martes, 20 de octubre de 2015

Puebla de Vallés.

Vamos en dirección a Tamajón y nos desviamos a la izquierda. Se baja entre un pinar de repoblación
de color verde oscuro, en medio de taludes de tierra roja. El pueblo aparece de repente, abajo, en la ladera contraria, donde destaca el hito visual de la iglesia. Es un caserío apretado a 853 m de altitud. Seguimos la dirección de Valdesotos pero paramos a tomar café en el bar de Mateo. La señora nos cuenta que no hay setas porque no ha llovido y que, aunque llueva ahora, como ya ha helado dos días, el frío quizá impida salir las setas este año. En un cartel hay muchas clases y nos dice que aquí se dan 4-5 variedades, especialmente el níscalo. Hay un letrero enmarcado que dice: “Tres cosas hay en La Puebla / que en otro sitio no veo, / el río, Juanito “El Patas” / y la casa de Mateo”.

Damos un paseo por el pueblo, con casas muy nuevas, muy pintadas, y calles asfaltadas y
adoquinadas. Da gusto verlo. Desde lo alto, desde la iglesia, se ven las profundas cárcavas del otro lado del barranco, rojizas, destacando fuertemente del verde del arbolado. En el atrio de la iglesia, lado sur, varias personas mayores toman el sol. La iglesia, del siglo XVI pero reformada en el XVIII, no tiene nada especial por fuera: construida en sillar, ladrillo y mampostería, tiene una entrada sencilla y alta torre. La pared de la sacristía impide ver bien él ábside poligonal y sus contrafuertes. Continuamos, bajando, viendo un barranco muy bien canalizado adornado con flores y tinajas, pasamos junto a un olivo milenario y llegamos a la fuente, de 1932, junto a un porche con varias tinajas. Seguimos bajando hasta el fondo del valle, hasta los huertos, y volvemos por la carretera hasta casa Mateo. Le preguntamos a un señor, que resulta ser Mateo, por qué hay tantas tinajas y nos dice que antes había mucho vino, además de olivos.

Está resultando un buen día, el sol va subiendo y hace mejor temperatura. Seguimos con el coche en
dirección a Valdesotos, primero en subida, después llaneando entre el pinar y, por último, bajando hasta el Jarama. Aparcamos al lado del puente, en la senda que, por la margen izquierda, a contracorriente, lleva hasta el convento de Bonaval. Es una senda llana, muy agradable. A nuestra derecha hay unos murallones calizos entre mucha vegetación arbórea y a la izquierda crestones rocosos colonizados por arbustos. En medio mucho olivo. El otoño ha hecho su aparición dando altura artística a la paleta del paisaje y se ven árboles con bonitos colores. Atravesamos una zona más ancha, con tormos rocosos a la derecha, rodeados de distintos verdes, mientras que los amarillos, ocres, marrones y rojizos se ven en los árboles de hoja caduca. Junto al río, la vegetación de ribera, chopos y álamos amarillos. El cielo, azul, con nubes desgarradas, blancas.

Llegamos a un estrechamiento, de altos farallones a la derecha, con una senda rocosa que se estrecha. A nuestra izquierda una fuerte caída hacia el río, abajo, profundo. La roca caliza se disuelve y forma distintas oquedades destacando del espeso bosque que provoca falta de perspectiva. A la izquierda ha disminuido la vegetación arbórea y se ve la tierra rojiza y blanquecina, de yeso.  Pasamos junto a una gran encina y bastante enebro antes de una explanada sin árboles. Tras un gran meandro del río vuelve el bosque, se espesa entre colores marrones y rojizos que envuelven
unas cresterías rocosas, hábitat ideal de los buitres que nos sobrevuelan. La ladera de nuestra derecha es más escarpada y con vegetación autóctona, sin pinos. En una especie de balcón varios buitres observan nuestro paso. Después hay un tramo muy arbolado que forma un túnel. La senda es terrosa, con rocas cubiertas de musgo seco. La gran línea amarilla en el río destaca sobre los arbustos del otro lado.

A nuestra izquierda aparece el acueducto del monasterio y llegamos
al camino que viene de Retiendas (Andrés Campos, ruta 301, 4 km, 1 h., 100 m de desnivel, dificultad muy baja) y a la izquierda queda el monasterio, rodeado de vallas desde hace tiempo por el peligro de hundimiento. Mis amigas Alicia y Mª Jesús, en su libro Rutas fáciles para conocer Guadalajara, también inician la ruta en Retiendas y dan 30´hasta el monasterio y una hora para las hoces del Jarama, que es lo que hemos tardado admirando el paisaje y haciendo fotos. Este monasterio cisterciense, junto al joven río Jarama, data del s. XII, de Alfonso VIII, aunque la iglesia es del s.
XIII, con reformas posteriores. Citado por Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, s. XIV, en el Libro de Buen Amor, acumuló gran poder e influencia al recibir muchas donaciones. Los monjes blancos se mantuvieron hasta la desamortización en 1821 y a finales del s. XIX fue comprado por Retiendas.

Se llega por el lado N y lo primero que se ve es la cabecera de la iglesia, de tres naves, con tres ábsides, el central dividido en tres paños y los laterales rectangulares. En la esquina está el de la capilla de la Epístola y ya en el lado E aparece la torre por cuya
escalera de caracol ascendimos hace bastantes años. Le sigue el pórtico de entrada, muy bonito aunque deteriorado, con una elegante ventana ajimezada encima, descentrada, a modo de rosetón. Después la entrada a las dependencias monacales, cuyos muros se han derrumbado. La clave de una puerta indica el año 1634. El lado O termina en una sacristía, posible capilla románica usada provisionalmente antes de la construcción del edificio definitivo, cubierta con bóveda de cañón de medio punto. Terminamos de rodear y volvemos a la iglesia, en buena y regular sillería caliza. La planta conforma un rectángulo de 42 x 37 m.

Admirando las depuradas líneas del estilo cisterciense, a caballo
entre el románico y el gótico, con estilizados arcos apuntados,
sencillos capiteles con motivos vegetales, arquivoltas con puntas de
diamante, etc., paramos delante de la torre, con un reloj de sol que
se ve bien, pero que, como no tiene el gnomon, marca "la hora eterna", como dice Andrés Campos. Comemos una barrita de cereales, bebemos agua e iniciamos el regreso por el mismo camino, ahora con el río a nuestra derecha, mientras el día sigue tan bueno como antes. El sol está más alto y reaviva los colores.

Llegamos al coche, pasamos de nuevo por La Puebla y, como en otras ocasiones, vamos a comer a Humanes.


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