El Charpa.
Mi amigo Martín “el
Contre”, de Sigüenza (ver el artículo "Riosalido"), me había hablado de un molino en las afueras de esta
población, aguas arriba del Henares, que tenía la maquinaria como cuando dejó
de funcionar. Visto mi interés por visitarlo hizo la gestión ante los dueños, que accedieron inmediatamente. Buscamos un día que nos conviniera a todos y vuelvo
de nuevo a Sigüenza, con tanto agrado como siempre y más, porque en Alcalá hace
un calor insoportable en este verano que arde y en Sigüenza se está mejor.
Busco a Martín en su
estupenda huerta, muy bien trabajada como es normal en él y en sus amigos, y me
lleva al molino El Charpa, en la falda del Otero, aislado (“Río, señor, horno,
mulo ni molino, no lo tengas por vecino”). Nos recibe Alejandro, amabilísimo, y
nos cuenta algo de la historia del molino. Parece ser que ya estaba de antes,
incluso del siglo XIX, pero la última concesión de la Confederación Hidrográfica
databa de 1931. El molino fue familiar mientras funcionó y ahora la familia
sigue conservando el edificio y el terreno, que aprovechan y disfrutan
especialmente los nietos.
A la sombra de unos grandes sauces la temperatura es agradable aunque, el sol, hoy, en esta fría población –aquí reina el invierno-, calienta bastante. Es un día soleado, con el cielo totalmente despejado, excepto unas nubecillas ingrávidas, y con una ligerísima brisa que contribuye al bienestar.
A la sombra de unos grandes sauces la temperatura es agradable aunque, el sol, hoy, en esta fría población –aquí reina el invierno-, calienta bastante. Es un día soleado, con el cielo totalmente despejado, excepto unas nubecillas ingrávidas, y con una ligerísima brisa que contribuye al bienestar.
Después de verlo por fuera, entramos en el molino para ver la maquinaria. A pesar de que “Al molino y a la esposa, siempre le falta alguna cosa”, aquí parece estar todo, desde el cuadro eléctrico, hasta la tolva y las piedras (“Boca sin muelas, molino sin piedras”),
pasando por las poleas y correas de transmisión. En los años 70 del pasado siglo, empezó a faltar el agua y –“Agua pasada no mueve molino”- tuvieron que utilizar un tractor para moverlo, después de intentarlo por la noche, cuando los agricultores no utilizaban el agua para el riego y había más. También están los instrumentos –compás- y herramientas –grandes pinzas para levantar las piedras- necesarios, y el cajón donde caía la harina y desde donde se llenaban los sacos. El tiempo parece detenido como en un encantamiento. Sencillez y sobriedad. Nada superfluo.
La casa es grande, hay mucho espacio
porque además de molino era horno. Están perfectamente conservados los hornos,
hechos con ladrillos refractarios, en los que se cocía el pan. También hay
otras zonas donde criaban cerdos, porque había que dar salida a lo molido ya
que el pago de la molienda se hacía con parte del producto. Toda la casa es un
museo. La sensibilidad de los dueños ha hecho que conserven multitud de
utensilios de madera y metal, collerones y otros atalajes de caballerías, etc. El
pasado se dice que es una tierra extranjera, pero aquí es todo conocido y da
gusto ver el esmero con el que lo cuidan en una lucha desesperada de la memoria
contra el olvido.
Más tarde llega el hermano
de Alejandro, Santiago, que nos enseña el escudo del molino, la tablilla de
panadería de guardia y unos listados de precios del año 1979. Volvemos al
exterior para ver el caz al que retornaba el agua después de usada, el caz de
los molinos –para evitar lo que se decía sobre que “Cada uno quiere llevar el
agua a su molino y dejar en seco el de su vecino”- y la balsa que almacenaba el
agua (“Agua estancada no mueve molino”, pero en este casi sí) para darle más
presión, donde se bañaron en tiempos, colmatada ahora de hierba. La falta de
uso imposibilita el conservar
estos elementos (“Huerto, mujer y molino, quiere uso continuo”, “Molino que no muele, algo le duele”). Me contaron que desde donde nace el Henares, en Horna, hasta Sigüenza había entonces siete molinos. El aprovechamiento del pequeño caudal no podía ser mayor, eran otros tiempos, aunque ahora sea un paisaje del pretérito, donde habitan las huellas del pasado. En lo viejo está invertido todo nuestro pasado en dura batalla contra el tiempo y los elementos.
estos elementos (“Huerto, mujer y molino, quiere uso continuo”, “Molino que no muele, algo le duele”). Me contaron que desde donde nace el Henares, en Horna, hasta Sigüenza había entonces siete molinos. El aprovechamiento del pequeño caudal no podía ser mayor, eran otros tiempos, aunque ahora sea un paisaje del pretérito, donde habitan las huellas del pasado. En lo viejo está invertido todo nuestro pasado en dura batalla contra el tiempo y los elementos.
Santiago me habla de una
revista que edita un grupo, que expone estos temas y comentamos que las
generaciones venideras ya no conocerán nada de todo esto. Me avisa de que el
molino que sigue funcionando en algunos momentos, de exhibición, es El
Callejón, de Albendiego, y me recomienda que hable con un tal Paco. Le haré
caso.
Hemos abusado demasiado de la amabilidad
de Alejandro y Santiago, que van a ir a buscar a su familia para pasar el día
aquí. Nos hacemos una foto para inmortalizar el momento con el sol en lo alto
glorificando toda la escena, y nos disponemos a marchar. Alejandro me hace una
última confidencia, hablando de su familia, y me cuenta el desgraciado y
lamentable suceso del accidente de una hija, antes de abrirme las puertas de su
casa para cuando quiera, incluso sin ir con Martín. No parece que la tensión de
la vida se le eche encima pero tiene que cargar con su pena. Así dejamos este
apacible lugar que permanece anclado en el tiempo, pero no en el olvido, debido
al cuidado de estos
hermanos –a los que agradecemos su gentileza- que sienten cierta nostalgia de ese tiempo pasado.
hermanos –a los que agradecemos su gentileza- que sienten cierta nostalgia de ese tiempo pasado.
Son las doce, el mediodía,
la hora del Ángelus como dice Martín, hora de terminar con el trabajo –lo haría
si estuviera en la huerta- y de ir a tomar una cerveza, yo sin alcohol, que
tengo que volver conduciendo a Alcalá. Para esto se nos une otro amigo de
Martín, Jesús, a quien ya conocía de otra ocasión. Degustando un exquisito
tomate de la huerta de mi amigo, la cerveza pasa sin sentir antes de que, ahora
sí, llegue la hora de marchar y salir a la luz ciega del mediodía, a un sol nada
metafórico, de venganza.
José Luis, Alejandro, Martín y Santiago |
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