Puebla de Vallés.
Vamos en dirección a Tamajón y nos desviamos a la
izquierda. Se baja entre un pinar de repoblación
de color verde oscuro, en
medio de taludes de tierra roja. El pueblo aparece de repente, abajo, en la
ladera contraria, donde destaca el hito visual de la iglesia. Es un caserío
apretado a 853 m de altitud. Seguimos la dirección de Valdesotos pero paramos a
tomar café en el bar de Mateo. La señora nos cuenta que no hay setas porque no
ha llovido y que, aunque llueva ahora, como ya ha helado dos días, el frío quizá
impida salir las setas este año. En un cartel hay muchas clases y nos dice que
aquí se dan 4-5 variedades, especialmente el níscalo. Hay un letrero enmarcado
que dice: “Tres cosas hay en La Puebla / que en otro sitio no veo, / el río,
Juanito “El Patas” / y la casa de Mateo”.
Damos un paseo por el pueblo, con casas muy nuevas, muy
pintadas, y calles asfaltadas y
adoquinadas. Da gusto verlo. Desde lo alto,
desde la iglesia, se ven las profundas cárcavas del otro lado del barranco,
rojizas, destacando fuertemente del verde del arbolado. En el atrio de la
iglesia, lado sur, varias personas mayores toman el sol. La iglesia, del siglo
XVI pero reformada en el XVIII, no tiene nada especial por fuera: construida en
sillar, ladrillo y mampostería, tiene una entrada sencilla y alta torre. La
pared de la sacristía impide ver bien él ábside poligonal y sus contrafuertes. Continuamos,
bajando, viendo un barranco muy bien canalizado adornado con flores y tinajas,
pasamos junto a un olivo milenario y llegamos a la fuente, de 1932, junto a un
porche con varias tinajas. Seguimos bajando hasta el fondo del valle, hasta los
huertos, y volvemos por la carretera hasta casa Mateo. Le preguntamos a un
señor, que resulta ser Mateo, por qué hay tantas tinajas y nos dice que antes
había mucho vino, además de olivos.
Está resultando un buen día, el sol va subiendo y hace
mejor temperatura. Seguimos con el coche en
dirección a Valdesotos, primero en
subida, después llaneando entre el pinar y, por último, bajando hasta el
Jarama. Aparcamos al lado del puente, en la senda que, por la margen izquierda,
a contracorriente, lleva hasta el convento de Bonaval. Es una senda llana, muy
agradable. A nuestra derecha hay unos murallones calizos entre mucha vegetación
arbórea y a la izquierda crestones rocosos colonizados por arbustos. En medio
mucho olivo. El otoño ha hecho su aparición dando altura artística a la paleta
del paisaje y se ven árboles con bonitos colores. Atravesamos una zona más
ancha, con tormos rocosos a la derecha, rodeados de distintos verdes, mientras
que los amarillos, ocres, marrones y rojizos se ven en los árboles de hoja caduca.
Junto al río, la vegetación de ribera, chopos y álamos amarillos. El cielo,
azul, con nubes desgarradas, blancas.
A nuestra izquierda aparece el acueducto del monasterio y
llegamos
al camino que viene de Retiendas (Andrés Campos, ruta 301, 4 km, 1 h.,
100 m de desnivel, dificultad muy baja) y a la izquierda queda el monasterio,
rodeado de vallas desde hace tiempo por el peligro de hundimiento. Mis amigas
Alicia y Mª Jesús, en su libro Rutas fáciles para conocer Guadalajara, también
inician la ruta en Retiendas y dan 30´hasta el monasterio y una hora para las
hoces del Jarama, que es lo que hemos tardado admirando el paisaje y haciendo
fotos. Este monasterio cisterciense, junto al joven río Jarama, data del s.
XII, de Alfonso VIII, aunque la iglesia es del s. XIII, con reformas posteriores. Citado por Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, s. XIV, en el Libro de Buen Amor, acumuló gran poder e influencia al recibir muchas donaciones. Los monjes blancos se mantuvieron hasta la desamortización en 1821 y a finales del s. XIX fue comprado por Retiendas.
Se llega por el lado N y lo primero que se ve es la
cabecera de la iglesia, de tres naves, con tres ábsides, el central dividido en
tres paños y los laterales rectangulares. En la esquina está el de la capilla de la Epístola y ya en el
lado E aparece la torre por cuya
escalera de caracol ascendimos hace bastantes
años. Le sigue el pórtico de entrada, muy bonito aunque deteriorado, con una elegante
ventana ajimezada encima, descentrada, a modo de rosetón. Después la entrada a
las dependencias monacales, cuyos muros se han derrumbado. La clave de una
puerta indica el año 1634. El lado O termina en una sacristía, posible capilla
románica usada provisionalmente antes de la construcción del edificio
definitivo, cubierta con bóveda de cañón de medio punto. Terminamos de rodear y
volvemos a la iglesia, en buena y regular sillería caliza. La planta conforma
un rectángulo de 42 x 37 m. entre el románico y el gótico, con estilizados arcos apuntados,
sencillos capiteles con motivos vegetales, arquivoltas con puntas de
diamante, etc., paramos delante de la torre, con un reloj de sol que
se ve bien, pero que, como no tiene el gnomon, marca "la hora eterna", como dice Andrés Campos. Comemos una barrita de cereales, bebemos agua e iniciamos el regreso por el mismo camino, ahora con el río a nuestra derecha, mientras el día sigue tan bueno como antes. El sol está más alto y reaviva los colores.
Llegamos al coche, pasamos de nuevo por La Puebla y, como en otras ocasiones, vamos a comer a Humanes.
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