Barranco de la Hoz.
Voy, con mi amigo Benjamín, al pueblo de Viana de Jadraque, a
873 m de altitud en la orilla del río Salado, para recorrer el barranco de la
Hoz. Hemos visto en internet la ruta nº 345 de Andrés Campos (Los mil usos de
la roca caliza. Pastores, caminantes y escaladores), que explica las
características del paseo: 6 km, dificultad muy baja, desnivel de 100 m. Muy
sencilla y adecuada para después del parón veraniego.
Llegamos a la plaza, en cuesta como todo el pueblo, y
aparcamos. En el medio hay una fuente –que
no es la que aparece en el escudo-
con la curiosidad de que los dos caños tienen encima un cangrejo de plata -donados
en 1933 por Mauricio Caballero, nativo de aquí y empleado en una joyería de
Madrid- que hacían referencia a su abundancia en aquellos años. A un lado está
el lavadero, muy bien cubierto, en el que hay una mujer, y al que llega otra
que se coloca en el extremo contrario a la primera. En este momento aparece Gabino
Alonso, que es de aquí, y nos explica lo de la fuente –él prefería la anterior,
la del escudo-. Llega un coche y un señor pregunta por el barranco. Es Ángel
Gómez, que, casualidades de la vida, resulta ser también de Alcalá. Gabino nos
indica el camino: al final del pueblo, el camino de la izquierda; el de la
derecha lo usan los coches. Mientras tanto, Ángel se ha cambiado de ropa y
vamos a hacer el pequeño recorrido todos juntos.
Saliendo del pueblo vemos las numerosas bodegas antiguas en
varias calles, con un frontal construido y el resto excavado. Antes se
utilizaban para conservar el vino, pero ahora parece que conservan las
patatas
de la cosecha de verano. Comenzamos el paseo por un camino ancho y bueno, de
tierra, y con una temperatura agradable: cuando veníamos había sólo 12º pero
ahora ya calienta el sol. Encontramos un abuelo que vuelve al pueblo después de
su paseo y nos dice, con la sabiduría de siempre, que el día se nublará y no
hará calor. También nos dice que antes de la fuente hay una mesa y asientos.
Este pequeño valle es ancho, agradable, todo cultivado,
rodeado por montes vestidos de encinares que
dan un perfil suave y redondeado a
los límites, algo alejados. Hay otros pequeños valles perpendiculares a éste,
que amplían el paisaje. En un momento aparece un gran número de rapaces que
vuelan juntas a mucha altura. Todo el fondo del valle, muy plano, es tierra de
labor, ocre, y los cultivos son cereal, ya cosechado, y girasol -la alegría del
verano-, que parece listo para ser recogido. La única excepción es un campo de
patatas -el que lo trabaja nos dice que la cosecha está siendo buena- y algunos
árboles frondosos.
El camino hace algunas curvas, pero, con una dirección NE,
se dirige hacia la entrada de la Hoz, una pequeña fisura, una grieta en los
montes que circundan el valle. A nuestra izquierda aparece una altura más
pronunciada, con un roquedo en la parte superior. Es la Sierra de la Muela, con
el pico Solana de 1.060 m de altura. En la ladera de enfrente se ve una cueva
con algo de construcción y
pensamos en verla a la vuelta y convertir el paseo
en circular, aunque sin salir del valle. Aunque el desnivel es muy pequeño,
vamos ascendiendo y pasamos la cota de 900 m.
Cerca de los pies de la sierra llegamos a un punto muy verde
y fresco, con muchos juncos, hierba y chopos, donde está la fuente del
Pradillo, origen del arroyo del Prado que aquí nace en sus tres caños. Aquí
llega el otro camino, el de los vehículos, que seguimos para internarnos en el
barranco de la Hoz. El valle ancho desaparece, los montes se acercan y nos
dejan un paso estrecho encerrado entre altos paredones, grandes cortados –algunos
utilizados para la escalada-, que dejan al descubierto el alma caliza del
paisaje. Por este camino, por donde bajará el agua de la lluvia, ya sólo se
puede transitar con vehículos todoterreno. Hay paredones rojizos, blanquecinos
y grises, algunos en visera, extraplomados, aprovechados en su día, mediante la
construcción de unos muros en su parte delantera, para tinadas o majadas para
el ganado. También se ven oquedades, resaltes, salientes y grandes piedras
sueltas. La vegetación principal es la encina, pero también hay sabinas y
enebros. En el suelo, muy pequeños, tomillo y lavanda. Este lugar fue cantera. De aquí salió la piedra para
construir, por ejemplo, el Palacio de Correos, el actual Ayuntamiento de Madrid. Vemos dos grandes piedras trabajadas, abandonadas, que lo atestiguan. Desde la fuente el desnivel ha ido aumentando, pero en todo momento es bastante suave. Aunque vamos ganando altura, los cortados la pierden, el barranco se acaba y el valle vuelve a abrirse a los 1.000 m de altitud.
Parece ser que en este barranco se encontró una necrópolis
celtibérica e indicios de la existencia de una gran cueva, por eso, a la vuelta
por el mismo camino, nos fijamos en una zona vallada en cuyo fondo, tras una
pared de piedra, se ve una oquedad. Pensamos en ello mientras un majuelo pone
una nota alegre de color, moteada de rojo, entre el verde y el gris oscuros de la
caliza y las encinas. Llegamos, en descenso, a la fuente, donde nace el arroyo
del Prado, que desembocará en el río Salado, en el Molino, tras un corto
recorrido de unos dos kilómetros. Al lado hay una mesa y bancos, que son los
que nos ha dicho el abuelo, que acierta en que el cielo se va nublando un poco.
Seguimos por el otro camino, viendo como el tímido arroyo se esconde en el
terreno desapareciendo entre juncos. Un ligero viento suaviza la temperatura. Subimos
a la cueva que hemos visto antes, con la construcción ruinosa y abandonada, y a
la cima del terreno desde el que se ve mejor el valle. Lo que parece un ciervo
joven cruza delante de nosotros, algo lejos, de derecha a izquierda, atravesando
el valle y el completo silencio de esta mañana.
De nuevo en el pueblo, nos fijamos en que todas las calles
están asfaltadas, las casas arregladas, con
flores en pequeños parterres y con
muy buen aspecto general. Así da gusto ver este pueblo, que parece estar en un
parque natural porque, salvo en el curso del Salado, no hay poblaciones
cercanas. Hay un gran territorio, entre los 900 y los poco más de 1.000 m de
altitud, totalmente deshabitado: al SE no hay nada hasta el Henares y el Dulce;
al E hasta Moratilla y Sigüenza; al NE hasta Carabias y al O hasta Angón, Negredo y las Cendejas.
Tras una última mirada a los cangrejos de la fuente, nos
vamos pensando que, aunque esta hoz no tiene río y no es tan imponente como la
del río Dulce, ha valido la pena venir. Siempre vale la pena.
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