El Henares en Alcalá
El camino de la Barca, o de Alcalá, que baja desde Los
Santos de la Humosa, traza, en fuerte pendiente, una doble curva y desciende
desde el alto que domina el valle hasta la orilla del río que está agazapado tras
una abundante vegetación de ribera, o de galería, (álamos blancos, chopos
negros, sauces, tarays), que forma un ecosistema de gran valor natural, un
pasillo verde, un corredor ecológico, que sirve para el desplazamiento de
animales y para conectar áreas de valor ambiental. El río Henares, que ha
recorrido hasta aquí unos 140 kms., es el límite natural del término de Los
Santos de la Humosa. Aunque el otoño y el invierno han desnudado los árboles,
las orillas están tapizadas de hierba, reverdecida tras las últimas lluvias. El
río fluye tranquilo espejeando el claro sol de una agradable mañana primaveral.
Un panel informativo tiene una fotografía de un zorro, como posible habitante
de la zona, y alguien le ha adjudicado el nombre de “Rajoy”.
Al lado del camino, por el que pasan innumerables
senderistas y ciclistas, hay una cruz negra con flores azules muy limpias.
Ignoramos el lamentable suceso que le ha dado origen. A la izquierda, una gran
finca, las casas del Tío Cañamón, que estuvo sembrada de maíz alto que constituía
un laberinto, está ahora ocupada por pistachos. El río sigue su tranquilo fluir
sobre un lecho de carrizos y eneas. Cerca de su orilla pudo estar la villa
romana llamada Fumoso por las brumas del río, pero los problemas sanitarios
derivados del ambiente húmedo aconsejarían el traslado de la población a lo
alto, quizá en los siglos X o XI; no obstante, las ondas del río siguen
figurando en su escudo.
Llegamos al puente, donde antes hubo, para cruzar el río,
una barca que da nombre al camino. Desde aquí hasta Los Santos (gentilicio, santeros),
el Balcón del Henares, espléndido mirador con el importante hito visual de la
iglesia de San Pedro, hay una ruta de 4,5 km. Un letrero indica que la zona es
lugar de encuentros gay mientras el río sigue ajeno a estos ajetreos del mundo,
vestido de bosque de galería que cruzamos por un sendero hasta el límite de los
campos de labor. El río pasa rozando los cerros de su margen izquierda
-cortados rocosos, cantiles, escarpes o farallones, de materiales arenosos y
arcillosos, muy aptos para la nidificación de numerosas especies de aves-, en
uno de los cuales hay un pino solitario.
En el recorrido vemos muchos árboles
secos, pero, a lo lejos, a través de las ramas desnudas, se ve bien el
itinerario del río por el serpenteo de su vegetación de ribera. Los montes de
la izquierda están desnudos, aunque bordeando la senda la abundante espadaña
levanta orgullosa su floreada cabeza. Una antigua construcción de ladrillo, una
toma de agua, queda como resto arqueológico de tiempos pasados. La senda sigue al lado de la valla, límite de los campos
cultivados, que debe marcar la distancia legal desde el cauce, hasta que pierde
su gracia
saliendo al camino, bien apisonado, con una acera y una valla de
protección. El río parece ancho y profundo, pero el agua no corre, está
remansada como el tiempo. A la derecha, la parte trasera de una zona comercial e
instalaciones deportivas y una señal ilegible del camino, como un miliario, cerca
del puente de la Oruga. Después una pequeña
presa que desviaba el agua al caz de un molino, con el agua corriendo por
detrás entre olmos, alisos, sauces, fresnos, llenos de sol.
Después de un tramo en el que se abandona la orilla del río
ocupada por construcciones, bordeamos el caz, con poca agua, pasando por una gran
zona arbolada que podría ser un espléndido parque si se plantaran más árboles, porque
hay muchos muertos. A la derecha un muro de contención protege una zona de
chalets y a la izquierda el caz termina en el río, dejando atrás la isla de la
Esgaravita. El agua corre de nuevo entre abundante espadaña y el otro lado está
ocupado por los taludes verticales arcillosos donde anidan especies como el
carbonero común, el pito real, la
abubilla, el colirrojo tizón, la chova piquirroja, el mochuelo, el autillo, etc.,
mientras un tendido eléctrico cruza por encima afeando el paisaje.
A la altura
de la Ermita del Val el agua está detenida de nuevo. A la izquierda queda
Alcalá la Vieja. En lo alto del cerro se ven los restos de torreones y muralla
que había y se yergue majestuosa la torre albarrana, la mejor que se conserva. El
río copia los árboles del entorno y, en las tranquilas aguas que contienen
barbos y carpas, se ven fochas, pollas de agua y ánade real.
Más tarde, cuando el Malvecino se recorta contra el
brillante azul del cielo, la vegetación de ribera desaparece. Otra pequeña construcción
en ladrillo al lado del río
habla del riego de estos campos pertenecientes a
una casa agrícola arruinada, pasado de Alcalá. A la derecha, la ciudad
deportiva del Val. Los árboles han disminuido pero la gente ha aumentado hasta
llegar al azud que desviaba el agua al molino de Cayo y que daba lugar a la Isla
del Colegio. Sosiego en el murmullo del agua, con un pescador en el medio.
Acaba el muro de protección, vemos las antiguas compuertas del caz, oxidadas
por falta de uso, y llegamos a la gran construcción del antiguo molino, con el
caz sucio y colmatado, aunque delante del parque Isla del Colegio, un pato solitario da una imagen viva sobre las aguas escasas. Estas imágenes crean planos simultáneos y contradictorios.
Continuamos a lo largo del caz por la Ronda del Henares y la Ronda Fiscal hasta encontrar de nuevo el Henares para bordearlo por un paseo bien acondicionado, en alto, para proteger un denso barrio. Después pasamos al lado del puente Zulema, cruzamos, por
debajo, la carretera y llegamos a la Isla, con una pintada haciendo honor al Empecinado, que libró una escaramuza contra los franceses en las cercanías. Atravesamos la zona recreativa, sobrevolada por la pasarela hacia el cementerio, y todavía recorremos un tramo, al lado de una valla metálica, por una estrecha senda. Aquí lo dejamos, aunque el río sigue abrazando a la ciudad al pasar por la antigua Complutum a pesar de que la ciudad vive de espaldas a él.
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