La Hoguera de Santa Lucía.
Paseamos, como tantas veces, la calle Mayor; en esta
ocasión, el motivo es la hoguera de Santa
Lucía. Desde la plaza de Cervantes,
centro neurálgico de la ciudad, vamos acompañando a un pasacalles compuesto por
representantes de distintas Instituciones que sujetan una pequeña pancarta, un
elemento material -el “trasto”- que se va a quemar, y grupos de dulzaineros rodeados
de muchas personas. Todos terminamos el paseo en la plazoleta de Santa Lucía,
frente a la Catedral Magistral.
En un pequeño estrado se colocan las personas que
encabezaban la comitiva, que pronuncian un breve parlamento. En primer lugar,
la presidenta de la Asociación Cultural Hijos y Amigos de Alcalá, Mª Carmen
Díaz Corcobado, explica que la hoguera de Santa Lucía es una tradición
centenaria en Alcalá, recuperada por la Asociación en 1992 a instancias del
cronista de la ciudad, el fallecido José
García Saldaña, cuyo objetivo es
quemar objetos viejos, eliminar lo negativo de la ciudad, que en esta ocasión
es la suciedad. Sigue en el uso de la palabra, el Honorable Prendedor, el
encargado de encender la hoguera, un papel especial reservado a personas o
entidades distinguidas de la ciudad, que este año es la Sociedad de Condueños,
ejemplo de solidaridad y responsabilidad histórica, en la persona de su
presidente, José Félix Huerta. A continuación, el Alcalde, Javier Rodríguez
Palacios, interrumpido insistentemente por las campanas, que incluye en su
mensaje el recuerdo a los dos policías muertos en Kabul.
El Honorable Prendedor consigue, tras varios intentos infructuosos
entre las incitantes risas y la
afable condescendencia del público, encender la
antorcha y prender la hoguera, en esta víspera del 13 de diciembre, que servía
para celebrar el principio del año agrícola cuando las noches se acercan a su
máxima duración y, frente a la ermita de Santa Lucía, barroca del siglo XVII,
con origen en el siglo XII, considerada el primer ayuntamiento porque era lugar
donde se reunía el concejo de la villa hasta 1515, se realiza esta celebración
quizá de origen pagano, que entroncaba con las fiestas de celebración del
solsticio de invierno que significaban cambio de ciclo, un renacimiento del sol
que iría teniendo cada vez más fuerza, y que pudo cristianizarse en honor de la
santa que, según la tradición, fue quemada en una hoguera de la que salió
ilesa, muriendo finalmente a espada de manos de un soldado romano el 13 de
diciembre del año 303.
Aunque no tan famosas como las relacionadas con el
solsticio de verano, las famosas hogueras de San Juan, estas fiestas se
celebran en otros países como los nórdicos europeos y se relacionan con
otras
como los antiguos ritos de iniciación de la adolescencia, derivados
modernamente en la hoguera de los Quintos. Todo son evocaciones míticas, como
un mensaje llegado de tiempos arcaicos.
Por fin, el fuego. Las llamas, en medio del estridente crepitar
del fuego, se alzan hacia el oscuro cielo, en paralelo a la torre de la
catedral, consumiendo lo malo del año, en un espacio punteado por las
brillantes chispas de ojos rojizos que oscilan antes de consumirse mientras las
fluctuantes llamaradas se reflejan en los rostros de ojos bien abiertos. Es la
atracción eterna del fuego, el ancestral culto y veneración al fuego, la
fascinación del fuego, rasgos característicos ya desde la antigüedad junto con
el indisociable culto al sol, ya que, en muchas culturas, los dioses solares y
los del fuego son coincidentes.
Su presencia mitológica es extensa: en la griega, origen del
fuego en el mito de Prometeo y dioses del fuego, Hefestos y Hestia, Vulcano y
Vesta (fuego sagrado), en la romana. El fuego era sagrado para los celtas y si
se apagaba era símbolo de que ocurrirían desgracias; diosa Brigit –la más
grande, simbolizada con una antorcha encendida-, convertida por los
evangelizadores en Santa Brígida, y Belenos (brillante, resplandeciente). El
fuego como elemento sagrado en el zoroastrismo, en la mitología persa. Agní,
deidad hindú, representada con dos cabezas que sugieren los aspectos benéfico y
destructivo del fuego. Energía de acción y calor en la mitología china. En
Sudán, el dios Ture llevó el fuego a los hombres. Serpiente emplumada del
fuego, Quetzacóalt, en la mexica o Kukulcán, en su versión maya. Aspecto animal
del fuego en la amazónica o en la guaraní, donde el sapo trae el fuego. Etc.
El fuego, que tiene una presencia cotidiana más sencilla en
las velas, es también el símbolo de la pasión y, cuando no está presente, lo
reemplaza el color rojo.
Mientras el fuego va consumiendo los materiales de deshecho,
tiene lugar, presentada por Pliego de Cordel, la XIII Edición del Encuentro de
Dulzaineros de Castilla, con grupos de Madrid, Cercedilla, Guadalajara y
Alcalá, que actualizan aires antañones en una fiesta que anuncia el inicio de
la Navidad. La temperatura ha ido bajando, pero con el calorcito del fuego –y
el del vino dulce que se reparte- se está muy bien, cayéndose, a la vista del resplandor
decreciente, en una placentera y pasiva ensoñación sólo rota por la potente voz
y el humor del presentador.
Aunque se debe mirar al futuro, es de agradecer esta tarea
de rescatar y mantener el acervo de elementos culturales acumulado por un
pueblo. Estas tradiciones forman parte del patrimonio cultural inmaterial y,
frente a la creciente globalización –también cultural- de nuestro mundo actual,
constituyen un factor de mantenimiento de la diversidad cultural. Tradición,
identidad y patrimonio culturales son indisolubles, y estas costumbres, que
generan cercanía emocional, histórica y cultural, aunque hayan perdido vigencia
y se hayan convertido en metáfora, también pueden convertirse en revulsivo, en
catalizador, en catarsis, y servir al progreso.
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