viernes, 22 de julio de 2016

Panteón de Hombres Ilustres

El Panteón actual es el resultado de una serie de actuaciones en torno a una idea a lo largo del tiempo. La primera idea de un Panteón Nacional de Hombres Ilustres, para reconvertir la iglesia de San Francisco el Grande, ya surgió en 1837, aunque no fue hasta 1869 cuando se creó la primera comisión encargada de hacer una lista de personajes.  Se trató, en vano, de encontrar los restos de Don Pelayo, el Cid, Guzmán el Bueno, Cervantes, Lope de Vega, Luis Vives, Antonio Pérez, Juan de Herrera, Velázquez, Jorge Juan, Claudio Coello, Tirso de Molina, Juan de Mariana, Agustín Moreto, Murillo, Juan de Juanes, Francisco Vallés, Jovellanos, el conde de Campomanes, el conde de Floridablanca, Goya, etc., por lo que, cuando en ese año se inauguró, los restos acogidos eran los de Juan de Mena, Garcilaso de la Vega, Alonso de Ercilla, Federico Gravina, Ambrosio de Morales, Juan de Lanuza, Francisco de Quevedo, Pedro Calderón de la Barca, marqués de la Ensenada, Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva. Había, por tanto, poetas, militares, humanistas, políticos, escritores, arquitectos, etc. Años después sus restos fueron devueltos a sus lugares de origen, terminándose con la idea del panteón nacional.

El convento de Nuestra Señora de Atocha, dominico, tras el deterioro sufrido por la ocupación francesa, estaba prácticamente en ruinas en el momento de la exclaustración en 1834. Pasó a ser cuartel de Inválidos, por lo que fueron enterrados allí varios de sus directores, como José de Palafox, Francisco Castaños, Manuel Gutiérrez de la Concha y Juan Prim, además del político Antonio de los Ríos Rosas. La reina regente María Cristina, viuda del rey Alfonso XII, pensó  construir una nueva basílica y, debido a estos enterramientos ya existentes, un panteón anexo. En 1890 se eligió el proyecto ganador del concurso, el presentado por el arquitecto Fernando Arbós y Tremanti: en estilo neobizantino, incluía el panteón, que sería el claustro de la basílica y se inspiraba en el camposanto de la Plaza del Duomo de Pisa, y un campanile. El proyecto era ambicioso, puesto que la basílica iba a ser el templo de la Corte. La construcción comenzó en 1891 y en 1899, por su elevado coste, se dio por concluida.

Así, lo que ahora puede verse en este Panteón, que tiene su entrada por la calle Julián Gayarre, al lado de la Basílica de Nuestra Señora de Atocha, es el claustro de planta cuadrada, con frontón en la puerta de entrada, dos cúpulas semiesféricas en las esquinas y tres galerías con arcadas –falta la cuarta- que encierran un pequeño jardín. En 1901 se trasladaron aquí los restos de Palafox, Castaños, Concha, Prim y Ríos Rosas, aunque los dos primeros salieron posteriormente a Zaragoza y Bailén, respectivamente. En años posteriores recibieron sepultura un grupo de políticos, pero quedó en estado de abandono a pesar de que se había construido la nueva iglesia de los dominicos. La construcción del colegio Nuestra Señora de Atocha dejó aislado al campanile, que ya no es accesible. Finalmente, Patrimonio Nacional lo restauró y reabrió a finales de los años ochenta del siglo XX.

Aquí yacen los restos de Práxedes Mateo Sagasta (1 en el plano), Eduardo Dato e Iradier (2), Antonio Ríos Rosas (3), Antonio Cánovas del Castillo (4), Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués del Duero (6) y José Canalejas (7), todos ellos en el claustro. En el jardín hay un mausoleo conjunto, denominado Monumento a la Libertad, -formado por un cuerpo cilíndrico cubierto por un tejado cónico y rematado por una alegoría de la Libertad esculpida por Ponzano, y tres estatuas de Medina que representan la Pureza, el Gobierno y la Reforma- que contiene los restos de Juan Álvarez Mendizábal, Agustín de Argüelles y José Mª Calatrava, a los que se unieron más tarde Diego Muñoz Torrero, Francisco Martínez de la Rosa y Salustiano Olózaga.

Desde un punto de vista artístico destacan las obras de Mariano Benlliure, los monumentos funerarios en mármol de Práxedes Mateo Sagasta (cuerpo yacente con el toisón de oro, la Historia en la cabecera cerrando un libro, el pueblo a los pies apoyado en los Evangelios como símbolo de la verdad, una espada con la Justicia y una rama de olivo en la mano), de Eduardo Dato (envuelto en sudario, una mujer de luto alza una cruz en la cabecera y dos amorcillos flanqueando el escudo de España a los pies) y José Canalejas (dos hombres y una mujer trasladan el cuerpo, semejando el traslado de Cristo, con dos guirnaldas con hojas de laurel y encina, símbolo de la inmortalidad, en la parte trasera).

Los otros tres monumentos son de tipo mural, semejando retablos. El de Antonio de los Ríos Rosas, obra de Pedro Estany, presenta una mujer abrazada al sarcófago en bronce, a cuya efigie un genio alado ofrece una rama de laurel. El de Antonio Cánovas del Castillo es muy grande, mide 8 m de ancho por 7 de alto y 2,78 de fondo, es obra de Agustín Querol y presenta el sarcófago, en cuyo frente aparecen una joven y seis virtudes (Templanza, Sabiduría, Justicia, Elocuencia, Prudencia y Constancia), mientras en el fondo están representados Cristo resucitado y la Patria, la Historia y el Arte que lloran la muerte del político. Finalmente, el de Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués del Duero, obra de Arturo Mélida y Alinari y Elías Martín, presenta un arco bajo el que aparece Marte, el dios de la guerra, con un león en la parte inferior, símbolo de la inmortalidad.


Este Panteón da una impresión de excesiva sencillez, de pobreza, tanto numéricamente, puesto que hay muy pocos monumentos, como de variedad de personalidades, porque todos son políticos. Se ha perdido la idea original, cuando había otro tipo de personas como escritores, humanistas, etc. También, signo de los tiempos pasados, falta alguna mujer y también falta espacio, por lo que habría que hacer, al menos, la cuarta galería y el acceso al campanile.

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