros lugares.

El paisaje continúa igual, aunque el valle se va estrechando y el canal pasa a la izquierda del camino a más o menos distancia, cruzando los arroyos que bajan de las lomas. En la zona más estrecha se ve bien el contraste entre la vegetación de ribera y la del monte. Después el valle vuelve a abrirse y se llega a una pequeña central hidroeléctrica alimentada ya por el Canal de Mandayona, en el que más al este, muere el de Baides. Estamos ya en territorio del río Dulce, que cruzo poco antes de que se una al Henares por mínimo puente.  

Poco después el camino está asfaltado, es una carreterita que lleva a Matillas. Llego hasta la carretera, desde donde veo la antigua fábrica y las chimeneas y no sigo. Otro día lo veré más despacio; ahora desando el mismo camino. Al final del tramo asfaltado paro un momento en un antiguo molino, ahora colmatado su cauce, y veo que esto es el Camino del Cid. Antes me habían salido muchas perdices y ahora saltan dos corzos que se internan en la espesura.

Llego a Baides y paro en el puente peatonal. La calle está muy bien acondicionada: puente, antiguo lavadero -vacío, cubierto- y monumento a la agricultura con un arado y unos collerones. Llego al coche y salgo por la alargada calle Real, nexo entre las dos zonas, y paro en la plaza, con bonita fuente abrevadero. Continúo y, tras un tramo sin casas, llego al otro barrio, con la iglesia de espadaña en sillería con dos vanos para campanas. Los poderes religioso y civil separados, uno en cada barrio, puesto que el Ayuntamiento queda atrás.


La etapa no ha resultado como estaba prevista, pero ha estado bien. No he podido ver el tramo hacia Cutamilla, pero he intuido más que visto la unión de dos ríos con el Henares y, finalmente, me he ganado la cerveza –sin alcohol, que tengo que conducir- con mi amigo Martín en Sigüenza. 

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