domingo, 23 de agosto de 2015

La Ciudad Encantada

El conjunto del Parque Natural de la Serranía de Cuenca, Sitio Natural de Interés Nacional desde 1929, ofrece una alta geodiversidad en la que destacan las grandes muelas o superficies de erosión que, por la acción de los cursos fluviales, han formado cañones y hoces fluviales. La roca que predomina es la caliza y la erosión kárstica ha producido bellezas geomorfológicas como torcas, lagunas, cuevas, dolinas, simas, lapiaces, etc., y lo que más fama tiene, la Ciudad Encantada, a 1.500 m de altitud en la muela de Valdecabras, en una gran zona de pinares, que es privada y en la que, por tanto, hay que pagar entrada.

Su formación se originó hace 90 millones de años, en el periodo Cretácico, era Mesozoica, cuando la zona estaba en el fondo del tranquilo mar de Thetis en el que se depositó carbonato cálcico que formó, por un proceso de litificación, rocas sedimentarias de tipo calcáreo llamadas dolomías. Durante la Orogenia Alpina se elevaron estas rocas, generándose fracturas o diaclasas y quedando expuestas al continuo proceso erosivo de los agentes atmosféricos: agua –disolución-, hielo y viento. El resultado es un paisaje kárstico, ya muy avanzado, en el que quedan en pie los bloques de las zonas de piedra más resistentes.

Para ver la zona hay señalizado un recorrido circular de unos 2,5 km aproximadamente, con balizas azules a la ida y de color rosa al regreso. Durante este agradable paseo se ven varias formaciones a las que la imaginación ha puesto nombre. Cada una cuenta con un atril de información, aunque también hay visitas guiadas y audioguías. Desde el acceso se llega a la primera formación, “El tormo alto”, en forma de seta originada por la erosión diferencial de la roca. Aquí la ruta se desvía a la derecha. Las siguientes formaciones son “Los barcos”, “El perro” y “La cara del hombre”. Desde este último hay un tramo recto en el que pueden verse “El puente romano” –originado por corrientes de agua subterránea- y “La foca”, hasta llegar a la formación más larga, “El tobogán”, que es un lapiaz estructural, formación de grandes pasillos por disolución y erosión a lo largo de las fracturas de la roca, donde se camina entre altas paredes de roca con vegetación en algún punto.

Al final de esta larga recta se llega a la mitad del recorrido y las balizas cambian de color, del azul se pasa al rosa. La primera formación en este punto es “El mar de piedra”, en el que se aprecian oquedades circulares en la superficie por impacto y almacenamiento de agua. La ruta describe un arco pasando por “La lucha entre el cocodrilo y el elefante”, atravesando “El convento”, para llegar a “La plaza mayor”, con otros tormos y fruteros. Desde aquí se vuelve en línea recta hasta el inicio viendo “La tortuga”, “Los osos” y “Los amantes de Teruel”, para llegar de nuevo al “Tormo alto” y a la salida. Durante el trayecto se ven, además, otras formaciones no tan figurativas.

La mañana es limpia y azul y un sol clemente estabiliza la temperatura. Es verano, pero a esta altura y en medio del bosque se está bien. En la vegetación pueden apreciarse tres zonas. Predomina el bosque abierto de pino, un pinar de pino negral o laricio que forma una gran masa forestal, acompañado de especies leñosas como sabinas, encinas, enebros, majuelos, etc.  En las zonas donde el agua de lluvia penetra en la roca dolomítica y hay mayor humedad, aparecen tejos, acebos, arces y vegetación asociada a riberas como endrino, saúco, etc. Finalmente hay vegetación rupícola como la hiedra. No falta el olor de plantas como tomillo, romero, etc.

Debido a la gran cantidad de público visitante no es posible ver a los animales. En la zona más abierta, de pinar, hay jabalíes, ciervos, carnívoros de tamaño medio como zorro, garduña o tejón y mamíferos pequeños como ardilla roja, ratón de campo y lirón careto. En las zonas más húmedas están los que prefieren terrenos poco soleados y matorrales con fruto, como mirlo común, petirrojo, etc. Y en las rocas hay reptiles como el lagarto ocelado y aves como el mirlo y el colirrojo tizón.

Dejamos esta tierra reacia a la población, donde responde el silencio y el viento toma voz. Un lugar donde poder esconderse con los recuerdos, donde da la sensación de haber abierto un paréntesis en el tiempo. Un lugar marcado por las cicatrices de sus riachuelos, con los árboles como símbolo de victoria sobre el tiempo.


Tanto a la ida como al regreso se sigue el impresionante cañón del río Júcar que permanece imperturbable, ajeno a la marabunta de visitantes, sirviendo de espejo a las montañas. La soledad acompaña a la corriente. Para verlo detenidamente paramos en el “Ventano del Diablo”. Desde el aparcamiento hay unos escasos 200 m hasta este mirador, excavado en la roca, con espectaculares vistas sobre el valle de Villaba y sobre el río –refugio para la trucha común, el mirlo acuático, el martín pescador y la nutria-, bosques y montañas, en cuyas alturas anidan aves rapaces como el águila real o el buitre leonado. La leyenda dice que fue hecho por obra del Diablo, que realizaba sesiones de brujería, atraía a los visitantes que quedaban prendados con las increíbles vistas y eran empujados al abismo. Este pequeño rincón está lleno de coches y personas, incluso hay una tienda de cerámica. Después, el río vuelve a su soledad fluvial en dirección a Cuenca.

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