Roblelacasa.
Aunque la fecha –tras la sequía de final de primavera y
del verano- no es oportuna, vamos a la cascada del Aljibe, una excursión corta
desde Roblelacasa en un jueves de este avanzado septiembre. En el camino el
termómetro marca 11º pero hace sol y hay muy pocas nubes. El día será bueno.
Seguimos la carretera a Majaelrayo y nos desviamos a la izquierda. Al llegar tenemos que abrigarnos porque hace fresco y algo de viento y estamos a 1.100 m de altitud. Damos una vuelta al pueblo, silencioso pero sin quedar arrojado al olvido de la Historia, y hablamos con un señor mayor, que tiene una mirada que parece conocer el otro lado de las cosas, que está paseando y que, apoyado en su bastón, nos cuenta algo del pueblo, de las casas viejas y nuevas, del ganado que había- ovino y caprino-, de cuándo arreglaron las calles con unas lajas grandes de pizarra, de cómo en los fines de semana hay más gente, que ayer casi no llovió después de la amenaza que había, que hizo que no viniéramos, etc.
Seguimos la carretera a Majaelrayo y nos desviamos a la izquierda. Al llegar tenemos que abrigarnos porque hace fresco y algo de viento y estamos a 1.100 m de altitud. Damos una vuelta al pueblo, silencioso pero sin quedar arrojado al olvido de la Historia, y hablamos con un señor mayor, que tiene una mirada que parece conocer el otro lado de las cosas, que está paseando y que, apoyado en su bastón, nos cuenta algo del pueblo, de las casas viejas y nuevas, del ganado que había- ovino y caprino-, de cuándo arreglaron las calles con unas lajas grandes de pizarra, de cómo en los fines de semana hay más gente, que ayer casi no llovió después de la amenaza que había, que hizo que no viniéramos, etc.
Todo el pueblo es de arquitectura negra, excepto alguna
casa que desentona como la nº 1 de la Plaza,
donde hay una fuente con agua
potable. Seguimos recorriendo este espacio de soledad, esta pedanía de Campillo
de Ranas –junto a Campillejo, El Espinar, Robleluengo, Matallana, El Vado, y La
Vereda- , a unos cuatro kilómetros, que históricamente perteneció al Común de
Villa y Tierra de Ayllón, y viendo lo que parecen viviendas originales, de una
planta, con cámara, cubierta y los característicos faldones. En la planta baja
estaba la cocina-hogar, la estancia principal a la que se abría el horno, como
hemos visto en una casa derruida.Seguimos la ruta indicada en el espléndido libro de mis amigas Alicia y Mª Jesús Ramos, "Rutas fáciles para conocer Guadalajara" (aache turismo/5). Desde el juego de bolos baja una calle que hay que seguir hasta que un letrero nos desvía a la derecha. Seguimos bajando siguiendo el sendero y llegamos a la vieja fuente, con la fecha de 1965, en la que no mana agua y que queda como una marca lapidaria. Como nos ha advertido el señor con el que hemos hablado, han cogido agua de los manantiales y se han secado las fuentes. El silencio se vuelve definitivo y envuelve nuestro paso. Se sigue el sendero y el siguiente
Web Diputación de Guadalajara |
A la derecha se ve el valle del Alto Jarama. Comienza un descenso más acusado. Una barrera cierra el camino y, al lado, un todoterreno de los forestales. Poco después, tras unas curvas, ya se ve el puente sobre el Jarama -invisible, abrigado en un repliegue del fondo del relieve-, al que no bajamos ahora. Seguimos hasta el desvío indicado y tomamos dirección a las cascadas, a la izquierda. Un letrero indica 1 h 10´para esta excursión. El Jarama brilla por el sol, escoltado por dos hileras armoniosas de árboles frondosos, escasa vegetación de ribera hundida entre desnudos taludes rocosos. Detrás el bosque innumerable, en el que no se ve la señal del fuego.
Llaneamos un poco y después otro descenso. A nuestra izquierda baja el arroyo del Soto, que hemos cruzado entre Campillo y Roblelacasa. Se puede ir por la izquierda o por la derecha, aunque para ver las cascadas completas –unos diez metros de altura- hay que ir por la derecha, y si se sigue recto se ven las cascadas desde arriba, desde el acantilado. Como habíamos temido no baja agua. Nada se parece nunca a lo que has imaginado. Las dos pozas están bastante llenas pero no hay cascadas; se ve un desnivel antes y otro
después, más alto, que las forman. Hacemos unas fotos de este punto, la casi desembocadura del arroyo en el Jarama. Las piedras del fondo están muy finas, alisadas por el agua eterna. Aquí ya nos hemos quitado el jersey, el sol ya calienta.
