Torija y el Temple.
Antes de llegar a Torija ya se ve perfectamente su
castillo, importante hito visual que domina el valle en la actualidad, aunque
en el s. XVI éste era un camino secundario ya que el principal iba por Hita. A
la entrada pueden verse la picotilla (mojón de enormes proporciones, 2,5 m de
altura, monolito pétreo con larga leyenda en latín y castellano, erigido para
inaugurar el Real Camino entre Torija y Brihuega a final s. XVIII) y la picota
(de cuatro cuerpos, s. XV, frente a la Puerta del Sol, entrada de la muralla
por el camino de Levante), situadas ambas en la parte alta.
Bajando la calle se llega al castillo, el edificio más
emblemático. Con anterioridad a éste pudo haber alguna torre de vigilancia
romana y quizá, en el s. XI, una fortaleza de los templarios a los que pasó un
antiguo monasterio benedictino. En el s. XIV su dueño fue Alonso Fernández
Coronel, autor de la frase “Castilla hace a los hombres, y los gasta”, que murió
en la lucha entre el rey Pedro y Enrique de Trastamara. Parece que la
estructura actual, con funciones defensiva y residencial señorial, es del s.
XV, de la familia Mendoza. Fue volado en el s. XIX por El Empecinado en la
lucha contra los franceses y reconstruido en el s. XX en piedra caliza blanca, siendo
actualmente propiedad de la Excma. Diputación de Guadalajara. Tiene planta
cuadrada, con altos muros almenados, tres torreones cilíndricos esquineros y
una gran torre del homenaje, de más de 30 m de altura, el elemento más vistoso
y llamativo. En su interior se encuentra el Museo del Viaje a la Alcarria, obra
escrita en 1946 por el Nobel Camilo José Cela (objetos personales, mapas, fotografías
y objetos de la época, estampa de la sociedad rural española de mediados de
siglo XX), quizá el único museo dedicado a un libro. Además contiene el Centro
de Interpretación Turística de la Provincia de Guadalajara, CITUG, edificado en
lo que fuera patio de armas.
Esta visita a Torija es debida a las Jornadas de Visitas Nocturnas
Teatralizadas que la empresa Agencia Dos y Uno, organiza en el castillo, sobre
Los Templarios. Por eso cuelgan pendones y banderolas de las murallas. La
espera se entretiene, además de en animada conversación con los vecinos,
pensando en la nebulosa de la historia sobre los templarios en Torija, puesto
que no se sabe qué fue el convento –una bula del papa Alejandro III, hacia
1170, señala que tenían un convento con la advocación de San Benito-, ni dónde
estuvo el castillo, ni cuánto tiempo permanecieron aquí, ya que, al parecer, marcharon a Guadalajara donde
es tradición que hubo una sede templaria en el lugar del actual convento de San
Francisco. Sin que sirva de prueba, Ángel Almazán, en su Guía templaria de
Guadalajara, ha recogido leyendas referidas a los templarios: la del templario
que mata la gallina de un judío que le maldice, y la de un grupo de diablos que
estaba molesto porque no lograban tentar a los templarios, protegidos por su
agua bendita.
Hay mucha gente esperando, entre otros motivos porque la
visita es gratuita, mientras el crepúsculo asoma sus rojizos colores por detrás
de la iglesia en una tarde-noche muy agradable, con una ligera brisa que
refresca el cálido ambiente. Saboreamos con austera placidez la belleza de esta
plaza mientras cae la tarde, el día se prepara para morir y la luz reverbera en
púrpura. El sol se ha ido de la plaza y únicamente ilumina los altos matacanes
de la muralla, la aérea silueta de las torres, donde el ocaso se predispone a
manchar sutilmente de un intenso color dorado. Entre los que esperamos hay
muchos niños que, al parecer, no ocupan lugar y no cuentan para el cupo de cada
grupo. Una joven, adornada de la capa blanca con una templaria cruz roja,
reparte las entradas. Ha habido suerte y todavía me llega la última.
Después de un breve paseo por las recalentadas calles
casi veraniegas las apretadas huestes del numeroso grupo de público entramos al
castillo. En el pequeño patio nos reciben los actores y comienza la
representación. Una especie de azafata templaria nos dirige hacia el interior. El
contraste entre el duro exterior y el moderno interior es brutal. El espacio,
subdividido en salas abiertas unidas entre sí por escaleras y rampas, se
estructura en tres plantas temáticas que se ocupan del patrimonio natural
(fauna autóctona y riqueza paisajística) la 1ª, del patrimonio
histórico-artístico (desde el Románico Rural de la Sierra de Pela al
Renacimiento en Guadalajara), la Arquitectura Negra y las Joyas del territorio,
la 2ª, y del patrimonio etnográfico (fiestas tradicionales –botargas-),
artesanía y gastronomía, la 3ª, todo explicado con fotografías, videos,
maquetas y paneles informativos.
La creación del ambiente adecuado se debe a la atenuación
de la luz y a las velas puestas a lo
largo del recorrido. Los espacios son reducidos por lo que el sonido es bueno.
La adecuada vestimenta y la efectiva ambientación contrastan con los letreros
de las paredes y con la temática del museo, aunque éste también contiene una
figura de cera con la capa blanca, cruz roja, cota de malla y espada, que
representa a Jacques de Molay, último Gran Maestre.
Cambiando de escenario, subiendo y bajando, se representa
la historia del Temple. En el patio y en la planta baja, entre mapas y
elementos audiovisuales, con muchas velas y luz violeta de fondo, dos
narradoras cuentan la fundación de la orden en 1118, por nueve caballeros
franceses liderados por Hugo de Payns, tras la Primera Cruzada. Se organizó
bajo la regla de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro y su propósito
original era defender las vidas de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén
tras su conquista. Bajo su distintivo de manto blanco con cruz paté roja,
creció rápidamente en tamaño y poder, formó las unidades militares mejor
entrenadas y tejió una compleja estructura económica con nuevas técnicas
financieras que constituían un avance de la banca moderna, al tiempo que
extendía sus fortificaciones por el mar Mediterráneo y Tierra Santa.
En otro escenario, con pared de piedra de fondo, una
armadura y banderas, se representa el momento en el que el rey Felipe IV de
Francia, muy endeudado con la orden y atemorizado por su creciente poder,
presiona al papa Clemente V para que tome medidas, pues hay rumores y
desconfianza en torno a la secreta ceremonia de iniciación y a otros detalles
de su actividad. Al lado de un jabalí, representante de la fauna
autóctona, veo los diálogos del rey de Francia pensando en sus intereses. Una
casa de la arquitectura negra contempla el juicio al Gran Maestre, que supondrá
la prisión para muchos templarios, inducidos a confesar bajo tortura y quemados
en la hoguera, en 1307. Volvemos a bajar y, en el mismo escenario del
principio, en impresionante escena, vemos al Gran Maestre muerto, aunque sin
hoguera, que representa el fin. En 1312, Clemente V disolvió la orden, pero su
desaparición oficial no acalló las especulaciones y las leyendas sobre estos
“clérigos con espuelas”, como los llama Gustavo Adolfo Bécquer en “El monte de
las ánimas”.
Tras casi una hora de actuación los actores se despiden
del público, que sale deprisa porque inmediatamente se inicia una nueva
representación, en un gran esfuerzo continuado del elenco de actores. Salimos a
la noche que nos esperaba tras la puerta. La iluminación acentúa la belleza del
castillo, donde sigue la cola, y de la plateada plaza sobrevolada por una gran
luna algo cubierta por jirones de nubes.
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