lunes, 3 de octubre de 2016

Río Henares. Etapa 2: Sigüenza-Cutamilla.


Al abandonar Sigüenza, bordeando el Instituto, queda detrás la fuerte estampa del castillo-parador. Pronto se llega a las ruinas del antiguo molino Canto Blanco, al lado del Henares cuyo cauce está lleno de juncos, aneas y carrizos. El valle se va estrechando entre colinas de hierba seca, amarillenta sobre fondo ocre, sin arbolado, y con una línea de arbustos y árboles que evidencia el curso del río. Las vías del tren, de trazado sinuoso, el río y pequeños sotos comparten el fondo del vallejo. En un ensanchamiento del valle asoma en lo alto, en la crestería, la caliza grisácea en verticales paredones.

El Henares se va hacia la izquierda y la carretera pasa bajo el tren en el punto donde comienza la balsa de agua, grande y llena, de una antigua central eléctrica, el salto de Moratilla, la Canal. Un señor, que resulta ser un primo (Ángel) de mi amigo Martín, me dice que hace tiempo que no se utiliza y, más tarde, Martín me contará que alguna vez bajaban aquí a bañarse. El aliviadero de la balsa suelta agua, lo que indica que debe seguir entrando.


Una ligera subida me lleva al puente que, cruzando las vías, lleva a Moratilla, pequeño pueblo con muchas casas caídas, pero con otras bien acondicionadas y con signos de vida como coches aparcados. Sigo la calle abajo hasta cruzar un pequeño puente peatonal sobre el Henares y llegar a un espacio recreativo, un soto muy fresco y umbrío. El Henares baja brioso, más crecido, entre espesa vegetación arbustiva. Atrás queda el pueblo, con la iglesia en lo alto. Muchas casas tienen una antena parabólica en la fachada o en el tejado, señal de que no debe haber antena o repetidor. Subo a la iglesia por calles empinadas. Tiene una fuerte torre prismática en sillería a los pies, con dos vanos para campanas, galería porticada de tres vanos al sur, sencilla portada y ábside circular de aspecto románico. Desde aquí se tiene una buena visión de la parte baja del pueblo y del río.

Salgo del pueblo saludando a una pareja mayor, los únicos que he visto. Cruzo el puente y sigo adelante por un ensanchamiento del valle, con campos de cultivo cosechados, amarillentos y con la vegetación de ribera desaparecida, de forma que casi no se ve por dónde discurre el Henares. Las lomas empiezan a motearse de puntos verdes, chaparros, y el color rojizo de la tierra aparece en los taludes de las vías. El pueblo, media luna alrededor de un monte, queda a mi espalda y al lado una antigua cosechadora, resto arqueológico de anticuados usos. Sale un camino a la derecha, el que va a Viana de Jadraque, pero yo sigo a la izquierda.

En uno de los rodeos del camino aparece una zona erosionada que deja al descubierto yesos blanquecinos mezclados con la tierra roja, en llamativa mezcla cromática. Desde aquí, la vista es diferente, el monte se espesa y parece que abandonamos la civilización. El último rastro de actividad es un letrero que advierte “Peligro, abejas” y los trenes de mercancías que pasan de tanto en tanto. El fondo del valle está cubierto, muy herbáceo, amarillento y verde, con árboles frondosos de otro verde diferente, más claro y brillante.

El Henares queda a la izquierda, apoyado en las lomas, cuando llego a un pequeño canal, perpendicular al camino, que, lógicamente, debe traer el agua del río. Lo sigo hasta que se esconde en un túnel debajo de una roca. A la derecha hay un paso, un puente anclado en la roca bordeándola que tiene las tablas del piso podridas y rotas. Paso con cuidado hasta ver el azud que desvía el agua. Vuelvo y sigo el canal en sentido contrario, al lado del camino, apoyado en la roca, en una zona con mucha encina. Por los claros entre las encinas puede verse el fondo del valle, de un verde brillante.

El camino llega a una puerta cerrada con un letrero que dice “Central eléctrica Gimena”, que es la que necesitaba el canal, y la bordea siguiendo otro letrero direccional que indica “Cutamilla”. El Henares se acerca y, a partir de aquí, como el valle se estrecha, se irá cruzando tanto con las vías como con el camino. Termino de bordear la zona vallada de la central y, en un claro con muchos chopos, veo algunas ramas amarillentas, signo de que el otoño se empieza a asomar al valle. Entro en una zona espesa de encina y roble, en la que el camino parece ir por un túnel de vegetación. Todo está muy seco.

Sigo por una zona más abierta, con encinas. El tren se ha acercado y el camino y el río aprovechan un puente para cruzarlo juntos de forma que si bajara más agua se inundaría el camino. A otra zona espesa de encinas le sigue otra más abierta, con el Henares al lado del camino, rumorosa su agua clara, rodeado de choperas, zarzas, matorrales, juncos, mucha vegetación, conformando una zona bucólica que indica la cercanía de la capa freática. Las zonas de vegetación más espesa y las abiertas se van alternando, lo mismo que el lado por el que el camino sigue al Henares. El ferrocarril también lo sigue, aunque tratando –sin conseguirlo- de mantener una línea más recta a costa de dar profundas dentelladas en los montes o incluso de necesitar túneles. Los tres van trenzando la ruta.

En un momento se sale a otro camino que gira a la izquierda elevándose, pasa por una antigua cantera, de donde se sacaba la piedra para las vías, y sigue hasta la carretera de Sigüenza, enfrente del desvío a La Cabrera. Esta ruta queda para otro día; hoy sigo adelante siguiendo el río que va por la izquierda del valle, apoyándose en la roca. Al otro lado, escarpaduras de gris caliza en los altos y pliegues rocosos en las zonas con menos vegetación. El camino parece mimetizarse en el terreno en algunos lugares. Después de Moratilla esto es salvaje, es un pequeño parque natural, no hay pueblos ni actividad económica alguna.

Llego a una zona vallada. Un puente metálico en buen estado cruza el Henares y se interna en unas casas al lado de un alto cortado vertical, con más vallas. Es Cutamilla, donde nace el manantial del agua que envasan cerca. Las vías están al lado. Hay un tramo recto, pero a los dos extremos hay curvas. Un trazado tan sinuoso no posibilita alcanzar cierta velocidad. Al tratar de seguir veo que el camino desaparece en el puente sobre el río, que cruza a la margen derecha. Al lado de la vía hay un pequeño paso, con piedras, que no
permite ir montado en la bici. Arsenio Lope Huerta y Jesús Pajares Ortega (gracias por el libro), en “Río Henares abajo”, cuentan cómo el camino se interrumpe aquí bruscamente, pero ellos, valientes, decidieron seguir, empujando la bici en algunos tramos e incluso llevándola a hombros al cruzar un túnel. Yo no soy tan arriesgado y me doy la vuelta por el mismo camino.


Ha sido una etapa muy bonita. Frente a la anchura, civilización, utilización y poblamiento del valle del Henares desde el nacimiento hasta Sigüenza, recorrido de la primera etapa, está la angostura, salvajismo, naturalidad y despoblación de ésta. Contrastes cercanos. 

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