Regresamos por el mismo camino, viendo cómo el Jarama, tocado por reflejos de platino, traza una curva, y una gran pradera detrás, la única que hemos visto, mientras el majuelo pone una nota de color entre los robles. Al llegar a los letreros vamos en dirección
Matallana para ver el puente, reconstruido, elevado, que conserva el original debajo. Este puente salva el cauce del río Jarama, profundamente encajado en las pizarras negras de este extremo oriental del Sistema Central y constituye la vía de comunicación de Matallana con Roblelacasa, Campillejo y Espinar. El profundo y opaco silencio del lugar es interrumpido por el estruendo de una moto que cruza el puente a toda velocidad en nuestra dirección y se pierde hacia el pueblo. Desde la barandilla se ven las sombras de las truchas en el río. El día va empeorando, aumenta el viento y el cielo
se cubre de negras nubes, aunque no parece que haya peligro de lluvia.
Desandamos el camino, subiendo lo que antes hemos bajado.
La cuesta cede fácilmente a nuestros esfuerzos. Cuando ganamos algo de altura,
al otro lado del Jarama, vislumbramos escondida entre los árboles la población
de Matallana, que se asoma al río. Después de su expropiación por el ICONA,
este ejemplo típico también de la arquitectura negra, se ha ido recuperando y
reconstruyendo sus casas. Seguimos subiendo. Las jaras están llenas de líquenes, signo de la pureza del aire de esta zona
que tiene un aspecto idílico de paz eterna. Toda la zona es un parque natural y no puede ser otra cosa. La geografía desborda la palabra. En los lados hay paredes para contener el ganado hechas con lajas de pizarra apiladas y grandes lajas verticales, aunque el espacio, ahora, parece repartido sin el menor sentido de sus límites en este extenso horizonte de roble y piedra. En lo alto tenemos la mejor vista del pueblo y, a lo lejos, Campillo de Ranas y la torre de su iglesia parroquial, un hito visual, que destaca por sus piedras calizas blancas en contraste con el negro de las lajas de pizarra.
Habíamos aparcado junto a la iglesia y ahora nos damos cuenta que está reconstruida la pared exterior y la fachada, cuya espadaña incluso tiene campanas, pero que no tiene techo. Nos vamos, pasamos por Campillo de Ranas que merecerá otra visita –nuestra mano siempre está dispuesta para atenazar cualquier ocasión propicia- para ver su iglesia parroquial de Santa María Magdalena, sencilla pero con una imponente torre, la plaza de la iglesia, arquitectura negra civil, el reloj solar, la fuente de las Ranas, el roble hueco, el Museo de Maquetas Roizo, etc.
que tiene un aspecto idílico de paz eterna. Toda la zona es un parque natural y no puede ser otra cosa. La geografía desborda la palabra. En los lados hay paredes para contener el ganado hechas con lajas de pizarra apiladas y grandes lajas verticales, aunque el espacio, ahora, parece repartido sin el menor sentido de sus límites en este extenso horizonte de roble y piedra. En lo alto tenemos la mejor vista del pueblo y, a lo lejos, Campillo de Ranas y la torre de su iglesia parroquial, un hito visual, que destaca por sus piedras calizas blancas en contraste con el negro de las lajas de pizarra.
Habíamos aparcado junto a la iglesia y ahora nos damos cuenta que está reconstruida la pared exterior y la fachada, cuya espadaña incluso tiene campanas, pero que no tiene techo. Nos vamos, pasamos por Campillo de Ranas que merecerá otra visita –nuestra mano siempre está dispuesta para atenazar cualquier ocasión propicia- para ver su iglesia parroquial de Santa María Magdalena, sencilla pero con una imponente torre, la plaza de la iglesia, arquitectura negra civil, el reloj solar, la fuente de las Ranas, el roble hueco, el Museo de Maquetas Roizo, etc.
Como en estos pueblos entre semana no hay nadie, nos
vamos hasta Tamajón, que también parece vacío, por lo que terminamos la
excursión con la comida en Humanes.
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