Alcalá la Vieja
Como en tantas ocasiones anteriormente hemos subido de
nuevo al Ecce Homo. Es un día muy agradable, primaveral, soleado pero no
caluroso, con ligero viento que ha secado el arcilloso suelo de las lluvias de
las últimas semanas. Desde lo alto dilatamos la vista hasta el extenso horizonte.
Debajo, cerca, se ven los restos de la fortaleza andalusí, Qalat Abd al-Salam,
conocida como Alcalá la Vieja desde el siglo XIII, que reposa para siempre en
la leyenda.
La senda de bajada corta en diagonal el cerro y, bordeando
profundos barrancos, insospechados abismos, llega, atravesando la fragosidad
del terreno, lo ceñudo y enriscado del paraje, a la cueva de los champiñones, a
la que no entramos porque cada vez da más sensación de desprendimiento. Muy cerca ya está el cerro
del Castillo, a 630 m de altitud en la ribera izquierda del río Henares, entre
los otros cerros Ecce Homo y Malvecino. En el trayecto hemos encontrado otros
caminantes, pero todos en sentido contrario al nuestro.
Este cerro del Castillo debió ver sucederse claramente
las épocas y pudo estar poblado desde muy antiguo, puesto que las excavaciones
arqueológicas realizadas junto a la puerta de acceso principal a la fortaleza
han documentado un complejo entramado urbano y una amplia secuencia
cronológica, testimonio de las diferentes fases de la ocupación del cerro que
abarca desde la Prehistoria reciente, Edad del Bronce, hasta la Baja Edad
Media. Entre los restos descubiertos destacan los muros de un edificio de época
imperial romana y un ara votiva dedicada al dios Marte (siglo I-II d.C.) que
sugieren la existencia de un complejo religioso.
Aunque se pensó que podía ser de mediados del siglo IX
(época emiral), parece ser que, según recientes investigaciones, la
construcción de la fortaleza data de finales del siglo X, durante el califato
de al-Hakam II, cuando los hombres vestían de hierro, y su primera mención en
fuentes escritas está fechada en 1009. Podría haber sido, en origen, una simple
atalaya dentro del sistema defensivo islámico del corredor del Henares, que se
integró en la Marca o frontera media de al-Andalus debido a su posición
defensiva y estratégica controlando esta importante vía de comunicación entre
Toledo y Zaragoza. Ante el avance cristiano aumentó su importancia y debió
fortificarse, especialmente tras la conquista de Toledo por Alfonso VI, en
1085. Con la conquista cristiana, en 1118, la fortaleza pasó a manos de los
arzobispos de Toledo quienes impulsaron importantes reformas en su interior
como las llevadas a cabo por el arzobispo Tenorio a finales del s. XIV. De esta
época es la torre albarrana.
Ocupaba todo el cerro y tenía una línea de muralla
reforzada por torres de planta rectangular a intervalos que varían entre los 10
y 35 m. La ruina actual sólo permite ver un tramo de muralla y los restos de
nueve torres, de las que únicamente dos permanecen en pie. Una es la torre
albarrana, situada junto al acceso principal y separada de la muralla. Construida
a base de sillares, ladrillo y cal y canto fue restaurada por el Ministerio de
Cultura en la década de los 80 del s. XX. La otra, de planta rectangular,
ubicada en el punto más alto del cerro, perdió la cara exterior debido al
deslizamiento de la ladera. Recientemente se ha reforzado su base y se ha rodeado
con unas vistosas y coloristas cintas, pareciendo que está envuelta para
regalo.
Al lado de la fortaleza, tanto en época islámica como
cristiana, hubo un asentamiento estable en una superficie de unas 28 has, que
ocupó las colinas circundantes separadas por profundos barrancos y que perduró
hasta el siglo XVI.
El acceso principal, que tiene cerca la torre albarrana,
estaba defendido también por dos torres de planta cuadrada y constaba de un
pasillo en rampa bajo dos arcos de herradura andalusíes, de los que sólo se
conservan la línea de imposta y la primera dovela de granito, y un denso
sistema de construcciones medievales de época andalusí y cristiana (siglos
X-XIV), con una estructura urbana
bien adaptada a la topografía del terreno,
aterrazada. El interior de la ciudadela es poco conocido. Se ha excavado una
iglesia mudéjar de planta de cruz latina y fábrica de ladrillo que tiene un
área de cementerio asociada. Cerca existe un gran aljibe cubierto con una
bóveda de rosca de ladrillo. En la parte más alta hubo unos almacenes,
semisubterráneos, de finales del siglo XIV.
Alta ya la mañana, los rayos del sol caen a plomo, parece
que se descuelgan, como nosotros antes, desde lo alto del Ecce Homo. En el
cielo, unas ligeras nubes algodonosas acentúan la calidez del mediodía mientras
vemos estas ruinas, estos montones de piedras y fragmentos de cimientos y
paredes que surgen de entre las zarzas, de entre los arbustos del abandono que
crecen por entre las grietas, de entre una espesa y variada
Aljibe |
Estuvo mucho tiempo descuidado y abierto a todos los que
íbamos y que, involuntariamente, contribuíamos a deteriorar el yacimiento.
Ahora está vallado y es de desear que sigan las prospecciones arqueológicas,
que se instale una pasarela peatonal sobre el Henares, que se haga un
itinerario explicativo aquí y un Centro de Interpretación en Alcalá.
La baja planicie de la campiña aparece totalmente
arrasada hasta las desnudas laderas que, surcadas de cárcavas, suben rápidas
hacia los páramos, dejando, disecados por la erosión, los cerros testigos. Terminamos
la caminata siguiendo al río que viaja hacia su destino. La melancolía vegetal
de la ribera ha desaparecido bajo los mil colores de las flores primaverales y
la senda atraviesa un bucólico paisaje longilíneo con los árboles repitiéndose
en el río disminuidos por la perspectiva. Cuando el verano seque la verde
hierba primaveral, el grafismo verde del río sobre el fondo monocromático será
un valor añadido. Sus aguas no son cristalinas, son opacas, con reflejos de
verdor matizando la turbidez, pero es de admirar su mansedumbre y laboriosidad.
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