El Bosco
Con motivo del V centenario de su muerte, vamos a Madrid
para ver la irrepetible exposición que ha organizado El Prado sobre Jheronimus
van Aken -conocido en España como “el Bosco” puesto que firmaba “Jheronimus Bosch”
(había nacido en s-Hertogenbosch,
actual Holanda)-, un pintor que tuvo gran fama en vida debido a su originalidad.
Desde la reivindicación de su obra por el surrealismo tuvo una revalorización
creciente por su capacidad de invención, la renovación de la técnica pictórica
y el elaborado proceso creativo, a pesar de la dificultad de explicar sus
contenidos. En España se conservan ocho de sus pinturas, reunidas por Felipe
II, pero en la exposición pueden verse otras traídas de colecciones y museos de
todo el mundo, dibujos, etc., que componen el repertorio más completo sobre
este artista tan enigmático e influyente.
Fue un hombre de su tiempo, dotado de una portentosa
imaginación y una riquísima fantasía, debió ser culto y conocedor de la
literatura de su época, además la influencia teatral está presente en la
composición de sus obras, en los adornos, trajes, máscaras, etc. En sus obras
representa las obsesiones y angustias de las gentes de su tiempo, refleja el
saber popular que se transmitía a través de refranes y tradiciones. Sus temas
son fundamentalmente religiosos –fáciles de reconocer e interpretar- y
alegóricos –difíciles-.
El montaje de la exposición, precedida por hiperbólicos
encomios, es muy original, con la sinuosidad de las paredes curvas contrastando
con las rectas y con la presentación escultórica de varias obras para que
puedan verse tanto por el anverso como por el reverso. Se centra en sus obras
originales pero incluye también obras realizadas en su taller o por seguidores
(pinturas, miniaturas, grabados, relieves, etc.) y ha estado precedida por un
gran trabajo de restauración (Adoración de los magos, Tentaciones de san
Antonio) y de un novedoso estudio a base de reflectografía infrarroja y
radiografía (El jardín de las delicias) que permite comprobar el proceso
creativo de la obra y los sorprendentes cambios realizados.
Debido a la dificultad de atender a la cronología, la
exposición se articula en siete secciones temáticas. La primera, “El Bosco y
´s-Hertogenbosch”, nos sitúa en la ciudad donde transcurrió su vida con la obra
“El hombre-árbol” (tinta parda a pluma, 1500-10, Viena).
La segunda, “Infancia y vida pública de Cristo”, presenta el
“Tríptico de la Adoración de los Magos” (1494, El Prado, óleo sobre tabla),
tema recurrente del autor que quiere expresar la universalidad de la Redención.
Es la tradición reelaborada con su estilo personal, incorporando elementos
simbólicos.
El “Tríptico de las tentaciones de san Antonio Abad” (óleo
sobre tabla, 1500-5, Lisboa) es el eje de la tercera sección, “Los Santos”, la
más numerosa puesto que el culto a los santos experimentó un gran auge en aquellos
tiempos –San Cristóbal, que defendía de la muerte súbita-, al igual que los
ermitaños. Eran ejemplos que exhortaban al autocontrol y paciencia.
Somos demasiados los visitantes. Entre pequeños empujones
vamos avanzando, tratando de colocarnos en buena posición para ver el siguiente
cuadro, mientras los vigilantes intentan, inútilmente, acallar los elevados murmullos babélicos que levantamos en el limitado horizonte de cada sala, en esta penumbra
conventual, misteriosa. La cuarta sección, “Del Paraíso al Infierno”, exhibe el
“Tríptico del carro de heno” (óleo sobre tabla, 1512-15, El Prado), que
representa una especie de espejo en el que se refleja la imagen de quien lo
contempla, de cualquier clase social, que, en su afán por gozar de los
sentidos, se deja conducir por los demonios al infierno. La propuesta
consiguiente es evitar el mal.
El “Tríptico del jardín de las delicias” (óleo sobre tabla,
1490-1500, El Prado), su obra más famosa, compleja y enigmática, centra la
quinta sección. Cerrado representa, en grisalla, el tercer día de la Creación
del mundo, cuando se separaron las aguas de la tierra. Abierto, incluye tres
escenas de brillantes colores, de colores vivos como gritos: el Paraíso a la
izquierda, un paraíso engañoso a los sentidos en el centro y el Infierno a la
derecha. Lo que los une es el pecado, aunque la iconografía es muy compleja:
Presentación de Eva a Adán (matrimonio) a la izquierda, lujuria en el centro,
castigo en la derecha, que transmiten un mensaje pesimista. La tabla central
representa gran número de figuras humanas desnudas en actitudes sexuales,
animales reales o fantásticos de tamaño superior al normal, plantas o frutas,
etc. Dominan los colores rojos y azules y parece que la alegría es inseparable
de la luz. Tras un primer plano de aparente confusión, en el plano medio y en
el fondo domina la geometría. El infierno, musical, es impresionante y castiga
todos los pecados capitales y los vicios censurados por la sociedad de la
época, como el juego, o alguna clase social, como el clero. Como el del “Carro
de heno”, el tema es el destino de la humanidad. Los símbolos que vemos parecen
efecto del desarreglo de su imaginación.
Para que puedan apreciarse los cambios introducidos por el
pintor desde el dibujo inicial, junto a esta magna obra se exponen, a menor
escala, una radiografía (revela detalles internos del soporte y de la pintura)
y una reflectografía infrarroja (el dibujo fue hecho a pincel y a mano alzada
sobre preparación blanca).
La sección sexta, “Pecados Capitales y obras profanas”, tiene
una variante como eje, no es un cuadro sino la “Mesa de los Pecados Capitales”
(óleo sobre tabla, 1505-10, El Prado), que tiene cinco círculos, el central,
más grande, a manera de un gran ojo que ve los pecados capitales representados
en escenas de la vida cotidiana.
“San Juan Evangelista en Patmos/La Pasión de Cristo” (óleo
sobre tabla, 1505, Berlín), centra la séptima y última sección, “La Pasión de
Cristo”. Es una pintura meditativa con el santo inmerso en un paisaje idílico. En
el reverso, como en la “Adoración de los Magos” o “Tentaciones de san Antonio”,
hay representados pasajes de la Pasión en grisalla.
Tras ver la exposición, nos vamos con una sensación
hipnótica. Nos hemos retrotraído a los mil detalles de la imaginación arrebatada, desatada, (“la loca
de la casa”, Sta. Teresa de Jesús, también atribuida a Malebranche) del Bosco, contenidos
en la característica arquitectura de sus cuadros, viendo pasar por aquí la
sombra del tiempo. Ya dejó dicho Leonardo Da Vinci que “el ojo recibe de la
belleza pintada el mismo placer que de la belleza real”.
Interesante artículo e ilustrativo.
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