martes, 9 de agosto de 2016

Museo de Artes Decorativas

No ha resultado una buena idea visitar este museo en verano. Como no tiene aire acondicionado, los meses de julio y agosto cierran las plantas 3 y 4. Además, la página web indica que se pueden producir cierres puntuales en alguna sala por falta de personal de vigilancia, aunque a nosotros no nos ha pasado.

Así no es posible ver la planta 4 (dormitorio fernandino, mobiliario neoclásico, azulejería con escenas sobre la vida doméstica de la segunda mitad del siglo XVIII, azulejos levantinos), ni la 3 (transformación de las artes decorativas en la época borbónica, merced a las relaciones con Francia e Inglaterra, que propician la introducción de nuevos materiales como la porcelana y extienden el uso de nuevos objetos como los relojes. Destaca un nacimiento napolitano de fines del siglo XVIII).

Subimos hasta la planta 2 que evoca una casa señorial del siglo XVII, cuando los nobles habían dejado de ser itinerantes y se habían afincado en la Corte. Eran casas de dos plantas que se caracterizaban por la sobriedad exterior frente a la riqueza interior, y se componían de sala, estrado, cámara, oratorio, cocina, etc. Aquí, además, hay diversas colecciones de cerámica, tejidos, orfebrería, etc.

Las primeras salas están dedicadas a objetos. La primera, a la cerámica de Talavera. Aunque existieron alfares desde la Edad Media, fue en el siglo XVI cuando, gracias a la proximidad de la Corte, experimentó un gran desarrollo, tanto la producción de vajilla de mesa como la de azulejos. Las series monásticas para farmacia y mesa tienen su origen en la producción realizada para el Monasterio de El Escorial, a las que siguieron otras para diferentes órdenes religiosas, como para el Colegio Máximo de la Cía de Jesús en Alcalá de Henares: una pieza lleva la inscripción “S. Diego de Alcalá”. La segunda sala, a la seda y bordados: La seda fue una materia prima principal, siendo sustituida parcialmente por algodón o cáñamo en la urdimbre, mientras que en los hilos metálicos se empleaba plata. El bordado se encuentra tanto en la indumentaria como en fragmentos de tejidos. Finalmente, la tercera, es la Sala del tesoro: afán humano por poseer los objetos más apreciados -en el Renacimiento se da un auge del coleccionismo-, objetos que hablan de la riqueza de sus propietarios, sin que exista un límite claro entre simbología religiosa y civil ni tampoco desde el punto de vista ideológico.

El resto de habitaciones representan directamente las partes de la casa. La Cocina: se situaba en la zona de servicio, en la planta baja, organizada en torno al hogar. Tenía calderos, pucheros, arrimadores,  cercadores, trébedes, espeteras, etc. En despensas y alacenas se guardaban los alimentos, que eran, fundamentalmente, pan, olla podrida, carne aderezada con especias, pescados escabechados, dulces, chocolate, etc.

La Sala era la estancia para recibir y estaba después de las antesalas. Las paredes tenían tapices, telas, estaban enjalbegadas o pintadas. El mobiliario, que indicaba la posición social del dueño, estaba compuesto por asientos, mesas, escritorios, espejos, relojes, braseros, etc. El Estrado era una habitación en que se sentaban las damas sobre una tarima, para evitar la humedad del suelo, cubierta de almohadas y colchones. Aunque de origen musulmán, todavía en el siglo XVII las señoras lo utilizaban, acompañadas por las damas de servicio, para leer, coser, bordar, cantar, etc. Finalmente, la Cámara, el dormitorio principal, aunque la señora podía tener el suyo propio. Las camas, adosadas a la pared, eran de alto cabecero, las sábanas de Holanda, las frazadas o mantas de lana de Castilla, y también había arcones, motivos religiosos, tocador, etc., y un  Oratorio más o menos grande, algunas veces una simple hornacina.

En la planta 1 hay una gran exposición, “Del jardín del Bosco”, del artista Florencio Maíllo que, inspirándose en El Jardín de las delicias, compone una serie de pinturas mediante los procedimientos plásticos del dibujo, la pintura y la serigrafía, todos ellos con variado aporte material. Hay cinco ejes temáticos: el caballo, el desnudo, los contenedores de fluidos, las frutas y las representaciones vegetales. Un grupo son pinturas encáusticas, en las que los pigmentos pictóricos se aglutinan mediante cera de abeja en caliente, siendo el soporte chapa metálica reciclada, procedente del aplanado de antiguos bidones.

También en esta planta, una serie de cerámicas Mae Nam, “madre agua”, una importante colección de Chus Burés inspirada en las técnicas tradicionales tailandesas y unas piezas de orfebrerías protegidas por unas bombonas de vidrio.

Un gran jarrón nos señala la escalera de bajada, de dos tramos, en tonos verdes, con molduras y una pequeña hornacina, muy elegante. En la planta baja sigue la colección del barcelonés Chus Burés, cuyo talento de creador y diseñador de joyas fue rápidamente reconocido. Diseñó los accesorios de las películas de Pedro Almodóvar Matador (1986) y Átame (1990), de Vicente Molina Foix, Bigas Luna, etc. Las piezas están colocadas en unas lágrimas de cristal colgadas de techo y paredes, iluminadas, creando un ambiente cálido a pesar de lo oscuro de las paredes y resaltando los mosaicos del suelo.


El edificio es importante y el contenido también. Sin embargo, este museo da la impresión de excesiva sencillez, de poca preparación. Faltan letreros en las piezas expuestas, que sólo pueden seguirse por unas fichas que hay en cada habitación. Pero en algunas no hay; quizá el público se las ha llevado a pesar de que son únicamente de consulta. La visita queda descompensada al poderse ver poco de la colección permanente y más de la temporal, pero siempre es interesante.

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