lunes, 24 de agosto de 2015

Cuenca.

 Tras visitar la Ciudad Encantada, volvemos a Cuenca, ciudad Patrimonio de la Humanidad, con una historia antigua no muy conocida en la que aparecen lobetanos, concanos y romanos. Con los musulmanes alcanzó categoría, desde una atalaya que controlaba los accesos a la Serranía hasta conformar una pequeña ciudad con el alcázar en la actual plaza de Mangana, los comerciantes y artesanos en la zona de la Plaza Mayor y la mezquita en el solar de la actual catedral. Su economía se basaba en la actividad agrícola y en la textil. Alfonso VIII la conquistó para los cristianos en 1177 y tuvo un Fuero que fue prototipo. En la Baja Edad Media fue importante la actividad ganadera y la textil, la transformación de lanas (lavaderos, tintorerías y tejedurías), pero entró en decadencia en el s. XVII.

Damos un pequeño paseo por la zona nueva y comemos, aunque no podemos probar el morteruelo, los zarajos o el licor típico resolí. Hace calor en este centro del día veraniego, pero queremos ver la parte vieja. Otras veces hemos subido por otras calles, pero ahora nos recomiendan ir por el Parador. Con cara de sobremesa pasamos por la Diputación y por la Casa de las Rejas y Posada de San Julián antes de llegar al Huécar, el modesto arroyo que ha labrado la hoz tan profunda que rodea a la zona vieja de Cuenca por el Este y Sur.


Siguiendo los letreros ascendemos en dirección al Parador, antiguo convento de San Pablo (s. XVI, dominicos, iglesia gótica, portada barroca en transición al rococó) que se yergue sobre un espolón
rocoso en medio de la hoz. Antes de llegar, queda a la izquierda el puente de San Pablo, pasarela del año 1902, ejemplo de arquitectura del hierro, de 60 m de altura, donde hubo un puente de piedra del s. XVI. La vista sobre la hoz del Huécar es impresionante. El río pasa pintando chopos en el centro de la hoz. Desde el puente vemos las casas colgadas, de origen gótico popular, en las que abundan los componentes de madera. Parece ser que hubo muchas más como éstas, pero no se han conservado.

Por un portillo, y pasando por el Museo de Arte Abstracto, el Palacio Episcopal (s. XVI, portada s. XVIII) y la escultura en bronce del rey Alfonso VIII, llegamos a la Plaza Mayor. Es de planta
trapezoidal, irregular, y está cerrada por el Sur por el Ayuntamiento (s. XVIII, época de Carlos III, sobre tres arcos de medio punto y decoración interior rococó). Al lado del Júcar tiene una calle a nivel inferior, la calle de Pilares. La subida ha sido fuerte a esta hora de la siesta, así que paramos a tomar un café antes de seguir. Salimos bajo el Ayuntamiento, pasamos por el Convento de las Blancas, por la Plaza de la Merced (Convento de la Merced –s. XVI, portada barroca- y Seminario Mayor de San Julián –s. XVIII, portada barroca-), y llegamos a la Plaza de Mangana con la Torre de Mangana (s. XVI, emplazamiento del alcázar musulmán, símbolo de la ciudad) que clava su altura en el cielo y que preside el caserío como un faro.

Desandamos el camino hasta la Plaza Mayor para ver la Catedral (s. XII, gótico normando la primitiva crucería de la bóveda, continua construcción, aspecto inconcluso, no queda ninguna torre, rejería) y ascender pasando por el arco ojival de las ruinas de San Pantaleón y siguiendo por el antiguo colegio de San José (colegio de los infantes del coro de la catedral, posada con vistas al Huécar) en la ronda de Julián Romero o del Huécar. Seguimos ronda adelante, bajo el pasadizo del Cristo, hasta la iglesia de San Pedro (plaza del Trabuco, planta octogonal en el exterior y circular en el interior, origen románico, portada barroca, s. XVIII, capilla con artesonado mudéjar) y el convento de San José (planta irregular, carmelitas descalzas), donde salimos a la calle de San Pedro (señorial, casonas nobiliarias), la principal que asciende desde la Plaza Mayor. A la
derecha queda el edificio del Archivo Histórico Provincial (sede del Tribunal de la Inquisición y, más tarde, cárcel), y enfrente el Arco de Bezudo (s. XVI, resto de la muralla, dos cubos). Estamos en la parte más alta. Hemos ascendido desde los 920 m hasta poco más de 1.000 m.

El regreso lo hacemos por la hoz del Júcar, al Oeste, pasando por la plaza de San Nicolás y siguiendo la calle lateral hasta el convento de las Petras (ss. XVI-XVIII) en la Plaza Mayor. Último vistazo antes de volver por el mismo camino, por las casas colgadas y el puente de San Pablo, hasta la parte
baja, hasta el Huécar, hasta escuchar el murmullo del río y el suspirar de los árboles mecidos por el viento. La ciudad alta se recorta contra un cielo que ha perdido parte de luz.

Cuando el crepúsculo comienza a descender sobre los ríos, dejamos esta ciudad, muchas veces visitada, enclavada en medio de una naturaleza agreste, de ríos laboriosos que han cavado profundas y anchas hoces. La vida ahora está abajo, en el llano, que parece entregar la Historia al pasado, pero no al olvido; no obstante, queda la parte alta, la parte vieja, la que llena el ojo, la que duerme su sueño medieval, donde reina la fría piedra que, sin embargo, acoge rincones íntimos, cálidos. Sus construcciones destilan historia por cada piedra, que ha pasado por la Historia cubriéndose de recuerdos.


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