La Ciudad Encantada
El conjunto del Parque Natural de la Serranía de Cuenca,
Sitio Natural de Interés Nacional desde 1929, ofrece una alta geodiversidad en
la que destacan las grandes muelas o superficies de erosión que, por la acción
de los cursos fluviales, han formado cañones y hoces fluviales. La roca que predomina
es la caliza y la erosión kárstica ha producido bellezas geomorfológicas como
torcas, lagunas, cuevas, dolinas, simas, lapiaces, etc., y lo que más fama tiene,
la Ciudad Encantada, a 1.500 m de altitud en la muela de Valdecabras, en una
gran zona de pinares, que es privada y en la que, por tanto, hay que pagar
entrada.
Su formación se originó hace 90 millones de años, en el
periodo Cretácico, era Mesozoica, cuando la zona estaba en el fondo del
tranquilo mar de Thetis en el que se depositó carbonato cálcico que formó, por
un proceso de litificación, rocas sedimentarias de tipo calcáreo llamadas
dolomías. Durante la Orogenia Alpina se elevaron estas rocas, generándose
fracturas o diaclasas y quedando expuestas al continuo proceso erosivo de los
agentes atmosféricos: agua –disolución-, hielo y viento. El resultado es un
paisaje kárstico, ya muy avanzado, en el que quedan en pie los bloques de las
zonas de piedra más resistentes.
Para ver la zona hay señalizado un recorrido circular de
unos 2,5 km aproximadamente, con balizas azules a la ida y de color rosa al
regreso. Durante este agradable paseo se ven varias formaciones a las que la
imaginación ha puesto nombre. Cada una cuenta con un atril de información,
aunque también hay visitas guiadas y audioguías. Desde el acceso se llega a la
primera formación, “El tormo alto”, en forma de seta originada por la erosión
diferencial de la roca. Aquí la ruta se desvía a la derecha. Las siguientes
formaciones son “Los barcos”, “El perro” y “La cara del hombre”. Desde este
último hay un tramo recto en el que pueden verse “El puente romano” –originado por
corrientes de agua subterránea- y “La foca”, hasta llegar a la formación más
larga, “El tobogán”, que es un lapiaz estructural, formación de grandes
pasillos por disolución y erosión a lo largo de las fracturas de la roca, donde
se camina entre altas paredes de roca con vegetación en algún punto.
Al final de esta larga recta se llega a la mitad del
recorrido y las balizas cambian de color, del azul se pasa al rosa. La primera
formación en este punto es “El mar de piedra”, en el que se aprecian oquedades
circulares en la superficie por impacto y almacenamiento de agua. La ruta
describe un arco pasando por “La lucha entre el cocodrilo y el elefante”,
atravesando “El convento”, para llegar a “La plaza mayor”, con otros tormos y
fruteros. Desde aquí se vuelve en línea recta hasta el inicio viendo “La
tortuga”, “Los osos” y “Los amantes de Teruel”, para llegar de nuevo al “Tormo
alto” y a la salida. Durante el trayecto se ven, además, otras formaciones no
tan figurativas.
La mañana es limpia y azul y un sol clemente estabiliza la
temperatura. Es verano, pero a esta altura y en medio del bosque se está bien.
En la vegetación pueden apreciarse tres zonas. Predomina el bosque abierto de
pino, un pinar de pino negral o laricio que forma una gran masa forestal,
acompañado de especies leñosas como sabinas, encinas, enebros, majuelos,
etc. En las zonas donde el agua de
lluvia penetra en la roca dolomítica y hay mayor humedad, aparecen tejos,
acebos, arces y vegetación asociada a riberas como endrino, saúco, etc.
Finalmente hay vegetación rupícola como la hiedra. No falta el olor de plantas
como tomillo, romero, etc.
Debido a la gran cantidad de público visitante no es posible
ver a los animales. En la zona más abierta, de pinar, hay jabalíes, ciervos,
carnívoros de tamaño medio como zorro, garduña o tejón y mamíferos pequeños como
ardilla roja, ratón de campo y lirón careto. En las zonas más húmedas están los
que prefieren terrenos poco soleados y matorrales con fruto, como mirlo común,
petirrojo, etc. Y en las rocas hay reptiles como el lagarto ocelado y aves como
el mirlo y el colirrojo tizón.
Dejamos esta tierra reacia a la población, donde responde el
silencio y el viento toma voz. Un lugar donde poder esconderse con los
recuerdos, donde da la sensación de haber abierto un paréntesis en el tiempo.
Un lugar marcado por las cicatrices de sus riachuelos, con los árboles como
símbolo de victoria sobre el tiempo.
Tanto a la ida como al regreso se sigue el impresionante
cañón del río Júcar que permanece imperturbable, ajeno a la marabunta de
visitantes, sirviendo de espejo a las montañas. La soledad acompaña a la
corriente. Para verlo detenidamente paramos en el “Ventano del Diablo”. Desde
el aparcamiento hay unos escasos 200 m hasta este mirador, excavado en la roca,
con espectaculares vistas sobre el valle de Villaba y sobre el río –refugio para
la trucha común, el mirlo acuático, el martín pescador y la nutria-, bosques y
montañas, en cuyas alturas anidan aves rapaces como el águila real o el buitre
leonado. La leyenda dice que fue hecho por obra del Diablo, que realizaba
sesiones de brujería, atraía a los visitantes que quedaban prendados con las
increíbles vistas y eran empujados al abismo. Este pequeño rincón está lleno de
coches y personas, incluso hay una tienda de cerámica. Después, el río vuelve a
su soledad fluvial en dirección a Cuenca.
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