Museo de Artes Decorativas
No ha resultado una buena idea visitar este museo en
verano. Como no tiene aire acondicionado, los meses de julio y agosto cierran
las plantas 3 y 4. Además, la página web indica que se pueden producir cierres
puntuales en alguna sala por falta de personal de vigilancia, aunque a nosotros
no nos ha pasado.
Así no es posible ver la planta 4 (dormitorio fernandino,
mobiliario neoclásico, azulejería con escenas sobre la vida doméstica de la
segunda mitad del siglo XVIII, azulejos levantinos), ni la 3 (transformación de las artes decorativas en
la época borbónica, merced a las relaciones con Francia e Inglaterra, que
propician la introducción de nuevos materiales como la porcelana y extienden el
uso de nuevos objetos como los relojes. Destaca un nacimiento napolitano de
fines del siglo XVIII).
Subimos hasta
la planta 2 que evoca una casa señorial
del siglo XVII, cuando los nobles habían dejado de ser itinerantes y se
habían afincado en la Corte. Eran casas de dos plantas que se caracterizaban
por la sobriedad exterior frente a la riqueza interior, y se componían de sala,
estrado, cámara, oratorio, cocina, etc. Aquí, además, hay diversas colecciones
de cerámica, tejidos, orfebrería, etc.
Las primeras salas están dedicadas a objetos. La primera,
a la cerámica de Talavera. Aunque
existieron alfares desde la Edad Media, fue en el siglo XVI cuando, gracias a
la proximidad de la Corte, experimentó un gran desarrollo, tanto la producción
de vajilla de mesa como la de azulejos. Las series monásticas para farmacia y
mesa tienen su origen en la producción realizada para el Monasterio de El
Escorial, a las que siguieron otras para diferentes órdenes religiosas, como
para el Colegio Máximo de la Cía de Jesús en Alcalá de Henares: una pieza lleva
la inscripción “S. Diego de Alcalá”. La segunda sala, a la seda y bordados: La seda fue una materia prima principal, siendo
sustituida parcialmente por algodón o cáñamo en la urdimbre, mientras que en
los hilos metálicos se empleaba plata. El bordado se encuentra tanto en la
indumentaria como en fragmentos de tejidos. Finalmente, la tercera, es la Sala del tesoro: afán humano por poseer
los objetos más apreciados -en el Renacimiento se da un auge del coleccionismo-,
objetos que hablan de la riqueza de sus propietarios, sin que exista un límite
claro entre simbología religiosa y civil ni tampoco desde el punto de vista
ideológico.
El resto de habitaciones representan directamente las
partes de la casa. La Cocina: se
situaba en la zona de servicio, en la planta baja, organizada en torno al
hogar. Tenía calderos, pucheros, arrimadores,
cercadores, trébedes, espeteras, etc. En despensas y alacenas se
guardaban los alimentos, que eran, fundamentalmente, pan, olla podrida, carne
aderezada con especias, pescados escabechados, dulces, chocolate, etc.
La Sala era la
estancia para recibir y estaba después de las antesalas. Las paredes tenían tapices,
telas, estaban enjalbegadas o pintadas. El mobiliario, que indicaba la posición
social del dueño, estaba compuesto por asientos, mesas, escritorios, espejos,
relojes, braseros, etc. El Estrado era
una habitación en que se sentaban las damas sobre una tarima, para evitar la
humedad del suelo, cubierta de almohadas y colchones. Aunque de origen
musulmán, todavía en el siglo XVII las señoras lo utilizaban, acompañadas por
las damas de servicio, para leer, coser, bordar, cantar, etc. Finalmente, la Cámara,
el dormitorio principal, aunque la señora podía tener el suyo propio. Las camas,
adosadas a la pared, eran de alto cabecero, las sábanas de Holanda, las frazadas
o mantas de lana de Castilla, y también había arcones, motivos religiosos,
tocador, etc., y un Oratorio más o menos grande, algunas veces una simple hornacina.
En la planta 1 hay una gran exposición, “Del jardín del
Bosco”, del artista Florencio Maíllo que, inspirándose en El Jardín de las
delicias, compone una serie de pinturas mediante los procedimientos plásticos
del dibujo, la pintura y la serigrafía, todos ellos con variado aporte
material. Hay cinco ejes temáticos: el caballo, el desnudo, los contenedores de
fluidos, las frutas y las representaciones vegetales. Un grupo son pinturas
encáusticas, en las que los pigmentos pictóricos se aglutinan mediante cera de
abeja en caliente, siendo el soporte chapa metálica reciclada, procedente del
aplanado de antiguos bidones.
También en esta planta, una serie de cerámicas Mae Nam,
“madre agua”, una importante colección de Chus Burés inspirada en las técnicas
tradicionales tailandesas y unas piezas de orfebrerías protegidas por unas
bombonas de vidrio.
Un gran jarrón nos señala la escalera de bajada, de dos
tramos, en tonos verdes, con molduras y una pequeña hornacina, muy elegante. En
la planta baja sigue la colección del barcelonés Chus Burés, cuyo talento de
creador y diseñador de joyas fue rápidamente reconocido. Diseñó los accesorios
de las películas de Pedro Almodóvar Matador (1986) y Átame (1990), de Vicente
Molina Foix, Bigas Luna, etc. Las piezas están colocadas en unas lágrimas de
cristal colgadas de techo y paredes, iluminadas, creando un ambiente cálido a
pesar de lo oscuro de las paredes y resaltando los mosaicos del suelo.
El edificio es importante y el contenido también. Sin
embargo, este museo da la impresión de excesiva sencillez, de poca preparación.
Faltan letreros en las piezas expuestas, que sólo pueden seguirse por unas fichas
que hay en cada habitación. Pero en algunas no hay; quizá el público se las ha
llevado a pesar de que son únicamente de consulta. La visita queda
descompensada al poderse ver poco de la colección permanente y más de la
temporal, pero siempre es interesante.
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