El Valle del Jerte.
Vamos al valle del Jerte, al Valle Cereza, para ver el
majestuoso espectáculo de la floración de los cerezos. Después de estar a más
de 1.000 m de altitud, descendemos el puerto de Tornavacas y llegamos al pueblo
del mismo nombre, a 871 m. Desde aquí salió Carlos I y su comitiva, ayudados
por mozos tornavaqueños, para ir a Jarandilla de la Vera en la última etapa de
un viaje que le traía desde Bruselas pasando por Laredo. En lugar de ir hasta
Plasencia, prefirió acortar el camino cruzando la Sierra de Tormantos por el
Puerto Nuevo, penoso camino que, al parecer, le hizo exclamar que no quería ya
más travesías que la de su muerte. Actualmente es una ruta señalizada de unos
25 km de longitud y unos 900 m de desnivel acumulado.
Mientras bajamos no vemos el blanco de las flores por
ninguna parte. Al llegar a Jerte, a 604 m, paramos en la caseta de Información,
frente a la garganta de los Papúos. Un señor nos aclara que el mal tiempo de
los últimos días ha retrasado la floración y señalando la nieve en los altos
dice que “la marea” viene de allí y por eso hace más fresco. Puede haber algo
más florido en El Torno.
Siguiendo el curso del río, dirección Plasencia, pasamos
por Cabezuela del Valle, a 515 m, y vemos algunas zonas con más flores. Ascendemos
hacia El Torno y paramos en el Mirador del Cancho Rajao, de la Memoria, con un
monumento compuesto por unas figuras humanas, dedicado a los olvidados de la
guerra civil y la dictadura, obra de Francisco Cedenilla Carrasco. Una placa
indica que “en estas sierras el olvido está lleno de memoria”. El pueblo, a 770
m, en la ladera de los Montes de Traslasierra, “El Mirador del Valle”, es una
atalaya ideal. Valle abajo se ve cercano el embalse de Plasencia, pero seguimos
sin ver cerezos floridos. Esta tierra de vetones, de asentamientos romanos y
árabes, de fundación por asturleoneses y vizcaínos en la Alta Edad Media, de
resistencia guerrillera al mando del “Tío Picote” ante los franceses, tiene
muchos ejemplos de una construcción popular, agropastoril, en piedra: el chozo,
testimonio de la cultura tradicional, enriquecimiento del paisaje físico y
humano, reliquia de cuando el hombre estaba solo ante la naturaleza. “Cuidé también del ganado / por alcanzar el
tesoro / de un poco de pan y queso / y volver cantando al chozo” (Luis
Álvarez Lencero, Obras completas, 155).
De vuelta a Jerte, a la altura de Navaconcejo, paramos
junto a unos campos cuyos almendros tienen más flores, acentuando el contraste
cromático en este día primaveral, luminoso, de cielo despejado, sin frío ni
calor, ideal. También paramos en Cabezuela del Valle, al lado del puente,
estrecho, de un carril. Río abajo, las piedras en el cauce nos recuerdan al
inicio de Cien años de soledad: “ … a la orilla de un río de aguas diáfanas que
se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos
prehistóricos...".
Estamos de nuevo en Jerte. El pueblo, el valle y el río
están unidos hasta por el nombre. Es el valle del agua. A pesar de su origen
humilde en el puerto de Tornavacas, es una fuerza de la naturaleza alimentada
por una tupida red de gargantas de gran belleza que constituyen unos espacios
geográficos singulares, unos tesoros geológicos y medioambientales a los pies
de la Sierra de Gredos.
Una de estas gargantas, la de los Infiernos, de casi
7.000 has., quizá la más conocida, es la que vamos a visitar. Se sale de Jerte
por un parque, se cruza el río y se inicia la ruta de 4 km, una hora de
duración y dificultad media-baja, que llega a la zona de Los Pilones. Es
parte
de una ruta circular de 16 km. Al ascender se tienen mejores vistas de Jerte y
el Valle, con nieve en los altos. Pasamos la Fuente de la Pedrera, umbría, al
lado del camino pero casi escondida entre la vegetación. En las laderas se ve
el esfuerzo de generaciones plasmado en los bancales que permiten el
aprovechamiento de un terreno tan irregular. El siguiente punto es el Mirador
del Chorrero de la Virgen, en el paraje conocido como Riscoencinoso –fenómeno
de inversión térmica donde la encina ocupa el lugar del roble melojo-. Por fin, un tramo empedrado, en bajada, nos acerca hasta Los Pilones, con grandes pozas –marmitas- excavadas por la erosión fluvial en un gran bloque de granito y un puente que da paso a una escalera-pasarela en la margen izquierda. El agua verdosa cambia al blanco de la espuma.
Estas gargantas representan un hábitat muy característico.
Como la variación altitudinal es grande, 600-2300 m, hay gran variedad de
ecosistemas ricos en biodiversidad.
Si en el camino hemos visto el bosque
caducifolio (roble melojo, espino o majuelo, castaño, etc.), ahora vemos el
bosque de ribera (aliso, fresno, sauce, tejo, abedul), también caducifolio,
mientras en lo alto se ven los piornales serranos y pastizales alpinos. Estos
bosques de ribera, a ambos lados de los cursos fluviales, adaptados a las
inundaciones periódicas, ocupan terrenos empapados por el río o por la capa
freática y contienen una fauna muy exigente con las condiciones
medioambientales, incompatible con el mínimo grado de contaminación (desmán de
los Pirineos, mirlo acuático, trucha, etc.).
Volvemos a Jerte y el regreso lo hacemos por el mismo camino
que a la ida. Ascendemos el puerto de Tornavacas y llegamos a la comarca Barco-Piedrahita-Gredos,
con un estilo de vida basado en la agricultura y la ganadería que ha pasado a
su cultura, costumbres y tradiciones de una fuerte ruralidad. A pesar de la
calidad de sus recursos naturales y del elevado valor ecológico y paisajístico
del entorno, la falta de desarrollo obligó a la emigración de parte de sus
gentes, quedando en la actualidad una baja densidad de población, con una baja
tasa de natalidad, una población envejecida y la imposibilidad de su
reposición. Últimamente, algunos programas de desarrollo tratan de paliar estos
problemas.
En El Barco de Ávila, a 1.009 m de altitud, los vetones
hicieron el castro y los romanos el puente. El castro se convirtió en el
castillo de Valdecorneja (ss. XII-XIV, planta cuadrada, torreones circulares en
las esquinas, cuadrada torre del homenaje que defiende la puerta) y en el s.
XIV se realizó el puente viejo (perfil de lomo de asno, arcos desiguales, alto
pretil, tajamares sólo a contracorriente) que tuvo una torre en el centro para
su defensa. Por el vestigio de la puerta del puente vamos a la iglesia de la
Asunción (ss. XII-XIV, mezcla de estilos, tres naves y tres ábsides, gran
fachada con pocos vanos, una torre) y a la plaza (porticada, rectangular).
La última parada es en Piedrahita, a 1.060 m., donde vemos
el palacio que fue residencia veraniega de los duques de Alba (s. XVIII, estilo
neoclásico francés, forma de U, con un gran patio de armas y su parte posterior
quizá reflejado en algún cuadro de Goya como La Vendimia) reconvertido en
centro educativo, la iglesia de La Asunción (s. XIII, pórtico del s. XVI,
diferentes estilos) y la gran plaza de España (iglesia, ayuntamiento, forma
poligonal, soportales diferentes, gran fuente de granito del s. XVIII), en
torno de la cual se estructuró la población, de trama medieval y con el casco antiguo de forma
circular y radial, como Alcalá.
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