Panteón de Hombres Ilustres
El Panteón actual es el resultado de una serie de
actuaciones en torno a una idea a lo largo del tiempo. La primera idea de un
Panteón Nacional de Hombres Ilustres, para reconvertir la iglesia de San
Francisco el Grande, ya surgió en 1837, aunque no fue hasta 1869 cuando se creó
la primera comisión encargada de hacer una lista de personajes. Se trató, en vano, de encontrar los restos de
Don Pelayo, el Cid, Guzmán el Bueno, Cervantes, Lope de Vega, Luis Vives,
Antonio Pérez, Juan de Herrera, Velázquez, Jorge Juan, Claudio Coello, Tirso de
Molina, Juan de Mariana, Agustín Moreto, Murillo, Juan de Juanes, Francisco
Vallés, Jovellanos, el conde de Campomanes, el conde de Floridablanca, Goya,
etc., por lo que, cuando en ese año se inauguró, los restos acogidos eran los
de Juan de Mena, Garcilaso de la Vega, Alonso de Ercilla, Federico Gravina,
Ambrosio de Morales, Juan de Lanuza, Francisco de Quevedo, Pedro Calderón de la
Barca, marqués de la Ensenada, Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva. Había,
por tanto, poetas, militares, humanistas, políticos, escritores, arquitectos,
etc. Años después sus restos fueron devueltos a sus lugares de origen,
terminándose con la idea del panteón nacional.
El convento de Nuestra Señora de Atocha, dominico, tras
el deterioro sufrido por la ocupación francesa, estaba prácticamente en ruinas
en el momento de la exclaustración en 1834. Pasó a ser cuartel de Inválidos,
por lo que fueron enterrados allí varios de sus directores, como José de
Palafox, Francisco Castaños, Manuel Gutiérrez de la Concha y Juan Prim, además
del político Antonio de los Ríos Rosas. La reina regente María Cristina, viuda
del rey Alfonso XII, pensó construir una
nueva basílica y, debido a estos enterramientos ya existentes, un panteón
anexo. En 1890 se eligió el proyecto ganador del concurso, el presentado por el
arquitecto Fernando Arbós y Tremanti: en estilo neobizantino, incluía el
panteón, que sería el claustro de la basílica y se inspiraba en el camposanto
de la Plaza del Duomo de Pisa, y un campanile. El proyecto era ambicioso,
puesto que la basílica iba a ser el templo de la Corte. La construcción comenzó
en 1891 y en 1899, por su elevado coste, se dio por concluida.
Así, lo que ahora puede verse en este Panteón, que tiene
su entrada por la calle Julián Gayarre, al lado de la Basílica de Nuestra
Señora de Atocha, es el claustro de planta cuadrada, con frontón en la puerta
de entrada, dos cúpulas semiesféricas en las esquinas y tres galerías con
arcadas –falta la cuarta- que encierran un pequeño jardín. En 1901 se
trasladaron aquí los restos de Palafox, Castaños, Concha, Prim y Ríos Rosas,
aunque los dos primeros salieron posteriormente a Zaragoza y Bailén,
respectivamente. En años posteriores recibieron sepultura un grupo de
políticos, pero quedó en estado de abandono a pesar de que se había construido
la nueva iglesia de los dominicos. La construcción del colegio Nuestra Señora
de Atocha dejó aislado al campanile, que ya no es accesible. Finalmente,
Patrimonio Nacional lo restauró y reabrió a finales de los años ochenta del
siglo XX.
Aquí yacen los restos de Práxedes Mateo Sagasta (1 en el
plano), Eduardo Dato e Iradier (2), Antonio Ríos Rosas (3), Antonio Cánovas del
Castillo (4), Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués del Duero (6) y José
Canalejas (7), todos ellos en el claustro. En el jardín hay un mausoleo
conjunto, denominado Monumento a la Libertad, -formado por un cuerpo cilíndrico
cubierto por un tejado cónico y rematado por una alegoría de la Libertad
esculpida por Ponzano, y tres estatuas de Medina que representan la Pureza, el
Gobierno y la Reforma- que contiene los restos de Juan Álvarez Mendizábal,
Agustín de Argüelles y José Mª Calatrava, a los que se unieron más tarde Diego
Muñoz Torrero, Francisco Martínez de la Rosa y Salustiano Olózaga.
Desde un punto de vista artístico destacan las obras de
Mariano Benlliure, los monumentos funerarios en mármol de Práxedes Mateo Sagasta
(cuerpo yacente con el toisón de oro, la Historia en la cabecera cerrando un
libro, el pueblo a los pies apoyado en los Evangelios como símbolo de la
verdad, una espada con la Justicia y una rama de olivo en la mano), de Eduardo
Dato (envuelto en sudario, una mujer de luto alza una cruz en la cabecera y dos
amorcillos flanqueando el escudo de España a los pies) y José Canalejas (dos
hombres y una mujer trasladan el cuerpo, semejando el traslado de Cristo, con
dos guirnaldas con hojas de laurel y encina, símbolo de la inmortalidad, en la
parte trasera).
Los otros tres monumentos son de tipo mural, semejando
retablos. El de Antonio de los Ríos Rosas, obra de Pedro Estany, presenta una
mujer abrazada al sarcófago en bronce, a cuya efigie un genio alado ofrece una
rama de laurel. El de Antonio Cánovas del Castillo es muy grande, mide 8 m de
ancho por 7 de alto y 2,78 de fondo, es obra de Agustín Querol y presenta el
sarcófago, en cuyo frente aparecen una joven y seis virtudes (Templanza,
Sabiduría, Justicia, Elocuencia, Prudencia y Constancia), mientras en el fondo
están representados Cristo resucitado y la Patria, la Historia y el Arte que
lloran la muerte del político. Finalmente, el de Manuel Gutiérrez de la Concha,
marqués del Duero, obra de Arturo Mélida y Alinari y Elías Martín, presenta un
arco bajo el que aparece Marte, el dios de la guerra, con un león en la parte
inferior, símbolo de la inmortalidad.
Este Panteón da una impresión de excesiva sencillez, de
pobreza, tanto numéricamente, puesto que hay muy pocos monumentos, como de variedad
de personalidades, porque todos son políticos. Se ha perdido la idea original,
cuando había otro tipo de personas como escritores, humanistas, etc. También,
signo de los tiempos pasados, falta alguna mujer y también falta espacio, por
lo que habría que hacer, al menos, la cuarta galería y el acceso al campanile.
Interesante!!!
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