Camino Occidental a Santiago de Compostela.
1ª Etapa: Guadalajara-Viñuelas.
Nuestro antiguo compañero y sin embargo amigo, Julián
Pascual-Herranz, ha organizado esta primera etapa del Camino Occidental y nos
avisa a Pepe y a mí. El día anterior, en la liturgia de la preparación,
aparecen dudas, pero, a pesar de las adversas previsiones meteorológicas, a las
7:30 horas del sábado 22-10-2016 estamos en la puerta de la Parroquia de
Santiago, en Guadalajara, punto de encuentro. Es noche cerrada todavía. Hacemos
una foto de grupo y salimos con exacta puntualidad dejando a nuestra izquierda
la majestuosidad del Palacio del Infantado, con su impactante fachada del
gótico civil, de belleza hipnótica.
Los tres grandes e ingrávidos –como arquitectura del
vacío- arcos de medio punto de la manierista antigua Iglesia de los Remedios
ven pasar al madrugador grupo. Un coche frena al lado y, al enterarse de que
vamos a Marchamalo caminando, nos informa amablemente que ahí al lado está la
parada del autobús. Este primer tramo del camino, urbano, atravesando polígonos
industriales, es feo pero inevitable. No llueve. El alba, que ya pinta,
comienza a teñir de gris la mañana. Julián ha puesto un ritmo alegre que sigue
el grupo compacto, caminando a través del amanecer que se abre paso, aunque el
día no ha levantado todavía. En Marchamalo hacemos una breve parada en su
amplia plaza que contiene todos los poderes: Ayuntamiento, Iglesia de Santa
Cruz (s. XVI, artesonados mudéjares, reconstruida) y Palacio de los Ramírez de
Arellano (s. XVII, puerta almohadillada y escudo). Aunque hay poca luz, porque el cielo aparece
muy nublado, ya es de día.
Saliendo del pueblo cruzamos el vacío Canal del Henares, escenario
de otras aventuras ciclistas, y, dejando a nuestra derecha la Ermita de la
Soledad (s. XVII), salimos al camino, ahora sí, mientras vamos hablando con
Joselu. Ascendemos una loma desde la que se vislumbra, atrás, Marchamalo engullido
por la niebla. El cielo encapotado apaga los colores, mates, oscuros, pero el
monte es bonito. Negrea el camino entre el marrón rojizo de los campos arados y
el verde oscuro de encinas, olivos y retamas. En lo alto, el camino serpentea
entre campos arados y otros con el rastrojo del cereal cosechado, con algún
ejemplar aislado de encina en los linderos. El horizonte se difumina en la
mañana neblinosa pero hay algo más de luz y la temperatura es muy agradable.
La vista va despejando el camino con anticipación. Atravesamos una
planicie de campos marrones -con la tierra parda cortada en líneas paralelas
por los surcos del arado- por un tramo recto de camino negro, con una masa
espesa de encinas cerrando el horizonte. El grupo todavía va unido, formando
las vestimentas deportivas una mezcla imposible de colores chillones. Caminando,
con ese placentero sentimiento de libertad e independencia, con los pasos
marcando las pautas del tiempo, trashumando por el Camino, adquirimos el
sentido del espacio. La simpatía y alegre conversación de Ana, de Cabanillas, cuya
risa franca enriquece la mañana, nos da fuerza en este tramo. El grupo va tan
disciplinado que Julián puede permitirse abandonar la cabeza y venir a charlar
con nosotros.
El valle se estrecha y, con el olor de la jara mojada en el ambiente, el
camino se hunde, entre altos árboles y vegetación arbustiva, en la penumbra del
bosque que oculta nuestra presencia y se traga toda la visión del mundo que nos
rodea. La escasez de luz pone una nota de melancolía vegetal. Había caído
alguna gota, pero por fin se pone a llover, que era lo que todos estábamos
esperando por experimentar emociones pseudoaventureras. Aparecen más colores
chillones en forma de capas y chubasqueros. Pepe se resiste a ponerse la capa,
a pesar de que es muy torero.
El camino sale a la carretera antes de Usanos, mitad del
recorrido. Parada y avituallamiento. Julián, en una más de sus atenciones, saca
fruta y galletas para todos. Poco después ya estamos listos para seguir. Ahora abundan
más los campos con el rastrojo y las pacas de paja amontonadas y sin recoger.
Pequeñas lomas cenicientas, como el día, limitan el horizonte. El monte es una
zona alomada por lo que el camino sube y baja y a lo largo del recorrido se van
viendo las flechas amarillas, pintadas no hace mucho. La grisura del día no
quita belleza al terreno. Los contrastes de colores son espléndidos y las
líneas del rastrojo trazan una perspectiva hacia el horizonte mientras los
campos se deslizan suavemente a nuestro lado. Ha parado de llover y nos hemos
quitado las capas.
En este tramo nos empuja la simpatía y juventud de Cristina
y Gloria, de Usanos, con las que venimos charlando. El camino llega a una
carreterita asfaltada, donde esperan unos coches de apoyo y en todo el trayecto
ha venido Luisa, la mujer de Julián, acompañándonos con el coche. En paralelo a
la carretera ascendemos una loma desde la que se divisa la iglesia de
Fuentelahiguera. Tras una zona boscosa, en el fondo del valle hay
una fuente
abrevadero cuyo murmullo suave y apacible deposita un bálsamo sobre el
cansancio. Una fuerte subida nos lleva hasta la iglesia. Nueva parada, alta ya
la mañana, bajo un pesado cielo de nubes plomizas.
La iglesia parroquial de San Andrés, s. XVII, es de nave
única, amplia y sencilla, en la que destaca la cúpula del crucero y la
armadura
del techo, a modo de artesonado, más bonita sobre el coro. Cuando salimos
llueve mucho y nos tenemos que poner de nuevo las capas. El cielo se viene
abajo; se han abierto sus compuertas y amenaza con todas sus furias. Las
gruesas gotas de agua tamborilean en la capa y la lluvia parece derretir el
paisaje. Vamos charlando con Ana mientras pasamos por una zona muy arbolada,
con algunas urbanizaciones, y en bajada. En el fondo del valle, escondido bajo la vegetación que cubre el cauce, discurre el Torote. Los caminos son un pedregal o un lodazal según las estaciones y a éste la lluvia lo ha convertido en un barrizal, pero Viñuelas, fin de la etapa, ya está en lo alto.
La nave donde va a tener lugar el aperitivo está muy
concurrida. Parece que al piscolabis se ha apuntado más gente que a la
caminata. Todo está muy bien. Lo que iba a ser un ligero refrigerio se ha
convertido en un ágape de verdad. Es demasiado y tendríamos que haber
contribuido todos. La amabilidad de Julián no tiene límites, aunque Pepe dice
que está bien, que a esto hemos venido. Julián, sus hermanas –Lola y Asun- y su
hermano –Francisco-, se desviven por atender a todos. Ha sido una organización
perfecta, como todo lo que hace Julián. Tras el café, la gente empieza a
marcharse. Nosotros esperamos a la mujer de Joselu, que viene a buscarnos
mientras saludamos a todos los que hemos conocido, incluyendo a Julián e Irene,
los hijos de Julián.
Triste despedida, nostalgia de una armonía corpórea y
emocional rota, después de un día tan maravilloso, que esperamos se repita,
tras la esquina de otro día cualquiera, en otra etapa, porque llevamos la
geografía en la sangre.
Me hubiera gustado mucho ir,pero estaba trabajando,una pena...parece que lo pasasteis muy bien y el paisaje muy bonito
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